Jorge Mansilla Torres, periodista militante
Imagen: LA RAZÓN ARCHIVO
Desde México se testimonia cómo en el embajador durante seis años pelearon don Jorge Mansilla y el Coco Manto.
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Coco Manto es el periodista contra las dictaduras militares, con humor, siempre.
El punto sobre la i
Sin duda uno de los periodos más intensos del periodismo que hizo Jorge Mansilla Torres, Coco Manto, fue cuando se enfrentó desde radio Altiplano a la dictadura de René Barrientos Ortuño. En una peculiar entrevista biográfica que tuvo con el programa Memorias que perduran emitido el 20 de noviembre de 2019, Mansilla Torres revela algunos pasajes bien ilustrativos de sus convicciones y compromiso.
Una vez instalado en radio Altiplano, que por entonces dirigía Mario Castro, y al frente de Olla de Grillos, Mansilla Torres da testimonio de la fijación que Barrientos tenía con el periodista. Cuenta que un día el equipo de Olla de Grillos fue invitado a un almuerzo con el Presidente, en la Casa Presidencial, en La Florida; seis responsables directos del programa, más el director, de la radio, algunos jefes de la redacción, “y dos abogados por si acaso”, en total fueron 14. “Departimos muy bien, muy tranquilo Barrientos conmigo, ‘no está envenenado, sírvase don Coco’; muy amable la reunión, como 40 minutos jajaja, jejeje; ‘¿quién es el que me imita?’; son dos, uno su voz apacible, y otro en sus discursos; ‘qué divertido’… Sabíamos que estaba furioso por dentro, pero estaba su esposa, los ministros”. Terminado el almuerzo, llegó la hora de la despedida; cerca de la puerta de calle, Barrientos se puso para despedir dando la mano a cada uno; Coco Manto fue el último; a diferencia de los demás, Barrientos al estrecharle la mano, más bien lo abrazó, y fue ahí que le dijo al oído: “Hijo de puta, no me olvido de usted, ya va a saber de mí, ya va a saber de mí, siga insultándome’, y me suelta, ‘hasta luego’; no supe qué responder”. No supo qué responder, pero a poco de recorrer unas cuadras los taxis que los llevaban al centro, Mansilla Torres hizo detener el coche para salir a vomitar.
Ahora, Olla de Grillos, revela Coco Manto, “fue una experiencia un poco amarga para mí, porque la derecha no me quería, el fascismo me odiaba, el gobierno me quería perseguir, la COB no me quería, y la izquierda me decía que éramos los tontos útiles”.
Y parecía cierto: “Efectivamente, había represión en Bolivia, había censura de prensa, persecución de periodistas, se clausuraban radios mineras, pero cómo es que a un programa tan agresivo como el de Coco Manto no se le tocaba; ah, es que le dan dinero por abajo”.
Sus críticos desde la izquierda le decían que con Olla de Grillos “Barrientos se lavaba la cara; y cierto, Barrientos en conferencia de prensa que tenía cada sábado a las nueve de la mañana decía ‘escuchen, hoy sábado a la una y a las ocho en la noche, se me ataca con nombre y apellido, y yo no hago nada; aquí hay libertad de prensa, escuchen ese programa; y sí pues, parecíamos tontos útiles; pero eran dos cosas: o cerrar el programa, hacerse el harakiri, o seguir, permanecer”.
Ya luego, con Banzer, vino el exilio, primero a México y luego a Lima, donde Mansilla Torres se quedó siete años, trabajando en el periódico El Expreso de Lima. De regreso al país, tras la caída de Banzer, luego vino el semanario Aquí (desde marzo de 1979), bajo la dirección de Luis Espinal Camps, y Coco Manto con la columna Olla de Grillos; como recuerda Ricardo Bajo en la sección de opinión de La Razón, su primer texto en Aquí empezaba: “Estoy consciente de que escribir para Aquí puede equivaler a tramitarse otro viaje para allí. Lo hago por la necesidad de reintegrarme al periodismo militante y porque este semanario es dirigido por mi hermano Lucho Espinal, que como todos saben es un tipo de película”.
Parte de su periodismo militante, revela de nuevo Mansilla Torres en la entrevista con Memorias que perduran, es el trabajo El delito de ser periodista. La libertad de prensa en Bolivia. Documentos y testimonios 1971-1977, libro de la autoría de Mansilla Torres, pero que en el impreso no lleva autor.
“Escribí un libro, que va sin mi nombre, que se llama El delito de ser periodista, a propósito de la Masacre del Valle, (de enero de 1974), denunciando a Banzer, al banzerato”. No deja de ser llamativa la forma en que está escrito, la contraposición entre lo que oficialmente se decía de la libertad de prensa y lo que en realidad estaba pasando esos días, el permanente ataque a los periodistas.
