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MÁS ESFUERZO, MENOS OPORTUNIDADES

DIBUJO LIBRE

Acaba de levantarse de cama y el peso del día que viene la abruma. Tiene dos niños que hoy vuelven a clases virtuales; es día de hacer mercado y la casa no está todo lo limpia que le gustaría, y debe pensar en la comida. Lo que más la angustia, sin embargo, es que debe entregar un informe que la mantuvo despierta hasta la madrugada, de ello depende su evaluación de medio año y, consecuentemente, cualquier ascenso o promoción. Ha pasado más de un año a este ritmo, más de un año de teletrabajo, más de un año de desear que los malos días terminen…

Muchas historias van a contarse de un modo similiar cuando hablemos de los tiempos del teletrabajo en pandemia. Sorpresivamente, todos debimos “replegarnos” a nuestros hogares con más incertidumbres que certezas respecto al futuro. Los más afortunados solo tuvieron que adaptarse a las características de ese repliegue forzado y trabajar desde casa; millones perdieron su fuente de ingresos.

Según el Observatorio Laboral del Banco Interamericano de Desarrollo, 11,91 millones de empleos se perdieron en 15 países de América Latina desde febrero de 2020 hasta el 8 de julio de 2021 como efecto de la pandemia. En ese escenario, las mujeres resultaron más afectadas que los varones. Un informe del Foro Económico Mundial calcula que, al ritmo actual, se necesitarán 135 años para lograr la paridad en todo el mundo; antes de la pandemia se consideraba que serían 100. En América Latina y el Caribe el retraso fue de una década; lograr un mercado laboral equitativo para hombres y mujeres ya no nos tomará 59 años, sino 68,9.

“Teletrabajando”. Durante los primeros meses del confinamiento se podía pensar que los afortunados eran los que estaban en su hogar recibiendo un salario y que, por añadidura, tenían la posibilidad de conciliar el trabajo y la vida familiar. Definitivamente eran privilegiados porque conservaban su empleo; sin embargo, una respuesta de emergencia trae consigo los problemas que vienen asociados a la improvisación y a la falta de recursos.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estimó que 23 millones de trabajadores migraron hacia el teletrabajo en la región, en el que considera el peor momento de la crisis durante el segundo trimestre de 2020. Los números fueron cambiando, lo mismo que las historias de ese gran grupo de “teletrabajadores”.

Históricamente, las labores domésticas, la atención del hogar y los hijos recaen sobre las mujeres, consideradas como las principales encargadas de las responsabilidades familiares, tareas por las que no reciben remuneración alguna. La pandemia hizo que lo “desproporcionado” de esa situación sea más evidente. Los expertos en cifras —en este caso el Fondo Monetario Internacional, FMI— calculan que ya antes de la pandemia las mujeres dedicaban 2,7 horas más que los hombres a realizar labores domésticas no remuneradas.

Toda fórmula utilizada para mantener sus roles —madre, esposa, hija y trabajadora— en equilibrio dejó de ser útil con la pandemia. Los límites trabajo- hogar se volvieron líquidos. Sin colegios, sin abuelos y sin maestros, millones de mujeres pasaron a tener más tareas que cumplir. Sin ayuda en casa, debieron garantizar que la familia se alimente, que la casa esté limpia y que la pandemia no se cuele dentro. Los horarios de trabajo superaron fácilmente las 16 horas.

Una pandemia sobre otra. Un tema en particular ha tenido repercusiones muy serias en Bolivia en los meses que soportamos la crisis: el inusual panorama de violencia contra las mujeres y los niños. No somos los únicos. La OIT advirtió que en este contexto de aislamiento, el riesgo de que las mujeres y las niñas sufran violencia intrafamiliar y doméstica es mayor. Las medidas de confinamiento encerraron a muchas mujeres víctimas de violencia doméstica con su agresor y las dejaron solas ante el abuso. En todo el país crecieron los factores de riesgo y se redujeron las posibilidades de ayuda.

Naturalmente esto sucedió tanto con mujeres que tenían un empleo como con las que no, pero un porcentaje vio cómo la violencia que sucedía en su hogar se imponía también en su circunstancial puesto de trabajo, con la misma intensidad y protagonizado por el mismo agresor.

Habilidades especiales. El teletrabajo no necesita únicamente que las condiciones de conectividad sean óptimas o al menos aceptables. El uso de los dispositivos digitales de informacio?n supone ser parte de grupos en los que la inclusio?n digital opera como ventaja competitiva para tener mejores oportunidades laborales.

Sabemos que la educación es uno de los pilares para apuntalar el reconocimiento de la mujer como portadora de los mismos derechos que el hombre. El rezago educativo que tienen las mujeres en ciertas áreas hizo que esta modalidad de trabajo requiera un esfuerzo adicional para el desarrollo de habilidades y competencias relacionadas con el uso de la tecnología y que antes de la pandemia no tenían.

Llegó y se queda. Como medida de emergencia o política de empresa o de Estado, el teletrabajo llegó y seguramente se quedará al menos como una opción real y posible. En las condiciones actuales, seguirá actuando en contra de los grupos vulnerables, entre ellos miles de mujeres que necesitan una distribución más equitativa del trabajo y una remuneración justa a sus esfuerzos.

Pese a sus innegables beneficios coyunturales, esta forma de trabajo a distancia genera interrogantes y problemas a resolver. Como argumento sirve afirmar que todos soportamos la peor crisis sanitaria de los últimos 100 años y que sus consecuencias son devastadoras; sin embargo, los efectos negativos están siendo desproporcionamente desiguales.

 (*)María Delina Otazu es comunicadora