Hacia un debate sin adjetivos sobre Santa Cruz
Imagen: GERSON RIVERO
Las ideas políticas y sus consecuencias prácticas para la gente.
Imagen: GERSON RIVERO
Una mirada sobre la organización societal cruceña y su modelo de poder.
El punto sobre la i
“Pensar es difícil, por eso la mayoría de la gente prefiere juzgar” afirmaba el fundador de la escuela de psicología analítica Carl Gustav Jung. Pensar es una acción que verbaliza el hecho de formar ideas, de establecer representaciones de la realidad, ya sea en palabras escritas o dichas y relacionarlas unas con otras. Para los griegos, en Platón primero, el pensamiento es una actividad desarrollada a partir de las capacidades del intelecto, una conversación interna en la que el alma habla consigo misma: “El acto de pensar no es sino un diálogo que el alma sostiene consigo misma, interrogando y respondiendo, afirmando y negando”. En el otro extremo, Aristóteles conceptualiza de forma opuesta, prioriza la razón, esto es, el encuentro entre el intelecto y la esencia del objeto pensado. Ya en Kant observamos el elemento señalado anteriormente, la representación, el acto de pensar es el representar, y en el representar se muestra el percibir. Heidegger como un corolario imaginado, nos dice que pensar es algo que debemos estar dispuestos a aprender y que se alcanza en el instante en el que nosotros activamos la acción de razonar. En el debate sobre el Modelo Cruceño, se observa más un juzgar que una efectiva acción de pensar, de comprender y racionalizar la discusión.
El Modelo Cruceño no es una cuestión desarrollista/empresarial, tampoco industrial ni productiva en sus factores constitutivos fundamentales. Su naturaleza encierra otros elementos de mayor determinación a su esencia: es una forma de organización societal, también política, de hechos económicos y cooptaciones institucionales. Profundamente conservador en su médula, determinado por una religiosidad verbalizada que incomoda sus acciones diarias; en sentido opuesto, lo económico es ampliamente liberal, individualista, proclive al capitalismo consumista y hoy seducido por las referencias libertarias.
Cuando hoy se refieren al Modelo Cruceño aún se insiste en exhibir particularidades propias de una burguesía industrial. Pero ello no grafica ni define adecuadamente el espacio en disputa y los alcances en una mirada de integralidad sobre la sociedad cruceña toda. El Modelo Cruceño impuesto tiene una forma de preeminencia social, económica y política que beneficia a unas élites que marcan el éxito a partir de la exhibición de satisfacción del factor aspiracional. Metodológicamente construye legitimidades en sus fachadas para actuar con supuestos apoyos, por ello convoca, moviliza, acalora el regionalismo y el cruceñismo como ideología, construye enemigos diversos, imaginarios sociales muy aprensivos, instaura el temor, toma y controla el pleno de la institucionalidad del departamento a tiempo que, también despliega una narrativa discursiva fortalecida por la corporación mediática empresarial de la que es propietaria, allí controla la libertad de prensa que va quedando adherida a quienes privadamente acumularon el capital para conformar sus redes y finalmente, con indolente desapego, se apropia de los recursos económicos de la sociedad.
Desde los espacios más sensatos del pensamiento cruceño, aquellos que se resisten a ser parte del club de relatores de la narrativa tarifada, de los dueños del uso irrestricto del adjetivo injurioso, se argumentan dos líneas, que el Modelo Cruceño es la simbiosis perfecta de los factores tierra, trabajo, capital, tecnología e institucionalidad, una mirada con mayor énfasis en lo productivo. Sin embargo, señalar sobre ello que la institucionalidad es el elemento disruptivo mayor. Sobre la base de la cooptación de esa institucionalidad, precisamente, se construye un modelo que abdica de productivo/empresarial/ desarrollista y transfigura en Modelo de Poder, interventor de una sociedad para la construcción de una superestructura de ventajas económicas, sociales y políticas que los favorece. La superestructura elitaria y de las prerrogativas hoy resiste con odio la intención democratizadora que se propone.
No están en discusión las capacidades productivas de la región, de sus actores más dignos y decorosos, el reclamo alcanza a aquellos que, en su conservadurismo extremo y hoy radical, disocian el orden social, político y económico sobrecargando de beneficios y privilegios a un pequeño grupo.
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En la idea de establecer un continuo de aportaciones al debate del Modelo Cruceño, sumo la referencia oportuna que realiza Pablo Deheza en su razonamiento “Fassil y el ideario cruceño”: “Si bien hoy es moneda común en Santa Cruz la ampliación discursiva hacia lo ´camba´, la mirada de superioridad cultural permanece. Siguiendo con Alcides Parejas, la cultura cruceña tiene la ventaja de ser local; en otras palabras, tiene teóricamente el derecho de imponer las reglas del juego”. Esas reglas del juego son las que exigen un espacio adecuado y propicio para que el modelo se ejecute sin restricciones y controles normativos estatales, se requieren condiciones de libertad autárquica, aquella que coloca las decisiones en manos del grupo dominante. Ahí la pregunta, ¿quiénes constituyen hoy ese conjunto de referencias en dominancia? Y la respuesta señala: aquellos en los que gira la representación política, el poder privado de logias, la oligarquía económica y los pocos clanes familiares que aún quedan e inciden. Allí el modelo de cooptación deja marginados a millones de cruceños que solo pueden circundar productiva y profesionalmente por los bordes de quienes son los propietarios mandantes de este sistema excluyente. No siendo el modelo perfecto, éste avanza hacia su degeneración (como todo modelo) pues ha exacerbado la búsqueda de acumulación económica para abonar con éxito el factor aspiracional y la demanda social. Las condiciones óptimas requeridas, como la libertad de mercado y libertades autárquicas regionales confrontan con un modelo distinto que se impuso en el país desde el año 2006, con lógicas contrarias en lo que hace a la organización societal y que es más colectivista que individual. Por lo tanto, tensiona, resiste y confronta con este.
Hoy esa narrativa ya no tiene columna de soporte. Imaginar un espacio único de lógicas de mercado y sociedades de jerarquías es inviable. La base social de participación, no solo política, sino económica y societal se amplió con la incorporación de nuevos derechos y la extinción de los escalafones sociales y los factores que los suscitaron. El Estado, la sociedad y sus formas de cohabitar se han modificado estructuralmente. La organización societal cruceña del modelo de castas familiares, clanes políticos, oligarquías económicas y poderes privados del formato logias está empobrecida, desplazándose de forma decadente hacia una ineludible democratización social, institucional y política.
Se está buscando otra forma de sociedad, y la búsqueda es sinónimo de libertad.
(*) Jorge Richter es politólogo