“Qué decía de la libertad de prensa, de los periodistas, y qué hacía contra ellos”. Mientras en una columna se ponía “todas las flores que nos echaba a los periodistas, sobre el respeto de la libertad de expresión, el apoyo a la prensa, en las mismas fechas, (en otro columna) al lado, año por año, durante los siete años (que duró el gobierno de facto de Banzer) lo que se hacía contra los periodistas: clausuras, destrucción, asaltos”.
En el libro se vierte la lista de los 68 periodistas que tuvieron que abandonar Bolivia a causa de la dictadura; se apunta el país de destino de cada uno, o qué les pasó, pudiendo encontrarse de vez en vez el breve informe de, por ejemplo, “retornó a Bolivia”, “amnistiado”, “falleció en el destierro”, “actualmente encarcelado en Bolivia”.
También hay la lista de los 32 “periodistas perseguidos, amenazados y/o detenidos temporalmente”; se da cuenta, lo mismo, del periodista asesinado Emilio Mendiola Galarza, “abaleado por el agente DID Orlando Gutiérrez Arce, en Cochabamba”.
Asimismo, se consigna a las 20 “emisoras y diarios que sufrieron intervención armada y/o destrucción por ejercer la libertad de expresión”: Pío XII, La voz del minero, Continental, Sumac Orcko, Fides, Jornada, La Opinión, entre otros. En cada caso, hay una breve información de lo que le pasó al medio; así, se lee: “sus equipos fueron destruidos”, “asaltada e intervenida militarmente”, “acallada durante una semana”, “multada con 20.000 pesos”, “silenciada indefinidamente”.
El contrapunto que Coco Manto ensaya entre lo que dijo el régimen de facto, pero especialmente Banzer, y lo que en realidad estaba sucediendo es por demás ilustrativo, gráfico. Por un lado están las “Declaraciones oficiales”, y al frente suyo, “Los hechos”.
El 10 de mayo de 1975, en el “Mensaje del Gral. Banzer con motivo del Día del Periodista”, se escribe: “…sea pues esta oportunidad propicia para expresar que mi gobierno es muy respetuoso de la libertad de prensa y del derecho de disentir de nuestra opinión…” Al frente del dicho de Banzer se pone: “Operación tipo comando: Gobierno clausuró ayer 4 emisoras mineras acusadas de ser focos de subversión. (Presencia, 14-I-75)”. “Destrucción de una emisora. Efectivos del Ejército ingresaron a Radio Pío XII de Siglo XX rompiendo puertas y cerraduras. (…) Se arrancaron con barretas 3 costosas consolas que se las llevaron. Robaron una considerable cantidad de discos…
” En El delito de ser periodista también se hace una suerte de análisis de contenido de lo que sobre un determinado hecho publicaron cuatro grandes medios, Última Hora, Presencia, El Diario y Hoy. Luego de precisar el hecho, lo que pasó, se apunta cómo reaccionó cada periódico, tanto en lo informativo, como en su editorial. No es raro de vez en vez encontrar la descripción “Nada”, que el periódico no hizo nada con respecto a lo ocurrido.
Y he aquí una definición de sí mismo: “Finalmente soy un periodista; el hombre es testimonio, es palabra; yo quisiera que se guarde la palabra, que haya memoria de que por aquí pasó, y aquí vivió y aquí acabó un boliviano que ama a su país toditos los días del año, no solamente un día, no solamente el 21F, sino 365 días al año. Yo soy militante boliviano”; yo no sé del exilio, (porque) no dejé mi país, me llevé a mi país conmigo: en el exterior publiqué 14 libros sobre Bolivia”.
Don Jorge era potosino, había nacido en Uncía el 23 de abril de 1940; falleció a sus 81 años y nueve meses.
Incursionó en el periodismo desde sus 16 años, como locutor en radio Pío XII. Allí fundó otras radioemisoras mineras. Escribió 14 libros y siete discos reflejan su poesía. Fue Premio Nacional de Cultura en 2019.
Escribió y produjo radioteatro, periodismo y humor en las radios Pío XII y Vanguardia en poblaciones mineras entre 1960 y 1965 y radios Altiplano e Illimani de La Paz, entre 1966 y 1971. Durante su exilio, entre 1972 y 1977, fue reportero y columnista de los diarios Expreso y Extra de Lima (Perú); redactor y columnista del Semanario Aquí de La Paz, junto al sacerdote Luis Espinal Camps; ya en México entre 1981 y 2005 fue redactor, editorialista y editor de los diarios Excelsior y Últimas
Embajador en México: entre don Jorge y el Coco Manto (*)
Fue el 30 agosto de 2006 cuando don Jorge Mansilla Torres intentó por primera vez dejar de ser el Coco Manto, al presentar sus Cartas Credenciales como embajador de Bolivia en México. Parecía otro, incómodamente acartonado, midiendo milimétricamente sus palabras, tan diferente a su alias, espontáneo, bromista y sarcástico. Aprendió a ser diplomático, nos contó en un curso tan intensivo como chistoso.
