Mujeres bolivianas en la política
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Nidya Pesantez, representante de ONU Mujeres, y la socióloga cochabambina, Maria Teresa Zegada, hablan de género, equidad y poder en Bolivia.
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La representante de ONU Mujeres en Bolivia, Nidya Pesantez, y la socióloga cochabambina, María Teresa Zegada, hablan de los desafíos de la igualdad de género en las bregas del poder.
El punto sobre la i
La presencia de la mujer boliviana en la política ha sido relevante desde siempre. Queda la memoria de Bartolina Sisa, luchando junto a su esposo Julián Apaza, Tupac Katari, durante la colonia. Juana Azurduy, liderando combates en las lides independentistas. Adela Zamudio, poeta y adelantada feminista, en cuyo honor se celebra el Día de la Mujer en Bolivia. Ignacia Zeballos, la Tabaco, enfermera y heroína por virtud propia en la Guerra del Chaco. María Barzola, mártir del sindicalismo minero. Lidia Gueiler, la primera presidenta del país. La lista es interminable.
Hoy en día, la organización de mujeres Bartolina Sisa encarna, en buena medida, el largo periplo de las reivindicaciones y luchas de las mujeres que buscan participar en la política y decidir ellas cómo es el país. Piedra sobre piedra, vida tras vida, esta es una construcción que fue, es y seguirá siendo.
Mucho hubo de avances, sin ninguna duda, en cuanto al rol y la participación de las mujeres en la política nacional. No todo son buenas noticias, porque también se observan algunos retrocesos. Conversamos sobre estos temas con la socióloga cochabambina María Teresa Zegada y con la representante de ONU Mujeres en Bolivia, Nidya Pesantez.
“Cuando uno mira el contexto internacional vemos que hemos andado un tanto de la mano con los países de la región. La primera conquista de la participación de las mujeres en las elecciones data de 1945. A veces pensamos que fue con el voto universal, luego de la Revolución de 1952, pero se logró antes, en una convención. Sólo podían participar las mujeres en elecciones municipales, esa fue la limitación. Con todo, a partir de eso ya tenemos algunas mujeres en la política. A nivel legislativo, eso se da después de 1952. Después viene todo este proceso donde, a nivel normativo, hemos dado saltos muy importantes”, dice Zegada.
En relación al último punto mencionado por la socióloga, la representante de ONU Mujeres en el país destaca que “Bolivia tiene algunos elementos bien importantes que han marcado el rumbo para el resto de América Latina. Por ejemplo, la Ley 243, aprobada en 2012, fue la primera ley para erradicar el acoso y la violencia política contra las mujeres. Después de esta ley, años después, el resto de países fueron asumiendo un marco jurídico muy similar. Algunos países hicieron también normas y otros países incluyeron el tema en sus códigos de la democracia o en sus códigos de erradicación de la violencia contra las mujeres. Pero, quien marcó la ruta fue Bolivia y fueron las mujeres bolivianas”.
Pesantez afirma que “hay un agradecimiento de la región y del mundo para América Latina, para Bolivia y para el movimiento de mujeres de Bolivia que fue quien puso el tema en mesa y que después del Estado lo tomó. Eso permitió, por otro lado, el mandato de la paridad y de la interculturalidad en la democracia, que está en la Constitución Política del Estado”.
Ahora bien, ¿hasta qué punto lo normativo se llega a moldear la realidad concreta? Sí, se tiene una importante participación de las mujeres en la Asamblea Legislativa plurinacional. Zegada señala que “a nivel de candidaturas en los legislativos departamentales casi el 50% son mujeres, a nivel de consejos municipales también, aunque han accedido un menos. Se diría que a nivel legislativo nacional y subnacional, hemos logrado el objetivo. Donde se pone complicado el asunto, quizás sea más la realidad, porque no hay la obligatoriedad de una ley, es a nivel de los cargos ejecutivos. Por ejemplo, para ser gobernador o gobernadora, el año 2021, apenas el 8% de las candidaturas fueron mujeres. Ninguna ha llegó al cargo. En las alcaldías, solo un 14% de los candidatos a ejecutivos han sido mujeres y las que han llegado son aún menos. Entonces, ahí se revela en buena medida el lugar donde está la mujer todavía en términos de apoyo electoral y también de selección, o sea, de cómo no las priorizan para llevarlas en las candidaturas, sino en fórmulas, a veces combinadas, acompañando un varón”.
