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MORAL Y DESNUDEZ POLÍTICA

DIBUJO LIBRE

La detención de Murillo, ni más ni menos por el FBI (difícilmente acusable de ser masista), es la piedra de toque en el derrumbe de uno de los conceptos centrales sobre los cuales quiso construir su identidad el conservadurismo político boliviano en los pasados 10 años, el de su “altura moral”.

Construyendo la altura moral. Desde 2005, año de la primera victoria de Evo Morales, el gobierno del MAS logró que su discurso político e ideológico ocupara el centro del debate político en Bolivia. Con rasgos profundamente reivindicativos las organizaciones y movimientos sociales que conformaban el MAS se erigieron como los poseedores de una “altura moral” que les permitía proponer, impulsar y ejecutar una serie de cambios estructurales en la sociedad boliviana, desde la “justeza” y la “restitución del equilibrio”.

La legitimidad de este actor social y la sensación generalizada de que la historia había hecho justicia, significaban que la derecha y el conservadurismo boliviano habían sido derrotados no solo política y electoralmente, sino, moralmente.

Pero en 2011 comienza un proceso de sustitución discursiva en ambos bloques y, como efecto, un cambio en las coordenadas perceptuales que sirven para que la sociedad interprete la política. Progresivamente, el centro de gravedad del discurso político boliviano se traslada del MAS, con un discurso cada vez más obrista, hacia la oposición, con una discursividad más de tipo valórico, ético y moral en clave de ataque.

Progresivamente la oposición conservadora comenzó a apelar de manera sistemática a tres líneas de acción comunicacional. La primera fue la descalificación moral del masismo, el cual fue y es mostrado de manera caricaturizada como una suerte de organización delincuencial, mafiosa y casi satánica.

La oposición y ciertos medios de comunicación se concentraron en los actores centrales del MAS, en sus dirigencias sociales, autoridades electas y altos niveles de dirección del Ejecutivo, para tratar de vincularlos a casos y actos de corrupción, reales o ficticios, y especialmente a una serie de antivalores esencialmente morales conservadores.

Desde la pedofilia hasta la violación; desde la manipulación de la justicia hasta el abuso de poder en los cargos estatales; desde el apego insano al poder hasta la autodeificación. Un verdadero menú de antivalores, muchos en clave religiosa, fueron asociados a identificables masistas y, por extensión, a toda esta comunidad política.

El término masista se convirtió en un peyorativo; haciendo mención a una filiación partidaria fue transformado en una identidad moralmente negativa y racialmente descriptiva.

Esta construcción contó con el invalorable apoyo de los mismos masistas. Los actos de corrupción y las vulneraciones legales, éticas y morales fueron evidentes y numerosas; sin duda, y el MAS no supo o no quiso lidiar adecuadamente con ellas.

La segunda línea de acción comunicacional conservadora fue la generación de un ambiente de pretendido quiebre de los valores sociales imperantes en Bolivia. Muchos fenómenos sociales comenzaron a tratarse como escándalos políticos. La inseguridad ciudadana (al vincularla al narcotráfico), la violencia contra la mujer (asociándola a comportamientos machistas, especialmente de sectores populares), el comportamiento cuasi delincuencial de la justicia (ligándolo a la manipulación política), la crisis del Estado de derecho (relacionándolo al menosprecio por las leyes) y otros, generaron una sensación de pánico, impotencia e indignación de ciertos sectores de la población que veían amenazados hasta sus esquemas de valores personales, que en nuestro país son fundamentalmente conservadores.

Porque Bolivia, luego de 15 años de ‘proceso de cambio’, sigue siendo mayoritaria y profundamente conservadora, y es la religión la fuente de construcción de la identidad moral de los bolivianos. Según el Informe Nacional de la Encuesta Mundial de Valores en Bolivia, más de 89% de los bolivianos comprenden a la religión como un factor ordenador de su vida y de sus relaciones con otras personas, es decir, como un factor orientador de su vida social y material.

La tercera línea de acción fue la construcción del actor que se oponía a este descalabro valórico, la ciudadanía opositora con su respectivo sentimiento de “altura moral”.

Y es que como en toda narrativa, instalado el problema (el quiebre moral) y el villano (el masismo), era necesario construir al héroe que pudiera conjurar el riesgo de la destrucción de los valores compartidos y castigar al villano. Y de esa necesidad narrativa surge, con la intervención directa de diferentes grupos, sectores e intereses, la ciudadanía opositora, el actor indignado que toma las calles en noviembre de 2019.

Pero esa ciudadanía no solo está politizada, es una ciudadanía “moralizante” en la cual ha despertado, obra y gracia de la operación comunicacional citada, una certeza de que se vuelca a las calles a rescatar a Bolivia de una hecatombe valórica.

Es por esto que Áñez y sus discretos y casi fantasmales aliados ingresan al Palacio Quemado montados sobre un discurso profundamente moral. Con la Biblia bajo el brazo, la promesa que le hace al país es la del retorno al Palacio de los valores familiares, humanos, religiosos, democrático- iberales y toma para sí el encargo social de castigar a un MAS adecuadamente villanizado.

El justo castigo a los “terroristas y sediciosos” masacrados en Sacaba, Senkata y El Pedregal, la deshumanización e inferiorización de quienes no podían/querían mantener la cuarentena o, por el otro lado, el intento de Áñez de asumir el rol de cariñosa madre de toda la bolivianidad o de Murillo de ser el hombre que protege el sueño de los justos contra las “hordas masistas”, nos muestran tanto el repertorio discursivo del conservadurismo político como esa certeza de altura moral que lo animaba.

Desnudez y fachada. Sin embargo, en el caso boliviano, esta estrategia comunicacional de framing moral no es ni siquiera el eco de similares líneas de acción que diferentes gobiernos neoconservadores utilizan en el mundo desde hace más de una década. Es en realidad el resultado de la desnudez política conservadora.

Desde la asunción de Morales, la oposición no fue capaz de construir una propuesta o visión de país alternativa a la del Estado Plurinacional. Los repetidos intentos de estructurar organizaciones político-partidarias que representen y aglutinen al conservadurismo político fracasaron. Los liderazgos que le ofrecen al país nos retrotraen al pasado republicano más que abrirnos hacia un futuro alternativo al Plurinacional.

Sin propuestas, partidos ni liderazgos, el conservadurismo político buscó refugio en los legítimos valores morales de la mayoría de los bolivianos para con ellos cubrir su desnudez. Y tampoco lo hizo para rescatar los valores morales conservadores y oponerlos a los valores progresistas en crecimiento. Lo hizo para construir una fachada de moralidad que fue utilizada para los fines exactamente contrarios. El retorno al despojo de lo público, el enriquecimiento ilícito y el Estado como botín, son la verdadera propuesta que encarnaba Murillo.

Entonces, el daño que el efímero gobierno de Áñez le hizo al conservadurismo político boliviano no proviene únicamente de su manifiesta incapacidad para gobernar ni de los hechos de corrupción mismos, sino de haber dinamitado el corazón mismo de la única propuesta que pudo generar para el país en 15 años, la propuesta de ser mejores personas que los masistas.

Y es que el fariseísmo es una carta muy peligrosa de jugar, porque la moral también hace política.

(*)Manuel Mercado G. es especialista en comunicación política