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Tendencias demográficas en Bolivia

DIBUJO LIBRE

Si bien Bolivia cuenta con una de las estructuras etarias más jóvenes del continente, no está libre de la “transición demográfica”, proceso por el cual una población pasa de experimentar altas tasas de natalidad y mortalidad a tener bajas, lo que modifica su estructura etaria de una en forma piramidal, es decir, mayor proporción de niños y jóvenes en la base y menor de adultos mayores en la cima, a otra estructura más horizontal, donde todas las edades tienen proporciones más o menos parecidas.

A partir de las Encuestas de hogares y de empleo, se puede inferir su silencioso avance. A pesar de ser solo una muestra de la población, dichas Encuestas ofrecen algunas tendencias que podrían confirmarse en el Censo de 2022 y servirían para adelantar algunas políticas públicas.

La disminución del crecimiento poblacional tiene su origen en la caída de la tasa de natalidad, que para el caso de Bolivia se redujo, en la última década, de 25 a 21 nacimientos por cada mil habitantes. A medida que la población femenina extendió su presencia en el mercado laboral (su tasa global de participación subió de 50% en 2011 a 80% en 2021), la tasa de fecundidad —que mide el número de hijos por mujer en edad fértil— se redujo a razón de medio hijo por década, de 3,6 en 2005 a 3,21 en 2010 y 2,6 en 2020. A este ritmo, en cerca de dos décadas, la tasa de reemplazo que calcula la fecundidad mínima necesaria para no reducir el tamaño de la población se habrá alcanzado.

A la mayor inserción laboral femenina se debe sumar el hecho de que cada año se incorpora un número creciente de jóvenes al mercado de trabajo. Este aumento de la participación laboral se debe al cambio en la composición etaria de la población y que ofrece un impulso adicional al crecimiento económico, conocido como bono demográfico. Bolivia tiene un potencial de crecimiento económico basado en su mano de obra calificada creciente, que podría aprovecharlo de mejor forma si planifica su inclusión. Actualmente, las tasas de informalidad y desempleo entre jóvenes y mujeres están por encima de 10% y son reflejo de la incapacidad que tiene la demanda laboral formal, principalmente de origen privado, para absorber la nueva oferta, limitando las ganancias de productividad y del dividendo poblacional.

La transición demográfica también estimula la migración campociudad. Los jóvenes y adultos de entre 18 y 39 años viven principalmente en las ciudades, mientras que una proporción importante de adultos mayores reside en el campo. Tal es así que 20% de la población rural tiene más de 60 años. Asumiendo que los jóvenes ganan más que los adultos mayores, por estar mejor educados, y que los salarios son superiores en el área urbana con relación a la rural, por las mejores opciones laborales, la migración se convierte en el mecanismo eficaz para alcanzar una mayor movilidad social.

Empero, esta predilección por las urbes también viene acompañada de grandes desafíos. Conforme las ciudades crecen, aumenta la competencia por los bienes públicos y la infraestructura pública. Actualmente, cerca de 70% de la población vive en las ciudades, lo cual se traduce en una mayor presión de gasto para las regiones. La planificación demográfica es fundamental para evitar que el crecimiento desordenado de las urbes se traduzca en una mayor congestión de bienes públicos, deseconomías de escala en la inversión y externalidades interjurisdiccionales negativas para los municipios más eficientes.

La noción de hogar también está cambiando. Se observa una reducción del tamaño de miembros del hogar no solo porque se reduce el número de hijos por familia, sino por un aumento de las familias monoparentales, es decir, con uno solo de los progenitores. La vida en soledad es otra tendencia demográfica que se ha elevado de 11% a 17% en una década.

Un rasgo poco analizado del cambio poblacional es la pérdida de identidad cultural. Según la encuesta 2020, solo un 20% de la población menor de edad se considera perteneciente a una nación indígena originaria, en contraste con la población mayor a 60 años, que en 46% se adscribe. La transmisión de la lengua de origen de los abuelos a los padres y de los padres a los hijos se viene reduciendo de generación en generación, a pesar de las políticas educativas. La transición demográfica está acelerando el mestizaje con una gran efectividad, aunque a costa de la pérdida de nuestra cultura, por lo que debe ser complementada con políticas públicas que busquen la igualdad de oportunidades y, a la vez, incentiven la identidad cultural. Otro hecho que debería llamar la atención es el escaso uso de idiomas extranjeros, que apenas llega a 1% de la población. Reivindicar la cultura no debería ser un impedimento para avanzar hacia un modelo de educación multilingüe, sobre todo cuando el material educativo más actualizado no se encuentra en español.

Con una alfabetización de 99,5% en la población menor a 24 años, saber leer y escribir ha dejado de ser el principal problema en educación. Sin embargo, los esfuerzos deberían estar concentrados en la enseñanza primaria y secundaria, donde 24% y 35% de la población, respectivamente, no lograron superar esos niveles, la mayoría por haber sobrepasado la edad escolar. No se debe esperar a que el propio cambio demográfico supla esta tarea conforme las generaciones nuevas sustituyan a las precedentes. Es necesario invertir en una educación técnica y alternativa focalizada en estos grupos. En el área rural también se presenta un desafío impostergable, pues la edad promedio de escolaridad es de solo 6 años, casi la mitad del área urbana, de 11 años, y donde solo 8% ha logrado pisar una universidad o instituto técnico.

El envejecimiento de la población también es una cuestión de políticas públicas. La reducción en la tasa de mortalidad de 7,6 a 6,7 defunciones por cada mil habitantes, entre 2009 y 2019, ha elevado la edad media de la población en 4 años en la última década, junto con la esperanza de vida al nacer, que para este año estará bordeando los 72 años. Una población más longeva duplicará fácilmente los gastos en salud en la próxima década a medida que el seguro universal se vaya consolidando. El gasto en pensiones también podría ser un lastre si no se acompaña con ingresos igualmente crecientes.

La transición demográfica es un proceso que han experimentado las economías precapitalistas en el mundo y su avance en Bolivia se viene dando a un ritmo acelerado. En pocas décadas, Bolivia habrá alcanzado su tamaño de población máximo, que estará alrededor de los 18 millones de habitantes hasta el 2050. Es fundamental para entonces haber logrado un proceso de desarrollo sostenido capaz de hacerle frente.

(*)Omar Velasco P. es economista