Quizás es bastante decidor el hecho de que necesitemos leyes para obligarnos, como sociedad, a garantizar el lugar equitativo que es propio para las mujeres. Más aún, quizás las leyes no sean por sí suficientes. “Hay problemas muy serios en el momento del ejercicio, de la función. Justo por eso se aprobó esta famosa ley contra el acoso político que, de alguna manera, ha intentado resolver este tema.
Tenemos la ley 243, Contra el Acoso y Violencia Política hacia las Mujeres, y la 348, que es la Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida libre de Violencia. Ambas amparan a la mujer en el ejercicio, pero hay muchos estudios que muestran que las concejalas, por ejemplo, sobre todo del área rural, son objeto permanentemente de discriminación, de rechazo por sus pares varones”, explica Zegada.
“Todavía hay mucho camino por andar. No se trata solamente de tener la ley, sino ver qué está pasando detrás de su aplicación”, añade.
Por su parte, Pesantez considera que “si fuera sólo el Senado, Bolivia se lleva la medalla de oro porque tiene 20 mujeres y 16 varones, pero en el resto no pasa eso. No pasa lo mismo con los cargos de elección que son unipersonales. Ahí sí Bolivia ya tiene una caída muy grande. Por ejemplo, en el caso de las alcaldías, Bolivia es el país número 24 de 29 países en cuanto a participación de mujeres. Eso da cuenta de que algo está pasando, pero no solamente en alcaldías. Cuando hablamos de los gabinetes, Bolivia también está bastante atrás. Está en el puesto 28 de 39 países iberoamericanos que han reportado su información. Entonces, también tenemos 27 países que tienen muchas más mujeres en sus gabinetes”.
La titular de ONU Mujeres prosigue indicando que “hay dos elementos que son claves para garantizar los derechos políticos de las mujeres y para que estos además tengan un impacto en la sociedad. El primero es el número. Necesitamos que haya más mujeres, porque mientras más mujeres existan, hay más posibilidades de generar una masa crítica. Y ahí viene toda la discusión de qué mujeres deben llegar. Así como deben llegar las mujeres más probas, deben llegar los hombres más probos. Si una persona sale de la pobreza, eso ayuda a que el entorno salga de la pobreza porque genera movilidad económica. Lo mismo pasa en la política. Si una mujer ejerce su derecho, tenemos para empezar nuevos modelos, nuevas figuras en la política que ayudan a nuestros niños y a nuestras niñas a tener una visión más clara de la vida que está hecha de por lo menos estas dos partes, hombres y mujeres en toda su diversidad. El otro elemento es si esas mujeres que llegan a los espacios de poder, además llegan con una agenda clara de igualdad de género, en el caso de Bolivia, con una idea clara de la despatriarcalización de la sociedad. Entonces impactamos positivamente, porque la toma de decisiones en la política pública, la definición de los presupuestos, las prioridades del gobierno cambiarían también su eje”.
Ahora bien, las más de las veces lo que se idealiza encuentra sus límites al cotejarse con la dureza de las realidades fácticas. La socióloga cochabambina ilustra este punto cuando recuerda que “una vez, en un trabajo que hice sobre organizaciones sociales y la participación de la mujer, ellas nos decían que existe algo así como una triple jornada que deben enfrentar si quieren hacer política. Primero, deben cumplir con las labores domésticas, que eso es inexcusable en su medio cultural. Segundo, tiene que trabajar, porque hay mujeres comerciantes, agricultoras, que están igual en la labor de aportar a la familia. Así, involucrarse en política sería una triple jornada. Si se dedicaran a formarse políticamente o ser dirigentes en alguna organización social o política, es mucha carga, porque no pueden dispensarlas o dispensarse a sí mismas de sus otras obligaciones. Es muy complicado. Además, están sometidas a esta cultura del acoso, de la descalificación, de la instrumentalización de las mujeres, que se hace en las propias organizaciones. Esta idea de que ellas, si están interviniendo en política, deben ser divorciadas o incluso insinuando que son marimacho. Hay un lenguaje muy discriminador, muy complejo, con el que las mujeres todavía tienen que lidiar si es que participan en estos ámbitos”.
