Friday 21 Mar 2025 | Actualizado a 02:55 AM

Crisis sucesivas y necesidad de ajustes constitucionales

/ 1 de febrero de 2025 / 21:00

El expresidente Eduardo Rodríguez Veltzé habla sobre las múltiples crisis que atraviesa el país y las impostergables tareas para evitar mayores conflictos.

A pocos meses de que Bolivia celebre 200 años de existencia, el debate sobre la estabilidad política, el impacto de crisis múltiples, la calidad de la democracia y las reformas necesarias para fortalecer las instituciones adquiere una pertinencia ineludible. La historia reciente del país está marcada por crisis recurrentes que han sacudido a la sociedad y revelado deficiencias estructurales que deben abordarse. En este contexto, el expresidente Eduardo Rodríguez Veltzé analiza el presente y futuro del país con una mirada crítica y reflexiva.

Este año es clave para Bolivia. Con elecciones en el horizonte y una ciudadanía polarizada, el debate sobre la gobernabilidad y la vigencia del modelo plurinacional cobra una dimensión central. La falta de independencia del sistema judicial, el hiperpresidencialismo, la necesidad de descentralización efectiva y los ajustes constitucionales son temas que definen el actual momento histórico. Rodríguez Veltzé señala que «las sucesivas crisis han mostrado las limitaciones del diseño institucional vigente y la urgencia de repensar el futuro del Estado boliviano».

En diciembre del año pasado, la Friedrich Ebert Stiftung (FES) presentó el libro “Momento Constituyente”, en el que se analiza la situación política e institucional de Bolivia. El trabajo, coordinado por José Luis Exeni, cuenta con la participación de Eduardo Rodríguez Veltzé y otros destacados intelectuales. A través de una mirada plural, se examinan los antecedentes históricos, las fallas del sistema político, las protestas sociales, la crisis del sistema judicial y el hiperpresidencialismo como factores de la inestabilidad. A raíz del mismo, Animal Político, de La Razón, conversó con el exmandatario.

Abogado y expresidente de Bolivia (2005-2006), Rodríguez Veltzé es un actor respetado por su rol en la administración de justicia y en la transición política. Su experiencia le permite ofrecer un diagnóstico agudo sobre los retos que enfrenta el país y las reformas que considera inevitables. Abordó temas medulares como la crisis del sistema judicial, el equilibrio de poderes, la gobernanza en el Estado plurinacional y los ajustes constitucionales que Bolivia podría necesitar para fortalecer su democracia.

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Eduardo Rodríguez Veltzé

Eduardo Rodríguez Veltzé

Crisis recurrentes en Bolivia

Bolivia ha atravesado un ciclo de crisis que, según Rodríguez Veltzé, no es un fenómeno nuevo, sino un síntoma de problemas estructurales no resueltos. «Desde 2019, pero incluso antes, hemos vivido una serie de episodios traumáticos que han dejado en evidencia la fragilidad institucional del país», señala. La sucesión de gobiernos con falta de mecanismos efectivos de resolución de conflictos ha generado un contexto de incertidumbre.

Para Rodríguez Veltzé, la situación actual puede entenderse desde el concepto de «momento constituyente», una idea desarrollada por el politólogo Bruce Ackerman. «Estos momentos surgen en tiempos de crisis y pueden dar lugar a transformaciones legales o constitucionales significativas», explica. En este sentido, Bolivia podría estar en la antesala de un cambio profundo en su estructura estatal.

El expresidente advierte que las crisis recurrentes en Bolivia han tenido diversos orígenes, pero comparten un mismo patrón: la ausencia de un marco institucional sólido capaz de procesar conflictos de manera pacífica y ordenada. Desde las protestas de 2003 hasta la crisis poselectoral de 2019, el país ha experimentado constantes estallidos de descontento popular que han derivado en cambios de gobierno abruptos. «El problema radica en que no hemos logrado consolidar instituciones suficientemente fuertes para dar estabilidad y garantizar el respeto al orden democrático», afirma.

Uno de los ejemplos más recientes de esta dinámica es la crisis de 2019, que comenzó con un cuestionado proceso electoral y desembocó en la salida de Evo Morales de la presidencia. Este episodio reflejó la polarización extrema del país y la falta de mecanismos claros para la resolución de disputas electorales. «Lo que vivimos en 2019 fue un colapso de la institucionalidad democrática, una situación que podría repetirse si no abordamos reformas estructurales», advierte Rodríguez Veltzé.

A ello se suma la creciente desconfianza de la población en las instituciones estatales. «Cada vez es más evidente que los ciudadanos recurren a la protesta como única vía para exigir sus derechos, lo que pone en riesgo la estabilidad del país», sostiene. La falta de un sistema judicial independiente y la debilidad del Tribunal Constitucional han contribuido a esta percepción de crisis permanente. «Si queremos consolidar una democracia estable, es imprescindible fortalecer nuestras instituciones y garantizar que el Estado pueda resolver los conflictos sin necesidad de recurrir a medidas extremas», sostiene el exmandatario.

Reforma judicial

Uno de los puntos más críticos del análisis de Rodríguez Veltzé es la mala situación del sistema judicial. «El poder judicial ha sido tradicionalmente la cenicienta del Estado boliviano. Nunca ha tenido la atención necesaria, ni en presupuesto ni en independencia», afirma. La elección de magistrados por voto popular, implementada en 2011, ha demostrado ser ineficaz y ha contribuido a la politización de la justicia.

«El sistema judicial debe ser reformado desde sus bases, garantizando que los jueces sean seleccionados por su idoneidad y no por criterios políticos», indica. Además, observa que la detención preventiva se ha convertido en una práctica que vulnera los derechos de los ciudadanos. «En Bolivia, más del 70% de los detenidos no tiene condena. Es un abuso del sistema».

Rodríguez Veltzé subraya que la crisis del sistema judicial no solo afecta a quienes buscan justicia, sino a la estabilidad del país en su conjunto. La falta de confianza en los tribunales ha generado un ambiente de inseguridad jurídica, lo que también tiene consecuencias en la inversión y el desarrollo económico. «Si los ciudadanos y las empresas no confían en que sus derechos serán protegidos de manera imparcial, se debilita el Estado de derecho y se frena el progreso», advierte.

La reforma judicial, según Rodríguez Veltzé, debe incluir una revisión profunda del modelo de elección de magistrados, el fortalecimiento de la carrera judicial y un mayor presupuesto para el sistema de justicia. «No es posible que el poder judicial reciba menos del 1% del presupuesto nacional. Sin recursos, no hay justicia», enfatiza.

Además, el expresidente señala que la corrupción es otro de los grandes males del sistema judicial. «Hay jueces y fiscales que responden a intereses políticos o económicos, lo que erosiona la credibilidad del sistema», afirma. La implementación de mecanismos de transparencia y control ciudadano es fundamental para revertir esta situación.

«Si no enfrentamos con seriedad la crisis del sistema judicial, la democracia boliviana seguirá en riesgo. No podemos permitir que la justicia continúe siendo un instrumento de manipulación política», asevera Rodríguez Veltzé.

Hiperpresidencialismo y descentralización fallida

El modelo de gobierno en Bolivia mantiene una concentración excesiva de poder en el presidente. «El hiperpresidencialismo ha sido una constante en nuestra historia y debe ser revisado», sostiene Rodríguez Veltzé. A pesar de la introducción del modelo autonómico en 2009, en la práctica las gobernaciones y municipios siguen dependiendo del poder central.

Uno de los principales problemas es la falta de coordinación entre los distintos niveles de gobierno. «Los municipios y gobernaciones no cuentan con autonomía real porque siguen dependiendo de las decisiones del Ejecutivo central, especialmente en términos de financiamiento», explica el exmandatario. Esto ha generado una burocracia ineficiente que retrasa la implementación de políticas públicas y deja sin solución problemas críticos como el acceso a salud y educación.

Además, el centralismo impide que las regiones tengan un rol más activo en el diseño de políticas de desarrollo. «En países con sistemas descentralizados efectivos, las regiones tienen mayor capacidad de decisión y gestión sobre sus recursos. En Bolivia, esto aún no sucede», advierte.

Otro aspecto preocupante es la falta de voluntad política para fortalecer la descentralización. «Aunque se han creado normas para otorgar mayor autonomía a las regiones, en la práctica no se han aplicado plenamente», señala. Esto ha generado conflictos entre los distintos niveles de gobierno y ha profundizado la percepción de ineficacia estatal.

Para solucionar este problema, Rodríguez Veltzé propone una revisión exhaustiva del sistema de gobernanza. «Necesitamos mecanismos que garanticen una distribución más equitativa del poder y los recursos, además de mejorar la coordinación entre el gobierno central y las entidades subnacionales», puntualiza. Sin estos cambios, considera, Bolivia seguirá atrapada en un modelo de administración que no responde a las necesidades de la población.

Lo plurinacional y la república

El modelo plurinacional de Bolivia, consagrado en la Constitución de 2009, ha sido objeto de intensos debates. Mientras algunos lo consideran un avance en la inclusión de los pueblos indígenas, otros argumentan que ha generado divisiones y conflictos de identidad nacional. Rodríguez Veltzé señala que «Bolivia sigue siendo una república, aunque ha adoptado un enfoque plurinacional que busca reconocer la diversidad étnica y cultural del país».

