2024, el fracaso de la política
Un llamado a reflexionar sobre el deterioro político e institucional del país y la necesidad de acuerdos para enfrentar el futuro.
A meses de cumplir 200 años de país independiente (Bicentenario), y los bolivianos, fieles a nuestro estilo provinciano y dramático, lo haremos en la peor situación política, económica, social e institucional imaginable, luego de unos 16 años —salvo de la tragedia del 2019— a lo largo de un proceso político renovador que permitió estabilidad, inclusión y crecimiento.
La crisis frontal arrancó el año pasado con el conflicto interno del MAS y este año llegó al límite con los dos bloqueos de caminos en la ruta troncal (de 16 y 24 días), los duros enfrentamientos del desbloqueo (inteligentemente ejecutados, sin el muertito añorado) y una marcha hacia La Paz. En paralelo, la Asamblea Legislativa Plurinacional, el escenario de la soberanía popular y del debate político por excelencia, fue reducida a una plazoleta legislativa de griteríos, insultos, amenazas y agresiones físicas que escenificó el estrepitoso fracaso político que nos privó de elecciones judiciales cuando correspondía y de bloqueos permanentes a los créditos externos que nos habrían permitido paliar la paupérrima situación económica del país. Y hoy ni siquiera hay ambiente humano para un debate político y técnico como exige el Presupuesto General del Estado 2025.
Disputa política y descalabro
La manzana de la discordia, desde el mismo día que empezó el gobierno, fue la candidatura del MAS para el 2025. La disputa enfrentó al presidente Arce (y al vicepresidente Choquehuanca, injustamente invisibilizado en la lucha fratricida) y su gobierno con el expresidente Morales y el aparato político partidario. La lucha intestina del partido de gobierno acaba con el país sacrificado en lo político, institucional y económico, unos largos 11 meses antes de la posesión del nuevo gobierno, cuyo periodo constitucional de 5 años será el único activo preservado de la democracia. Es el fracaso de la política, porque de este desastre —no hay otro término— que encabezado por el MAS tuvo la amplia contribución de las oposiciones que aportaron con su incapacidad de liderazgo político que no alcanzó ni para sus huestes y menos para mostrar al país una alternativa. Las oposiciones apostaron al desastre del gobierno soñando con enterrar al MAS, sin darse cuenta de que, más bien, dejaban constancia de su esterilidad política y de su contribución al desastre general.
Luego de tan mal desempeño de los políticos y la constatación plena de los resultados negativos, cabría pensar que en la perspectiva de las adelantadas elecciones generales 2025, empezaríamos a escuchar reflexiones e ideas para marcar la diferencia y enfrentar la disputa electoral. No es el caso: en la docena y media de precandidatos hay mucho más de lo mismo y entre los novedosos poco de ideas originales.
Frases decidoras
Algunas expresiones los pintan y unas perlas dichas de pasada son suficientes para sospechar lo mal que vamos. Para el principal dirigente de la potente Federación de Campesinos de La Paz, la línea orgánica es: «Nos movilizaremos para lograr la libre determinación de los pueblos». Es decir, sobre la base de nuestros derechos originarios buscaremos crear otro estado; cuando la lógica es no aumentar los pedazos. El candidato oriental de UNETE, para mostrarse despierto y ágil de ideas, dijo en su proclama: «Vamos a poner orden en el país… primer día militarización del Chapare». Orden, una palabra que parece imprescindible ante el desgobierno, pero que traducida a la política sugiere pasar de las guerrillas a una guerra; cuando lo que necesitamos es negociaciones y paz.
Una diputada del ala evista del MAS, en su frustración porque la gente no los siguió en la «Marcha por salvar Bolivia», cree que «Bolivia debe estar embrujada, porque todo sube y nadie dice nada». Para la diputada, la explicación para la falta de convocatoria política y el desatino político es un «amarre» que alguien le hizo al país. Claro que nadie supera a Marcelo Claure que, con mucho más simpatía, éxito, dinero y conexiones académicas, como las de Harvard, dijo: «Ruego a Dios que el próximo líder (presidente) me tenga a su lado». Lo menos que saca es una sonrisa por su cariño tan boliviano y también por su ingenuidad de creer que la política es una cuestión de gerencia empresarial; parece no saber que lo ideal de un presidente no es que tenga a nadie especial a su lado, sino que tenga ideas, base social, autoridad, legitimidad y equipo calificado para gobernar.
El fracaso de la política
Bueno, pero aquí vamos. Venimos mal y los que proponen ideas y propuestas de gobierno parecen enviados por el enemigo. La política con mayúsculas fracasó y, como vamos, nuestra apuesta serán los Ruibales (¿se acuerdan? El «sanador» que vino en la época de Banzer) o pajpakus economistas, más finos y acartonados, que dicen tener la pócima milagrosa, los que lleven el debate. El periodismo emboscado empieza a hacer su trabajo de zapa y, sin poder tomar partido de frente, han asumido el desprecio de Arguedas por el indio o se dedican a incentivar las sospechas sobre el Padrón Electoral, un potencial fraude o, en el extremo paranoico, a hablar de un plan de prórroga del actual presidente, etcétera.
