Friday 26 Apr 2024 | Actualizado a 01:06 AM

El problema de la polarización

/ 26 de marzo de 2023 / 07:48

Polarización: problema que se come otros problemas, monstruo que nos convence de que los monstruos somos nosotros

CARA Y SELLO

Esa cena de Navidad fue horrible. Terminó con un montón de gritos entre mi esposo, mis cuñados y sus papás. Les pedimos mil veces que se tranquilizaran, pero no nos hacían caso. Lo único que los escarmentó fue escuchar a las wawas llorar asustadas de tanto grito. Una prima de mi esposo se fue a llorar sola a un cuarto mientras su hija de 13 años la consolaba. ¡13 años! ¿Te imaginas? Una cosa horrible. Desde entonces hablar de política está totalmente prohibido en la familia”. Esta historia me la contó una amiga después de ver los resultados de la encuesta que habíamos hecho: 19% de las y los bolivianos admite haber tenido que cortar lazos por completo con un familiar, amigo o colega por peleas relacionadas con el conflicto de 2019-2020. “Cortar lazos así del todo… no, no lo hemos hecho. Pero la verdad es que las cosas nunca volvieron a ser iguales. Hay una cosa que se ha roto que no sé cómo irán a repararla”.

Autocensura, miedos. Entre noviembre y diciembre de 2022 tuvo lugar la “Primera Encuesta Nacional de Polarización”, realizada por la Fundación ARU a solicitud del proyecto Unámonos, ejecutado por las oficinas en Bolivia de la Fundación Friedrich Ebert (FES) y la Fundación Konrad Adenauer (KAS). Su objetivo es contribuir a mitigar los efectos de la polarización política en el país.

De hecho, el caso de mi amiga encaja mejor con otro dato: 51% afirma que prefiere no hablar de política para evitar peleas con amigos o familiares. Mitad del país autocensurado. También tenemos a más de la mitad del país con miedo: 63% afirma que la crisis de 2019 le ha causado miedo o nervios; 41% tiene miedo a lo que les pueda pasar por los altos niveles de racismo y/o intolerancia política; y 48% cree que, dados los últimos acontecimientos políticos, Bolivia corre el riesgo de dividirse.

Polarización, ese monstruo. La periodista mexicano-estadounidense Mónica Guzmán, que dedica su vida profesional a luchar contra la polarización política, la define como “el problema que se come otros problemas, el monstruo que nos convence de que los monstruos somos nosotros”. La encuesta parece dar pistas de que esto es cierto.

Cuando preguntamos sobre identidades, 36% afirmó que se identifica con su región y 59% dijo que lo hace con algún pueblo indígena; pero cuando les pedimos que pongan sus identidades en orden de importancia, 83% dice que la más importante es la identidad nacional. Solo 9% pone a su identidad regional y 8% a su identidad étnica como las más importantes. ¡El monstruo que nos convence de que el monstruo somos nosotros! Tanto nos han dicho que la polarización se debe a que nuestras identidades regionales o étnicas son incompatibles y resulta que solo 17% de la población antepone su región o su etnicidad a su identidad nacional.

Esto no significa, por ningún motivo, que en Bolivia no exista racismo o regionalismo. Sería absurdo afirmar tal cosa. Significa algo mucho más preocupante: nuestras diferencias y enorme riqueza cultural están siendo utilizadas como un arma para apuntarnos a nosotros mismos. Y aquí es donde “el problema que se come otros problemas” cobra más sentido. La polarización toma los problemas estructurales del país, el racismo prevalente y el centralismo crónico, y los convierte en problema de hinchadas políticas. Usa estos problemas para hacerse más fuerte, no para resolverlos.

También puede leer: Hegemonía lingüística de los tribunales internacionales

Parece que nuestra polarización se caracteriza, entonces, por una minoría ruidosa y una mayoría autosilenciada. Digo “minoría ruidosa” porque solamente 20% admitió que le gusta entrar a redes sociales para pelearse con quienes no piensan como ellos y 24% admite haber insultado o haber sido insultado en redes por temas políticos.