Sin embargo, en la práctica, la convivencia entre lo republicano y lo plurinacional ha estado marcada por tensiones. «Existen contradicciones en la aplicación del modelo plurinacional, especialmente en lo que respecta a la justicia indígena y la administración de territorios autónomos», observa. Estas diferencias han generado conflictos entre comunidades, autoridades locales y el gobierno central.

Otro punto de debate es el uso del concepto de plurinacionalidad como un instrumento político. «Hay sectores que han instrumentalizado la plurinacionalidad para consolidar poder, en lugar de fomentar una convivencia armónica entre los distintos sectores de la sociedad», sostiene Rodríguez Veltzé. Esta percepción ha llevado a que algunos sectores propongan un retorno a la idea de una república tradicional.

A pesar de estas tensiones, el expresidente considera que el modelo plurinacional ofrece oportunidades para fortalecer la democracia. «La clave está en encontrar mecanismos que permitan la coexistencia de diferentes sistemas de gobierno y justicia, sin que uno prime sobre el otro», afirma. Para ello, propone ajustes constitucionales que clarifiquen las competencias y responsabilidades de cada nivel de gobierno, evitando superposiciones y conflictos de autoridad.

Rodríguez Veltzé subraya la necesidad de promover un diálogo nacional sobre el futuro del modelo plurinacional. «Es fundamental que esta discusión no se convierta en un campo de batalla ideológico, sino en una oportunidad para mejorar la estructura del Estado y garantizar derechos para todos los ciudadanos», concluye.

Ajustes constitucionales

Rodríguez Veltzé considera que Bolivia necesita reformas constitucionales en aspectos clave. «No se trata de llamar de inmediato a una nueva asamblea constituyente, sino de abrir un debate serio sobre ajustes puntuales», aclara. Entre las reformas prioritarias, menciona los siguientes.

Reforma del sistema judicial: Eliminación de la elección popular de magistrados y establecimiento de un mecanismo de selección basado en méritos.

Clarificación del régimen de reelección: Definir con claridad los límites a la reelección presidencial para evitar interpretaciones arbitrarias.

Revisión del modelo autonómico: Diseñar mecanismos de coordinación efectiva entre los distintos niveles de gobierno.

Reducción del hiperpresidencialismo: Transferir competencias a otras instancias del Estado para evitar la concentración excesiva de poder.

«No podemos seguir ignorando las crisis que nos afectan. Bolivia necesita cambios estructurales que fortalezcan su democracia y garanticen el bienestar de sus ciudadanos», concluye Rodríguez Veltzé.

La crisis económica reconfigura la carrera electoral

Armando Ortuño, Yerko Ilijic y Julio Córdova analizan los impactos del deterioro de la economía en la carrera comicial.

/ 15 de marzo de 2025 / 21:22

En un momento de crisis económica, Bolivia enfrenta un escenario político marcado por la incertidumbre y el desgaste de los liderazgos tradicionales. La escasez de combustible y dólares, sumados al aumento de la inflación, están alterado la percepción ciudadana sobre el futuro inmediato y las opciones electorales disponibles. En este marco, presentamos tres entrevistas a expertos que analizan el impacto de la situación en curso en la dinámica previa a las elecciones de agosto y en la configuración del poder político en el país.

El sociólogo Julio Córdova, el economista Armando Ortuño y el abogado Yerko Ilijic ofrecen perspectivas complementarias sobre el momento actual. Córdova destaca cómo las percepciones de la ciudadanía han cambiado drásticamente, generando temores que evocan experiencias pasadas de hiperinflación y crisis política. Por su parte, Ilijic examina las estrategias de los distintos actores políticos y plantea escenarios en los que la falta de respuesta gubernamental podría desembocar en una crisis aún mayor. Ortuño analiza el efecto devastador de la crisis sobre los actores en carrera y las posibilidades de recomposición en el país.

A lo largo de estas conversaciones, emergen algunas ideas centrales: el desgaste del gobierno de Luis Arce y la posibilidad de un «que se vayan todos»; el riesgo de que la crisis termine favoreciendo la irrupción de outsiders en el escenario electoral; y la reconfiguración de los sectores populares en un contexto donde la desafección política se convierte en una variable determinante. Con estos elementos en juego, el panorama boliviano sigue abierto a múltiples desenlaces.

Julio Córdova: el temor a la hiperinflación y el recuerdo de la UDP

A diferencia de lo observado a finales de 2023 e inicios de 2024, cuando la población preveía un deterioro paulatino de la situación económica, en los últimos meses se ha producido un cambio sustancial en la percepción ciudadana. «Lo que estamos viendo es que la gente ya no percibe que la crisis va a empeorar poco a poco, sino que va a haber una desmejora abrupta de las condiciones de vida, y el temor a la hiperinflación se ha incrementado notablemente», explica Córdova.

Este temor está directamente vinculado a la crisis de combustibles. Según el analista, «a medida en que la gente entiende que los combustibles van a aumentar de precio, de costo, sea formalmente, es decir, que el gobierno vaya retirando poco a poco la subvención, o sea, informalmente, a pesar de que el gobierno mantenga el precio oficial, se va a generar un mercado negro donde va a haber un incremento real», lo que inevitablemente provocará «un incremento sustancial de los precios de la canasta familiar».

Un hallazgo particularmente revelador de los estudios de Diagnosis muestra una marcada diferencia generacional en la percepción de la crisis. «Las personas adultas recuerdan todavía el tema de la Unión Democrática Popular (UDP) y está en su mente la imagen desastrosa de la hiperinflación», señala Córdova. Estos ciudadanos «empiezan a tener miedo a que pueda reproducirse un escenario igual que la UDP, es decir, un estallido de crisis económica, de hiperinflación, de escasez de productos». En contraste, «los jóvenes que no han pasado esa experiencia, digamos, entienden que va a haber una crisis económica, aunque su visión no es tan catastrófica».

La debilidad presidencial y el paralelo con Siles Zuazo

Uno de los aspectos más preocupantes para el gobierno actual es que la imagen del presidente Luis Arce está siendo cada vez más asociada con la de Hernán Siles Zuazo, quien presidió Bolivia durante la devastadora crisis hiperinflacionaria de los años 80 bajo el gobierno de la UDP.

«Los adultos concluyen que, en el gobierno de Siles Zuazo, el propio presidente era un presidente débil en todos los sentidos. Débil políticamente, porque tenía todo el Parlamento en contra, pero también débil en el sentido de carácter», explica Córdova. Y agrega que «es en esos términos que los adultos empiezan a entender tanto la figura de Luis Arce como su gobierno. Es decir, lo ven de manera casi calcada al de la UDP, como un gobierno débil, que no tiene apoyo parlamentario, que no tiene fuerza política».

Esta percepción representa un cambio significativo en la imagen del actual mandatario. «En las elecciones del 2020, la imagen de Luis Arce estaba asociada al diálogo y a no a la confrontación. Ahora, en el nuevo contexto, la imagen de Luis Arce está asociada a debilidad de carácter, debilidad política y, por lo tanto, falta de decisión para revertir la crisis», subraya el sociólogo.

El riesgo del «que se vayan todos»

Aunque Diagnosis no ha identificado todavía cambios sustanciales en las preferencias electorales, Córdova advierte sobre un escenario potencialmente disruptivo si la crisis económica continúa profundizándose. «Si las condiciones económicas se deterioran en los próximos días, falta de gasolina, incremento de precios y una mayor inflación, entonces nuestra hipótesis es que existe un alto riesgo de que la gente no solamente empiece a decepcionarse todavía más del gobierno de Luis Arce, sino que empiece a decepcionarse del conjunto de los políticos y se consolide una actitud de ‘que se vayan todos’, similar a lo ocurrido en Argentina tras la crisis de 2001”.

Esta actitud, según el analista, podría favorecer la emergencia de candidatos outsiders, figuras que nunca han gobernado y que se presenten como alternativas totalmente nuevas, independientemente de su experiencia o capacidad. «La demanda social por líderes nuevos, independientemente si tienen experiencia, si tienen capacidad, independientemente si son líderes de derecho, no importa, la demanda electoral por líderes nuevos eventualmente puede crecer», lo que beneficiaría a candidatos como Chi Hyun Chung y limitaría las posibilidades no solo del oficialismo, sino también de figuras opositoras ya establecidas.

Los tres tercios electorales en crisis

El análisis de Córdova sobre la actual situación política boliviana parte de que los «tres tercios» electorales, una idea que expuso y desarrolló previamente en Animal Político: el bloque de clase media-alta antimasista, el campo indígena-popular (tradicionalmente asociado al MAS) y un tercio medio que busca discursos no polarizantes.

El bloque antimasista y su encrucijada

Sobre el bloque antimasista, liderado principalmente por figuras como Carlos Mesa y Samuel Doria Medina tras la declinación de la candidatura de Tuto Quiroga, Córdova señala que estos líderes «están apuntando a debilitar, digamos, no solamente a Arce, sino en su discurso asocian la figura de Arce y de Evo Morales como los causantes de la crisis actual». Sin embargo, advierte que «existe el riesgo de que las clases medias que todavía tienen una figura antimasista y que apoyan a estos líderes de la unidad opositora empiecen a cansarse de la crisis económica» y terminen decepcionándose también de estos líderes si no proponen alternativas concretas a la crisis.

