De la fractura orgánica al gobierno social
El expresidente Evo Morales, jefe del MAS, y el presidente Luis Arce.
Tras dos mediciones de fuerza, primero en Lauca Ñ y luego en El Alto, el partido de gobierno encara un nuevo ciclo.
DIBUJO LIBRE
En un lapso de apenas dos semanas, del 4 de octubre – Congreso en Lauca Ñ- al 17 del mismo mes -Cabildo en El Alto-, se terminó de fracturar el Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (IPSP), abriendo frontalmente la disputa política y judicial por la titularidad de la personería del MAS, que es la herramienta legal con la cual, quien la tenga, podrá definir la candidatura y las listas a postular para las elecciones generales del 2025. Esta es la razón instrumental de la aspereza, la virulencia y la violencia del enfrentamiento político que, azorados, espectamos al medio de una comprensible indiferencia ciudadana. Está en juego el poder y los recursos estatales del próximo quinquenio, la máxima y legítima aspiración de cualquier tipo de organización política. Quien busque otros fundamentos y explicaciones, simples o fantasmagóricas, trata de engañar o, peor, se engaña a si mismo. Intentemos explicar de forma razonada.
¿Qué paso en el Congreso del MAS? Lo absolutamente previsible. La Dirección Nacional, en estricto formato de partido político y no de articulación de organizaciones sociales, el origen histórico y la razón del ser político del IPSP, convocó a los afines y en un número controlado (el coliseo no era grande), con el único objetivo de ratificar el liderazgo partidario y la postulación de “único” candidato: Evo Morales. No se reparó en que estas postulaciones deberían hacerse en el marco de elecciones primarias y que tendría que haber una convocatoria a elecciones generales. Esta fue la urgencia y que resultó un apuro porque el TSE acaba de extender este plazo en 6 meses. Así empezó y acabó el Congreso, incluso acortando el tiempo de los tres días y sin que haya una voz crítica o un debate básico, algo infaltable en un congreso social, que si por algo se caracterizan es por el balance político al medio de encendidos discursos y largos recuentos de reclamos y reivindicaciones. En vano los varios anillos de seguridad y ese ambiente de recelo y amenazas, no paso nada. En resumen, el Congreso fue la ratificación de un alicaído y cuestionado liderazgo y el cumplimiento de una formalidad exigida por la ley electoral; debidamente acompañado por nuestro titubeante Tribunal Supremo Electoral.
La respuesta fue el Cabildo de El Alto, que se preparó con la ventaja de saber de antemano los resultados y las debilidades de Lauca Ñ. En ese sentido, fue más medido y tuvo el cuidado de marcar la diferencia frente al personalismo, la estridencia y destacar el protagonismo de las organizaciones matrices como la CSUTCB, los interculturales, Bartolinas, CIDOB y la COB. La novedad saludable, en términos democráticos y propia de la tradición del pueblo boliviano, fue la elaboración de un “Pliego nacional”, que aparte de lo básico (dejó para otra oportunidad un análisis global), como la defensa del gobierno por su carácter legítimo, el reconocimiento de la representatividad de las organizaciones sociales matrices que, al mismo tiempo implica, el rechazo al Congreso de Lauca Ñ y el reclamo sobre la titularidad de la sigla del MAS – IPSP, la aprobación de leyes con financiamiento externo, la industrialización para la sustitución de importaciones y otras cuestiones contingentes, planteo dos reivindicaciones políticas de calado. En particular, nos interesa destacar la necesidad de elaborar una tesis política y la de tener un “gabinete social” por la participación de dirigentes en el gobierno. Esto es especialmente notable, porque si algo olvidó el MAS – IPSP fue el análisis del sentido político de un gobierno montado sobre organizaciones sociales y un ideario nacional popular y que hace años se extravió en las emergencias electorales y los apuros de las reelecciones. Esto, al mismo tiempo, es la pretensión de recuperar la mejor parte de la memoria minera, obrera y campesina inscrita a sangre y fuego en la centenaria lucha social en el país y cuyos principales hitos están en el siglo pasado (por supuesto nadie olvida la fecundidad de las “guerras” del agua y del gas). La propuesta del gabinete social, es la consecuencia de plantear el protagonismo de las organizaciones sociales y que entonces deben estar en el gobierno, aunque no deja de ser un explícito reclamo por mayor coherencia política entre el discurso y la práctica. El cumplimiento de este pliego, al que el presidente Luis Arce se ha comprometido y, sobre todo, de sus enormes consecuencias políticas, solo lo dirá el tiempo y el curso político de este proceso.