Ahora que todos hablan de su Jorge Mansilla, quiero recordar al mío con algunas viñetas del diplomático en México. Una de sus primeras instrucciones fue quitar eso de “señor embajador” o “Excelentísimo…”; nada de protocolos ni antesalas, él mismo salía a recibir y contestaba el teléfono, cuando la secretaria no estaba; no esperaba a que lo invitaran, él tocaba puertas, la embajada se abría a las 9 de la mañana, llegaba a las 7 y media y se iba el último; nada de comer en restaurantes de menú a la carta, ahí mismo en la cocina, todos juntos, lo que hubiera.
Lo recuerdo imitando la voz del expresidente mexicano Vicente Fox, al momento de recibir sus Cartas, “mucho gusto, señor Mansilla” su mano enorme, garra, envolviendo la mano del poeta, que si miraba de frente veía el pecho del mexicano. Incómodo, porque sabía del desprecio de Fox por el entonces presidente Evo Morales. Presentó sus Cartas luego de otros tres embajadores, con quienes el expresidente habló 15 minutos, con cada uno de ellos; en su turno, don Jorge entró, le dio la mano, presentó sus documentos, “mucho gusto…” y hasta luego, dos minutos en total.
Tanto con Vicente Fox como con el siguiente presidente, Felipe Calderón, el embajador Mansilla tuvo que luchar no solo para defender los intereses del Gobierno boliviano, sino contra el desprecio y el ninguneo. Los desaires y la burla. Don Jorge gestionó tres veces una invitación del Gobierno mexicano para que Morales fuera a México, las tres veces le dijeron que sí y las tres veces le dijeron que siempre no, días antes de que se concretaran las visitas.
¿No habrá visita oficial? Pues a la mierda, le oí decir, y gestionó con autoridades del entonces Distrito Federal (hoy Ciudad de México) una, como cualquier turista. Marcelo Ebrard, hoy canciller mexicano, no dudó un instante y dio instrucciones para llevarla a cabo. El gobierno federal negó lugares adecuados para el evento y solo se consiguió una pequeña plaza del barrio de Coyoacán. No importa, dijo, y habló a Bolivia para fijar fecha y hora.
Veo a don Jorge en el aeropuerto mexicano, solicitando el hangar presidencial para que Evo llegue ahí; un funcionario diciéndole que no era posible, que un permiso para usar el hangar debía tramitarse con meses de antelación, y dile un no a un boliviano como don Jorge. ¿Ah, no? Está bien, pero recuerde que además de embajador soy periodista, ya me imagino mañana los titulares en los periódicos: “Gobierno mexicano niega el arribo del avión de presidente boliviano”. No (el funcionario), usted no haría eso, ¿cree que no?; a ver, permítame señor embajador, déjeme consultar. Asunto arreglado. Evo llegó, llenó la plaza, gran despliegue periodístico, un éxito.
A don Jorge le costaba sujetar al Coco, pues debía cuidar las formas. Un día de julio de 2011, alguien había robado una placa que la embajada había puesto debajo del busto de Pedro Domingo Murillo, en un parque. ¿Qué hacemos? ¿Lo reportamos a la Policía? No, vamos a la delegación, dijo, y fuimos a buscar a la autoridad local, un tal Demetrio Sodi, militante de un partido de derecha. Se anunció el embajador, y clarito se oyó la voz del delegado ¡Y qué quieren esos muertos de hambre! Puta carajo, el Coco a punto de saltar, pero don Jorge decidió que quien entrara a la oficina del patán fuera el embajador. No sé qué le diría, pero al día siguiente apareció otra placa en el mismo sitio de donde había sido sustraída.
Otra: una noche, cena en embajada de Brasil, después de unos aperitivos, le piden unas palabras, se levanta don Jorge y algunos de los invitados, amigos suyos, dicen “que se pare, que se pare”, y la respuesta como saeta del Coco: “ustedes serán altos, pero jamás serán grandes”, silencio sepulcral y a comer.
Decano de los embajadores en México, llegaba en metro a sus reuniones, con su discurso escrito, que pronto desechaba para dejar salir al Coco que hipnotizaba con sus palabras. Agosto de 2011, Feria del Libro del estado de Hidalgo, mientras Marta Salinas hacía unas salteñas frente al auditorio, él hablaba del parentesco del paste mexicano con la salteña boliviana; desde ese día, aquí se sabe que esa empanada mexicana es prima hermana de la paceña. Cuando el embajador dejaba salir al Coco, sus discursos eran lecciones de vida que cautivaba a los hombres y enamoraba a las mujeres. Mi Jorge Mansilla murió el día de su accidente cerebrovascular. Cuando en 2019 lo fui a ver, no me reconoció. Me regresé pensando en una frase de no sé quién “… fue un ser de luz, irremediablemente extraviado en las sombras”. Hasta luego don Jorge, chau Coco, ahí nos vidrios.
(*) Texto escrito por el periodista boliviano Javier Bustillos Zamorano, residente en México por varios años, activo colaborador y amigo de Jorge Mansilla Torres, Coco Manto.
(*)Iván Bustillos es periodista de La Razón.