El campo indígena-popular y el factor Evo Morales

Respecto al campo indígena-popular, donde Luis Arce ha perdido significativamente respaldo (cayendo de un 30% de aprobación hace un año a menos de un 5% según diversas encuestas), Córdova reconoce que Evo Morales mantiene cierto apoyo, aunque distante de sus mejores momentos. «En las encuestas de diagnóstico se mantuvo, casi desde hace dos años, en un 10% de intención de voto si se presentara como candidato a nivel del conjunto de la población. Y en las clases bajas, esta intención de voto se acerca al 20%», indica.

Sin embargo, el sociólogo descarta que el expresidente pueda recuperar el masivo apoyo que tuvo en su momento. «Ya no representa esa aspiración de superación individual vía educación. Por lo tanto, si es que se produjera algún aumento en la favorabilidad de Evo Morales en clases bajas, es previsible que ese aumento no sea exponencial». La explicación de Córdova es que «es un agotamiento histórico de la figura de Evo Morales» y que «ha pasado mucha agua bajo el puente. Las clases bajas han cambiado, Evo Morales ya no es ese líder carismático que logre obtener el apoyo de todas ellas».

Sobre otros posibles líderes del campo popular como Andrónico Rodríguez, el analista estima que podría tener mejor desempeño que Arce e incluso que Morales, pero «tampoco va a ser el nuevo líder que rescate todo el voto indígena popular que había antes».

El tercio del medio y la posibilidad de un «fenómeno Fujimori»

En cuanto al tercio del medio, Córdova considera que este segmento «va a crecer en la medida en que no hay propuestas interesantes en los extremos». Actualmente, este grupo busca «discursos no polarizantes o figuras no polarizantes, lo que favorece a Manfred Reyes Villa», pero si la crisis económica se agudiza, podría cambiar hacia una demanda por «figuras disruptivas totalmente nuevas».

Especialmente preocupante es la posibilidad de que surja rápidamente un outsider que capitalice el descontento generalizado, similar a lo ocurrido con Alberto Fujimori en Perú en 1990 o con Chi Hyun Chung en Bolivia en 2019. «En las elecciones de 1990 de Perú, hasta cuatro meses antes de las elecciones, Fujimori no era conocido. Y el ascenso de Fujimori como candidato nuevo se produjo en menos de un mes», recuerda Córdova. «En ese tiempo Fujimori pasó del 2% a un 30%». Luego ganó en segunda vuelta con el 62% de los votos.

Un gobierno sin operadores políticos ante la crisis

Al analizar las posibilidades del actual gobierno para enfrentar la crisis hasta las elecciones de 2025, Córdova es pesimista. Señala que el gobierno de Arce «no ha tenido los mejores operadores políticos para poder asegurarse cierta mayoría mínima en la Asamblea Legislativa» a pesar de haber tenido «varios años, por lo menos el 2022 y el 2023, como para tratar de establecer ciertos acuerdos».

«Si tú no tienes operadores políticos hábiles, eficientes, capaces de establecer acuerdos contra todo pronóstico, pues estás inerme», afirma el sociólogo, quien considera que esta es «una de las grandes debilidades del gobierno de Arce». Como consecuencia, «no va a poder revertir esta situación. Así no va a poder lograr que la Asamblea Legislativa apruebe algunos proyectos para tener un poco más de aire. Tampoco acuerdos con algunos otros sindicatos que impidan movilizaciones desde el lado popular, menos acuerdos con las facciones de Comunidad Ciudadana».

«Esta situación no va a cambiar hasta agosto del 2025, hasta las elecciones. Entonces, no hay mayores posibilidades de cambios relevantes en la gestión del gobierno. Estamos ante un gobierno políticamente débil que va a quedar aquí», concluye.

Yerko Ilijic: crisis y subordinación política

Bolivia enfrenta un escenario político cada vez más volátil, donde la interrelación entre economía y política determina las posibilidades reales de gobernabilidad y de salida a la actual coyuntura. Esta es una de las principales conclusiones que se desprende del análisis realizado por Yerko Ilijic, abogado con estudios de postgrado en las universidades de Westfalia y Heidelberg, quien advierte sobre los escenarios críticos que podrían desplegarse en los próximos meses.

La subordinación de la economía a la política

Un elemento central en el análisis de Ilijic es su contundente afirmación sobre la relación entre economía y política en el contexto boliviano: «la economía está subordinada a la política», señala, estableciendo desde el inicio un marco interpretativo que condiciona cualquier solución para la crisis actual.

Esta subordinación, según el analista, tiene importantes implicaciones para el escenario que podría desarrollarse en caso de un agravamiento de la situación. A diferencia de lo que ocurrió en otros países de la región, Ilijic sostiene que «si la economía está subordinada a la política, no puede existir que se vayan todos. Porque ese vacío va a generar mayor, mayor escasez de trabajos, parálisis, apagón».

Es decir, el fenómeno de deslegitimación total de la clase política (como sucedió en Argentina en 2001) no tendría el mismo desarrollo en Bolivia, precisamente porque la economía depende estructuralmente de decisiones políticas.

El «periodo especial» y sus escenarios

Ilijic caracteriza la situación actual como un «periodo especial», un término que evoca inmediatamente comparaciones históricas preocupantes. «Yo tengo en mente, cuando digo ‘periodo especial’, la Cuba de los años 90. ¿Qué significaba eso? Racionamiento y apagón».

El analista advierte sobre una escalada potencial de medidas restrictivas que podrían implementarse a medida que la crisis se profundice. «Una probabilidad es que vamos a acabar con racionamiento, apagón. Si eso, además, se hace insostenible, hay una última medida que se puede aplicar, que es más radical todavía, que es la parálisis».

Esta parálisis, explica Ilijic, podría manifestarse como una «parálisis estatal, la parálisis internacional» que eventualmente podría conducir a una situación similar al «confinamiento» que el país ya experimentó durante la pandemia, pero esta vez provocado por una crisis económica.

Arce en la coyuntura de la crisis

Uno de los puntos más críticos señalados por Ilijic es la estrategia adoptada por el gobierno de Luis Arce para lograr gobernabilidad frente a un parlamento hostil. «Es lo que Arce ha hecho, a partir de su alianza con el Tribunal Constitucional Plurinacional. Es una medida autoritaria, pero es la medida con la que él ha obtenido gobernabilidad por fuera del Parlamento».

Esta estrategia, sin embargo, ha generado una dinámica de trincheras políticas que dificulta cualquier solución consensuada a la crisis. «La gente del Gobierno se presenta en la ciudadanía como estando en una trinchera».

Según Ilijic, el país enfrenta un dilema fundamental: la necesidad de implementar reformas estructurales que permitan superar la crisis, pero en un contexto de alta polarización y fragmentación política que hace casi imposible construir los consensos necesarios.

El analista señala que Arce tiene pendiente “resolver la variable Evo Morales”. Identifica la relación entre el presidente y el expresidente como uno de los problemas fundamentales a resolver.

Adicionalmente, plantea que el gobierno actual «tiene que presentar, por lo menos, algún grado de voluntariedad para que, a partir de que asuma el nuevo gobierno, las medidas que se vayan a tomar surtan efecto».

La posibilidad de acuerdos políticos

El abogado insiste en que cualquier solución a la crisis económica requerirá inevitablemente de acuerdos políticos sustantivos. Esta necesidad choca frontalmente con la realidad de un sistema político altamente fragmentado y polarizado y advierte sobre los riesgos de un parlamento disfuncional tras las próximas elecciones. «A mí no me interesa tanto cómo estén conformadas las bancadas que van a salir el 9 de noviembre. A mí lo que me interesa es que las bancadas tengan la capacidad de ser colaborativas. ¿Por qué? Porque la primera mirada va a estar, obviamente, en que el Parlamento. Si logra, más o menos, validar al nuevo gobierno o lo paraliza».

A pesar del panorama sombrío, Ilijic sugiere la posibilidad de una salida negociada a la crisis. «Si es una salida política pactada, es una especie de inflexión de Arce, pero con cierto grado de impunidad, y a cambio que entre un grupo de la oposición lo más cercano al populismo posible. Ahí ya se tiene una salida».

Esta solución implicaría un pacto político que permita una transición ordenada, pero que al mismo tiempo garantice cierta continuidad en las políticas económicas y sociales para evitar convulsiones mayores.

La temporalidad de la subordinación económica

Finalmente, Ilijic plantea que la subordinación de la economía a la política es una condición temporal que podría superarse mediante un proceso de reformas de mediano plazo. Esta visión sugiere que Bolivia necesita transitar hacia un modelo donde la economía adquiera cierta autonomía respecto a las decisiones políticas, pero reconoce que este es un proceso gradual que requiere condiciones actualmente inexistentes en el país.

En un momento en que «la gente está todavía aguantando», las próximas semanas y meses serán decisivos para determinar si Bolivia logra encauzar institucionalmente la crisis o si entra en una espiral de inestabilidad política y económica con consecuencias impredecibles.

