Sunday 8 Dec 2024 | Actualizado a 11:37 AM

La degradación del debate político

/ 19 de octubre de 2024 / 21:34

Quya Reyna y Carlos Saavedra diseccionan el deterioro de los discursos de quienes pugnan por el poder.

Bolivia, que vivió una revolución política y social que captó la atención mundial, se encuentra hoy sumida en una profunda crisis de representación y liderazgo. El país que hace dos décadas inauguraba un nuevo capítulo en su historia, con la llegada al poder del presidente Evo Morales y la promesa de un Estado Plurinacional inclusivo, ahora enfrenta un panorama político desgastado, marcado por discursos vacíos, el debate venido a menos y pugnas dentro del oficialismo que vienen erosionado la confianza ciudadana.

En este contexto de incertidumbre y desencanto, es necesario analizar con serenidad las raíces y consecuencias de esta crisis política. ¿Cómo ha evolucionado el debate público en Bolivia? ¿Qué papel juegan las mujeres en este escenario político cambiante? ¿Cuáles son las perspectivas para el futuro cercano del país? Para abordar estas interrogantes, hemos consultado a dos destacados analistas políticos bolivianos: Quya Reyna, comunicadora y escritora alteña, y Carlos Saavedra, reconocido politólogo e investigador. Sus visiones complementarias nos ofrecen un panorama completo de la compleja realidad política que atraviesa el país, permitiéndonos vislumbrar los desafíos y posibles caminos que se abren hacia el futuro.

El deterioro

Quya Reyna observa que»ya hemos pasado de aspectos partidistas a aspectos personales, y ahí es donde ves la máxima degradación de la política». Las acusaciones entre Evo Morales y Luis Arce, quienes representan dos facciones enfrentadas dentro del partido de gobierno, han erosionado la imagen del MAS como movimiento de cambio social y cultural. En lugar de discutir políticas públicas o propuestas económicas, se ha centrado el debate en temas como infidelidades, acoso sexual e incluso casos de estupro, involucrando a menores de edad. Esto ha banalizado y dejado de lado los problemas de fondo que enfrenta Bolivia, como la situación económica y la desconfianza creciente hacia las instituciones públicas.

Por su parte, Carlos Saavedra coincide en que el panorama político boliviano está marcado por un «fin de ciclo». «Estamos en un momento de lo burdo, de la degradación, en el cual el debate político ha caído al nivel más bajo, más ordinario, más vulgar», menciona. Para Saavedra, la política boliviana ha perdido su esencia, aquella de los primeros años del MAS, cuando el discurso giraba en torno a la descolonización, el antiimperialismo y la inclusión de los pueblos indígenas. Hoy en día, ni el MAS ni las oposiciones presentan una visión clara de futuro. «Hoy estamos huérfanos de sueños… no hay una discusión política sobre cuál es el horizonte imaginado que quieren los distintos actores de la sociedad», agrega el politólogo.

El desgaste de los discursos y del debate

El desgaste de los discursos del MAS y las oposiciones es uno de los temas centrales en el análisis de la crisis política en Bolivia. Tanto el MAS como los partidos opositores han visto cómo sus narrativas se han agotado, perdiendo la capacidad de movilizar a la población y responder a los problemas actuales. Esta situación del debate refleja una falta de renovación ideológica, una desconexión con las demandas de la sociedad y, en muchos casos, una vuelta a fórmulas que ya no resultan viables en el contexto actual.

En el caso del MAS, Quya Reyna señala que lo que alguna vez fue un discurso poderoso, basado en la reivindicación de los derechos indígenas y populares, ha quedado obsoleto. «El indigenismo murió con Evo Morales», afirma, en referencia a la narrativa que posicionaba al MAS como el partido que encarnaba la lucha de los pueblos indígenas por la justicia social y política. Si bien el gobierno de Evo Morales logró cambios significativos, como la inclusión de sectores históricamente marginados y la implementación de políticas sociales redistributivas, el desgaste de su liderazgo y las disputas internas han debilitado este proyecto. Según Reyna, los jóvenes ya no ven en el MAS una opción viable y buscan liderazgos nuevos que se distancien de las antiguas promesas incumplidas.

La crisis en el MAS se ha acentuado tras el enfrentamiento entre Evo Morales y el presidente, Luis Arce. Ambos lideran facciones que se acusan mutuamente de traición, corrupción y abuso de poder, lo que ha fragmentado al partido y lo ha alejado de sus bases tradicionales. Carlos Saavedra destaca que el MAS no ha logrado articular un proyecto para el «segundo momento del Estado plurinacional», lo que ha generado una pérdida de rumbo ideológico.

Oposiciones

Por otro lado, las oposiciones no han sido capaces de capitalizar el declive del MAS. Saavedra menciona que las oposiciones más radicales, como las representadas por figuras como Fernando Camacho, no han ofrecido un proyecto alternativo viable. En lugar de ello, se han limitado a proponer una «restauración conservadora», que busca regresar a un orden político dominado por las élites empresariales y urbanas, ignorando las demandas de las clases populares e indígenas.

Las propuestas de otros líderes opositores, como Samuel Doria Medina, tampoco logran responder a las necesidades del país. Su enfoque en el liberalismo económico y la reducción del Estado, en línea con las políticas neoliberales de los años 90 del siglo pasado, se percibe como insuficiente en un contexto donde la pobreza, la desigualdad y el acceso a servicios básicos son los principales desafíos. «Es el mileísmo mal entendido», señala Reyna, en referencia a la influencia de la figura de Javier Milei en la región. Aunque el liberalismo puede tener cierto atractivo entre sectores empresariales, no ofrece soluciones a las crisis estructurales que enfrenta Bolivia, ni contempla las necesidades sociales y culturales del país.

El rol de la mujer

Si bien Bolivia ha sido reconocida por ser uno de los países con mayor paridad de género en su sistema político, este logro cuantitativo no se ha traducido en un verdadero empoderamiento femenino dentro de las estructuras de poder. La paridad de género, consagrada en la Constitución de 2009 y que hoy se refleja en la Asamblea Legislativa Plurinacional, no ha logrado erradicar las prácticas patriarcales que siguen predominando en el ámbito político.

Quya Reyna critica el uso de la paridad como una mera «pantalla» que oculta las verdaderas dinámicas de poder. «Nos hemos reducido a simples pantallas… la paridad es una cuota de género, pero si no representan a estas mujeres las luchas y no tienen un discurso o posición, van a ser arrinconadas por los liderazgos masculinos», asegura. Para Reyna, la cuota de género ha servido más para cumplir con una exigencia legal que para garantizar una participación efectiva de las mujeres en el debate de fondo y la toma de decisiones. Este fenómeno es visible tanto en el MAS como en las oposiciones, donde las mujeres han sido instrumentalizadas, muchas veces enviadas al frente de las batallas políticas más duras, pero sin un verdadero poder de acción o autonomía.

