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Momento de bifurcación resolutivo

Dibujo libre

El 12 de junio de 1964, las noticias daban a conocer que Nelson Mandela, el hombre que desafió el poder blanco en Sudáfrica, era conducido a prisión, pues había sido condenado a cadena perpetua bajo el cargo de traición. Una larga lista de leyes convertía a la población negra en hombres y mujeres con derechos restringidos o recortados. Ante la lúgubre discriminación de lo que era el inmisericorde apartheid, Mandela optó por apoyar la resistencia armada, fundó con otros luchadores de su tiempo “La Lanza de la Nación”, un grupo alzado en armas que hizo de los atentados contra militares y políticos que impulsaban el segregacionismo la forma de combatir el hecho excluyente. Aquel día, cuando era conducido a su encierro sin fin, “por encima del molesto zumbido del tráfico y el intermitente rugido de las motos de la escolta, Mandela pudo oír el griterío de fuera, las llamadas y respuestas de consignas y cánticos que se habían congregado a los incondicionales de la lucha a lo largo del tiempo. Una potente voz gritó ¡Amandla! (¡Poder! en xhosa, idioma bantú y una de las 11 lenguas oficiales de Sudáfrica) y la gente respondió ¡Awethu! (¡Al pueblo!). Jamás en la lucha de la historia sudafricana existió nada tan elocuente como esas dos sencillas palabras para expresar la agonía de millones de personas y su determinación de cambiar radicalmente los siglos de opresión”. Mandela fue incansable en su activismo en pro de los derechos humanos, se entregó a su misión de buscar la reconciliación si retaceos y en el ánimo de que “el éxito de la reconciliación y la unidad de la nación esté en que todos los sectores de la sociedad reconozcan, al igual que el mundo, que el apartheid fue un crimen contra la humanidad cuyos viles actos trascendieron nuestras fronteras y sembraron las semillas de la destrucción”. Desde que alcanzó el gobierno de su nación, Nelson Mandela se desveló por afirmar la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, para ello buscó persistentemente reconciliar a su pueblo por encima de odios eternos y diferencias despectivas.

La paz, la reconciliación y la pacificación son procesos de construcción social y política, nunca eventos de voluntades cortas y coyunturas breves. El sostener las lógicas de enfrentamiento permanente, donde la idea de hegemonía no es una reformulación de sentidos comunes extendidos y superadores de las formas matrices de generación de conflicto, sino un entender de primacía política, de imposición social, de instalación de grupos y sectores de poder dominante; todo ello sedimenta y afianza la distancia, los clivajes y la confrontación política.

2019 fue el año de la ruptura de un extendido tiempo de construcción democrática ininterrumpida. Expresa también un momento resolutivo entre los demócratas sedicentes y el movimiento popular articulado al espacio estatal. La profundización de la histórica polaridad social instalada en el país como consecuencia de los hechos sucedidos en noviembre de 2019 acrecienta diariamente las asimetrías de una sociedad que naturaliza el enfrentamiento y los grados de conflictología en espera del momento resolutivo. Hoy, las inmateriales corrientes sociales arrastran al país hacia un momento de bifurcación resolutiva, donde una tríada de resistencias fuertemente instaladas en la lógica política de los sectores conservadores de Bolivia hace que estos impulsos dirijan su trayectoria, infaliblemente, hacia un tiempo de inflexión. La resistencia a democratizar la democracia, esto como hecho de no aceptación de la inclusión generada por la conformación del Estado Plurinacional, lo cual empuja a la vieja intención de sobreponer las tradicionales clases dominantes sobre una realidad social diversa y plural que reclama y afirma su voluntad de estar. La resistencia a la aceptación del ciclo constitucional, ello a través del propósito constante de conseguir su abreviación mediante conductas de indiscutible inconsistencia democrática. Y un tercer elemento de resistencia, conectado a las otras dos, que se expresa en un rechazo a las formas institucionales de democracia electoral, validando metodologías de fuerza para la apropiación del poder político, ignorando intencionadamente la supremacía de la reconstitución de legitimidades y de la norma constitucional.

El momento de bifurcación resolutivo es un impulso social y político, una fuerza que avanza en una dirección como consecuencia de un hecho, y este es la no búsqueda de espacios dialógicos generadores de consensos y complementariedades indispensables que eviten la ruptura del tenue equilibrio de la tranquilidad social. El momento de bifurcación resolutivo ofrece dos vías diferenciadas y opuestas con eje ineluctable en la plurinacionalidad: la pacificación social y política en iniciativa y voluntad de construcción social; y, el hecho insurreccional armado y rupturista desde la diversidad social confrontada en rechazo y no aceptación del Estado Plurinacional.

La bifurcación resolutiva amenaza resolverse en alguna de las dos vías señaladas, ahí donde las formas republicanas y neoliberales propias de los sectores conservadores, de centro y radicales de derecha, chocan con las realidades de la corporatividad social y popular, expresión de una diversidad plural inacabada. Son dos modelos de democracia y Estado, miradas divergentes de las formas de gobierno y Estados que no consiguen acoplarse complementaria y simultáneamente: la república liberal y el Estado Plurinacional.

La plurinacionalidad de esta América del Sur, diversa en su racialidad y cultura, asienta su mirada en lo que hoy hace Elisa Loncón en Chile. Como presidenta de la Convención Constitucional de su país, reflexiona y dice: “Transformaremos a Chile en un Chile plurinacional, intercultural, en favor de la mujer y que cuide la Madre Tierra… construiremos un Chile inclusivo, ampliando la democracia y la participación”. La democracia boliviana, aquella que empezó en 1982, ya es una democracia agotada en sus viejas, tradicionales y excluyentes formas. La Bolivia de hoy es ya un Estado Plurinacional sin espacio al regresionismo, al exclusivo tiempo liberal. El momento de bifurcación resolutivo debe encontrarnos inexorablemente en la vía útil y constructiva de la pacificación complementaria y de un nuevo sentido común, ese que comprenda la inclusión como el elemento imprescindible de una sociedad justa e igualitaria.

(*)Jorge Richter R. es politólogo