Elogio de la diversidad. La polarización se parece al proceso de convertir un diverso y colorido bosque, lleno de vida de todo tipo y cantidad de especies diferentes, en un monocultivo donde solo puede existir una especie de árboles, lo que reseca el suelo y nos convierte en alimento de grandes incendios forestales. De la misma forma, la polarización toma un ecosistema social diverso, con numerosas ideas, identidades y cosmovisiones, y lo convierte en un espacio donde solo pueden existir dos formas de vida: “nosotros” y “los otros”. Entonces viene el fuego —una crisis económica, una elección muy reñida o una pandemia— y se incendia todo.

Los bosques que aún mantienen su biodiversidad también sufren incendios, pero su capacidad de recuperarse es mucho más alta gracias a su diversidad, que le ofrece múltiples estrategias para recuperar la vida; en cambio, cuando un incendio arrasa con un monocultivo, deja un suelo desértico e improductivo, donde alguna vez había reinado la vida. Es por eso que, como gran conclusión de este estudio, defendemos un hecho fundamental: nuestra fortaleza es nuestra diversidad. Que no nos la quiten bajo la premisa de que hay un “nosotros” que debe defenderse de “los otros”.

(*)Ana Velasco es coordinadora del proyecto Unámonos

Temas Relacionados

Tres mitos a desmentir

Las elecciones son el medio que tenemos para repartir el poder de forma justa y pacífica

/ 9 de diciembre de 2020 / 11:57

Foro de Análisis Político de la FES: “Elecciones 2021: el factor regional en la disputa política”

Bolivia está viviendo una de las etapas electorales más largas de su vida democrática. En octubre de 2018, Carlos Mesa anunciaba oficialmente su candidatura a las elecciones de 2019, inaugurando así una prolongada etapa electoral que finalizará en marzo de 2021. Tres años de campañas y elecciones marcadas por el escándalo, la violencia, la muerte y la incertidumbre. En este trajín electoral, en el vértigo que provoca la rapidez de los acontecimientos, el bombardeo de datos y las inestables coyunturas, nos vemos aún enfrentados al desafío de encarar el último hito de este larguísimo episodio electoral: las elecciones subnacionales ¿Qué lecciones podemos llevar de estos últimos tres años? Convendría comenzar por derribar algunos mitos.

Mito #1: El voto oveja

Mucho se especula en el discurso público acerca del “voto duro” o esa idea de que la gente “vota como oveja” según lo que le digan sus dirigentes sociales, los líderes de opinión o alguna otra figura de autoridad. Sin embargo, lo que caracteriza al comportamiento electoral boliviano es una relativa alta volatilidad del voto. Por ejemplo, en 2019, fue la aparición de un político totalmente nuevo lo que en verdad terminaría alterando el panorama electoral. Ese candidato fue Chi Hyun Chung. En solo dos meses, Chi fue capaz de hacer lo que políticos experimentados jamás pudieron hacer en toda su carrera política: obtener un 8% de votación. El grueso de la votación de Chi se concentró en la ciudad de El Alto, quizás por la extensa red de iglesias presbiterianas que existe ahí y de las cuales Chi es presidente. Algunos votantes que escogieron al MAS en las elecciones generales de 2014, decidieron apoyar a Chi en las de 2019; sin embargo, decidieron volver a entregarle su voto al MAS en las de 2020. Según los datos de la iniciativa #EBol20, de 7.6% de votos que el MAS ganó entre 2019 y 2020, 4,5% vinieron de Chi.