Un ejemplo claro de esta instrumentalización es el rol de las mujeres en las disputas internas del MAS. Las legisladoras han sido protagonistas de enfrentamientos físicos y verbales en la Asamblea Legislativa Plurinacional, con una exposición mediática que refuerza estereotipos sexistas. Reyna subraya que muchas de estas mujeres son utilizadas como «peones de pugnas políticas» entre los líderes masculinos, quienes deciden qué leyes se aprueban o rechazan, manipulando a las legisladoras según sus intereses. Así, las mujeres no tienen la posibilidad de articular sus propias agendas ni de abordar temas que les son fundamentales, como la violencia de género o la desigualdad.

Cultura patriarcal en debate

Carlos Saavedra, coincide con este análisis y añade que Bolivia sigue siendo un país profundamente patriarcal, donde la política sigue siendo «falocéntrica». Para Saavedra, a pesar de los avances legislativos en favor de la paridad, «el orden patriarcal de conducción política no se ha tocado». Las mujeres en política, señala, siguen enfrentándose a un sistema donde los hombres dominan los espacios de poder y donde su rol es constantemente minimizado o instrumentalizado. En los recientes conflictos internos del MAS, este patrón se ha revelado de manera alarmante, con casos de acoso y abuso sexual que involucran a mujeres jóvenes y niñas, utilizados como armas políticas en el enfrentamiento entre las facciones de Evo Morales y Luis Arce.

A pesar de estos avances formales, la realidad de la mujer boliviana en la política es aún sombría. Las mujeres que logran llegar a cargos de poder, especialmente en el ámbito legislativo, a menudo no cuentan con el respaldo necesario para ejercer su autoridad de manera efectiva. Reyna señala que muchas de estas representantes provienen de movimientos sociales controlados por liderazgos masculinos, lo que limita su capacidad para representar genuinamente los intereses de las mujeres y representarlas en el debate. A este fenómeno se suma la falta de formación política en muchas de estas dirigentes, lo que las coloca en una posición de vulnerabilidad.

Violencia

En términos sociales, la situación no es menos alarmante. Bolivia sigue registrando niveles altos de feminicidios y violencia de género, problemas que no han sido abordados de manera efectiva por las instituciones políticas. Según Reyna, «ya estamos en más de 70 casos de feminicidio (este año), y no hay ninguna mujer en el parlamento que haya posicionado este tema realmente en el debate político». A pesar de que las mujeres constituyen un porcentaje significativo en la Asamblea Legislativa, sus prioridades parecen estar subordinadas a otras agendas políticas que no contemplan las necesidades urgentes de las mujeres bolivianas.

Quya Reyna y Carlos Saavedra coinciden en que la degradación del debate político actual y la falta de propuestas claras abren la puerta a un período de transición prolongado, donde los desafíos económicos, sociales y políticos serán profundos.

Perspectivas futuras

Reyna señala que, a pesar de los momentos difíciles que atraviesa el país, existe una base de resiliencia en la sociedad boliviana que le permitirá sobrevivir a la crisis económica. Sin embargo, destaca que los próximos años estarán marcados por incertidumbre y conflictos, tanto económicos como políticos. «Yo creo que tenemos una sociedad que sí puede moldearse a los problemas económicos… pero va a haber un periodo de cinco años en donde vamos a enfrentar muchas dificultades», menciona. Para Reyna, este período de transición será clave para que surjan nuevos liderazgos y perspectivas que logren reconducir a Bolivia hacia una estabilidad, pero también advierte que, durante este tiempo, la falta de respuestas claras podría generar una mayor fragmentación política y social.

Saavedra contempla un panorama más sombrío sobre el futuro político de Bolivia. En su análisis, el país se dirige hacia un período de fragmentación tanto en el ejecutivo como en el legislativo, con fuerzas políticas que carecen de una visión de futuro clara y que no logran generar esperanza en la población. «Nos encaminamos hacia un periodo de transición muy empantanado… marcado por la crisis y la ausencia de horizontes colectivos de futuro», afirma. Para él, la falta de un liderazgo fuerte y la ausencia de proyectos ideológicos sólidos dejarán a Bolivia en una posición frágil, con una democracia cuestionada, el debate minimizado y enfrentada a problemas estructurales que no podrán ser resueltos en el corto plazo.

Ausencias en el debate

Una de las principales preocupaciones para ambos analistas es la ausencia de un liderazgo alternativo que pueda romper con la actual polarización entre el MAS y las oposiciones tradicionales. Reyna menciona que, si bien la población está cansada del MAS y de los conflictos internos entre Evo Morales y Luis Arce, no se vislumbra aún un liderazgo fuerte fuera de estas estructuras políticas que pueda capitalizar el descontento. «Si bien el MAS ha perdido legitimidad, la derecha no ha logrado construir un proyecto creíble para las mayorías populares, y eso es un riesgo porque la gente sigue esperando una solución», advierte. Esta falta de alternativas en el debate abre la posibilidad de que las elecciones futuras sean aún más fragmentadas, con resultados inciertos y con la necesidad de formar coaliciones débiles que podrían aumentar la inestabilidad política.

Saavedra amplía esta preocupación al mencionar que, en este contexto de crisis y orfandad de proyectos políticos, hay dos posibles escenarios: o bien se produce una restauración conservadora, donde los sectores más reaccionarios y neoliberales logran imponerse, o bien se da una reinvención del proyecto plurinacional del MAS, adaptado a las nuevas realidades del país. En cualquiera de los casos, ambos escenarios implican grandes desafíos y posibles conflictos sociales, ya que la polarización se mantendrá presente. «O lo plurinacional se reinventa o lo conservador se logra vender como nuevo ciclo… pero en ambos casos, estamos ante un momento de transición lleno de incertidumbre», asegura Saavedra.

Economía

Otro factor clave para el futuro de Bolivia será la situación económica. El momento por el que atraviesa el país, marcado por la inflación y el aumento de la incertidumbre, será un elemento que influirá de manera decisiva en el escenario político. Reyna advierte que, si bien la población ha sido resiliente en el pasado, la magnitud de la crisis actual podría generar un descontento social más profundo y prolongado, que desencadene en protestas o en un desencanto con el sistema democrático. Esta situación podría ser aprovechada por movimientos populistas o radicales, que ofrezcan soluciones simplistas pero peligrosas para la estabilidad institucional del país.

Tanto Reyna como Saavedra coinciden en que el país se enfrenta a desafíos estructurales que requerirán no solo de respuestas políticas, sino también de una reconfiguración profunda de las fuerzas sociales, políticas y económicas. Sin embargo, ambos mantienen una visión cautelosamente optimista sobre la capacidad de la sociedad boliviana para superar estos momentos difíciles, aunque el camino hacia la estabilidad y el progreso parece estar aún lleno de obstáculos y retos por superar.

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Crisis institucional y democracia en riesgo

El manoseo de las instituciones, por parte de los actores políticos, deja al descubierto fracturas profundas en el tejido estatal que requiere urgentes reformas estructurales.

