Democracia, una condición social
La democracia es un estado de ciudadanía en que prevalece el principio y práctica de la igualdad.
DIBUJO LIBRE
Qué significado adquiere la democracia para los sectores populares, campesinos e indígenas? Alexis de Tocqueville en La Democracia en América nos ofrece una lectura alternativa de la democracia, que ésta es una condición social, en la que prevalece el principio y la práctica de la igualdad; la democracia se define a partir de la sociedad civil y cuya esencia es la igualdad, es decir, es una condición social que remite a la ciudadanía. Al respecto, dice: La ciudadanía se define en función de su pertenencia a una formación social históricamente caracterizada por la igualdad de sus integrantes; lo contrario ocurre con la sociedad aristocrática, caracterizada por una situación de privilegios y desigualdades institucionalizadas.
En consecuencia, una democracia que se asienta sobre una sociedad que excluye y jerarquiza a sus integrantes no puede ser un terreno fértil para el buen funcionamiento democrático. Este tipo de sociedad es la que se viene arrastrando en Bolivia, si recordamos los argumentos del partido liberal posterior a la Guerra Federal respecto a la ciudadanía de los indígenas: negaba el ejercicio de los derechos de ciudadanía por su condición de bárbaros, salvajes e incivilizados. El término barbarie era usado durante la conquista española como estado de inmadurez voluntaria. Por ello la conquista sobre la población aborigen era sinónimo de liberación de su estado de barbarie, había que instruirlos, como a niños para que llegasen a ser hombres; bárbaro era aquel que se negaba a la recta razón, como diría Kant en Qué es la Ilustración, que se negaba la salida de la humanidad de su minoría de edad.
Esta división material de la sociedad entre ciudadanos e indios-bárbaros se mantuvo hasta la Revolución Nacional de 1952, que trajo consigo la reforma agraria, la nacionalización de las minas y el voto universal. Los indígenas adquirieron ciudadanía no sin antes dejar su condición de indios (bárbaros) para ser campesinos, es decir, ciudadanos libres e iguales y habilitados a participar en los procesos democráticos. Sin embargo, la división de la sociedad era una cuestión siempre latente y se hacía presente en momentos de crisis en la forma de relaciones entre ciudadanos e indígenas, es decir, era una ciudadanía formal-abstracta, porque en el fondo seguían siendo considerados bárbaros (estado de minoridad, de inmadurez).
Esto se corrobora en el debate al interior del movimiento campesino, en relación a las elecciones convocadas para 1978 por la dictadura banzerista. Un editorial del periódico Collasuyo publicado por MINKA decía: “El voto universal fue una conquista que se ganó en la revolución de 1952 (…) Los campesinos, teniendo el derecho no solamente a elegir sino también a ser elegidos, casi nunca logramos usar este derecho (…). En casi todas las elecciones nuestro voto favoreció a los dueños de fábricas, militares y otros que después ni siquiera se acordaban de los campesinos.
Sin embargo, ellos entraron al Palacio gracias al voto campesino. El voto nuestro es el voto del triunfo. En los últimos años, quienes se llaman líderes del campesinado han hecho subir el precio de los productos que éste compra en las ciudades, nos tratan de indios e ignorantes. Son ellos quienes, cuando el campesinado reclama sus derechos, nos atacan con tropas militares (…) Por eso no debemos dejarnos engañar ahora con los candidatos militares o civiles (…) Los campesinos ya sabemos pensar, ya somos mayores de edad”. Es decir, se los seguía tratando políticamente como a niños, es un claro ejemplo el pacto militar-campesino.
Entonces para los indígenas ser ciudadanos implicaba formar parte de la sociedad en condiciones de igualdad, con capacidad de autodeterminación, sin relación de dependencia, e implícitamente un salir de ese estado de inmadurez, de minoridad (barbarie) a la que se le había reducido. Norberto Bobbio dice al respecto que “el siglo XVIII es el siglo de derechos, es decir, el siglo del reconocimiento del individuo racional, dotado de la voluntad autónoma, por tanto, capaz de querer y decidir por sí mismo; esto lo constituye en un individuo titular de derechos”. A pesar de esta comprensión, en pleno siglo XXI el fenómeno social de jerarquización de la ciudadanía sigue vigente.
Después de la Guerra Federal, los liberales negaron a los indígenas la ciudadanía por su condición de bárbaros, salvajes e incivilizados. Los aymaras dirigidos por Willca pactaron con los liberales y a cambio pedían la devolución de sus tierras usurpadas, autogobierno, entre otros. Se deduce que la población indígena formaba parte del paisaje social antes de la llegada de las ideas liberal-burgueses, quienes implantaron un orden racional “burgués”, cuyo principio era orden y progreso. La existencia de tierras comunitarias y la población indígena eran vistas como un obstáculo al proceso de parcelación privada de la tierra. Esta exclusión no solo fue en términos de ciudadanía sino en términos territoriales porque poco después de su asunción al poder, el partido liberal emitió un decreto que prohibía la libre circulación en las principales calles y plazas de las ciudades a todos los indígenas. Sin embargo, a pesar de haber desaparecido la figura concreta del bárbaro o indio, con la Revolución Nacional del 1952, que universalizó la ciudadanía, permanecieron las ideas e imágenes ligadas a la figura del indio, es decir, su sentido de exclusión.
Por eso en momentos de crisis resurgen estas imágenes de otredad del indio como diferente al del ciudadano, y que lleva a este último a excluirlos, apoyándose en criterios de razón y sinrazón, olvidando el verdadero origen material de esta exclusión.
Finalmente, podemos concluir que la democracia para los indígenas no es sinónimo de régimen político, sino una condición social, es ciudadanía como mayoría de edad, pero no edad cronológica sino madurez mental, es pensamiento autónomo como ejercicio de la soberanía del sujeto, es ocupar el espacio material de lo social. El año 2019 discursos como el de la señora Jeanine Áñez, “no permitamos que los salvajes, violentos y arbitrarios vuelvan al poder”, o la división de la sociedad entre: ciudadanos/ cívicos versus masistas/salvajes, refleja ya la desciudadanización a un sector de la sociedad, que no es otra cosa que reducirlos nuevamente a la condición de barbarie-sinrazón y excluirlos del cuerpo social.
(*)Norma Juárez M. es trabajadora social, activista en DDHH