Armando Ortuño: la crisis, un punto de inflexión electoral

La crisis económica y política que atraviesa Bolivia ha alcanzado niveles sin precedentes, configurando un escenario electoral de alta incertidumbre donde los parámetros tradicionales de análisis se han vuelto insuficientes. Así lo advierte el economista e intelectual boliviano, Armando Ortuño, quien señala que el país ha entrado en una nueva fase crítica que redefine completamente las perspectivas electorales para los comicios presidenciales programados para agosto.

«Hay un cambio de escenario fuerte. Hasta ahora habíamos estado viviendo en una especie de lógica de deterioro económico, de problemas, pero creo que la dimensión que está tomando ahora la situación en términos de las afectaciones a la vida cotidiana de la gente, a su estado de ánimo, son elementos bastante más fuertes», explica Ortuño. Así, considera que estos acontecimientos representan «un punto de inflexión» en la campaña electoral.

Crisis: del deterioro al colapso

El análisis de Ortuño parte de una premisa fundamental: Bolivia ya no está ante la amenaza de una crisis, sino en pleno colapso económico. «Ya no es que la gente tiene miedo de que venga un colapso, ya vino el colapso, ese es el drama», sentencia. Esta realidad ha desarticulado uno de los principales argumentos de la actual administración, que esperaba capitalizar el temor a un posible ajuste económico si la oposición llegaba al poder.

«La última esperanza de los arcistas era esta especie de mito del electorado de izquierda que, frente a los que venían a hacer el ajuste, iba a votar por ellos, pero esa hipótesis se derrumba cuando el nivel de crisis es tan grande, cuando el nivel de colapso es de este tamaño», afirma Ortuño. Esta nueva realidad, según el analista, profundiza la «desafección» de un electorado nacional-popular masista que históricamente ha representado alrededor del 60% del padrón electoral boliviano.

La oferta política frente a la cambiante demanda

Ortuño identifica que el verdadero cambio no está ocurriendo en la oferta política, sino en la demanda del electorado. «Se está rebarajando casi todo, no tanto en la oferta política, porque la oferta política sigue siendo la misma, sino más en la demanda», explica. Sugiere que los votantes están reconfigurando sus preferencias debido a la magnitud de la situación.

Esta transformación de la demanda ciudadana ocurre en un contexto donde las principales figuras políticas mantienen estrategias que, según Ortuño, resultan insuficientes para el momento histórico.

Incertidumbre sobre las elecciones

Uno de los elementos más contundentes del análisis de Ortuño es el cuestionamiento sobre la viabilidad misma del calendario electoral. «La pregunta es si llegamos a agosto. Agosto me parece tan lejano con esta crisis», expresa, planteando un escenario de alta volatilidad institucional.

Esta preocupación no es gratuita. Según el economista, las condiciones actuales hacen que llegar a agosto sea «altamente incierto» y advierte que una posible prórroga del mandato sería «una locura». En este contexto, Ortuño sugiere que el escenario más viable podría ser «hacer una elección lo más rápido posible, porque justamente urge hacer una elección».

La urgencia, explica, radica en la necesidad de contar con «una persona que se haga cargo. Se requiere de alguien que se refresque, que venga con un mínimo de legitimidad y diga, bueno, yo me hago cargo del desmadre».

La imposibilidad de una solución puramente económica

Para Ortuño, un elemento fundamental del análisis es que la crisis ha superado la posibilidad de ser abordada solo desde lo económico. «Ya no hay salida económica desde mi perspectiva. La salida económica implica el ajuste o algún tipo de cambio macroeconómico, es decir, un conjunto de medidas integrales que solamente las puede tomar un gobierno con un mínimo de legitimidad o con un apoyo político fuerte», sostiene.

En este sentido, sentencia que «ya hay solución económica con instrumentos puramente administrativos». La magnitud de la crisis requiere, en palabras de Ortuño, «un mínimo de acuerdo político” para poder implementar medidas económicas efectivas.

El gobierno y sus limitaciones

Ortuño identifica momentos específicos en los que, según su interpretación, el gobierno actual ha admitido implícitamente su incapacidad para manejar la crisis. «Desde el domingo pasado, el momento en que salió la ministra Prada (en conferencia de prensa), desde mi perspectiva, ese momento el gobierno declaró que no tenía soluciones al problema», afirma.

Esta percepción se reforzaría en los días posteriores. «Si teníamos todavía dudas de que no había soluciones, cuando salieron las autoridades de Hidrocarburos, el lunes pasado, se ratificó. Si todavía había alguna duda, cuando salió el presidente Luis Arce y nos lanza esas diez soluciones que no solucionan nada, ya se comprobó una vez que no hay nada, así que no hay salida».

Escenarios posibles ante la crisis

Ante la gravedad de la situación, Ortuño esboza dos posibles escenarios. El primero contempla la posibilidad de un adelanto electoral que permita renovar rápidamente la legitimidad gubernamental. «Puede suceder de que haya un acuerdo político para hacer la elección en dos o tres meses, porque no da para más. De hecho, para mí, probablemente ese es un escenario relativamente viable en este momento».

El segundo escenario, aunque considerado menos probable por el analista, sería que el actual presidente renuncie a su candidatura y forme «un gobierno de unidad nacional» que permita tomar las «medidas duras» necesarias para estabilizar la economía antes de las elecciones. En palabras de Ortuño, «Luis Arce tal vez podría hacerlas, aunque tengo mis dudas, incluso si él, por ejemplo, renunciara a la candidatura y decidiera ser un gobierno de unidad nacional, y entonces intentar llegar a agosto tomando las medidas que hay que tomar».

Sin embargo, este escenario requeriría un sacrificio político significativo y un amplio acuerdo entre fuerzas políticas, algo que el analista ve poco probable en el actual contexto.

Este análisis revela la profunda preocupación del economista por el deterioro acelerado de las condiciones económicas del país y la necesidad de decisiones urgentes que, según su visión, solo pueden venir de una renovación de la legitimidad política a través de elecciones anticipadas o de un acuerdo político amplio que parece cada vez más improbable.

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El error de insistir en el error

La persistencia en políticas fallidas, el gasto descontrolado y la dependencia estatal agravan la situación. Más allá de lo económico, hay una pérdida de valores y confianza social.

/ 15 de marzo de 2025 / 21:03

Marco Tuliio Cicerón escribió que «de humanos es errar y de necios permanecer en el error». La historia es maestra, pero también testigo de las decisiones que tomamos como sociedad. En Bolivia, el eco del pasado resuena con fuerza en nuestro presente. Nos encontramos en una encrucijada, atrapados entre las lecciones que nos dejó la crisis de 1985 y la incertidumbre de un futuro que exige decisiones firmes y responsables. El país enfrenta una crisis económica que recuerda los peores momentos de nuestra historia reciente: inflación creciente, caída del valor del boliviano, endeudamiento alarmante, escasez de divisas y una estructura económica que se tambalea sobre bases inestables.

El problema central no radica en cometer errores; después de todo, errar es humano. Lo que resulta preocupante es la incapacidad de corregirlos, la persistencia en recetas fracasadas y la resistencia a aceptar la realidad. Bolivia parece condenada a tropezar con la misma piedra una y otra vez, repitiendo los mismos patrones de gasto excesivo, dependencia estatal y políticas de corto plazo que hipotecan el futuro de la nación.

Hoy, más que nunca, es imperativo que los bolivianos reflexionemos sobre el valor de nuestra moneda, de nuestro trabajo y, sobre todo, de nuestra sociedad. No solo enfrentamos una crisis económica, sino también una crisis moral y estructural. Si no aprendemos de nuestros errores, si seguimos esperando soluciones mágicas y si persistimos en un modelo insostenible, el futuro que nos espera será aún más incierto y devastador.

El error en 1985 y 2025: un reflejo preocupante

Para entender la crisis actual, es imprescindible mirar al pasado. En 1985, Bolivia vivió una de las peores hiperinflaciones de la historia. La moneda nacional perdió su valor a un ritmo alarmante, el desempleo se disparó, los productos básicos se encarecieron y la incertidumbre se apoderó del país. El gobierno de entonces se vio obligado a tomar medidas drásticas con la Nueva Política Económica (NPE), un ajuste estructural que, aunque doloroso, permitió estabilizar la economía y sentar las bases para un crecimiento posterior.

Hoy, cuatro décadas después, los síntomas de la crisis de 1985 vuelven a manifestarse. La inflación avanza silenciosamente, la moneda nacional se devalúa, las reservas internacionales han caído a niveles alarmantes y el déficit fiscal sigue creciendo. El país ha caído en una peligrosa dependencia del gasto público y de una economía extractivista que no ha logrado diversificarse ni generar un modelo sostenible de desarrollo.

Las señales de advertencia están a la vista, pero, en lugar de enfrentarlas con medidas responsables, la respuesta gubernamental ha sido negar la crisis, culpar a factores externos y persistir en políticas económicas insostenibles. Se insiste en el gasto descontrolado, en subsidios que no resuelven los problemas estructurales y en un modelo de gestión que ahoga al sector productivo en lugar de incentivarlo.

La gran pregunta es: ¿hemos aprendido algo de 1985? O, como advirtió Cicerón hace siglos, ¿seguiremos siendo necios que insisten en los mismos errores?