/ 7 de diciembre de 2024 / 22:22

La crisis institucional en el país, que se manifiesta claramente en la situación del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), es uno de los temas más urgentes y controvertidos en la agenda política actual. La autoprorrogación de los magistrados, cuyo mandato concluyó el 31 de diciembre de 2023, plantea serias dudas sobre las decisiones que emite esta instancia. Abordar esta cuestión es fundamental para entender el deterioro del sistema judicial.

La continuidad de estos magistrados no es un hecho aislado; refleja un problema estructural más profundo que requiere atención. Habla de desajustes en el modelo estatal mismo, tal cual está planteado en la actual Constitución Política del Estado. La disputa política sin cuartel ha contribuido a que se manosee y perfore la institucionalidad, que debería ser un patrimonio de la ciudadanía boliviana. La Asamblea Legislativa Plurinacional no cumplió con la convocatoria en los plazos a elecciones judiciales, entre otras cosas.

Sin un sistema judicial transparente e independiente, el país enfrenta una amenaza constante de manipulación política y vulneración de los derechos ciudadanos.

Días atrás, Claudia Benavente, directora de La Razón, entrevistó en Piedra, Papel y Tinta a tres figuras clave que ofrecen perspectivas complementarias sobre esta situación: Eduardo Rodríguez Veltzé, expresidente de Bolivia; Jerges Mercado, diputado del Movimiento al Socialismo (MAS); y Luis Adolfo Flores, senador del mismo partido. Rodríguez Veltzé aporta un análisis jurídico y político sobre la ilegalidad de la prórroga del TCP, mientras que Mercado y Flores exponen las tensiones internas dentro del MAS y la falta de consensos que agravan la situación institucional. Sus declaraciones revelan un panorama complejo, donde las disputas políticas y las decisiones cuestionables del TCP han exacerbado la crisis, afectando no solo la confianza en las instituciones, sino también la estabilidad del país.

Eduardo Rodríguez Veltzé 

El expresidente Eduardo Rodríguez Veltzé presenta una visión crítica y detallada sobre la actual crisis del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), destacando la ilegalidad en la que operan los magistrados cuya gestión debería haber concluido el 31 de diciembre de 2023. Para él, la continuidad de estos magistrados no solo carece de fundamento legal, sino que representa una amenaza directa al orden democrático del país. «Los magistrados autoprorrogados ejercen funciones de manera ilegal y abusiva, lo que constituye una violación clara de la Constitución», sostiene

La Constitución boliviana estipula que los mandatos judiciales son improrrogables y cualquier acto realizado fuera de ese marco carece de validez. Según Rodríguez Veltzé, la extensión del mandato de los magistrados del TCP es una decisión arbitraria que vulnera principios fundamentales del Estado de Derecho. “No solo es nulo cualquier acto que realicen, sino que están usando recursos públicos de manera indebida, lo cual debería ser objeto de una auditoría gubernamental”, afirma

Este uso indebido de recursos es, según él, un síntoma de una crisis más profunda, donde la falta de control gubernamental ha permitido que instituciones clave actúen al margen de la ley.

Crisis institucional

La exautoridad destaca que la actual situación del TCP no es un fenómeno aislado, sino el resultado de una serie de maniobras políticas diseñadas para consolidar el poder. Rodríguez Veltzé sostiene que existe una “maquinación orquestada” entre el Ejecutivo, especialmente desde el ala arcista y el gobierno de Luis Arce con ciertos sectores del sistema judicial. Esta alianza, explica, ha manipulado el proceso de elección judicial, bloqueando cualquier intento de renovación legítima de los magistrados. “El proceso fue saboteado desde el principio con recursos de amparo que frenaron la convocatoria. Estos recursos no eran simples errores legales, sino parte de un plan deliberado para mantener el control del TCP”, denuncia.

Uno de los aspectos más preocupantes para Rodríguez Veltzé es la percepción de que el TCP se ha convertido en un “suprapoder” que interviene en todos los ámbitos de la vida política del país. “El Tribunal Constitucional fue creado para garantizar los derechos fundamentales, no para convertirse en el árbitro supremo de la política boliviana”, subraya.

Esta concentración de poder ha erosionado la confianza pública en la justicia y ha generado un clima de incertidumbre, donde las decisiones del TCP son vistas como instrumentos de manipulación política en lugar de garantías de legalidad.

El expresidente también critica la falta de acción por parte de los órganos de control, como la Contraloría General del Estado y el Ministerio de Economía. “Me sorprende que no se haya activado un control gubernamental interno o una auditoría que cuestione los salarios que reciben estos magistrados ilegítimos. Hay un vacío de responsabilidad que permite que esta situación continúe”, afirma.

Crisis en la justicia

Según señala, esta omisión es indicativa de un problema estructural en la administración pública boliviana, donde las instituciones carecen de la independencia y la fortaleza necesarias para hacer cumplir la ley.

La solución, según Rodríguez Veltzé, pasa por un proceso de renovación legítimo y transparente del sistema judicial, acompañado de una reforma profunda que garantice la independencia de los tribunales. “No se trata solo de reemplazar a los magistrados, sino de cambiar la forma en que se conciben y se gestionan las instituciones judiciales en Bolivia. Es necesario recuperar la confianza pública y establecer un sistema de justicia que realmente sirva a los ciudadanos”, asevera.

Además, hace un llamado a las autoridades del Ejecutivo, Legislativo y del sistema electoral para que coordinen esfuerzos y enfrenten la crisis con responsabilidad. “Los líderes políticos deben dejar de lado sus diferencias y trabajar juntos para restaurar el orden constitucional. El país no puede seguir en este estado de incertidumbre”, insiste.

El análisis de Rodríguez Veltzé revela no solo las fallas estructurales del sistema, sino también la responsabilidad del gobierno en perpetuar una situación que pone en riesgo la democracia boliviana.

Jerges Mercado 

Desde la perspectiva del diputado Jerges Mercado, la crisis institucional se agrava por la falta de legitimidad de la actual directiva de la Cámara de Diputados. El legislador denuncia que la elección de Omar Yujra como presidente de la Cámara Baja fue un proceso irregular, marcado por la violación de normativas internas. “Hubo una usurpación de funciones flagrante. Se posesionó una directiva con apenas 30 o 35 votos, cuando se requerían 66”, explica.

Mercado señala que estas irregularidades han generado un ambiente de inestabilidad y bochornos constantes en la Asamblea, lo que impide alcanzar consensos necesarios para aprobar leyes clave. “Sin legitimidad ni consensos, cualquier decisión perjudica al país. Esta situación solo refuerza la división y paraliza la gestión legislativa”, sostiene. Además, el diputado hace notar la falta de autocrítica dentro del gobierno de Arce, especialmente en temas económicos como la escasez de dólares y combustible, que afectan directamente a la población.

