Dramas olímpicos y reflexiones liberales
Imagen: rrss
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Un diálogo sobre temas de actualidad con el filósofo y economista Luis Claros.
El Punto sobre la i
La reciente inauguración de los Juegos Olímpicos en París no solo captó la atención mundial por su despliegue visual, sino también por la controversia que suscitó respecto a su mensaje cultural y simbólico. Mientras algunos aplauden la puesta en escena como un acto de reivindicación de las diversidades históricamente excluidas, otros la critican por ser demasiado provocadora y divisiva.
La polémica se instaló con las imágenes de una representación de María Antonieta, la decapitada reina francesa del Siglo XVIII, sosteniendo su crisma mientras la banda de heavy metal Gojira sacudía las pantallas del mundo. La cosa llegó luego a una suerte de climax cuando una bacanal griega fue escenificada, semejando la última cena de Jesús, pintada por Leonardo da Vinci, con un conjunto de drag queens como protagonistas.
“Claramente, nunca hubo la intención de mostrar falta de respeto a ningún grupo religioso. Al contrario, creo que con Thomas Jolly (el director artístico de los Juegos Olímpicos 2024), realmente intentamos celebrar la tolerancia comunitaria”, dijo Anne Descamps, portavoz de los organizadores. “Al observar el resultado de las encuestas, creemos que este objetivo se logró. Si la gente se ha sentido ofendida, por supuesto, lo lamentamos mucho, mucho”, añadió.
La performance de Gojira fue acusada de ser un acto satánico. El vocalista y guitarrista de la banda, Joe Duplantier, desestimó tal situación en una entrevista con Rolling Stone. “No es nada de eso”, dijo. “Es historia francesa, es el encanto francés. Vos sabes, gente decapitada, vino tinto y sangre por todos lados. Es romántico, es normal”. Los fanáticos de Twilight pueden darse por reivindicados con eso.
A lo largo de la semana el ánimo controversial no aminoró y se sumaron al centro de la atención las boxeadoras Imane Khelif y Lin Yu-ting, ambas cuestionadas por temas de género. Incontables horas de pantalla vienen sido consumidas desde todas partes del mundo y los pulgares en los celulares no dejan de emitir criterios a favor o en contra de lo que muestran los Juegos Olímpicos de París.
El debate, con meridiana claridad, va más allá de lo deportivo. Están en disputa los sentidos comunes de la época en medio de un mundo que acelera el paso de sus transformaciones luego de la pandemia y ahora con las guerras en Europa del Este y Oriente Medio.
En este contexto, Luis Claros, filósofo y economista investigador de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), analiza el trasfondo de esta polémica y su conexión con debates más amplios sobre las nociones del liberalismo y las tensiones ideológicas que atraviesan el mundo actual.
¿Cómo se entiende la polémica desatada por la presencia de personas transexuales en la ceremonia de inauguración de las Olimpiadas? Es interesante que sea una puesta en escena de una diversidad negada.
En ese sentido, yo no lo veo con tan malos ojos. Por ejemplo, había varias figuras femeninas. Si era poner algunas estatuas femeninas, considerando que de unas doscientas treinta estatuas que hay en París, solo cuarenta corresponden a mujeres, entonces en la inauguración era mostrar ese lado de la historia bastante negado y disminuido.
En ese sentido me parece interesante. No sé si la inauguración de unos Juegos Olímpicos es el mejor lugar para eso, pero creo que cualquier lugar potencialmente es un espacio donde se pueden disputar las representaciones. Disputar la primacía simbólica de lo masculino en la historia oficial creo que es algo que se puede hacer en distintos espacios. Me parece interesante la intención de la inauguración, aunque no sé si fue efectiva.
Lo mismo podría decirse en relación a la diversidad sexual o incluso a este otro tipo de diversidad que tiene que ver con lo que en cierto momento se llamaba personas con capacidades diferentes o personas con discapacidad, que también se relaciona con los Juegos Paralímpicos.
Ahora, tal vez la forma estética ha sido un poco chocante y, en ese sentido, lejos de lograr su objetivo, quizás genera el efecto contrario, un efecto de rechazo. Pero no hay que perder de vista que el efecto de rechazo es principalmente motivado por sectores ultraconservadores.