El valor del dinero y el valor de la sociedad

Más allá de los números y las cifras económicas, la crisis que vivimos hoy tiene una dimensión mucho más profunda: la pérdida del valor social. El dinero es un reflejo de la confianza que los ciudadanos tienen en su economía, en sus instituciones y en su futuro. Cuando esa confianza se quiebra, la moneda se desploma, la inversión se frena y el país entero entra en una espiral de deterioro.

En Bolivia, esta pérdida de valor no es solo económica, sino también cultural y social. La mentalidad del esfuerzo ha sido sustituida por la expectativa del subsidio; la cultura del trabajo se ha debilitado frente a la dependencia estatal; el mérito ha sido desplazado por la prebenda y el clientelismo. En lugar de incentivar la producción, se han promovido modelos de asistencialismo que han generado una ciudadanía pasiva, acostumbrada a esperar soluciones desde el gobierno en lugar de construirlas desde la sociedad.

Esta crisis de valores se refleja en todos los niveles. La inseguridad jurídica espanta las inversiones, la corrupción desangra los recursos públicos, la educación se ha visto relegada y el talento joven busca oportunidades fuera del país. Cada día, más bolivianos ven en la migración la única alternativa para un futuro digno, una señal alarmante de que el país no está generando las condiciones para el progreso de su gente.

La pérdida del valor del dinero es solo un síntoma de un problema más profundo: la pérdida de confianza en el país mismo. Y sin confianza, no hay economía que prospere.

El mito del “milagro económico” y el error actual

Por más de una década, se nos hizo creer que Bolivia había logrado un milagro económico. Se habló de crecimiento, de estabilidad, de reducción de la pobreza. Pero la realidad era otra: ese crecimiento estaba sostenido por precios favorables de las materias primas, no por una transformación estructural de la economía.

En lugar de aprovechar la bonanza para diversificar la producción, fortalecer la educación y fomentar el emprendimiento, se optó por el gasto excesivo y la expansión del aparato estatal. Cuando los precios de las materias primas bajaron, la fragilidad del modelo quedó expuesta. Ahora, con un país endeudado, con reservas en mínimos históricos y con un aparato productivo debilitado, el espejismo del milagro se ha desvanecido.

El problema y el error no son solo económicos, sino políticos. Se ha instalado una narrativa donde cualquier intento de ajuste es visto como un ataque a la estabilidad, cuando en realidad es la única forma de evitar un colapso mayor. Se insiste en mantener subsidios y controles de precios que distorsionan el mercado, en proteger monopolios estatales ineficientes y en bloquear reformas que podrían abrir nuevas oportunidades de desarrollo.

Pero la economía no responde a discursos, sino a realidades. Y la realidad es que Bolivia necesita un cambio profundo en su modelo de gestión económica si quiere evitar un colapso como el de 1985.

El desafío del futuro: trabajo y responsabilidad

Frente a este panorama, la salida no vendrá de la política, sino de la sociedad. La verdadera solución al error está en el esfuerzo de cada ciudadano, en la capacidad de trabajo y en la responsabilidad colectiva de construir un país mejor.

Es momento de dejar atrás la mentalidad de dependencia y asumir que el progreso no vendrá de subsidios, sino de producción; no vendrá de discursos, sino de acción; no vendrá del Estado, sino de la sociedad misma. Bolivia necesita recuperar el valor del esfuerzo, del emprendimiento, del talento.

Para ello, es fundamental:

1.         Fomentar una economía basada en la producción y la innovación, generando condiciones para el crecimiento del sector privado y la inversión.

2.         Garantizar seguridad jurídica y estabilidad institucional, para atraer inversiones y generar confianza en el futuro.

3.         Reformar el sistema educativo, para que los jóvenes sean agentes de cambio y no víctimas de un modelo fallido.

4.         Recuperar la ética del trabajo y la cultura del mérito, premiando el esfuerzo y la creatividad en lugar del asistencialismo.

El país no se salvará con promesas, sino con trabajo. No se construirá con subsidios, sino con esfuerzo. No se transformará con discursos, sino con hechos.

Bolivia no está condenada a repetir su historia. Pero para evitarlo, debemos aprender de ella y, sobre todo, dejar de ser necios. Porque como dijo Cicerón, errar es humano, pero insistir en el error es un acto de insensatez que puede costarnos el futuro.

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¿Finaliza la Guerra Fría o comienza una nueva?

¿Están los nuevos militaristas de Occidente leyendo correctamente el momento histórico?

/ 15 de marzo de 2025 / 20:47

Cuando los líderes de la Unión Europea se reunieron en Bruselas el 6 de febrero para abordar la guerra en Ucrania, el presidente francés, Emmanuel Macron, calificó este momento como «un punto de inflexión en la historia». Los líderes occidentales coinciden en que este es un momento histórico que requiere una acción decisiva, pero el tipo de acción dependerá de su interpretación de la naturaleza de este momento.

¿Es este el comienzo de una nueva Guerra Fría entre Estados Unidos, la OTAN y Rusia, o el fin de una? ¿Seguirán siendo Rusia y Occidente enemigos implacables en el futuro previsible, con un nuevo telón de acero entre ellos a través de lo que una vez fue el corazón de Ucrania? ¿O podrán Estados Unidos y Rusia resolver las disputas y la hostilidad que condujeron a esta guerra, para dejar a Ucrania con una paz estable y duradera?

Algunos dirigentes europeos ven este momento como el comienzo de una larga lucha con Rusia, similar al comienzo de la Guerra Fría en 1946, cuando Winston Churchill advirtió que “una cortina de hierro ha caído” sobre Europa.

La guerra en Ucrania

El 2 de marzo, haciéndose eco de Churchill, la presidenta del Consejo Europeo, Ursula von der Leyen, declaró que Europa debe convertir a Ucrania en un «puercoespín de acero». El presidente Zelenski ha afirmado que quiere hasta 200.000 soldados europeos en la eventual línea de alto el fuego entre Rusia y Ucrania para «garantizar» cualquier acuerdo de paz, e insiste en que Estados Unidos debe proporcionar un respaldo, es decir, el compromiso de enviar fuerzas estadounidenses a combatir en Ucrania si la guerra estalla de nuevo.

Rusia ha reiterado su rechazo a la presencia de fuerzas de la OTAN en Ucrania bajo ningún pretexto. «Hoy explicamos que la aparición de fuerzas armadas de los mismos países de la OTAN, pero bajo una bandera falsa, bajo la bandera de la Unión Europea o bajo banderas nacionales, no cambia nada en este sentido», declaró el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, el 18 de febrero. «Por supuesto, esto nos resulta inaceptable».

Pero el Reino Unido persiste en una campaña para reclutar una «coalición de los dispuestos», el mismo término que Estados Unidos y el Reino Unido acuñaron para la lista de países que persuadieron a apoyar la invasión ilegal de Irak en 2003. En ese caso, solo Australia, Dinamarca y Polonia tomaron pequeñas partes en la invasión, Costa Rica insistió públicamente en ser eliminada de la lista, y el término fue ampliamente satirizado como la «coalición de la facturación» porque Estados Unidos reclutó a tantos países para que se unieran a él prometiéndoles lucrativos acuerdos de ayuda exterior. 

Direfencias en perspectivas

Lejos de ser el comienzo de una nueva Guerra Fría, el presidente Trump y otros líderes ven este momento como más parecido al final de la Guerra Fría original, cuando el presidente estadounidense Ronald Reagan y el primer ministro soviético Mijail Gorbachov se reunieron en Reykjavik, Islandia, en 1986 y comenzaron a superar las divisiones causadas por 40 años de hostilidad de la Guerra Fría.

Al igual que Trump y Putin hoy, Reagan y Gorbachov fueron improbables pacificadores. Gorbachov había ascendido en las filas del Partido Comunista Soviético hasta convertirse en su Secretario General y Primer Ministro en marzo de 1985, en plena guerra soviética en Afganistán, y no comenzó a retirar las fuerzas soviéticas de Afganistán hasta 1988. Reagan supervisó un aumento de armamentos sin precedentes durante la Guerra Fría, un genocidio respaldado por Estados Unidos en Guatemala y guerras encubiertas y por delegación en toda Centroamérica. Y, sin embargo, Gorbachov y Reagan son ahora ampliamente recordados como pacificadores.

Mientras los demócratas ridiculizan a Trump como un títere de Putin, durante su primer mandato, Trump fue en realidad responsable de intensificar la Guerra Fría con Rusia. Después de que el Pentágono hubiera exprimido billones de dólares de su absurda y autocomplaciente «Guerra contra el Terror», fueron Trump y su psicópata Secretario de Defensa, el general «Mad Dog» Mattis, quienes declararon el regreso a la competencia estratégica con Rusia y China como el nuevo tren de la fortuna del Pentágono en su Estrategia de Defensa Nacional de 2018. También fue Trump quien levantó las restricciones del presidente Obama al envío de armas ofensivas a Ucrania.

Trump y la guerra

El vertiginoso cambio de rumbo de Trump en la política estadounidense ha dejado a sus aliados europeos con latigazos y ha revertido el papel que cada uno ha desempeñado durante generaciones. Francia y Alemania han sido tradicionalmente los diplomáticos y pacificadores de la alianza occidental, mientras que Estados Unidos y el Reino Unido han padecido una fiebre bélica crónica que ha demostrado ser resistente a una larga serie de derrotas militares e impactos catastróficos en todos los países víctimas de su belicismo.