La división interna del MAS es otro factor que, según Mercado, contribuye a la crisis. «Es normal que no todos pensemos igual, pero las diferencias deben resolverse respetando las normas. Lo que vemos ahora es una lucha de poder que pone en riesgo la estabilidad del país”, advierte. Esta división entre «evistas» y «arcistas» ha debilitado la capacidad del gobierno para enfrentar los desafíos económicos y sociales.

Luis Adolfo Flores 

El senador Luis Adolfo Flores, por su parte, ofrece un diagnóstico aún más crítico. Acusa al gobierno de Luis Arce de proteger a los magistrados autoprorrogados del TCP, creando un sistema de “protección mutua” que perpetúa la crisis institucional. “El arcismo ha copado las instituciones y protege a los autoprorrogados. Existe una alianza que impide cualquier fiscalización real”, denuncia. Flores sugiere que esta alianza ha generado una impunidad que erosiona la confianza en el sistema judicial y en las instituciones democráticas.

En cuanto a la economía, Flores destaca que el gobierno no ha tenido la capacidad de abordar los problemas estructurales que afectan al país. Denuncia una falta de transparencia y diálogo, lo que ha llevado a una situación crítica. “Hace tres años que advertimos sobre una crisis económica inminente, pero el gobierno ha ignorado nuestras propuestas”, afirma. Según el senador, esta crisis no solo se refleja en la escasez de dólares o combustible, sino también en la inflación y la reducción de la producción agrícola. “El gobierno debe ser honesto con la población y buscar soluciones consensuadas. De lo contrario, estamos condenados a una situación insostenible”, advierte.

Tribunal Constitucional Plurinacional 

Un punto en el que coinciden los tres entrevistados es la necesidad de restablecer la legitimidad del Tribunal Constitucional Plurinacional. Rodríguez Veltzé enfatiza que “el TCP fue creado para ser un garante de los derechos fundamentales, no para decidir quién gobierna o bajo qué condiciones”. Esta injerencia ha generado tensiones adicionales con el Tribunal Supremo Electoral y la Asamblea Legislativa, debilitando aún más la confianza pública en las instituciones.

Flores también critica la actuación del TCP, señalando que sus decisiones han favorecido a ciertos sectores políticos en detrimento del interés nacional. “El TCP actúa bajo presión y con intereses políticos claros. No hay independencia judicial, y eso es lo más peligroso”, sostiene. Según él, la única solución pasa por un proceso de renovación legítimo, acompañado de una reforma estructural del sistema judicial.

A pesar de las diferencias en sus enfoques, los tres entrevistados coinciden en la necesidad urgente de un diálogo nacional. Rodríguez Veltzé hace un llamado directo al presidente Luis Arce y a los líderes de los otros poderes del Estado para que prioricen el bienestar ciudadano sobre las disputas partidarias. “Es hora de coordinar esfuerzos, dejar de lado las peleas políticas y enfrentar los problemas con sentido común y responsabilidad pública”, subraya.

Mercado y Flores también insisten en la importancia de alcanzar consensos reales. Para Mercado, la clave está en respetar las normas y recuperar la legitimidad de las instituciones. “Sin consensos ni respeto a la ley, no hay solución posible”, afirma. Flores, por su parte, advierte que el país no puede permitirse más divisiones internas. “Necesitamos un acuerdo nacional que incluya a todos los sectores, de lo contrario, la crisis solo se profundizará”, concluye.

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¿Por qué Zavaleta es un clásico boliviano?

Una mirada al pensamiento y el legado del destacado sociólogo y político orureño a cuarenta años de su partida.

/ 7 de diciembre de 2024 / 22:07

Zavaleta es un clásico boliviano. Existe un montón de razones para adjetivarlo así. De un modo quizá algo técnico, digamos que su influencia en la cultura ha sido tan profunda que muchas personas de varias generaciones han estado interesadas en interpretar su obra de diversas maneras, inclusive una que revele lo que Zavaleta quiso hacer cuando escribió lo que escribió, que es una definición a la Quentin Skinner de la “historia intelectual”. O, para usar otra definición, la de Michael Foucault en La arqueología del saber, sobre la historia de las ideas y el pensamiento: porque resulta interesante y valioso –para un grupo, algunos individuos o in extremis una sola persona– investigar cuáles fueron las discontinuidades que Zavaleta provocó al introducir dentro del discurso boliviano ciertos enunciados singulares creados por él.

El fervor interpretativo que acabamos de postular como índice del clasicismo de un discurso se prueba por la nutrida bibliografía que existe sobre/contra Zavaleta. El editor de sus Obras completas, Mauricio Souza, señala con acierto que ”son pocos, muy pocos, los autores que en la historia de nuestra cultura han merecido –como él– tal sostenida atención y perseverancia exegética (devota u hostil, poco importa). Este interés por Zavaleta Mercado se distingue además porque ha provocado, con una frecuencia inusual para Bolivia, la real lectura de su obra”.

En parte, el fervor exegético que despierta Zavaleta se ha debido al conjunto de nociones que creó, tales como “abigarramiento”, “momento constitutivo”, “paradoja señorial”, “forma primordial”, “crisis como forma de conocimiento” y otras, que han sido adoptadas por las ciencias sociales bolivianas, aunque no siempre de forma consistente, como instrumentos propios para el análisis del país.

Una buena excavación histórica encontraría que ninguno de estos conceptos es completamente suyo, pero también que están marcados por su impronta, es decir, que son singulares en el sentido de Foucault. Esta singularidad los ha tornado fundamentales para la interpretación historicista de la formación social boliviana (es decir, para la interpretación de la trayectoria, de largo plazo, de esa síntesis estructural de determinaciones económicas, sociales y políticas que lleva el nombre de Bolivia).

Zavaleta no solo es clásico por lo mencionado, que, de forma más sencilla, podría anotarse como su influencia sobre los demás escritores del país. También lo es por algo menos fácil de cuantificar y clarificar: el efecto de sus dos libros fundamentales –El desarrollo de la conciencia nacional, de 1967 y Lo nacional-popular en Bolivia, póstumo, de 1986– sobre los lectores bolivianos en general.

A veces se cree, en el nivel de la recepción popular, y de oídas, que ambos son libros de “historia de Bolivia”. Estos malos entendidos son frecuentes con todo clásico. La irradiación de una obra –y, en el caso de Zavaleta, también de un puñado de conceptos– sobrepasa ampliamente los límites de la audiencia educada que está en condiciones de decodificarlos como parte de una tradición, de un “tema” o de una unidad discursiva preestablecida.

Existen otras clases de malos entendidos también. Por ejemplo, se confunden los usos de un autor clásico con este autor en sí mismo. Aquí hay que decir que los usos no académicos de Zavaleta han sido muy amplios: tras su obra se ha parapetado varios grupos políticos, últimamente algunos relacionados con el “proceso de cambio”. En algún momento incluso fue tratado como a un intelectual de Estado, como Marx en los países del “socialismo real”. En este aniversario de su fallecimiento se ha tratado de atacarlo por esta razón. Muchas otras veces ha sido convertido en una efigie izquierdista, tanto por quienes lo defendían como por quienes lo atacaban por esta razón. Esto también forma parte de su transformación en un clásico.

