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La estrategia de sustitución de importaciones

DIBUJO LIBRE

La sustitución de importaciones consiste en reemplazar el consumo de bienes extranjeros por otros de origen nacional. Por simple que parezca esta idea, llevarla a la práctica es un proceso bastante complejo. Esta estrategia no es reciente y su uso se ha generalizado al menos desde la Gran Depresión, pues resulta ser bastante efectiva durante las crisis económicas, para proteger el empleo doméstico, lo que equivale a exportar desempleo. En la reciente crisis, los países desarrollados tomaron la delantera y establecieron medidas proteccionistas para proteger sus industrias. Es natural que desde las economías en desarrollo también exista una respuesta a las nuevas tendencias del comercio mundial.

La estrategia de sustitución de importaciones (ESI) si bien no es una invención del modelo económico boliviano, tampoco es una copia del viejo modelo cepalino como confusamente se ha malinterpretado. La sustitución de importaciones es concordante con el modelo vigente porque se convierte en una estrategia complementaria al proceso de industrialización y no en un medio exclusivo para lograrla, como planteaba el pensamiento de la CEPAL de los años 60. La industrialización promueve la sustitución de importaciones y no a la inversa.

La industrialización en Bolivia tiene como propósito generar mayor excedente económico, que no solo se obtiene ahorrando en importaciones, sino que se aspira aumentar las exportaciones vía mayor valor agregado a nuestros recursos naturales. En cambio, el modelo cepalino descuidó la importancia de las exportaciones, relegándola a un segundo plano. En la estrategia boliviana, la ESI tampoco debe ser confundida como un medio para lograr el equilibrio de las cuentas externas, como se teorizaba en los 60. Al contrario, el proceso de industrialización en el país busca la sostenibilidad intertemporal, lo que quiere decir que los déficits controlados son admisibles.

La ESI tiene varias virtudes. Genera un ahorro en divisas desde el consumo, que pueden ser trasladadas a otros fines productivos como las importaciones de bienes de capital. Apunta al recambio de la matriz energética porque sustituye el consumo de energías fósiles importadas por otras locales más limpias y de origen renovable, como la producción de la gasolina a base de alcohol o la masificación del gas domiciliario y vehicular en el país. Contribuye a la soberanía alimentaria porque se dirige a fomentar la producción agropecuaria nacional mediante incentivos financieros, como el crédito productivo que establece menores tasas de interés o el reciente fideicomiso Sí- Bolivia y por medio de subvenciones directas en la entrega de semillas y fertilizantes a bajo precio. También se orienta a alcanzar una mayor diversificación productiva.

Esta estrategia además se arrima a romper con la dependencia en la cadena de suministros industriales que hoy ha demostrado ser una fuente de vulnerabilidad del sistema capitalista, y varios países se han volcado a la autosuficiencia en la producción de insumos esenciales para sus industrias.

La aplicación de la ESI no es reciente en Bolivia, solo que ahora ha pasado a formar parte medular del plan de desarrollo. Por tanto, no se puede poner en duda una política que ya está funcionando. Si bien la ESI no es una invención de la política económica boliviana, el Gobierno tiene todo el mérito de haberla articulado dentro del modelo económico de forma coherente y como respuesta concreta de política a la crisis económica ocasionada por la pandemia.

Algunos detractores a esta política la acusan de haber fracasado en el pasado, de ser inefectiva cuando el tipo de cambio está inerte. Estas ideas recogen las viejas doctrinas neoliberales del comercio internacional que asumen que para ser competitivos hay que devaluar y que los países en desarrollo no deben desafiar a las ventajas comparativas, por lo que deben especializarse en la producción de materias primas (dado que su costo de oportunidad es menor por su relativa abundancia). En contraposición a la teoría ricardiana de la especialización del comercio, la ESI en Bolivia puede ser aplicable a cualquier sector que reúna las condiciones suficientes.

La sustitución de importaciones en la región fracasó en el pasado por la debilidad de los mercados internos que no cubrieron la capacidad ociosa de sus industrias, la falta de mercados externos y el excesivo proteccionismo que protegió a las endebles e ineficientes industrias nacionales que el neoliberalismo de los años 90 se encargó de aniquilarlas. A diferencia de esas aciagas experiencias, en Bolivia desde el lado público se ha promovido en más de una década el ensanchamiento del mercado interno y se han abierto nuevos mercados para los excedentes de exportación como el GLP, la urea, la electricidad, la carne, entre otros.

No obstante, los esfuerzos de política pública requieren ser complementados por el sector privado. El modelo plantea la consolidación de una industria nacional competitiva, capaz de ganar mercados externos y al mismo tiempo garantizar la soberanía alimentaria interna. Frente al contrabando, la política económica no puede tomar el curso de las devaluaciones o las prácticas proteccionistas generalizadas porque reditúan ventajas ficticias y ganancias de muy corto plazo. El sector productivo nacional debe asumir un rol más audaz y menos crítico y liderar la política de sustitución de importaciones.

Ahora bien, es importante tener presente que la ESI es un proceso gradual, donde los resultados no son inmediatos, además de que existen varios desafíos. Para que la ESI sea efectiva se requiere hacer más eficientes nuestros procesos productivos, de manera de reducir costos y alcanzar precios más competitivos, tanto interna como externamente. La incorporación de tecnología moderna es central en el proceso de sustitución de importaciones, así como la gestión de calidad y la certificación internacional. Se necesita además mayor interconexión entre los sectores económicos para identificar demandas y ofertas intermedias y, fundamentalmente, se requiere despatriarcalizar la mentalidad del consumidor boliviano que todavía vive creyendo que los productos extranjeros son mejores a los nacionales. 

(*)Omar Velasco P. es economista.