Respirar y sacar la voz
Una representación de abuso sexual en el seno de la Iglesia Católica.
“…Tomar de las riendas, no rendirse Al opresor Caminar erguido sin temor Respirar y sacar la voz” Ana Tijoux.
DIBUJO LIBRE
Pasan los días y son cada vez más las denuncias que conocen la luz a raíz de los abusos sexuales cometidos por miembros de la iglesia hacia niñas, niños y adolescentes. Las víctimas, que en aquel entonces eran menores de edad, hoy se arman de valor para respirar y sacar la voz como dice la famosa canción de protesta de Ana Tijoux. Ellas y ellos respiran, sacan la voz y se enfrentan a una institución que ha sido marcada por una práctica sistemática que trata de exculparse utilizando distintos discursos y fundamentos. Es así que también las y los psicólogos nos proponemos analizar estas acciones, siempre en favor de las poblaciones vulnerables y de las víctimas.
Como psicólogos hemos tenido la costumbre de categorizar cualquier comportamiento disruptivo o “disfórico” como lo llamaría el escritor Paul Preciado, justificando por medio de prácticas, ya hoy lejanas, que éstos no eran “normales” y, por lo tanto, configuraban un trastorno mental. La pedofilia también es una de aquellas conductas que se ha decidido colocar dentro del DSM-V: el manual de trastornos mentales que se utiliza como guía sintomática para determinar los diagnósticos en nuestros pacientes. Esta guía no estuvo exenta de críticas desde diferentes posturas. Según ella, la pedofilia se clasifica como parafilia. El sujeto tiene impulsos sexuales o fantasías imaginativas sexualmente estimulantes que involucran la actividad sexual con un niño prepuber (menor a 13-14 años). Sin embargo, para tratar de diferenciarla del abuso sexual se la separa de la pederastia que, según el código penal, sí es considerada una agresión. Esta escisión entre lo que configura un trastorno y lo que conlleva un delito, ha sido durante muchos años un discurso utilizado por profesionales de la salud mental, diciendo que la pedofilia no solo es un trastorno sino que incluso se podría considerar una orientación sexual y que el sujeto que es “pedófilo” puede no delinquir, tratando esta narrativa de obviar la clara relación, en desigualdad de condiciones, entre un adulto y un niño o niña, además de invisibilizar el abuso de poder por parte de un profesor, maestro, tío, padre o sacerdote para someter a aquel que no conoce ni entiende –ni tendría porqué hacerlo a determinada edad– lo que está sucediendo.
Hernán De Arriba, psicoanalista y psiquiatra argentino declara, como respuesta a una colega que justifica la pedofilia en tanto ésta sea considerada orientación sexual o trastorno mental, que “la pedofilia, al igual que la pederastia, configura un delito que implica el sometimiento del otro indefenso.” Esta afirmación exige reflexionar sobre las veces en que nos hemos dejado llevar por un sistema que pretende no problematizar un conflicto que existe y persiste en la sociedad, esto es, el abuso a menores de edad por parte de figuras que aprovechan su posición de superioridad. Por lo tanto, es prioritario desglosar el análisis de estos hechos desde el punto de vista psicológico, teniendo en cuenta los elementos necesarios para su correcto abordaje y evitando no caer en la mirada sesgada que se basa en el deseo de segregar y patologizar a la población para que ésta no sea responsable de los actos que comete.
Las cifras de abusos sexuales cometidos por parte de sacerdotes, pastores o guías religiosos han ido en aumento en los últimos años. Estudios realizados por Child Rights International Networks (CRIN) en 2019 sobre los abusos de la iglesia en Latinoamérica señalan que existen más de 1000 sacerdotes con denuncias, es decir que son casos de los que se tiene conocimiento. Se observa entonces que existe una tendencia por parte de un sector de la iglesia a cometer este tipo de delito. Es aquí donde surgen las siguientes preguntas: ¿Es la condición de sacerdote la que lleva al abuso sexual? ¿Es el voto de celibato, la soledad o la continencia sexual el motivo por el cual se somete a un niño, niña o adolescente y se comete una agresión?
El abuso sexual cometido por un miembro de la iglesia hacia un niño o niña debe analizarse bajo la perspectiva de ser una elección consciente de aprovecharse de un estatus de poder y desde el saberse protegido por una institución. Por lo tanto, el voto de celibato y el aislamiento, al cual los religiosos acceden de forma voluntaria, no puede ser estudiado como el malestar que origina un síntoma, más bien debe ser observado como una decisión por parte de una persona que conoce los alcances y las limitaciones de su profesión. La psicóloga y activista Sonia Almada estudia los motivos por los cuales una persona adulta abusa sexualmente de un menor de edad y afirma que, “el deseo del pederasta por el cuerpo infantil está vinculado a la utilización como objeto del mismo, al sufrimiento que produce, a la amenaza y a la prohibición”.
Teniendo en cuenta las declaraciones de Almada, debemos recordar también el enfoque que desde la psicología se le otorga a la pedofilia, señalando su condición de trastorno mental, ahí se especifica que el deseo por el menor es involuntario, a diferencia de la pederastia donde el abuso es deliberado, llevando así a quien padece este tipo de parafilia a elegir métodos de satisfacer la necesidad sin cometer un delito. Y si bien no es lo regular sino la excepción a la regla, esto ha permitido que se normalice esta situación y se pretenda excusar al abusador, patologizando su condición y evitando enunciar y denunciar un problema.
Es por este motivo que al tratar casos de abuso sexual a menores debemos hablar no únicamente de acompañamiento a las víctimas sino también de prevención, de aquellos elementos que van a permitir que esta situación sea identificada antes de que suceda, y para eso estamos los adultos, los responsables de que las infancias de Bolivia crezcan jugando, aprendiendo y sonriendo en lugar de estar viviendo atravesados por el miedo y la angustia.
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No existe un perfil en el cual podemos categorizar al agresor e identificarlo tachando casillas, pero podemos ser conscientes de las acciones que tenemos con un niño, niña o adolescente en nuestro entorno social. ¿Por qué permitimos que besen a los bebés en la boca? ¿Con quién dejamos a los niños cuando no estamos en casa? ¿Le he enseñado a mi hija un número telefónico en caso de emergencia? Son preguntas sencillas y de sentido común, sin embargo, forman parte de la prevención del abuso infantil en la que nosotros tenemos el rol principal, ya que es desde casa que podemos comenzar a crear dinámicas sociales que nos permitan crecer en comunidad, velando por la seguridad de los más pequeños. Debemos ser conscientes de que las manifestaciones afectivas hacia un menor de edad deben ir siempre de la mano del consentimiento de los padres y madres y de la comodidad del niño, niña o adolescente.
Hoy, quienes fueron niños y niñas a los que se les arrebató la posibilidad de una infancia tranquila deciden alzar la voz para proteger a quienes están en el mismo lugar en el que las víctimas del padre Alfonso Pedrajas estuvieron hace años. Por ello es nuestro deber como psicólogos sacar la voz y ser parte del cambio que permita disminuir la violencia y el abuso infantil, interpelando no únicamente a los agresores sino también al sistema que avala que una persona con poder abuse de su posición, violentando la vida de las y los pequeños de la casa.
(*)Valentina Richter Bonilla es Psicóloga Clínica