En 2003, el ministro de Asuntos Exteriores francés, Dominique de Villepin, encabezó la oposición a la invasión de Irak en el Consejo de Seguridad de la ONU. Francia, Alemania y Rusia emitieron una declaración conjunta en la que afirmaban que «no permitirían la aprobación de una propuesta de resolución que autorizara el uso de la fuerza. Rusia y Francia, como miembros permanentes del Consejo de Seguridad, asumirán todas sus responsabilidades en este punto».

Antecedentes

En una conferencia de prensa en París con el canciller alemán Gerhard Schröder, el presidente francés Jacques Chirac dijo: “Hay que hacer todo lo posible para evitar la guerra… En lo que a nosotros respecta, la guerra siempre significa un fracaso”.

Tan recientemente como en 2022, después de que Rusia invadiera Ucrania, fueron una vez más Estados Unidos y el Reino Unido los que rechazaron y bloquearon las negociaciones de paz en favor de una guerra larga, mientras que Francia, Alemania e Italia siguieron pidiendo nuevas negociaciones, incluso cuando gradualmente se alinearon con la política estadounidense de guerra larga.

El excanciller alemán Schröder participó en las negociaciones de paz en Turquía en marzo y abril de 2022 y viajó a Moscú a petición de Ucrania para reunirse con Putin. En una entrevista con el Berliner Zeitung en 2023, Schröder confirmó que las conversaciones de paz fracasaron únicamente «porque todo se decidió en Washington».

Con Biden todavía bloqueando nuevas negociaciones en 2023, uno de los entrevistadores le preguntó a Schröder: «¿Cree que puede reanudar su plan de paz?»

Schröder respondió: «Sí, y los únicos que pueden iniciar esto son Francia y Alemania… Macron y Scholz son los únicos que pueden hablar con Putin. Chirac y yo hicimos lo mismo en la guerra de Irak. ¿Por qué no se puede combinar el apoyo a Ucrania con una oferta de diálogo a Rusia? El envío de armas no es una solución definitiva. Pero nadie quiere dialogar. Todos se mantienen en sus trincheras. ¿Cuántas personas más tienen que morir?».   

Nuevos militaristas

Desde 2022, el presidente Macron y un equipo thatcherista de damas de hierro –la presidenta del Consejo Europeo, Von der Leyen; la ex ministra de Asuntos Exteriores alemana, Analena Baerbock; y la ex primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, ahora jefa de política exterior de la UE– han promovido una nueva militarización de Europa, impulsada entre bastidores por los fabricantes de armas europeos y estadounidenses.

¿Acaso el paso del tiempo, la desaparición de la generación de la Segunda Guerra Mundial y la distorsión de la historia han borrado la memoria histórica de dos guerras mundiales de un continente que fue destruido por la guerra hace tan solo 80 años? ¿Dónde está hoy la próxima generación de diplomáticos franceses y alemanes, siguiendo la tradición de De Villepin y Schröder? ¿Cómo es posible que el envío de tanques alemanes a combatir en Ucrania, y ahora en la propia Rusia, no recuerde a los rusos las invasiones alemanas anteriores ni consolide el apoyo a la guerra? ¿Y acaso el llamado a que Europa se enfrente a Rusia pasando de un «estado de bienestar a un estado de guerra» no solo alimentará el auge de la extrema derecha europea?

¿Están entonces los nuevos militaristas europeos interpretando correctamente el momento histórico? ¿O se están subiendo al carro de una desastrosa Guerra Fría que podría, como advirtieron Biden y Trump, desembocar en la Tercera Guerra Mundial? 

Rusia y Estados Unidos

Cuando el equipo de política exterior de Trump se reunió con sus homólogos rusos en Arabia Saudita el 18 de febrero, poner fin a la guerra en Ucrania fue la segunda parte del plan de tres partes que acordaron. La primera era restablecer plenamente las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Rusia, y la tercera, abordar otros problemas en las relaciones entre ambos países.

El orden de estas tres etapas es interesante porque, como señaló el secretario de Estado Marco Rubio, significa que las negociaciones sobre Ucrania serán la primera prueba del restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia.

Si las negociaciones de paz en Ucrania tienen éxito, pueden conducir a ulteriores negociaciones sobre el restablecimiento de los tratados de control de armamentos, el desarme nuclear y la cooperación en otros problemas globales que han sido imposibles de resolver en un mundo atrapado en una Guerra Fría similar a un zombi que los poderosos intereses no permitirían que muera.

Fue un cambio bienvenido escuchar al secretario Rubio decir que el mundo unipolar posterior a la Guerra Fría era una anomalía y que ahora debemos adaptarnos a la realidad de un mundo multipolar. Pero si Trump y sus asesores de línea dura solo intentan restablecer las relaciones de Estados Unidos con Rusia como parte de un plan «al revés de Kissinger» para aislar a China, como han sugerido algunos analistas, eso perpetuaría la debilitante crisis geopolítica de Estados Unidos en lugar de resolverla.

Más allá de la guerra

Estados Unidos y nuestros amigos en Europa tienen una nueva oportunidad de romper con la lucha de poder geopolítica tripartita entre Estados Unidos, Rusia y China que ha paralizado al mundo desde los años 1970, y de encontrar nuevos roles y prioridades para nuestros países en el emergente mundo multipolar del siglo XXI.

Esperamos que Trump y los líderes europeos reconozcan la encrucijada en la que se encuentran y la oportunidad que les brinda la historia de elegir el camino de la paz. Francia y Alemania, en particular, deberían recordar la sabiduría de Dominique de Villepin, Jacques Chirac y Gerhard Schröder ante los planes de agresión estadounidenses y británicos contra Irak en 2003.

Este podría ser el principio del fin del estado de guerra permanente y la Guerra Fría que ha dominado al mundo durante más de un siglo. Ponerle fin nos permitiría priorizar finalmente el progreso y la cooperación que tanto necesitamos para resolver los demás problemas críticos que enfrenta el mundo entero en el siglo XXI. Como dijo el general Milley en noviembre de 2022 cuando convocó a negociaciones entre Ucrania y Rusia, debemos «aprovechar el momento».

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El gran juego de Trump: renegociar al mundo

Según Yanis Varoufakis, el líder republicano impulsa un plan económico global que va más allá de los aranceles.

/ 9 de marzo de 2025 / 00:55

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está embarcado en ejecutar un plan que va mucho más allá de simples aranceles y buscar una salida a la guerra en Ucrania. Lo que está impulsando está modificando las alianzas globales y todo apunta a reconfigurar el orden internacional. Todo esto en un momento de turbulencia económica global, donde los mercados financieros se tambalean y las relaciones comerciales entre naciones se tensan día tras día.

Según un análisis reciente del reconocido economista y exministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, los críticos centristas de Trump no han entendido realmente la naturaleza de su estrategia económica. «Oscilan entre la desesperación y una conmovedora fe en que su frenesí arancelario se desvanecerá. Asumen que Trump bufará y soplará hasta que la realidad exponga el vacío de su racionalidad económica», señala.

Para el economista, estos críticos «no han estado prestando atención: la fijación arancelaria de Trump es parte de un plan económico global que es sólido, aunque inherentemente arriesgado”. El griego tiene un punto bastante razonable: por lo general los críticos del líder republicano no se preocupan en entender lo que está pretendiendo y, por lo tanto, se quedan en la superficie.

Estado Unidos, ¿explotados?

Para entender el plan maestro de Trump, es fundamental comprender por qué él cree que Estados Unidos ha sido explotado por el resto del mundo. Varoufakis explica que la visión del primer mandatario sobre la supremacía del dólar es dual. Si bien es una ventaja excepcional, se ha convertido en una carga exorbitante.

«Su principal queja es que la supremacía del dólar puede conferir enormes poderes al gobierno y a la clase dirigente de Estados Unidos, pero, en última instancia, los extranjeros la están utilizando de maneras que garantizan el declive de EEUU», escribe Varoufakis.

Según esta visión, Trump lamenta desde hace décadas el declive de la manufactura estadounidense, resumido en su célebre frase: «si no tienes acero, no tienes un país». Pero, ¿por qué culpar de esto al papel global del dólar?

La respuesta, según Varoufakis, es que «los bancos centrales extranjeros no permiten que el dólar se ajuste a la baja hasta el nivel ‘correcto’, en el que las exportaciones estadounidenses se recuperen y las importaciones se restrinjan». No se trata de una conspiración contra América, sino que es natural que los bancos centrales europeos y asiáticos acumulen los dólares que fluyen a Europa y Asia cuando los estadounidenses importan productos.

«Al no cambiar su alijo de dólares por sus propias monedas, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón, el Banco Popular de China y el Banco de Inglaterra suprimen la demanda (y, por tanto, el valor) de sus monedas», lo que beneficia a sus exportadores y les permite ganar aún más dólares, creando un círculo vicioso.

El dilema del dólar

El presidente está atrapado en una aparente contradicción. Por un lado, el estatus hegemónico del dólar «sustenta el excepcionalismo estadounidense», permitiendo al gobierno estadounidense mantener déficits y financiar un ejército sobredimensionado que «arruinaría a cualquier otro país». Además, como eje de los pagos internacionales, el dólar hegemónico permite al presidente «ejercer el equivalente moderno de la diplomacia de los cañoneros: sancionar a voluntad a cualquier persona o gobierno».

