La cuestión de aguilera
Comisión de la Asamblea cruceña analiza proyecto sobre suplencia de Camacho
El autor reflexiona sobre la situación del camachismo en la coyuntura.
Dibujo libre
Una amiga activista, inicialmente del 21F y luego partidaria de Creemos, me dice: “mi admiración por Camacho sigue intacta, pero los que lo conocemos sabemos que su ego es más grande que su tamaño. Por eso yo apoyo a (Mario) Aguilera”.
Sabiendo de su afiliación yo le había hecho una pregunta en son de broma: ¿sos team Camacho o team Aguilera? La misma sirvió de detonante para un desahogo que me sirve para ejemplificar el momento que vive hoy el partido de Luis Fernando Camacho tras el fallo judicial que permitió la asunción de su vicegobernador en calidad de gobernador bajo la figura de una “suplencia legal”.
Luego de esa y otras frases lapidarias, como “Camacho decepcionó a varios; nos hizo llorar” o “a todos nos da pena que esté preso, pero él se lo buscó sabiendo que lo venían persiguiendo”.
Y si bien una sola persona no es un número representativo, la activista resume parte de las discusiones que se dan hoy por hoy tanto en grupos de WhatsApp, como en otras redes sociales.
En el caso de Santa Cruz, la suplencia de Camacho ha dejado en segundo plano los bloqueos contra el prorroguismo judicial que impulsa el evismo. En Santa Cruz, ese tema ha quedado como un asunto de “allá del occidente”.
Luis Fernando Camacho, que llegó a la gobernación cruceña con el 55,64% de los votos en las elecciones subnacionales de 2021, oficialmente deja de ser la primera autoridad del departamento, aunque en teoría es temporal.
En menos de 5 años, el líder cívico que asombró al mundo por provocar la caída de Evo Morales ha tenido una trayectoria similar a una montaña rusa y, sin duda, se encuentra en sus horas más bajas. Detenido, con su partido dividido y sin el cargo oficial que le otorgaba sus últimos cinco pesos de poder.
¿Qué pasa en Santa Cruz?, me preguntan colegas de otros departamentos. Y es que la popularidad de Camacho se convirtió en un sinónimo de “lo cruceño”. Particularmente, siempre he tratado objetivamente de dejar sentado que esa asociación no corresponde a la realidad de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y menos del departamento de Santa Cruz.
Recurriendo nuevamente a mi amiga activista, ella dice “no importa Camacho, pero yo siempre me voy a sumar a la lucha por ‘defender Santa Cruz’”. Y así, da igual oponerse a Jhonny Fernández, a Evo Morales, a Luis Arce, a Carlos Mesa, a María Galindo, un tik toker colombiano o cualquiera que tenga la osadía de criticar a la sociedad cruceña o lo que el camachismo interpreta como tal; se interpreta como una defensa de lo regional.
Hemos convivido con eso desde la caída de Goni, cuando las fuerzas neoliberales rescatan convenientemente la histórica y justa demanda de autonomía, primero frente a Carlos Mesa y posteriormente a Evo Morales.
De esa manera se ha establecido en la agenda mediática que “lo cruceño” tiene que ver con las fuerzas conservadoras tradicionales, que manejan los medios de comunicación, las instituciones, la banca y gran parte del capital generado en el departamento, aunque cada vez menos hegemónico en este último caso.
Insisto en que para hacer un análisis objetivo y no “mentirnos a nosotros mismos” hay que primero admitir que Santa Cruz es mucho más que eso. El censo del 2012 ya revelaba que el 60% de los habitantes del departamento son migrantes y seguramente el censo de este año mostrará un porcentaje superior. Objetivamente, el voto migrante es decisivo en gran parte del departamento.
Sin duda, los masivos cabildos, los paros y otras manifestaciones políticas fueron populares, su convocatoria sigue siendo engañosa. Y de hecho se reflejan luego en el voto. La hegemonía de Camacho no fue tal en las elecciones. Si bien ese 55% le permitió no ir a segunda vuelta, la Asamblea Legislativa quedó empatada en cuanto a representantes.
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En las elecciones municipales, finalmente ganó Jhonny Fernández, con un fuerte apoyo del voto migrante y casi puedo afirmar que saldrá fortalecido del intento de revocatorio que se ha activado contra su gestión, que, por cierto, deja mucho que desear.
Esa lectura política, me parece que es una cuenta pendiente en la dirigencia política local e incluso nacional. De todas maneras, mediáticamente sigue establecido que el camachismo es “lo cruceño”. Pero llegamos a un punto de inflexión con Mario Aguilera.
Diría que Aguilera es un representante mucho más genuino de la élite tradicional cruceña que el propio Camacho. Desde el apellido, todavía muy importante en esas esferas, pasando por su trayectoria, vinculaciones familiares, empresariales o institucionales. Es decir, su “cruceñismo” pasa cualquier filtro tradicionalista. Aun así, está siendo tratado como “vendido al MAS”, “traidor” y otros epítetos denigrantes por parte del camachismo más radical.
Para ilustrar a lo que me refiero, cuando Jhonny Fernández desafía al Comité Interinstitucional por el Censo, también es acusado de “traidor”, pero desde el radicalismo comienzan a hacerle resaltar su origen “colla”, como un argumento más para descalificarlo. Con Mario Aguilera no pueden hacer lo mismo y ahí es donde se genera un parteaguas, porque las bases de Creemos comienzan a dividir su opinión y la balanza se va reacomodando.
Ahora aparecen acusaciones contra Camacho por haber colocado en la gobernación a “gente que no ha luchado en las calles” y dejar de lado a los que sí lo hicieron. Aguilera oportunamente anuncia una auditoría y recibe el aplauso de los partidarios de Creemos que han decidido apoyarlo y empiezan a circular denuncias de malos manejos, nepotismo o corrupción en el Gobierno Departamental cruceño.
No obstante, a instancia de Camacho, hay otra parte de Creemos que lo considera un traidor vendido al gobierno de Luis Arce. Está claro que los operadores políticos externos se hacen una fiesta con esta situación y está clara también la influencia del Órgano Judicial en este momento, no solo en este caso sino en toda la política nacional.
Mientras tanto, la mayoría del “pueblo” mira de palco. ¿Qué vendrá después? Quien sabe.
(*)Gerson Rivero es periodista