Más allá de que me ha parecido aburrida la inauguración por larga y por el protocolo, me resulta interesante lo que han hecho en París. Porque, además, recordando por ejemplo la inauguración de las Olimpiadas de Londres en 2012, que fue más lúdica con James Bond y todas esas figuras, pero ahí, por ejemplo, una de las figuras protagonistas fue la reina. Evidentemente nadie dijo nada, todo el mundo feliz. Estamos hablando de una monarquía en el siglo XXI y la reina fue aclamada. En ese sentido, es interesante la contraposición donde tienes a María Antonieta decapitada.
Así, entre la reivindicación de una monarquía medio parasitaria en Inglaterra versus la República, que tiene como gesto la figura de María Antonieta sin cabeza, yo prefiero mil veces París a Londres.
Algunos pensadores hablan una exacerbación del liberalismo en nuestros días. ¿Es esto así?
En la historia contemporánea se atraviesan dos tradiciones, la del liberalismo político y la del liberalismo económico. Esto es recurrente. De hecho, Adam Smith, va a ser igualmente uno de los articuladores del liberalismo político. Pienso que hay que mantener cierta distinción, más allá de que se entrelazan en varios puntos, se solapan, se confunden. Creo que es útil mantener la diferenciación.
Una cosa es el liberalismo político, justamente vinculado al imaginario de la igualdad, que es el imaginario que se abre con la revolución democrática. Era parte de los protagonistas de la inauguración de París, era la reivindicación de su tradición democrática, de la Revolución Francesa, más allá de lo que ocurrió luego con el Terror. Y otra cosa, ligada pero discernible, es el liberalismo económico.
Esto es importante especialmente en contextos contemporáneos, donde un ultraliberalismo económico va ganando cada vez más peso político, estilo Javier Milei. Los libertarios que agarran el discurso liberal- económico de la Escuela Austriaca y lo radicalizan en sus formas tipo Murray Rothbard y todos estos economistas de raíz miseana, seguidores más de Ludwig von Mises que de Friedrich Hayek.
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Ese liberalismo, en el que efectivamente se piensa en un individualismo exacerbado, vinculado a la idea de propiedad, puede ser un liberalismo erosionador. Pero el otro liberalismo, vinculado más bien a la extensión de relaciones de igualdad, creo que es un liberalismo con el cual se puede, desde posiciones de izquierda, dialogar y articular cosas. De hecho, históricamente se ha articulado.
Ahora bien, lo que creo está en el centro de la discusión, cuando se habla de este tema, que es lo que ha generado controversia respecto al supuesto respeto a la religión o el respeto a ciertas tradiciones o a la familia, creo que ahí hay un núcleo más bien conservador que no es liberal. Cuando hay esta defensa férrea de la familia, hay un lado más bien no liberal, sino claramente conservador.
Y que no se contrapone necesariamente a un individualismo exacerbado, porque las formas alternativas de organización de las relaciones sexuales y de otras relaciones de parentesco, no necesariamente la familia nuclear, también reivindican cierta forma de colectividad. De hecho, no es casual que muchos de los grupos se llamen a sí mismos o se autodefinen como colectivos, porque son colectivos y funcionan como colectivos.
Más bien en esos grupos que reivindican la diversidad, no necesariamente existe una reivindicación de un individualismo exacerbado, ni metodológico, ni epistemológico, ni de ningún tipo. Entonces, yo mantendría cierta distinción entre un liberalismo político, de la tradición más del liberalismo clásico relacionado al imaginario de la igualdad, y estas otras expresiones que tratan de pensar esa diversidad como si fuera hiper individualizante.
Cuando se vuelven riesgosas estas tendencias es cuando no solo se limitan a derribar barreras, sino cuando más bien tratan de empezar a legislar. Estoy pensando en todas esas políticas de la cancelación, por ejemplo. Eso me parece fatal, porque desde posiciones que en principio deberían estar llamadas a romper barreras, pasan a imponer barreras. Es decir, de reivindicar un poder hacer, es decir, una forma de libertad además positiva, pasan a limitar otras formas de hacer, a censurar. Y ahí es donde creo que entramos en medio de un juego perverso.
