El golpe, Evo y la continuidad del proceso
La renuncia a la Presidencia fue un acto necesario, políticamente correcto. No existía alternativa viable.
DIBUJO LIBRE
Después del golpe de Estado de noviembre de 2019, desde distintos flancos se viene utilizando como arma arrojadiza las circunstancias tanto de la renuncia a la Presidencia como de la salida de Evo Morales del país. Se habla de “huida” o de haber renunciado a la consigna de “Patria o muerte” o de abandonar a la militancia en medio de la arremetida golpista. En estas líneas, intentaremos hacer un análisis histórico-político objetivo sobre las circunstancias de la renuncia y la salida, y las compararemos con otros hechos históricos similares.
Los sucesos de octubre y noviembre de 2019 estuvieron marcados por el quiebre de la institucionalidad estatal boliviana. Si, como señala Max Weber, el Estado es en esencia el administrador del ejercicio de la coerción, es decir, de la posibilidad del uso legal y legítimo de la fuerza, el éxito de un golpe de Estado depende de arrebatar el control de las Fuerzas Armadas y de la Policía a quienes gobiernen.
En el caso de 2019, se tenía a policías amotinados y a militares pidiendo la renuncia del Presidente constitucional. Si a eso se suma la movilización en varias ciudades, la presencia de grupos paramilitares, el arropamiento de ciertos medios de comunicación y la complicidad de la OEA, entonces, es posible explicar la contundencia del golpe.
¿Hubiese podido Evo Morales gobernar sin la Policía o las FFAA? ¿Tenía él alguna alternativa? ¿A qué costo? No contaba con la obediencia de las Fuerzas Armadas ni de la Policía, le quitaron el control sobre el avión presidencial, aviones de la Fuerza Aérea sobrevolaban distintas regiones sin autorización del Capitán General de las FFAA, que era el Presidente. Se quemaba las casas y se perseguía a autoridades, militantes del MAS, alcaldes y alcaldesas, gobernadores y dirigentes sindicales. A este panorama se sumaba la posibilidad de que las organizaciones sociales se dirigiesen a la sede de gobierno para intentar retomar el control del centro del poder político; con seguridad, la respuesta de militares y policías hubiese provocado una masacre que la derecha, los medios y la OEA hubiesen responsabilizado al gobierno de Evo.
Entonces, la renuncia a la Presidencia fue un acto necesario y fue políticamente correcto. No existía alternativa viable. Pero, ¿qué de la salida del país?, ¿debió Evo entregarse a los golpistas que ya tenían una orden de aprehensión en su contra?, ¿debió inmolarse?, ¿qué era lo que convenía al movimiento popular boliviano?.
Una de las comparaciones más frecuentes es la que se realiza con la muerte del presidente Salvador Allende en la Casa de la Moneda, el 11 de septiembre de 1973. Allende solía decir: “ Ellos creen que eliminando a un hombre, a un político, a un dirigente, el proceso social va a desaparecer. Ese es un error, podrá demorarse, podrá prolongarse, pero a la postre no podrán detenerlo”.
Nada puede reprocharse a Salvador Allende: símbolo de la dignidad y la consecuencia. Sin embargo, la historia demuestra una y otra vez que, por lo menos en América Latina, muchos procesos históricos quedaron truncos producto de la desaparición de ciertos líderes que encarnaron el sentir de un pueblo y dirigieron el curso de la historia.
Otro hubiese sido el destino de la Patria Grande de haber sobrevivido Bolívar a la enfermedad o Sucre a la bala asesina. ¿Cuánto retrasaron los procesos sociales las muertes de Belzu, Alfaro, Willka, Zapata, Villa, Sandino, Gaitán, Roldos o del propio Allende?
También puede leer: El Senado ratificó ascensos a generales de las FFAA y la Policía
Pienso que, por supuesto, otro hubiese sido el destino de Chile de haber sobrevivido Salvador Allende.
Después de su muerte, ese hermano país vive medio siglo de neoliberalismo, con una Constitución escrita por el dictador y un sector de la izquierda o del progresismo domesticado por los poderes del capital.
Asimismo, otro hecho histórico comparable es el asesinato del dirigente político colombiano Jorge Eliécer Gaitán. Su muerte, provocada hace más de 70 años, es una herida que aún no ha sido cerrada y la guerra que todavía sufre Colombia es una de sus consecuencias.
Cuando decimos “Patria o muerte”, no lo hacemos porque buscamos la muerte, no estamos enamorados de ella, estamos enamorados de la vida, de una vida que está dispuesta a quemarse por lo que creemos que es justo, una vida para entregarla a nuestra Patria, sin rehuir a los riesgos de esta entrega, sin descartar nunca que podemos morir en ese propósito.
El Che Guevara vino a Bolivia para luchar por la liberación del continente, estaba dispuesto a entregar la vida, pero no buscaba la muerte. Su asesinato fue una enorme pérdida para los revolucionarios del mundo. Del mismo modo, por el valor de su liderazgo, la CIA intentó asesinar a Fidel Castro en más de 600 ocasiones.
Durante el golpe de Estado contra el comandante Chávez, en abril de 2002, en una crucial llamada telefónica, Fidel le dijo a Chávez: “Pon las condiciones de un trato honorable y digno, y preserva la vida de los hombres que tienes, que son los hombres más leales. No los sacrifiques, ni te sacrifiques tú…¡no te inmoles!”. La sabiduría de Fidel comprendía que en ese momento la suerte de la Revolución Bolivariana estaba atada a la vida del Comandante Chávez.
También puede leer: Ana Colque y el FMI
Fidel relata esas circunstancias que parecen describir la situación boliviana de noviembre de 2019: “Chávez tenía tres alternativas: atrincherarse en Miraflores y resistir hasta la muerte; salir del Palacio e intentar reunirse con el pueblo para desencadenar una resistencia nacional, con ínfimas posibilidades de éxito en aquellas circunstancias; o salir del país sin renunciar ni dimitir para reanudar la lucha con perspectivas reales y rápidas de éxito. Nosotros sugerimos la tercera”.
Evo salvó la vida producto de una decisión política correcta y gracias a la movilización social en el trópico cochabambino y la enorme solidaridad mexicana, argentina, venezolana y cubana. Así las cosas, vale la pena hacerse las siguientes preguntas: ¿se hubiese garantizado la unidad del movimiento popular sin la conducción de Evo desde el exilio?, ¿acaso hemos olvidado las imágenes de algunos dirigentes sociales muy abrazados de los ministros del gobierno de facto?, ¿hubiésemos consolidado el mismo binomio de haber muerto Evo? y, ¿habríamos ganado las elecciones sin Evo como organizador, articulador y jefe de esa campaña electoral?
En medio de los ataques contra Evo, una cosa es clara: su liderazgo es un obstáculo para quienes buscan la destrucción del MAS-IPSP, la división del movimiento popular, la defensa de intereses mezquinos y la restauración del orden neoliberal.
(*)Sacha Llorenti S. es abogado, exministro de Evo Morales