Sin embargo, para Trump, esto no compensa el sufrimiento de los productores estadounidenses que son socavados por extranjeros cuyos bancos centrales «explotan un servicio (reservas de dólares) que América les proporciona gratuitamente para mantener el dólar sobrevalorado». En esa visión de Trump, «América se está socavando a sí misma por la gloria del poder geopolítico y la oportunidad de acumular beneficios de otras personas».

«Estas riquezas importadas benefician a Wall Street y a los agentes inmobiliarios, pero solo a expensas de las personas que lo eligieron dos veces: los estadounidenses del corazón que producen los bienes ‘masculinos’ como el acero y los automóviles que una nación necesita para seguir siendo viable», señala Varoufakis, capturando la esencia del discurso trumpista.

El punto de inflexión

La preocupación fundamental de Trump, según Varoufakis, es que este sistema es insostenible a largo plazo. Trump teme que «a medida que la producción de Estados Unidos disminuye en términos relativos, la demanda global del dólar aumenta más rápido que los ingresos estadounidenses. El dólar entonces tiene que apreciarse aún más rápido para mantenerse al día con las necesidades de reserva del resto del mundo. Esto no puede continuar para siempre».

El economista griego describe el «escenario de pesadilla» que obsesiona a Trump: cuando los déficits estadounidenses excedan cierto umbral, los extranjeros entrarán en pánico, venderán sus activos denominados en dólares y buscarán otra moneda para acumular. «Los estadounidenses quedarán en medio del caos internacional con un sector manufacturero destrozado, mercados financieros derruidos y un gobierno insolvente».

Es esta visión apocalíptica la que ha convencido a Trump de que «está en una misión para salvar a América», con el deber de introducir un nuevo orden internacional.

El plan maestro de Trump

El núcleo del plan maestro de Trump, según Varoufakis, es «efectuar en 2025 un decisivo movimiento anti-Nixon. Esto es un shock global que cancele el trabajo de su predecesor al terminar el sistema de Bretton Woods en 1971, que encabezó la era de la financiarización».

Este nuevo orden global se caracterizaría por «un dólar más barato que sigue siendo la moneda de reserva mundial», lo que reduciría aún más las tasas de endeudamiento a largo plazo de EEUU. La pregunta es: ¿puede Trump tener su pastel (un dólar hegemónico y bonos del Tesoro estadounidense de bajo rendimiento) y comérselo (un dólar depreciado)?

Trump sabe que los mercados nunca entregarán esto por sí solos. «Solo los bancos centrales extranjeros pueden hacer esto por él. Pero para aceptar hacerlo, necesitan primero ser sacudidos para actuar. Y ahí es donde entran sus aranceles», explica Varoufakis.

Aranceles como herramienta

Esta es la parte medular que se debe comprender, según el análisis de Varoufakis. «Erróneamente creen que él piensa que sus aranceles reducirán el déficit comercial de América por sí solos. Él sabe que no lo harán. Su utilidad viene de su capacidad para conmocionar a los banqueros centrales extranjeros para que reduzcan las tasas de interés nacionales».

Como consecuencia, «el euro, el yen y el renminbi se suavizarán en relación con el dólar. Esto cancelará los aumentos de precios de los bienes importados a EEUU y dejará los precios que pagan los consumidores estadounidenses sin afectar. Los países con aranceles estarán, en efecto, pagando por los aranceles de Trump».

Los datos recientes del Censo de EEUU confirman la magnitud de lo que está en juego: las importaciones de bienes totalizaron $2.9 billones en 2024, con China, Canadá y México representando más del 40% de ese volumen. Trump viene yendo y viniendo con establecer aranceles del 25% sobre bienes provenientes de México y Canadá, junto con un impuesto adicional del 10% sobre los bienes chinos.

El gran juego de Trump

Los aranceles son solo la primera fase del plan maestro. «Con aranceles altos como el nuevo estándar predeterminado, y con dinero extranjero acumulándose en el Tesoro, Trump puede esperar su momento mientras amigos y enemigos en Europa y Asia claman por hablar», señala Varoufakis.

Aquí entra la segunda fase del plan: la gran negociación. A diferencia de sus predecesores, «Trump desprecia las reuniones multilaterales y las negociaciones abarrotadas. Es un hombre uno a uno. Su mundo ideal es un modelo de centro y radios, como una rueda de bicicleta, en el que ninguno de los radios individuales marca mucha diferencia en el funcionamiento de la rueda».

Las exenciones recientes a ciertos productos de México y Canadá bajo el tratado USMCA (como televisores, aires acondicionados, aguacates y carne) ilustran esta dinámica de negociaciones uno a uno. Sin embargo, según informes de la Casa Blanca, aproximadamente el 50% de las importaciones estadounidenses desde México y el 62% desde Canadá aún pueden enfrentar aranceles, y estas proporciones podrían cambiar a medida que las empresas modifiquen sus prácticas.

Trump, el negociador

Con los aranceles como amenaza y la protección de seguridad estadounidense como moneda de cambio, Trump espera que cada país “acceda a apreciar sustancialmente su moneda sin liquidar su tenencia de dólares a largo plazo», explica Varoufakis.

No solo esperará que cada socio recorte las tasas de interés internas, “sino que exigirá cosas diferentes a diferentes interlocutores. De los países asiáticos que actualmente acumulan más dólares, exigirá que vendan una parte de sus activos en dólares a corto plazo a cambio de su propia moneda (que así se apreciará)».

Para la zona euro, «Trump puede exigir tres cosas: que accedan a cambiar sus bonos a largo plazo por otros a ultra-largo plazo o posiblemente incluso perpetuos; que permitan que la fabricación alemana migre a Estados Unidos; y, naturalmente, que compren muchas más armas fabricadas en Estados Unidos».

Riesgos y amenazas al plan

Como todo plane, por muy bien trazado que esté, eventualmente puede salir mal. Varoufakis señala varios riesgos:

«La depreciación del dólar puede no ser suficiente para cancelar el efecto de los aranceles sobre los precios que pagan los consumidores estadounidenses. O la venta de dólares puede ser demasiado grande para mantener los rendimientos de la deuda estadounidense a largo plazo lo suficientemente bajos».

Pero además de estos riesgos manejables, la estrategia será puesta a prueba en dos frentes políticos:

En primer lugar, el frente doméstico. «Si el déficit comercial comienza a reducirse según lo planeado, el dinero privado extranjero dejará de inundar Wall Street. De repente, Trump tendrá que traicionar a su propia tribu de financieros e inmobiliarios indignados o a la clase trabajadora que lo eligió», señala el exministro griego.

En segundo lugar, el frente internacional. “Al considerar a todos los países como radios de su centro, Trump puede pronto descubrir que ha fabricado disidencia en el extranjero. Pekín puede lanzar la precaución al viento y convertir a los BRICS en un nuevo sistema de Bretton Woods en el que el yuan juegue el papel de anclaje que el dólar jugó en el Bretton Woods original».

Un mercado nervioso

Los mercados financieros han reaccionado con nerviosismo ante este juego de ajedrez multidimensional. El índice S&P 500, que sigue a las mayores empresas estadounidenses cotizadas, se movió a la baja en la última semana, pasando de los 5.968,33 puntos a 5.769,9 puntos. Esto equivale a un 3,33% menos, una caída en gran parte debida a la incertidumbre económica.

«El mercado está teniendo problemas para digerir el ajedrez multidimensional que Trump y su equipo están jugando», dijo Michael Block, estratega de mercado de Third Seven Capital. «Este juego de ajedrez multidimensional no le está saliendo bien al gran maestro. Puede haber un método en la locura. Podría estar tratando de confundir a los líderes mundiales. Pero el mercado está diciendo: deja de confundirnos, no nos gusta esto».

La amenaza de nuevos aranceles sobre la madera y los productos lácteos canadienses, anunciada hoy por Trump, ha añadido más incertidumbre a una economía que ya muestra grietas en sus cimientos. Los despidos están aumentando, las contrataciones se están desacelerando, la confianza de los consumidores se está erosionando y la inflación está repuntando.

Un legado asombroso o un ajuste de cuentas

«Quizás este sería el legado más asombroso, y el ajuste de cuentas, del por lo demás impresionante plan maestro de Trump», concluye Varoufakis, refiriéndose a la posibilidad de que China establezca un nuevo sistema de Bretton Woods con el yuan como moneda de referencia.

El presidente Trump, por su parte, parece imperturbable ante las fluctuaciones bursátiles. «Nada que ver con el mercado», dijo Trump en la Oficina Oval. «Ni siquiera estoy mirando el mercado, porque a largo plazo, Estados Unidos será muy fuerte con lo que está sucediendo».

Mientras tanto, el mundo observa con una mezcla de asombro y preocupación cómo el líder republicano desarrolla su estrategia día a día, entre anuncios repentinos, marchas atrás parciales y nuevas amenazas. Lo que está claro es que Trump está ejecutando un plan mucho más sofisticado y ambicioso de lo que sus críticos quieren reconocer. El mundo enfrenta la posibilidad real de una reconfiguración fundamental del orden económico internacional establecido después de la Segunda Guerra Mundial.

