El problema de la polarización
Polarización: problema que se come otros problemas, monstruo que nos convence de que los monstruos somos nosotros
CARA Y SELLO
Esa cena de Navidad fue horrible. Terminó con un montón de gritos entre mi esposo, mis cuñados y sus papás. Les pedimos mil veces que se tranquilizaran, pero no nos hacían caso. Lo único que los escarmentó fue escuchar a las wawas llorar asustadas de tanto grito. Una prima de mi esposo se fue a llorar sola a un cuarto mientras su hija de 13 años la consolaba. ¡13 años! ¿Te imaginas? Una cosa horrible. Desde entonces hablar de política está totalmente prohibido en la familia”. Esta historia me la contó una amiga después de ver los resultados de la encuesta que habíamos hecho: 19% de las y los bolivianos admite haber tenido que cortar lazos por completo con un familiar, amigo o colega por peleas relacionadas con el conflicto de 2019-2020. “Cortar lazos así del todo… no, no lo hemos hecho. Pero la verdad es que las cosas nunca volvieron a ser iguales. Hay una cosa que se ha roto que no sé cómo irán a repararla”.
Autocensura, miedos. Entre noviembre y diciembre de 2022 tuvo lugar la “Primera Encuesta Nacional de Polarización”, realizada por la Fundación ARU a solicitud del proyecto Unámonos, ejecutado por las oficinas en Bolivia de la Fundación Friedrich Ebert (FES) y la Fundación Konrad Adenauer (KAS). Su objetivo es contribuir a mitigar los efectos de la polarización política en el país.
De hecho, el caso de mi amiga encaja mejor con otro dato: 51% afirma que prefiere no hablar de política para evitar peleas con amigos o familiares. Mitad del país autocensurado. También tenemos a más de la mitad del país con miedo: 63% afirma que la crisis de 2019 le ha causado miedo o nervios; 41% tiene miedo a lo que les pueda pasar por los altos niveles de racismo y/o intolerancia política; y 48% cree que, dados los últimos acontecimientos políticos, Bolivia corre el riesgo de dividirse.
Polarización, ese monstruo. La periodista mexicano-estadounidense Mónica Guzmán, que dedica su vida profesional a luchar contra la polarización política, la define como “el problema que se come otros problemas, el monstruo que nos convence de que los monstruos somos nosotros”. La encuesta parece dar pistas de que esto es cierto.
Cuando preguntamos sobre identidades, 36% afirmó que se identifica con su región y 59% dijo que lo hace con algún pueblo indígena; pero cuando les pedimos que pongan sus identidades en orden de importancia, 83% dice que la más importante es la identidad nacional. Solo 9% pone a su identidad regional y 8% a su identidad étnica como las más importantes. ¡El monstruo que nos convence de que el monstruo somos nosotros! Tanto nos han dicho que la polarización se debe a que nuestras identidades regionales o étnicas son incompatibles y resulta que solo 17% de la población antepone su región o su etnicidad a su identidad nacional.
Esto no significa, por ningún motivo, que en Bolivia no exista racismo o regionalismo. Sería absurdo afirmar tal cosa. Significa algo mucho más preocupante: nuestras diferencias y enorme riqueza cultural están siendo utilizadas como un arma para apuntarnos a nosotros mismos. Y aquí es donde “el problema que se come otros problemas” cobra más sentido. La polarización toma los problemas estructurales del país, el racismo prevalente y el centralismo crónico, y los convierte en problema de hinchadas políticas. Usa estos problemas para hacerse más fuerte, no para resolverlos.
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Parece que nuestra polarización se caracteriza, entonces, por una minoría ruidosa y una mayoría autosilenciada. Digo “minoría ruidosa” porque solamente 20% admitió que le gusta entrar a redes sociales para pelearse con quienes no piensan como ellos y 24% admite haber insultado o haber sido insultado en redes por temas políticos.
Elogio de la diversidad. La polarización se parece al proceso de convertir un diverso y colorido bosque, lleno de vida de todo tipo y cantidad de especies diferentes, en un monocultivo donde solo puede existir una especie de árboles, lo que reseca el suelo y nos convierte en alimento de grandes incendios forestales. De la misma forma, la polarización toma un ecosistema social diverso, con numerosas ideas, identidades y cosmovisiones, y lo convierte en un espacio donde solo pueden existir dos formas de vida: “nosotros” y “los otros”. Entonces viene el fuego —una crisis económica, una elección muy reñida o una pandemia— y se incendia todo.
Los bosques que aún mantienen su biodiversidad también sufren incendios, pero su capacidad de recuperarse es mucho más alta gracias a su diversidad, que le ofrece múltiples estrategias para recuperar la vida; en cambio, cuando un incendio arrasa con un monocultivo, deja un suelo desértico e improductivo, donde alguna vez había reinado la vida. Es por eso que, como gran conclusión de este estudio, defendemos un hecho fundamental: nuestra fortaleza es nuestra diversidad. Que no nos la quiten bajo la premisa de que hay un “nosotros” que debe defenderse de “los otros”.
(*)Ana Velasco es coordinadora del proyecto Unámonos