La Bolivia no empírica

En los libros zavaletianos que he mencionado sin duda hay historia y está Bolivia, pero no está la historia de los conceptos empíricos sobre el país –como que Belzú fue el undécimo presidente de la república o que combatimos dos grandes guerras internacionales– sino otra cosa: la historia de una Bolivia que no es empírica.

La Bolivia que aparece en El desarrollo de la conciencia nacional es una Bolivia expresionista, aderezada a la manera romántica, que Zavaleta ubica dentro de una trama narrativa de orden mítico-épico. La nación es la heroína –es decir, un personaje con el destino preestablecido– lanzada fuera del paraíso; una heroína abandonada y acosada por uno o varios adversarios metafísicos –dragones, leviatanes, reyes tiranos– que se confabulan en su contra y buscan aplastarla. Como toda heroína, la nación comienza débil y con el tiempo va fortaleciéndose mediante un aprendizaje o entrenamiento por el que tiende a volverse consciente de sí misma; este es, justamente, el desarrollo de la conciencia nacional. Como se ve, Zavaleta saca a relucir una filosofía de la historia, la del nacionalismo. O, para decirlo igual que Lyotard (La condición posmoderna), acude a un meta-relato, que deriva de las luchas históricas del país y de Carlos Montenegro y su Nacionalismo y coloniaje, para estructurar dentro de él, dentro de tal meta-relato, los conceptos empíricos de la historia boliviana. Así organiza al mismo tiempo que legitima el conocimiento sobre el país.

Los meta-relatos son ideológicos. Saltemos entonces de Lyotard a Althusser (Ideología y aparatos ideológicos de Estado). Las ideologías interpelan a los individuos y los convierten en sujetos, en este caso en sujetos nacionalistas. “Sujetos” en tanto protagonistas y “sujetos” en tanto “seres sujetados” por los aparatos ideológicos (o, para decirlo como Foucault, por los “dueños del discurso”). Zavaleta es uno de los “dueños del discurso” nacionalista, el mismo que interpeló a amplias capas de la población boliviana en los años 40 y 50.

En la medida en que es interpelante, la eficacia de un meta-relato tiene siempre que ver con su fuerza narrativa, en el sentido de virtud literaria. Hay un elemento artístico en la producción ideológica. Por sus dotes intrínsecos, Zavaleta destaca especialmente en este tipo de legitimación. Debemos incluir El desarrollo de la conciencia nacional entre los más bellos ensayos bolivianos, es decir, es poseedor también de una grandeza formal.

Zavaleta, un historicista

La concepción historicista del nacionalismo es expresada por Zavaleta en muchos lugares de su obra inicial. En una ocasión, por ejemplo, señaló que “La lucha histórica se libra en último término entre la nación, que es el pueblo nuestro a través del transcurso del tiempo, y el invasor u ocupante a quien también se llama –debidamente– antipatria. La contradicción esencial se libra entre la nación y la antinación…”.

El rasgo historicista de este planteamiento reside en la siguiente afirmación: “La nación, que es el pueblo nuestro a través del transcurso del tiempo”. Zavaleta va a llevar este historicismo desde su etapa nacionalista hasta su ulterior etapa marxista. Esta es la razón por la que, dentro de esta última corriente, se hará partidario y se sentirá más cómodo con el teorizar historicista de Gramsci que con los marxismos lógicos y formalistas, estructuralistas como el de Louis Althusser, que tuvo gran influencia en los años 70, década en la que Zavaleta produjo casi toda su obra marxista. De todas formas, Althusser no pesó tanto entre los latinoamericanos, que, después de un primer periodo althuseriano (por ejemplo, Jaime Paz Zamora fue althusseriano a fines de los 60), se inclinaron decididamente por Antonio Gramsci apenas este fue suficientemente conocido en los principales países de la región, sobre todo en México, donde había una mayor libertad de expresión. Y el que más Zavaleta, que no por casualidad estaba exiliado en México.

Zavaleta fue historicista desde sus orígenes como escritor nacionalista o, quizá sea mejor decir, como escritor de la “izquierda nacional”, ya que nunca comulgó con las posturas nacionalistas conservadoras que postulaban una construcción nacional desde arriba, a partir de la prédica ideológica de una élite guardiana de la tradición colectiva.

Además, Zavaleta, como era característico de la izquierda nacional, encarnaba en general al enemigo del sueño nacional, a la antipatria, en la figura del imperialismo estadounidense y no en la del comunismo o el clasismo obrero. Solo hay algunas excepciones a esto en su obra temprana.

Zavaleta era progresista porque era un hijo de la Revolución Nacional y al mismo tiempo, por así decirlo, un entenado del movimiento minero; provenía de muchas maneras de las poderosas minas bolivianas del siglo XX, llenas de luchadores radicales y de igualitarismo.

Lo nacional-popular en Bolivia

Lo nacional-popular en Bolivia también es un libro de historia de Bolivia, pero no de sus conceptos empíricos, sino de Bolivia en tanto objeto abstracto de estudio o, para enfatizar el aspecto marxista de su metodología, de Bolivia como “totalidad concreta”, es decir, como reconstrucción por parte del pensamiento abstracto de las interrelaciones materiales e ideales, estructurales y superestructurales, que constituyen y causan la formación social boliviana en el tiempo. 

Aquí Zavaleta también opera con algo que en la clasificación de Lyotard es un meta-relato, el “materialismo histórico”. Pero en este caso la capacidad legitimadora de este meta-relato depende menos del arte de la narración, pues ya no evoca los mitos antiguos, sino un mito moderno, la ciencia.

Aun así, la forma sigue teniendo mucha importancia: el carácter barroco de Lo nacional-popular en Bolivia forma parte del marxismo de Zavaleta de forma indisoluble. Por eso, así como no hay que acudir este libro para aprender historia de Bolivia, tampoco hay que hacerlo para aprender marxismo.

Todo lo contrario, diría que es imprescindible llegar a Lo nacional-popular en Bolivia sabiendo ya la historia del país y, algo aún más radical, sabiendo ya marxismo (lo que no quiere decir comulgando con él). De lo contrario, no se podrá comprender que lo que Zavaleta hace es tensar, doblar, malear el marxismo para que le permita hablar de la formación social y la historia del país.

Esto nos remite una vez más a la historia intelectual. Una interpretación de historia intelectual de Lo nacional-popular en Bolivia y de otros escritos de Zavaleta en su mayor madurez exigiría o al menos se comunicaría con la necesidad de una hermenéutica del marxismo latinoamericano de los 60, 70 y 80, y de la forma en que este, a su vez, tomó la tradición leninista, trotskista, a los innovadores de los años 20 y 30, como Lukács y Gramsci, al marxismo de la Segunda Internacional y, finalmente, a los propios Marx y Engels. Tal cosa sería más necesaria en la medida en que el marxismo, tal como se lo concebía como en el siglo XX, es decir, con una fuerte orientación de pragmática política, ya no existe más.