Y eso se vuelve más perverso cuando estos movimientos en principio progresistas buscan llevar sus demandas a partir de la penalización de aquellos que se le oponen. Y ahí es donde todo se perdió. Es decir, cuando estos grupos progresistas empiezan a usar los mecanismos represivos del Estado a su favor. Y ahí ya, en lugar de ser progresistas, se transforman en represivos, en el mal sentido.
¿Cómo aparecen en todo esto los libertarios y paleolibertarios?
Siempre es más complicado de lo que en principio parece. Ahí cito a uno de los paleolibertarios de cierta cuña, que es justamente Murray Rothbard, que es un gran referente de Milei. En cierto momento de su trayectoria, Rothbard era un defensor de las libertades sexuales y todo eso. Hace poco leí un texto suyo de 1967, pocos días después del asesinato del Che Guevara, donde justamente había una reivindicación muy marcada de la figura del Che.
Veía en él a alguien que se impone a los grandes poderes imperiales, al imperialismo. Todavía no era paleolibertario, pero entendía a Guevara en clave libertaria, como una figura que se opone a los grandes poderes. Luego va a ser que Rothbard gira hacia un discurso hiper conservador en el plano social.
Las trayectorias son complejas. Puede haber cierto libertarianismo económico, no necesariamente paleolibertario, como en el propio Rothbard en cierto momento. Y puede haber un libertarianismo más bien hiper conservador. Y ahí también hay que matizar algunas cosas.
Con todo, gran parte de los lugares donde pega el libertarianismo son comunas. En Estados Unidos, por ejemplo, son lugares de poblaciones pequeñas, con cierta población más bien super arraigada al territorio, donde más bien ahí hay un lugar medio proclive para ese tipo de discursos.
¿Cómo queda la idea de la democracia liberal como el fin de la historia, tal como planteó Francis Fukuyama?
Una narrativa que en cierto momento parecía asentarse, pero que entró rápidamente en crisis. El propio Fukuyama retrocede sobre sus propios pasos, no muchos años después. Y, de hecho, todo el tema de la ideología, que nosotros hemos visto caer porque hemos tenido toda esta oleada del mal llamado socialismo del siglo XXI, con vocación de poder y que representan un imaginario extendido de igualdad y altamente democratizante.
Más bien nosotros hemos tenido, y Bolivia es un lindo ejemplo de ello, por lo menos entre el 2005 y el 2009, una oleada democratizante justamente crítica de la democracia liberal, aunque al final termina sosteniendo todavía la misma. Pero en principio era crítica de la democracia liberal mostrando más bien otras tradiciones democráticas en nuestro medio, que tienen larga data: el sindicato, la comunidad, las asambleas, etcétera.
Lo que ocurre en realidad es que hay varias formas de pensar la democracia, de ejercerla, que van a estar siempre en disputa. A momentos pueden articularse, que es el gran proyecto de nuestra Constitución Política del Estado, producir una articulación de diversas formas de ejercicio democrático que en parte se ha logrado y en parte ha fallado también.
En general, está abierta esa agenda. En ese sentido yo creo que sigue vigente la agenda contestataria, de que la democracia liberal no es la única forma de ejercicio democrático y que de hecho más bien sigue siendo una forma minimalista del ejercicio democrático que termina mediante la simple rotación de élites o, finalmente, en la simple rotación de puestos estatales. Esto termina disminuyendo lo que debería de ser la sustancia de todo proceso democrático, que es la extensión a diversos ámbitos de la vida social, de relaciones de igualdad. La democracia liberal puede ser útil para avanzar, pero sólo si no se la toma como la única forma, si no se la toma como la panacea, como lo único existente.
Cuando la democracia liberal se toma como democracia perfecta, lo que ocurre es una anulación de la democratización en sí misma.
La democracia no solo se ve en el ámbito de la elección de autoridades para el Estado o para el gobierno, sino que también la democracia puede y debe avanzar hacia otros sectores, debe avanzar hacia las escuelas, debe avanzar hacia la universidad, debe avanzar hacia las fábricas, debe avanzar hacia la familia. Entonces, ahí está lo sustancial y ahí es donde claramente no podemos hablar nunca de la realización de los espacios en los que puede extenderse la lógica democrática. Entonces, fin de la historia, eso sí es ideología en el mal sentido de la palabra.
(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político