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Un mundo brutal

El exvicepresidente Álvaro García Linera escribe sobre el poder, su ejercicio y las consecuencias cuando se pierde la legitimidad.

Arm in chains and the hand is closed as a fist, struggle free from oppression and tyranny ,

/ 9 de marzo de 2025 / 00:45

Cuando Maquiavelo recomendaba al príncipe que para gobernar había que hacerse amar y temer por el pueblo, estaba resumiendo la llave maestra de la legitimidad de cualquier gobierno. No se trata de usar la fuerza para ser temido ni de ser condescendiente con todos para ser amado. Al final, coacción sin justificación colectiva y bondad sin firmeza en los temas de gobierno son pilares deleznables para afrontar exitosamente el gobierno de cualquier sociedad atravesada de múltiples y contradictorios intereses.

Para el florentino, ser temido es la virtud del respeto que se obtiene del ejercicio pleno y en todo el territorio de las decisiones de gobierno. Ser amado es tomar medidas que beneficien, de alguna manera, a todos: ricos y pobres. Ambas son la metáfora de lo «universal» que, a decir de Marx, es el monopolio por excelencia de los estados modernos. El Estado puede presentarse como la forma de unificación política de la sociedad precisamente porque es la única institución que reclama con éxito el ejercicio vinculante y universal de sus decisiones en un territorio y, por otro lado, porque sus determinaciones están pensadas también para beneficiar, formalmente de manera universal, a todos sus habitantes.

Pero claro, lo sabía bien Maquiavelo, los universales del Estado son monopólicos, es decir, los define el príncipe, no los súbditos; aunque la virtud del respeto emergerá de la capacidad del príncipe para tomar decisiones que sean susceptibles de tener un mínimo interés común a todos los súbditos. Por ello, lo universal es abstracto, pero real. Porque ciertamente beneficia más a unos, el Príncipe y su corte, lo que hoy llamamos las clases dominantes. Pero algo, por muy poco que sea, deberá llegar al pueblo, para cimentar tolerancia y cumplimiento.

Común a todos y monopolio de pocos es la fusión política permanente que garantiza la atracción, la adhesión y legitimidad de cualquier gobierno del Estado. Pero cuando esto se quiebra, lo que tenemos es la ferocidad de un Estado patrimonial y oligárquico, que es lo que justamente estamos viendo brotar hoy por todas partes del mundo.

La lujuria de los poderosos

En los países subalternos del orden capitalista es conocida la presencia de USAID con sus llamados «proyectos de desarrollo», «fortalecimiento democrático» y de «prensa libre» que, a nombre de valores y beneficios para todos, financian élites locales leales a las empresas y políticas norteamericanas. Es el «poder blando» («ser amado») que viabiliza sin traumas el poder duro de los intereses corporativos («ser temido»). Pues ahora estas edulcoraciones de la dominación no van más. Los intereses norteamericanos ya no apelarán a eufemismos y consenso para estar allí donde vean conveniente. A modo de cañoneras de mercado, el proteccionismo arancelario de EE.UU. doblegará a muchos gobiernos extranjeros para que se sometan, sin filtro ni artificio justificador, a lo que EE.UU. necesita para reorientar el comercio mundial. Y si esto no funciona, EE.UU. lo tomará por la simple razón de que le da la gana. Primero tal vez sea Groenlandia, luego Panamá, quizá luego Gaza…

Que EE.UU. protegerá a Occidente del comunismo, o ahora del asiatismo bárbaro, está bien para los seguidores de Walt Disney que se fascinan con las historias de fantasías. Hoy, el poder duro de las armas de disuasión es un negocio más, como vender cerveza. Si Europa quiere protección, señala Trump, que pague los costos de la seguridad, que suba su gasto en defensa para comprar más armas a EE.UU. y ponga los muertos en las nuevas aventuras coloniales que aún añora perseguir. Los «valores de Occidente» que engatusaron a las antiguas generaciones ahora son una vulgar mercancía que se exhibe en el escaparate del supermercado como la pasta dentífrica o el tocino.

Si hasta hace poco la expansión de la OTAN, la guerra por encargo en Ucrania o la invasión de Libia y Afganistán se las justificaban con la retórica de combatir las autocracias, hoy descaradamente se anuncia que es solo un método para controlar territorio y someter fuerza de trabajo barata. Cínicamente y ante los ojos de millones de ciudadanos, Trump les echa en cara a los ucranianos que Occidente paga por cada joven muerto que tienen en combate y, encima, sin rubor alguno, les reclama que sus muertos valen menos de lo que han recibido y que deben devolver parte de ese dinero con la entrega de sus minerales. La moral bucanera ha sustituido a la ilusión universalista.

Para no quedar atrás, la presidenta de la Comisión Europea, von der Leyen, anuncia con entusiasmo que ha llegado «la hora del rearme» continental por lo que los estados podrán endeudarse sin límite para abastecer sus arsenales. Finalmente, después de tanta alharaca medioambiental, para todos ellos, las bombas que resguarden sus murallas resultan más importantes que el calentamiento global. Y no deja de ser pintoresco el afectado gesto dramático con el que numerosos voceros «occidentales» desempolvan viejos manuales bolcheviques para denunciar el grosero comportamiento «imperialista» de EE.UU.; olvidándose que lo que hoy tanto les molesta de las bravuconadas de Trump es lo que ellos han hecho todos estos años con África o Medio Oriente.

Atravesamos tiempos liminales sin horizonte ni redención previsible. Por ello, el mundo se ha convertido en un campo de batalla sin reglas para descuartizar países, mercados, poblaciones y esperanzas. Y en casa de los imperios recargados, el esquema es el mismo. Las ideologías que legitimaban la dominación han envejecido y la gramática del dinero es hoy el nuevo soberano. Las oligarquías se han lanzado al asalto del poder estatal. No necesitan justificación. Tampoco requieren de los servicios de las aburridas clases medias letradas que hacían artificios lingüísticos con los «valores y principios» democráticos. Solo requieren sirvientes que ejecuten los caprichos bobos de niños ricos con juguete nuevo.

Las oligarquías en el poder compiten para deshuesar lo más dolorosamente posible los servicios públicos. Botan a funcionarios de larga trayectoria como si se trataran de calcetines sucios. Financian campañas electorales a bolsillo suelto como quien apuesta a una carrera de caballos. Compran votos con denigrantes loterías. Y luego, para completar su canallada, a plena luz pública, se autoasignan contratos estatales, o la propiedad de empresas públicas, para aumentar el valor de sus compañías. Los contorsionistas de este vodevil, los presidentes, no se quedan al margen y se lanzan a estafar abiertamente a incautos ciudadanos con criptomonedas. Desdoblando el cuerpo del príncipe (el gobierno) del cuerpo de la persona que funge hoy como gobernante, arguyen que la promoción rentada de tal o cual cripto no es en cuanto presidente, sino en cuanto individuo, habilitando así una novísima coartada criminal respecto a que se es gobernante solo cuando estampan su firma en documentos con bandera de su país; pero luego, el resto del tiempo son simples individuos abocados a engordar lascivamente sus arcas personales.

Sin embargo, que este envilecimiento de los estados pueda imponerse no es meramente una astucia de oligarquías corruptas, sino que requiere, al menos, la tolerancia silenciosa de una parte de un electorado igualmente envilecido. Clases medias en pánico moral por el ascenso social de sectores populares o indígenas. Jóvenes varones aterrados por su impotencia jerárquica ante mujeres empoderadas. Trabajadores empobrecidos que creen que los migrantes que limpian las casas y cosechan los alimentos, les arrebatan los empleos en las industrias o empresas de servicios. Acusar a los débiles de los efectos que las fechorías de los plutócratas causan en los sectores medios, se ha convertido en la mejor manera de embaucar a los pueblos. Los que hasta ayer se asumían como los sublimes redentores de la humanidad hoy insuflan cacerías racistas de latinoamericanos, africanos y musulmanes. En tanto que otros, se jactan de haber convertido el mar Mediterráneo en una gigantesca y barata tumba de indocumentados.

https://es.wikipedia.org/wiki/Nicol%C3%A1s_MaquiaveloEl poder oligárquico mundial es hoy la brutalidad del más fuerte, la obscenidad del más millonario, la crueldad del más prepotente. Para qué ser amado si es más fácil y humillante aterrorizar al indefenso. El único universal que veneran es el dinero. La parálisis y miedo que provocan les hace creer que han inaugurado una nueva gobernabilidad fundada en las billonadas que ostentan. Sin embargo, gobernar sin evocar algún tipo de universal, alguna forma de beneficio común, es efímero. Es un tema de cohesión social que promueve la tolerancia moral de los gobernados. Por ello, en medio de esta orgía de ofensas desbocadas, quizá valga la pena recordar nuevamente a Maquiavelo que, conocedor de las tentaciones principescas de creerse impunes y eternos, les advertía sobre la suerte del emperador romano Máximo el Tracio, que desdeñó ser amado y transmutó el temor por el odio y desprecio de sus súbditos. Finalmente, después de unos años y en medio de rebeliones, los ciudadanos vieron pasar rumbo al senado, la cabeza cortada del emperador y de su hijo.

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