La nueva extrema derecha
En la reciente elección en Italia, se hizo con la mayoría en su Parlamento un partido etnonacionalista.
DIBUJO LIBRE
Los resultados electorales del domingo 25 de septiembre en Italia han dejado ver el creciente apoyo a candidatos y partidos de extrema derecha. En este caso, dio por ganadora a Giorgia Meloni de Fratelli d’ Italia, con alrededor de 26% de votos. Así, su coalición, llamada mediáticamente de ‘centro derecha’, logra la mayoría en las dos cámaras, lo que implica que bajo el sistema electoral italiano parlamentarista se convertiría en la Primera Ministra de Gobierno Italiano.
Un apunte importante que puede parecer repetitivo o superficial, pero desde el análisis de pensamiento crítico es necesario llamar a las cosas por su nombre. Cuando hablamos de política en términos ideológicos y trazamos un tablero político, existe un centro y dos extremos, uno a la derecha y otro a la izquierda. En esta gráfica, bajo ninguna lógica se podría identificar al fascismo con el centro, es decir como una ideología política neutral, porque entonces ¿qué nos esperaría en el extremo? No conozco (y no quiero conocer) nada más extremo que los sucesos acontecidos en la Segunda Guerra Mundial como genocidio y todo tipo de violaciones de derechos. Si bien Italia en su Constitución de 1948 se reivindica antifascista, la fuerza política de Meloni ha abierto la puerta a naturalizar o neutralizar el fascismo.
Vale la pena identificar las características de estas “nuevas” extremas derechas, que son atractivas para algunos electores, pese a su abierta vinculación con ideologías como el ultranacionalismo, el conservadurismo y, en el caso de Meloni, el fascismo.
Esto último debido a que el partido en el que Meloni militó era el Movimiento Social Italiano (MSI), partido que tras la Segunda Guerra Mundial fundaron los que se mantuvieron leales a Mussolini, de lo que posteriormente resultó el partido Fratelli d’ Italia.
A los medios de comunicación, a los organismos multilaterales y a la población en general parece no importarles mucho estos hechos; no lo ven como una potencial amenaza a las democracias y a los derechos, siendo que no se han pronunciado como lo hacen respecto a otros procesos electorales.
En una especie de amnesia colectiva e indignación selectiva, los medios de comunicación en Europa denominan a la coalición partidaria encabezada por Giorgia Meloni como ‘centro destra’ (centro derecha), en un afán de aligerar las cargas ideológicas e históricas del fascismo, naturalizando su intervención y acción política. Parece fácil o quizá conveniente olvidar todas la acciones de genocidio, violación de derechos, el ultranacionalismo y el antisemitismo de exterminio a los judíos en Europa que promovió el fascismo a la cabeza de Mussolini.
Estos movimientos de extrema derecha 2.0, como se refiere Steven Forti llegan además con slogans como “Dios Patria y Familia, no a los lobby LGBT, no a la ideología de género, sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista, sí a fronteras seguras, no a la inmigración masiva, sí a nuestra civilización y no a quienes quieren destruirla” palabras vertidas por la misma Meloni y que incluye en su programa político de 25 puntos, entre los que toca a la familia y la natalidad, para persuadir del aborto a las mujeres, bloqueo naval para llegada de migrantes por vía marítima, y el conservadurismo en los valores, entre otras problemáticas actuales en las que plantea el mismo lineamiento.
Lo sorprendente, al menos para quienes creíamos que como sociedades habíamos avanzado en la concepción de derechos, es que estos discursos conservadores casan muy bien con algunos sectores de la población que ya sea por falta de información clara y veraz o por simpatía, terminan adoptándolos como posibles horizontes de época al apoyarlos con su voto, que en este caso hizo crecer al frente Fratelli d’ Italia de 4% de votación en las elecciones de 2018 a 26 % de votos en 2022.
Un factor que no se puede obviar es el desencanto por la política de la población en general, y que se escucha frecuentemente en Italia debido a los pactos y alianzas para cargos que realiza la clase política, pasando por sobre sus programas o líneas ideológicas por las que alguna vez los apoyaron sus electores. Esto promueve que la gente deje de participar en elecciones y se generen altos índices de abstención, como es el caso de Italia, que tuvo el porcentaje más alto de abstención de su historia republicana con 64% de votantes, casi 10 puntos por debajo de la última elección.
Estos altos índices de abstención demuestran la desconfianza de la población en el sistema político, como legítimo para atender sus demandas, lo que abre la puerta a que aparezcan movimientos ultras o de extrema derecha, presentándose como algo ‘nuevo’ en el sistema político. Ante la necesidad de algo que, al menos en la cabeza del elector, sea percibido como ‘nuevo’ o moderno.
De este modo, el tablero político se desplaza hacia la derecha en Europa, con tres gobiernos de extrema derecha en: Hungría, coalición de partidos ultranacionalistas; Polonia, con una coalición de democracia cristiana ultranacionalista; y, ahora, Italia, con el etnonacionalismo conservador de Meloni. Por otro lado, Suecia incrementó el apoyo en votación al partido de la ultraderecha en las últimas elecciones, con el movimiento Demócratas de Suecia, fundado por un expartidario de las SS nazis, antimigración y antimusulmán. Además de Le Pen en Francia que en abril de 2022 alcanzó 42% de votos en segunda vuelta, perdiendo frente a Macron. De la misma manera, en Portugal la ultraderecha quedó como tercera fuerza política. Y en España, el partido VOX fascista reivindicando el golpe de Estado de Franco, ultranacionalista, antimigrante, antiderechos LGBTIQ, que ha crecido en algunos espacios territoriales y tiene mucha cobertura mediática.
No se trata de entrar en una vorágine pesimista ante este resurgimiento de las extremas derechas en Europa, pero sí comprender lo que esto implica en el mundo. Sin embargo, de una forma diferente, en Latinoamérica podemos decir que estamos en una segunda ola progresista, con AMLO en México, Alberto Fernández en Argentina, Luis Arce en Bolivia, Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia y, probablemente, Lula en Brasil, según las encuestas de intención de voto de la elección que se llevará a cabo hoy 2 de octubre. El resultado de estas elecciones podría fortalecer esta denominada segunda oleada progresista. Empero no se puede dejar de lado que una oleada de este tipo puede generar una contra oleada conservadora en Latinoamérica.
De esta manera, la política no funciona como un hecho aislado e históricamente las corrientes políticas que cobran fuerza en el hemisferio norte, llegan a influenciar de igual manera en nuestro hemisferio sur; debido a la vinculación histórica con occidente, no nos debe sorprender que aparezcan en nuestro continente derechas reencrudecidas extremistas, con actores como Bolsonaro en Brasil, que seguramente se mantendrá en el tablero político como oposición a Lula; Miley en Argentina, que cada vez tiene más llegada con discursos fascistas y fundamentalistas antiderechos; Kast, que llegó a segunda vuelta en Chile, y no olvidemos que en Bolivia también surgieron discursos conservadores religiosos etnonacionalistas (enfocados a la Bolivia blanca) durante el golpe de Estado de 2019 que con biblia en mano y quemando wiphalas se ensalzaban.
Estos movimientos buscan de alguna manera desplazar el eje ideológico a la derecha, para favorecer su participación política y, con la ayuda de los medios y la corta memoria, quedar como una amable nueva ‘centro derecha’ como opción política. Ante eso, no se puede naturalizar el fascismo, y dejarse arrastrar a una corriente de extrema derecha sin duda es una amenaza a las democracias y derechos conseguidos hasta hoy.
(*)Patricia Guzmán C. es politóloga