Con todo lo vivido a cuestas, cabe preguntarse por los aprendizajes alcanzados y por dónde trascurre la cuestión en las organizaciones. “Las mujeres siempre han estado muy metidas en la lucha social, pero invisibilizadas porque estaban junto con los varones en las luchas mineras, campesinas y otras. Ellas estaban a la par que los hombres en la brega, como María Barzola y otras que han dado su vida también, pero nunca han tenido un espacio. Entonces surgen las Bartolinas. Ellas decían que formaron su organización porque si están en la de varones no son escuchadas. Siempre somos, decían ellas, portaestandartes u ocupamos las secretarías más domésticas, casi tenemos que cocinar para ellos. Así, crean sus organizaciones de mujeres para darse un lugar. Y eso ha funcionado, porque de pronto, como organización, las Bartolinas están al frente, buscando y encontrando su propio espacio, generando sus propias demandas, etcétera. Hay algo muy parecido en el caso del oriente, donde, por ejemplo, está la Confederación de Pueblo Indígenas de Bolivia (CIDOB), pero las mujeres han tenido que crear también propia organización, la Confederación Nacional de Mujeres Indígenas de Bolivia (CNAMIB). Sentían que, dentro de la CIDOB, si bien aportaban, estaban ahí, pero no tenían una propia voz, ni podían ser escuchadas. Desde su propia organización es que han logrado, de alguna manera, hacerse de espacios, En el ámbito urbano se repite. Por ejemplo, con las mujeres constructoras, es un escenario increíble. Son mujeres muy valientes, que se desempeñ a n como albañiles. Ellas decían, cuando teníamos organización de trabajadores constructores, siempre éramos como invisibilizadas por los hombres y además replegadas a muchos trabajos que no estábamos a la par. Fue cuando crearon su sindicato de trabajadoras de la construcción que lograron apoyo de ONG’s, cursos de formación y muchas cosas que no lograban desde la otra organización”.
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Al levantar la mirada hacia el horizonte, es razonable preguntarse qué viene después de las leyes, de las formas actuales de las organizaciones de mujeres. Cómo sigue el camino por delante. Pesantez señala que entre los desafíos pendientes hacia 2050 “lo más fuerte es generar cambios en el corazón del patriarcado. Estos se expresan en dos elementos básicos. Uno, el tiempo de las mujeres. Las mujeres no son dueñas de su tiempo. Las mujeres trabajan fuera de casa, dentro de casa, trabajan en la comunidad. trabajan en el barrio, todo el tiempo están haciendo cosas para que sus hijos, sus hijas, su esposo, su padre, su madre, su suegra, estén bien. Cuidan a los enfermos, cuidan a las personas, a los adultos mayores, en fin. Todo esto hace que las mujeres tengan menos posibilidades de formarse, especializarse, aceptar cargos de promoción. Muchas mujeres prefieren no aceptar promoción en sus puestos de trabajo porque esa promoción implica más horas de trabajo dentro de las oficinas, sean estas públicas o privadas, y las mujeres no pueden darse ese lujo, entre comillas, porque tienen toda una responsabilidad en casa que no ha sido compartida, no ha sido dividida, redistribuida dentro de las personas que forman el hogar”.
El segundo reto que observa la representante de ONU Mujeres “tiene que ver con él la subordinación del cuerpo de las mujeres. Ahí está la violencia, la violencia física, la violencia psicológica, la violencia sexual, todos los tipos de violencia. Es decir, el poder sobre el cuerpo de las mujeres, la imposibilidad de que las mujeres puedan decidir el número de hijos que quisieran tener, la imposibilidad de que las mujeres tengan acceso a salud, a salud especializada para las mujeres, porque evidentemente mujeres y hombres somos diferentes, pero esa diferencia no puede ser pretexto para la desigualdad en el acceso y el ejercicio de derechos”.
“El tiempo de las mujeres debe ser un tiempo que se redistribuya para que las ellas tengan posibilidades de mejora y así mejorar su entorno; y el cuerpo de las mujeres, para que estén sanas y puedan decidir sobre su cuerpo, su vida”, concluye Pesantez.
(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político