Es un trance difícil para el sistema político; las organizaciones políticas no tienen personas de recambio porque no existen propiamente. Lo que hay a título de organizaciones políticas son pequeños grupos clasemedieros organizados alrededor de algún preclaro o padrino y, consecuentemente, no debaten ideas ni forman líderes para el relevo generacional. En fin, tiempos sombríos, diría Bertolt Brecht.
En busca de una salida
¿Cómo salimos de este brete y buscamos un reencuentro político, social y económico que reclama el país, la democracia y la economía? Haciendo la política con mayúsculas y distinguiendo dos momentos de un acuerdo global que trascienda la política y comprenda a las corporaciones económicas y a las organizaciones sociales: en el corto plazo o inmediato plazo, de enero a la posesión del próximo gobierno, y el de mediano y largo plazo que es el siguiente periodo constitucional.
Para empezar, y esto le toca al gobierno, debe gestionar un ajuste económico de consenso básico que tenga la virtud de lograr un mínimo de estabilidad y certidumbre que asegure que iremos ordenadamente a las elecciones generales y que habrá un relevo democrático en paz. El acuerdo, aunque precario y limitado por razones obvias, debe alcanzar a ser una referencia básica del próximo gobierno y mantenerse entre tanto se construya otro consenso más firme y que incluya las necesarias reformas estructurales políticas, económicas e institucionales de largo plazo.
Tres temas más deben estar en este acuerdo por la democracia y en la idea de festejar nuestro Bicentenario con alegría, menos complejos, más dignidad y menos vergüenza. Uno, el expreso manifiesto y compromiso por cumplir con las elecciones generales del próximo 17 de agosto de 2025, reafirmando que los periodos constitucionales son de 5 años y que deben cumplirse porque son la base y garantía de la estabilidad política. Otra cosa es que con el próximo período constitucional —en un Acuerdo político de mayor aliento y actores validados por el voto popular— se discuta la manera normativa de acabar con el caciquismo y la idea de volver a la presidencia a como dé lugar. La limitación de los mandatos es una cuestión de salud de la democracia y del sistema político, pero que se debata en el marco de la previsible reforma constitucional que urge realizar.
Reformas y otros desafíos
Dos, la reforma constitucional que implique eliminar las costosas, ridículas e inútiles elecciones judiciales. Aunque a la primera nos dimos cuenta de que no cumplían con el objetivo de institucionalizar la justicia y proteger la autoridad de magistrados y jueces para mejorar el servicio, hemos sido incapaces de corregir y todavía en estas elecciones votaremos por personas inhabilitadas e, incluso, una persona fallecida. La justicia siempre tuvo dependencia de la política, de ahí venía el cuoteo, y siempre tuvo corrupción de por medio porque la justicia es un valioso bien que tiene precio, ninguna novedad. El asunto es que con el invento de las elecciones hemos generado un sistema político e institucional que se presta para la venta corporativa y mafiosa de la justicia; este es el drama que corregir, no será fácil y solo un amplio respaldo político, social e institucional podrá devolver a la justicia su carácter de servicio público idóneo.
Tres, el tema del narcotráfico. Es un tema planetario y el negocio de las drogas es el segundo mejor negocio en el mundo, solo después del negocio de las armas y la guerra. O sea que no nos hagamos ni santos o inocentes ni nos condenemos por adelantado. El tráfico de drogas es un cáncer que mina la institucionalidad pública porque no puede desarrollarse sin connivencia con el poder público, promueve la corrupción de los organismos encargados de su represión y, por supuesto, involucra a gente que en su necesidad acaba encarcelada y que no puede librarse porque no es un narcotraficante exitoso. Al coronel Dávila lo acusan de haber convertido a la Fuerza policial especializada en la represión del narcotráfico en una fuerza protectora del tráfico con control de pistas y armas. Delitos por los cuales nuestra justicia no lo estaba procesando; nuestra justicia solo lo procesaba porque, aparentemente, se había excedido en acumular bienes inmuebles. Ya ni hablar de los 39 kilos de droga que estos días desaparecieron y luego, casi por magia, se reencontraron en el techo de un vehículo. Ni hablar de nuestra línea aérea bandera, seriamente involucrada en el rubro de la exportación. En fin, en este tema tenemos que asumir nuestras responsabilidades políticas, institucionales y sociales.
Está difícil, pero es una cuestión de sobrevivencia salir adelante como país, estado y sociedad. Felizmente, bolivianos y bolivianas sabemos sobrevivir; nuestra historia nos defiende. Lo hicimos antes, habrá que volverlo a hacer. Hoy sabemos bastante más y mejor de los males que padecemos. Salud.