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¿Como entendemos y explicamos este laberinto político de un mayúsculo enfrentamiento al interior de la dominante organización político social y a menos de dos años del bicentenario del país? Una primera comprensión sale de una imprescindible contextualización histórica: La historia se marca y divide por ciclos porque, como no podría ser de otra manera, se la entiende y explica distinguiendo acontecimientos que marcan un antes y un después respecto de una serie de hechos continuos; este es el caso del gobierno de 14 años del MAS – Evo del 2006 al 2019. El gobierno democrático y continuo más largo de nuestra historia y, al mismo tiempo, la expresión política de un bloque social popular absolutamente inédito por su articulación, sus resultados electorales y su capacidad política. Este periodo concluyó, abruptamente, con la ruptura institucional de fines del 2019 y que se revierte, al año exacto, noviembre del 2020, con el gobierno electo por mayoría absoluta de Luis Arce y David Choquehuanca. Así se superó la enorme crisis política provocada por un ilegítimo y atrabiliario gobierno transitorio, pero dejaron las graves secuelas económicas y sanitarias del desgraciado año 2020 a un emergente gobierno que recupera para el MAS – IPSP el gobierno y que debe formarse, ineludiblemente, al medio de una transición: Vuelve el MAS al mando de un personaje clave de la exitosa economía política, pero relegando el liderazgo indígena a un segundo puesto. Atropellados por los acontecimientos, empieza otra historia, porque la historia es así, aleatoria, compleja y definitiva, los hechos se imponen y arman concatenaciones que marcan ciclos, sino épocas, independientemente de los juicios de valor que tengamos sobre hechos, acontecimientos y actores.
Esta concatenación compleja de hechos violentos, dramáticos y de profundos alcances políticos es lo que hace tan difícil nuestra comprensión de los acontecimientos y es parte central de la crisis que ha fracturado al MAS. A nuestro entender, la principal dificultad u obstáculo mental es que no puede asimilarse el radical cambio en la coyuntura que, lejos de nuestra voluntad, nos tiene frente a un nuevo ciclo político que no podemos comprender y menos afrontar con el repertorio de ideas y posturas de antes del 2019. Esta es la primera explicación de por qué la crisis política y orgánica ha derivado en un penoso repertorio de acusaciones, denuncias, insultos, agravios y violencia física, que solo muestra la enorme incapacidad y las limitaciones intelectuales de razonar la política, convertirla en argumentos y luego en postulados. La segunda explicación es que la disputa por el poder, en especial, al interior de un mismo bloque -con la oposición, si existiera, el enfrentamiento habría sido a partir del próximo año y no tendría estos ribetes de violencia- tiene este lado duro, descarnado e inescrupuloso que no repara en consideraciones éticas o estéticas porque, aparentemente, de la definición de estos enfrentamientos dependen la existencia política de unos y de otros. La tercera, y propia de este análisis, es que estando, precisamente, en los inicios del nuevo ciclo todo empieza a repensarse, valorarse y replantear. Esta es la parte saludable y promisoria de este tiempo de crisis y apertura, pero sus resultados dependen de la calidad y la coherencia de los análisis y las prospectivas y, sobre todo, de la seriedad con que los principales actores políticos asuman la crítica y la autocrítica.
Jallalla Bolivia.
(*)José de la Fuente Jería es abogado