Esto significa que leer en serio a Zavaleta es, al fin y al cabo, una labor sin término, infinita. Lo que también confirma su definición como un clásico.

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Crisis: cuando el negacionismo hace aguas

El modelo económico actual está agotado, exigiendo urgentes transformaciones. Más allá de los números, se necesita reconstruir la vida social.

/ 7 de diciembre de 2024 / 21:59

“Es cierto que muchas cosas cambiarán a causa de la crisis. El regreso a un mundo anterior a la crisis está excluido. ¿Pero estos cambios serán profundos, radicales? ¿Irán incluso en la dirección correcta? Hemos perdido el sentimiento de urgencia y lo que hasta ahora ha ocurrido proyecta un mal augurio sobre el futuro». Esta aseveración, que en las primeras sensaciones pareciese que describe nuestro transitar por el momento de crisis económica, política e institucional corresponde, en realidad, al premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz. Están anotadas en el libro que publicó en el año 2010 y al que tituló “Caída libre: América, los mercados libres y el hundimiento de la economía mundial». 

Stiglitz, conclusivamente, recomienda la necesidad de avanzar hacia economías más sostenibles, introducir reformas centradas en la creación de empleo y establecer una suficiente regulación de los mercados para prevenir crisis financieras. Ello permite colegir que estas tienen, finalmente, un efecto transformador, profundo y duradero, en la economía y la sociedad, pues la afirmación de que «el regreso a un mundo anterior a la crisis está excluido» sugiere que las condiciones previas a la crisis ya no son alcanzables. Si pensamos en Bolivia podemos afirmar, siguiendo la línea de pensamiento de Stiglitz, que el Modelo Económico Social Comunitario Productivo, afectado por la pérdida de su fuente de financiamiento ha dejado de ser sostenible, siendo previsible que enfrenta su final o cuanto menos una necesaria e ingeniosa transformación. Nada será como antes en términos económicos, pues el final del ciclo político del proyecto social popular cierra consigo también un ciclo económico.

Crisis en la economía

“El desenvolvimiento de la actividad económica no se realiza de una forma equilibrada y sin alteraciones. Por el contrario, las perturbaciones de las variaciones económicas se suceden de forma recurrente. A una fase de expansión en la que se incrementa la producción, los beneficios, los salarios, el consumo, etc., le sigue, luego de haberse producido una crisis de la fase anterior, otra de contracción (recesión) en la que las características experimentadas por las variables en el momento expansivo se ubican en una situación inversa y comienzan a declinar. Esta marcha de la economía y las etapas disímiles en que se desenvuelve su actividad conforman los ciclos económicos”.

“A una fase de alza le sucederá, luego de una etapa de transición, otra de baja que, una vez concluida, señalará el punto de partida hacia la iniciación de un nuevo ciclo. El desarrollo de los ciclos económicos se compone de cuatro fases: 1.) fase de iniciación de un nuevo ciclo (recuperación); 2.) fase de prosperidad (expansión); 3.) fase de crisis (interregno que conduce a la recesión); 4.) fase de depresión (recesión)”. La economía boliviana está transitando el último tramo de la de la fase de crisis para ingresar al tiempo y momento más complejo y crítico: la recesión económica.

El momento de la crisis

Hoy, la fase de crisis, el momento del interregno, exhibe indicadores de alta criticidad sin medidas que la contradigan, un incremento constante del déficit fiscal; la ruinosa situación de las reservas internacionales que evidencia el Banco Central; la carestía dramática de dólares y en consecuencia la falta de combustible en provisiones normales en el país. Déficit comercial, inflación cercana a los dos dígitos y una credibilidad en caída libre de las expectativas sobre si desde la presidencia del Estado se está en condiciones de resolver el atasco económico. Todo ello nos colocará en la cuarta etapa profundizando la molestia social y colapsando la economía.

Lo que suena es la palabra crisis, lo que se escucha es un hay que cambiar el modelo y la conclusión repetida es que el modelo está agotado. El negacionismo intransigente de no reconocer que el modelo económico ha perdido definitivamente su solvencia impide pensar e implementar políticas que puedan reconducirlo. Esta obsesión incomprensible facilita la instalación de economicismos radicales que razonan sobre la idea de un Estado mínimo y una economía desregulada y de pleno mercado.

Entrados ya prematuramente en el tiempo electoral, los presidenciables, sus equipos y el mundo opinador y analítico van de la mano de un cuantitativismo liviano, donde lo estadístico y la economía es lo único que define la vida de un ciudadano. Esta crisis económica, que la separan de la sociedad y su integralidad de problemas complejos para convertirla en un festival de números y ofertas insustanciales e intimación electoral, ¿en qué ha convertido las esperanzas y la vida social de los bolivianos?

Buscando una salida

Hay que superar la crisis tantas veces desmentida, por supuesto que con soluciones económicas, pero fundamentalmente, rehaciendo la vida social, la política, las convivencias sanas, acudiendo sin temores al principio universal de la autodeterminación, ese que debe dar paso a nuevas formas de organización institucional, gobernabilidad y transformaciones sociales que amparen la dignidad de todos los bolivianos y bolivianas.

Las crisis económicas son el espacio donde se desarrollan los autoritarismos, algunos, en distintos actores políticos, ya empiezan a manifestarse en sus rasgos primeros. Si el final del ciclo económico ha coincidido en la misma temporalidad que el fin de ciclo político, estamos obligados, con sentido de urgencia, a comprender la necesidad del cambio social, y exige a su vez, saber y tener conciencia de que cualquier retroceso al periodo anterior a la crisis, no es más que la vía atropellada de preparación de otro tiempo de nuevas criticidades.

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Momento constituyente

La FES Bolivia presentó su libro más reciente con el reto de transitar de la crisis a la reforma necesaria.

/ 7 de diciembre de 2024 / 21:49

¿Estamos en la antesala de un nuevo momento constituyente en Bolivia? ¿En qué condiciones? ¿Con qué temporalidad? ¿Cuál es el balance de la Constitución vigente desde 2009? ¿Cómo se caracteriza la actual crisis en el país? ¿Es una crisis de gestión, del régimen político, de Estado, del proyecto plurinacional popular? ¿Es viable, en el presente, una reforma constitucional? ¿Con qué resultados? En su caso, ¿cuál es la agenda de cambios? ¿Y quién sería el ‘sujeto constituyente’? Como dice el buen José Saramago: “si no hubiera preguntas, no habría respuestas”.

Estas y otras cuestiones, en clave de ensayos analíticos, son abordadas por ocho autorxs en el libro colectivo Momento constituyente. De la crisis a la reforma necesaria, que acaba de ser presentado por la Fundación Friedrich Ebert (FES Bolivia). En un tiempo donde predominan las disputas diminutas, nada más necesario que hacer un alto en el camino y mirar el horizonte de futuro. En un escenario de regresión e incertidumbre, nada más valioso que imaginar oportunidades, buscar salidas, trazar propuestas. Es lo que se propone esta publicación.

Un largo recorrido

El libro es resultado de un largo recorrido. Como toda iniciativa colectiva, nació como una buena idea que, muy pronto, se convirtió en desafío. Luego se fue tejiendo con diversos hilos, varias manos, muchas voces. Y hoy es una realización que, a su vez, implica un nuevo comienzo. Momento constituyente es una invitación a pensar el presente y, en especial, a divisar nuestro futuro como país en un escenario recargado de crisis, polarización, desconfianza e incertidumbre. No es poco.

La buena idea surgió en una reunión en la FES con el expresidente Eduardo Rodríguez Veltzé, en enero de este año, donde comentó que el escenario de crisis institucional era una oportunidad para pensar reformas constitucionales y que los hechos producidos desde 2016, en especial la coyuntura crítica de 2019, podían ser una suerte de antesala de un momento constituyente en Bolivia. El desafío fue inmediato: le pedimos que escribiera un documento de trabajo al respecto.

Reflexiones sobre el momento constituyente

En las siguientes semanas, el desafío se convirtió en un primer texto, que fue presentado en diferentes espacios de intercambio plural. Para empezar, lo discutimos en el Grupo de Reflexión y en el Foro de Análisis Político de la FES. Luego, las “semillas para iniciar diálogos y reflexiones conducentes a una reforma constitucional” fueron expuestas en el Primer Congreso Prospectivas del Derecho: Estado de Derecho e instituciones democráticas, realizado en la Facultad de Derecho de la umsa, con alrededor de medio millar de participantes, en especial alumnos y docentes de varias carreras de derecho de diferentes universidades del país.

Por último, la semana pasada tuvimos un valioso encuentro sobre el tema en el ámbito del Foro Regional de Análisis Político en Tarija. Y este martes, el libro fue presentado en un grato y bien concurrido evento en el salón auditorio de la FES en La Paz. La buena idea convertida en realización es un buen insumo/pretexto para impulsar la reflexión y el debate en diferentes espacios. A eso va.

Un libro, voces diversas sobre lo constituyente

Diversos hilos, varias manos, muchas voces. A partir del documento ajustado escrito por Rodríguez Veltzé (“Momentos constituyentes, crisis institucional y protesta ciudadana. Apuntes para reflexionar las reformas constitucionales necesarias”), se pidió a otros siete analistas y académicos que, en diálogo con el texto base, escribieran sobre el tema. La idea era pasar del documento de trabajo de un autor a un libro con varias voces que, desde la pluralidad, expresaran diferentes lecturas sobre la idea de momento constituyente. Y así se hizo.

 ¿Qué encontrarán las y los lectores en el libro? Luego de la Presentación institucional, un texto de Prólogo y el artículo de referencia, Farit Rojas escribe sobre “Momento constitucional, momento constituyente”. Por su parte, Luciana Jáuregui reflexiona sobre “La espiral de la crisis en el fin de ciclo”. Le sigue Armando Ortuño, con un texto sobre “Las posibilidades políticas de las reformas constitucionales”. Después está el análisis de María Teresa Zegada, que se pregunta: “¿Reforma o transformación? Una mirada a la crisis y a la Constitución vigente”. Por su parte, Fernando García discurre sobre “Gobernanza y democracia en Bolivia, tres momentos”. A su vez, Pablo Mamani indaga: “¿Será posible refundar lo refundado? Entre nuevo momento histórico y el otro poder”. Por último, Ricardo Sotillo realiza un recorrido en torno a “Reformas constitucionales para un Estado Plurinacional en crisis: Justicia, autonomía y control presidencial”. El volumen cierra con un Epílogo escrito a seis manos.

Superar el momento destituyente

El libro Momento constituyente está precedido de un valioso espíritu deliberativo que nutrió sus contenidos. Y, con el mismo espíritu/apetito, anhela contribuir al debate en el complejo e intenso 2025 que le aguarda al país, año electoral que llega –como fue señalado– marcado por un contexto de crisis recargada, renovada polarización más fragmentación, elevada desconfianza y desencanto con incertidumbre.

En conjunto –como se señala en la Presentación–, el volumen impulsado por la FES Bolivia ofrece un análisis muy valioso de balance y en torno al rumbo del país en su estatalidad, la caracterización de la crisis, el proceso de democratización, la debilidad institucional, el esquivo cumplimiento de la Constitución a casi 16 años de su vigencia. Todo ello tiene que ver con la provocadora idea de “nuevo momento constituyente”, puesta en debate.

¿Por qué hablar de un camino/espíritu de reformas cuando lo que predomina hoy en el país es más bien una suerte de momento destituyente o, como se plantea en el Epílogo, un “Estado de Cosas Inconstitucional”? Justamente por eso. Asumimos la noción de crisis como momento de oportunidad. Si bien en rigor no estamos todavía en la antesala de un momento constituyente (no está en la agenda de demandas de ningún actor relevante), es fundamental situar el tema en la conversación pública. La premisa, que encuentra abundante reflexión e ideas en el libro, es la necesidad de trazar una ruta (re)constructiva del Estado Constitucional de Derecho en democracia, hoy degradado y pervertido por acciones a la carta de dos magistrados de una Sala Constitucional.

Las “semillas constituyentes” están servidas para el debate plural. El libro está disponible en bolivia.fes.de o: https://library.fes.de/pdf-files/bueros/bolivien/21649.pdf

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Cambio social y cambio político en Bolivia

Una conversación con Marité Zegada y Yerko Ilijic sobre las transformaciones sociales en el país y su impacto en la disputa política.

/ 23 de noviembre de 2024 / 22:25

El cambio social en Bolivia durante las últimas dos décadas ha sido profundo y multifacético. Este proceso, caracterizado por la inclusión de sectores históricamente excluidos, ha reconfigurado las dinámicas sociales, económicas y políticas del país. A medida que Bolivia se acerca a las elecciones de 2025 y a su Bicentenario, estas transformaciones presentan desafíos y oportunidades para el sistema político, que debe adaptarse a una realidad cada vez más diversa y compleja.

Para reflexionar sobre este tema, conversamos con Yerko Ilijic, abogado y analista político con estudios en Alemania, y Marité Zegada, socióloga y académica de renombre, quienes han dedicado años a estudiar los procesos sociopolíticos del país. Ilijic aporta una perspectiva crítica sobre la evolución de la democracia boliviana y la identidad popular, mientras que Zegada analiza los cambios estructurales que han modificado el tejido social y cultural. Ambos coinciden en que Bolivia vive un momento de transición crucial.

El futuro político del país depende de cómo los actores políticos y sociales comprendan y respondan a estos cambios. La consolidación de la identidad popular indígena, el desencanto con los partidos tradicionales y las tensiones internas del Movimiento al Socialismo (MAS) configuran un panorama en el que los errores del pasado y los desafíos del presente se entrelazan. En este contexto, las elecciones de 2025 podrían marcar un punto de inflexión para el país.