Algo muy similar ocurrió en Santa Cruz, otra región que cambió radicalmente su voto entre 2019 y 2020. Comunidad Ciudadana había ganado indiscutiblemente las elecciones en las zonas urbanas del departamento de Santa Cruz en 2019; sin embargo, ante la aparición de un candidato más carismático, CC perdió el voto cruceño. Muchos explican este cambio por el discurso de carácter regionalista de Camacho; sin embargo, en 2019 también estaba en carrera un consagrado político cruceño. ¿Por qué no logró Ortiz en 2019 lo que Camacho logró en 2020? Las razones que hayan motivado a estos cambios tanto en El Alto como en Santa Cruz son dignas de ser estudiadas con seriedad; sin embargo, son muestra clara de que el votante boliviano cambia de prioridades según el contexto, es flexible con su voto y no guarda profundas lealtades a ninguna sigla política.

Por otro lado, lo que está “en juego” durante unas elecciones nacionales no es lo mismo que en las subnacionales. Estas últimas tienden a ser más prácticas, más concentradas en gestión y menos en simbolismos. Por eso las elecciones generales son un mal predictor de las subnacionales, porque el voto es volátil y las elecciones difieren en naturaleza. Cometeríamos un gran error en asumir acríticamente que, si uno u otro partido político ganó las elecciones generales en un municipio, significaría que el mismo partido las ganará automáticamente en el mismo lugar.

Mito #2: Bolivia está dividida ideológicamente entre izquierda y derecha

Existen en Bolivia dos líneas que atraviesan este binario ideológico, casi vaciándolo de sentido. Estas son la identidad y la religión, dos elementos importantes al menos en estas dos últimas elecciones. Aunque en Bolivia la Constitución garantiza la separación

entre iglesia y Estado, esto no significa que haya una separación entre la política y la religión. Según la Encuesta Mundial de Valores realizada en 2017, 84,7% de la población boliviana declaró pertenecer a alguna religión. Cuando se preguntó la adscripción religiosa a personas que se autoidentificaban como indígenas, la pertenencia a iglesias protestantes sube ligeramente, un dato no menor si recordamos el “Efecto Chi” de 2019. 

De la misma forma, 84,1% dice que la religión es muy o bastante importante en su vida. Queda pendiente un trabajo de investigación profundo en esta temática; por ejemplo, ¿qué ha llevado a quienes votaron por la izquierda a dar su voto a un candidato considerado el “Bolsonaro boliviano”? ¿Y por qué estos mismos volvieron a votar por el MAS un año después? O en el caso cruceño, ¿por qué habiendo candidatos de corte regional en 2019, Santa Cruz le dio su voto a CC para luego quitárselo un año después? 

En este sentido, vendría muy bien recordar que las nociones de izquierda y derecha son una muy buena estrategia de marketing político. Ayudan a dividir bien el mercado al estilo “Pepsi vs. Coca Cola”. Pero la realidad es siempre más compleja y el comportamiento humano mucho menos consistente de lo que nos gustaría creer.

Mito #3: Las elecciones son una competencia

Después de tres años de dolorosos conflictos, es difícil ver a la democracia como otra cosa que no sea una despiadada competencia por el poder. Y es verdad que en eso se ha convertido. Pero no fue ese el diseño original. La democracia no es un juego de suma cero donde el que gana se lo lleva todo y el perdedor vuelve con las manos vacías, humillado y derrotado. Las elecciones son la herramienta que tenemos para repartir el poder de forma justa y pacífica. Por muy cursi que suene, en las elecciones todos ganan. En su justa medida. Esto no significa que nuestro sistema sea perfecto.

Necesitamos profundas transformaciones para acercarnos al ideal; pero la transformación urgente es de carácter cultural. Mientras sigamos viendo a las elecciones como un campo de batalla en una guerra por cooptar, monopolizar y excluir a los “perdedores” del poder, las elecciones continuarán siendo un simulacro de una democracia por la que siempre luchamos, pero de la que nunca disfrutamos.

(*) Ana Velasco es politóloga

(**) Tiene una maestría en Manejo de Conflictos Interculturales. Docente universitaria de Ciencias Políticas. Parte del proyecto de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia.

Comparte y opina: