Política enferma, riesgo de contagio
El autor reflexiona sobre la crisis política e institucional por la que atraviesa el país y los desafíos que plantea.
La crisis está inscrita en el ADN de la política boliviana. Los períodos de estabilidad parecen ser la excepción en nuestra historia y las crisis ser la constante sobre la que se construyó nuestro sistema político, nuestra economía y nuestra relativamente joven estatalidad.
La crisis que hoy enfrentamos, sin duda, tiene rasgos similares a los de otros momentos de nuestra historia política, pero ante las preguntas de ¿cuán profunda es? y ¿dónde podemos hallar las soluciones?, pareciera que las respuestas son, o deben ser, muy diferentes a las que el sistema político encontró en crisis anteriores.
La crisis que se expande
La crisis del MAS es, simultáneamente, la crisis del sistema político y la crisis del Estado boliviano. Su centralidad, hegemonía y profunda imbricación con el tejido social hacen que cualquier cambio sustancial en su dinámica interna genere olas en diferentes dimensiones de la vida nacional.
Durante años el MAS se preciaba de contar con todo aquello que le faltaba a la oposición: estructura organizativa identificable, sostenible y funcional, a pesar de sus borrosos contornos. Contaba con bases sociales organizadas y elevada conciencia reivindicativa. Había desarrollado una propuesta integral de país, aún hoy aceptada por grandes segmentos de la población, y sus liderazgos eran electoralmente exitosos.
Con todos estos elementos, de los que aún carece la oposición, se constituyó en el indiscutible eje del sistema político boliviano. Era tan elevada su densidad política que la oposición boliviana solo atinó a desarrollar su identidad alrededor de ella, definiéndose finalmente sólo como antimasista o antievista, al carecer de propuestas, estructuras, bases organizadas o liderazgos agregadores. Aún hoy es una oposición sin vocación de poder y con vocación de minoría.
Pero la reciente implosión definitiva del MAS ha generado un fenómeno de crisis identitaria a ambos lados del río. Si este partido ya no es lo que era, sus detractores tampoco pueden seguir siendo lo que eran.
Dado que la misma dirigencia del MAS y de las organizaciones sociales se han dedicado frenéticamente a destruir al partido, quitándole esa tarea a la oposición, esta última queda carente de razón de ser, y sus tibias críticas al modelo económico, sin una propuesta alternativa, no alcanzan a dotarle de una nueva razón de ser. Un MAS irreconocible e irreconciliable y una oposición confundida dejan un vacío enorme en el sistema político.
Pero la pérdida del eje ordenador y la crisis de identidad de los actores, no son los únicos problemas del sistema político. Existe un progresivo distanciamiento de éste con la sociedad y sus necesidades.
Cercado por un entorno geopolítico internacional que refleja una conmoción de dimensiones históricas y por la irracional resistencia del sector evista a aceptar el cambio interno dentro del MAS, el gobierno de Luis Arce transformó la simple supervivencia en su principal tarea política.
Para lograrlo, escogió rutas ya recorridas por el MAS de Evo. La secundarización del primer órgano del Estado (la Asamblea Legislativa), la instrumentalización de la Justicia, la discrecionalidad y relativización en la interpretación de las normas (comenzando por la propia Constitución), la corporativización del aparato estatal y la tolerancia de las republiquetas en territorios clave del país siguen siendo prácticas políticas comunes.
Estas rutas no sólo distanciaron más al sistema político de la sociedad sino que debilitaron al siempre frágil Estado boliviano y a su institucionalidad y aunque este proceso no es invención del gobierno de Arce, sí se ha visto profundizado en los pasados cuatro años.
Concluyo entonces que las debilidades e inercias del sistema político ya le están pasando factura al Estado, simultáneamente están incrementando el descontento social e incluso estarían afectando al mismo tejido social que ya da signos de parecerse a los políticos: solo impera la ley del más fuerte y el respeto a las normas de convivencia social se torna optativo.
En busca de oxígeno
Un sistema político así de enfermo y una estatalidad carente de la fuerza necesaria para ordenar la vida social han ocasionado que surjan voces públicas que piden la reforma y la transformación de la política. Algunos agoreros adelantan que fenómenos tipo Bukele o Milei podrían darse en nuestro país si no cambia el sistema político. Esta posibilidad no aparece aún en el horizonte, pero no debiéramos descartarla.
Lo que sí queda claro es que el sistema político, sus representantes y dirigentes no dan señales de querer o poder avanzar en una necesaria renovación.
Ante un escenario de imposibilidad de reinvención desde dentro del mismo sistema político, las miradas se vuelven hacia afuera, hacia la sociedad. Es en ella donde están, aún de manera latente, las posibilidades de recuperación del dinamismo del bloque nacional-popular, de renovación del sistema político y de preservación de los avances del Estado Plurinacional.
La primera alternativa para este tránsito es, obviamente, que el sector social que protagonizó la primera etapa del Proceso de Cambio, el movimiento indígena-originario-campesino, abandone la inercia en la que entró, sea capaz de revisar las prácticas que le quitaron autonomía y centralidad, y asuma como tarea prioritaria la renovación de la política como ejercicio de construcción de lo común. Pero a estas alturas de la historia es justo considerar a muchas de sus organizaciones como parte del sistema político en crisis.
Por otro lado, debemos recordar que la sociedad boliviana se ha transformado de manera radical los pasados quince años y se ha generado una verdadera ruptura histórica con la Bolivia republicana, dando origen a nuevos actores sociales con potencialidad política. Es el caso de los jóvenes.
Estamos ante la generación más educada de nuestra historia (se han quintuplicado los egresados universitarios). Es la generación que parece haber resignificado su comprensión del racismo (en gran medida sólo conocieron un presidente: uno indígena). Es la que gozó de uno de los períodos más largos de bonanza económica y tranquilidad social, lo que le permitió a su vez romper, vía tecnología y cierta holgura económica, con el histórico aislamiento geográfico, mental y espiritual que siempre signó a Bolivia.
Actores
Ciertamente es una juventud que reniega de la política (la mala experiencia del 2019 y la decepción con el actual sistema político son razones válidas), pero es también portadora de una visión diferente del mundo. Es, sin duda, la mejor herencia de los pasados quince años de Proceso de Cambio.
Hoy los jóvenes pueden ofrecerle más al país, pero no por su intrínseca vitalidad, sino porque son cualitativamente diferentes a las generaciones anteriores.
Otro actor político novedoso y potente son los colectivos de mujeres, feministas o no. La mayor presencia de las mujeres en todos los espacios de la vida pública y la esfera política, señalan una vía de superación paulatina de una sociedad machista.
Pero más importante aún es la existencia entre sus organizaciones de un discurso interpelador a la sociedad por su carácter patriarcal. Este discurso ya no es solo antimachista o pro equidad de género, sino que propone cambios en la economía, la política, la cultura y la familia, por decir lo menos. Es potencialmente una visión alternativa de la sociedad.
Existen otras corrientes y actores sociales que surgieron la pasada década alrededor de causas específicas, como el medio ambiente, que tienen la capacidad de oxigenar el sistema político tanto con visiones, propuestas y liderazgos.
Un sistema político que se resiste a salir de su zona de confort representa un riesgo para las conquistas sociales y económicas logradas los pasados quince años, pues termina siendo un incentivo para las tendencias regresivas que existen en el país. Y en la actualidad, el futuro es demasiado incierto y peligroso como para dejarlo exclusivamente en manos de los políticos.
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