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Cambio social y cambio político

Cambio social y cambio político

Cambio social

El cambio social boliviano, descrito por Ilijic como una aceleración de procesos que antes tomaban un siglo, ha derivado en una sociedad que redefine constantemente su identidad. “En un cuarto de siglo hemos vivido lo que se vivió en todo el siglo XX”, afirmó el analista, quien subraya que la democracia boliviana aún es “muy infante, de unos cinco o seis años”, y necesita madurar para responder a las demandas ciudadanas.

Para Marité Zegada, el proceso constituyente marcó un antes y un después en la historia del país: “Este nuevo horizonte que se traza Bolivia a inicios de siglo es una conquista de la larga lucha de los pueblos indígenas”. La socióloga enfatizó cómo, por primera vez, el Estado reconoce las identidades étnico-culturales y la plurinacionalidad, un hito que ha permitido la incorporación de sectores históricamente excluidos al ámbito público. Un cambio sustancial.

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Cambios e identidades en tensión

Uno de los fenómenos más destacados del cambio social en Bolivia ha sido la emergencia de una identidad popular indígena urbana, que hoy se perfila como uno de los actores más influyentes en la política y la economía del país. Yerko Ilijic describió a esta identidad como una combinación única de informalidad, emancipación y conservadurismo, acompañada de un profundo nacionalismo. Según el analista, estas características han moldeado una sociedad que, aunque inserta en procesos globales, mantiene firmes sus raíces culturales. “Somos informales, emancipatorios, pero también conservadores y profundamente nacionalistas”, afirmó Ilijic, enfatizando que esta identidad no solo se manifiesta en el ámbito cultural, sino que tiene un impacto directo en la economía y la política.

Marité Zegada también abordó este fenómeno, subrayando cómo las migraciones internas del campo a la ciudad, particularmente desde finales del siglo pasado, han dado lugar a un tejido social híbrido. Este grupo, que exprsa el cambio y que combina elementos tradicionales con prácticas modernas, se ha consolidado como un motor económico a través del comercio, los servicios y la producción local. “Estos sectores, lejos de alejarse de sus identidades étnicas, han creado una coexistencia con el mundo moderno”, explicó la socióloga. Ejemplos emblemáticos de esta interacción son las ferias comerciales en ciudades como El Alto, La Paz y Santa Cruz, donde los comerciantes no solo manejan capital significativo, sino que también invierten en tradiciones como las fiestas del Gran Poder, reafirmando su identidad cultural.

Sujeto político y cambio

Este sujeto político y social, que Zegada describe como “nacional popular, pluriclasista y pluricultural”, no se limita a las categorías tradicionales de lo indígena o lo campesino. Por el contrario, representa un amplio espectro que abarca capas urbanas y periurbanas. Sin embargo, la fuerza de esta identidad no se limita al ámbito cultural o económico. Su influencia política es indiscutible y se refleja en elecciones recientes, donde estos sectores han demostrado su capacidad de organización y movilización. A pesar de su inicial asociación con el MAS, su autonomía ha quedado clara en casos como la victoria de Eva Copa en El Alto, que ocurrió incluso en oposición al partido oficialista.

El reto, según Ilijic y Zegada, radica en que ni el MAS ni los partidos opositores han logrado canalizar plenamente las demandas de este grupo emergente. Ilijic señaló que “la estatalidad moderna del MAS no siempre ha sido compatible con las necesidades emancipatorias de este sector”, mientras que Zegada destacó el desencanto de estas poblaciones con los partidos tradicionales. Esta tensión entre una identidad consolidada y un sistema político que no la representa completamente plantea interrogantes clave para el futuro del país, especialmente en un contexto electoral tan decisivo como el de 2025.

Representación política

Si bien el MAS fue el vehículo que canalizó las demandas de inclusión en el pasado, hoy enfrenta desafíos internos y externos que complican su rol como representante de este sector. Según Zegada, el MAS no ha sabido adaptarse a las transformaciones sociales recientes: “Hay una sensación de desencanto. El MAS ya no es la representación idónea de estos intereses”.

Ilijic agregó que las disputas internas entre el “evismo” y el “arcismo” han debilitado al partido, dificultando su capacidad de consolidar una narrativa política que abarque a toda la población. Sin embargo, ambos coincidieron en que la identidad popular indígena sigue siendo una fuerza política resiliente. “En 2020, el MAS ganó con un 55% de los votos, demostrando que esta identidad persiste independientemente de Evo Morales”, señaló Zegada.

A pesar del desencanto con el MAS, Zegada subrayó que las fuerzas opositoras no han logrado captar el apoyo de estos sectores. “Ninguna fuerza política está sabiendo interpelar a esta gran masa de sectores populares”, afirmó. Esto se debe, en parte, a un desconocimiento de la realidad social emergente y a un historial de exclusión que dificulta la construcción de puentes entre las élites tradicionales y los sectores populares.

Ilijic fue tajante al señalar la desconexión de la oposición con la realidad popular: “Hay una aversión histórica hacia lo urbano, popular e indígena”, que ha perpetuado lógicas de confrontación.

2025, el Bicentenario

Ambos analistas coincidieron en que las elecciones de 2025 serán una oportunidad para redefinir el pacto social boliviano. Ilijic planteó que este periodo debe ser visto como un “gobierno de transición” hacia un modelo más inclusivo y representativo. “El Bicentenario debería ser un momento de enmiendas, de reflexión sobre los errores del pasado”, propuso.

Zegada destacó la importancia de la gobernabilidad en un país profundamente fragmentado. “Necesitamos un pacto social que permita trascender los conflictos y construir consensos a largo plazo”, afirmó. Sin embargo, advirtió que, sin una representación política adecuada, el desencanto podría derivar en una mayor inestabilidad.

El futuro

En el horizonte, Ilijic visualiza una Bolivia tecnológica y conectada con el mundo, pero profundamente arraigada en sus identidades locales. “El futuro del indígena boliviano es altamente tecnológico y con empoderamiento en sus territorios. Lo indígena futurista será clave”, afirmó. Este proceso, añadió, dependerá de la capacidad de los líderes políticos para construir alianzas identitarias y económicas con lo popular boliviano, la identidad dominante del siglo XXI.

Por su parte, Zegada enfatizó la necesidad de que los actores políticos comprendan y se adapten a esta nueva realidad. “Este es un país en el que lo popular indígena ya no está en los márgenes, sino en el centro del escenario. La política debe responder a esta transformación”, concluyó.

De cara al Bicentenario, Bolivia enfrenta el desafío de construir una nación que reconozca su diversidad, supere las fracturas históricas y abrace las oportunidades del futuro. La tarea no será sencilla, pero los cambios sociales recientes ofrecen una base sólida para imaginar un nuevo pacto social en el siglo XXI.

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