Los hombres que explican cosas
El 8 de marzo no solo es una fecha de conmemoración, sino también de reivindicación. En ‘Los Hombres Me Explican Cosas’, Rebecca Solnit expone cómo no escuchar a las mujeres perpetúa la desigualdad.
Rebecca Solnit reúne un conjunto de ensayos sobre la violencia contra las mujeres en un libro titulado “Los hombres me explican cosas”. Precisamente, el breve ensayo que da título al libro permite comprender lo que el filósofo Jacques Rancière entiende por desacuerdo, una de las categorías que permite observar las injusticias de los grupos que no pueden ser escuchados.
Rebecca Solnit narra una serie de experiencias personales en las que hombres le explican cosas, no solo a ella sino a otras mujeres, la mayoría de las veces sin que ellos sepan de lo que están hablando, porque simplemente no escuchan a las mujeres. Rebecca empieza contando un encuentro con un hombre mayor y adinerado que, sorprendido de que ella sea escritora –condición que le sorprende a su interlocutor–, le pregunta con un tono paternal que le explique sobre qué ha escrito; ella le menciona el tema de su último libro y el señor mayor le recomienda leer un libro que él supuestamente había leído recientemente y que versa sobre la misma temática. Después de una larga conversación, en la que el hombre le explica sobre el libro que ella debería leer, muy molestas, ella y su amiga, le indican que el autor del libro es en realidad una autora y es ella: Rebecca Solnit. La amiga de Solnit tuvo que decirle varias veces “¡ese es su libro!» hasta que el señor fue a comprobar, no a su librero sino al «New York Times Book Review», que ella era la autora, lo cual demostraba que el sujeto ni siquiera había leído el libro, sino como la mayoría de las veces, algunos hombres mayores que se jactan de su sabiduría, solo leen una reseña de los libros. Muchas veces a la gente le gusta decir que ha leído, pero no le gusta leer.
El ensayo “Los hombres me explican cosas” está repleto de referencias similares, sin embargo, lo que intenta hacer notar Rebecca Solnit es que la mayoría de las veces los hombres no escuchan a las mujeres y no ven la violencia que practican con esa sordera. Cuando Solnit publicó una primera versión de este ensayo, ella cuenta que recibió muchas cartas, algunas de ellas de hombres que le decían que “no es cierto que los hombres no escuchan a las mujeres, sino que ella desconoce algunas cosas y, entonces, una vez más empezaban a explicarle cosas”. La pulsión de los hombres por expresar su dominio se encuentra en tratar a las mujeres como menores de edad a las que deben cuidar y explicarles cosas.
El argumento de Rebecca Solnit no se encuentra solo en la sordera de algunos hombres, sino en el efecto que ello genera en las mujeres, que cansadas de escuchar a los hombres explicándoles cosas empiezan a dudar de ellas mismas, y de lo que saben. La violencia cognitiva no se encuentra solo en no escuchar al otro, sino en restarle valor a su palabra, para Rebecca Solnit, ello impacta, por ejemplo, en la cantidad de denuncias de violencia contra la mujer que no son atendidas por los policías, porque ellos en vez de escucharlas, les empiezan a explicar que lo que vivieron no es violencia o que, de alguna manera que ellos explican, es culpa de ellas. En muchas sociedades, las normas que castigan la violencia contra las mujeres son denunciadas por los hombres por considerarlas normas que no las comprenden, o que los malinterpretan.
Jacques Rancière denomina desacuerdo al des-entendimiento, es decir a la disputa sobre lo que hablar y escuchar quiere decir, y que termina por constituir la racionalidad misma de la situación de habla. En los casos de desacuerdo los interlocutores entienden y no entienden la misma cosa, así se utilicen los mismos términos, y es que aun cuando pareciera que los interlocutores entienden de lo que hablan, una de las partes no ve o no escucha el objeto sobre el cual habla la otra persona. En este sentido, el desacuerdo sería una especie de punto ciego que hace imposible una conversación, porque una de las partes no puede demostrar su argumento, porque éste no es reconocido por el lenguaje de la otra parte. De esta manera, si llevamos este ejemplo al campo de la justicia, el querellante se ve despojado de los medios de argumentar, se ve despojado de las palabras que traduzcan su sufrimiento y permitan que ese sufrimiento sea visto, y justamente por ello, por esta ausencia, se convierte en víctima, no solo de aquello que no puede explicar sino por la misma situación que le despoja de su argumento.
Un caso de desacuerdo tiene lugar cuando la resolución de un conflicto que opone a dos o más partes, se hace en el lenguaje, en el idioma, de una ellas, mientras que las injusticias sufridas por las otras partes no se significan en ese idioma.
Rancière señala que el agravio, el daño, está mostrando que hay una parte de la comunidad política que no es parte de la misma, porque no es visible, no es audible, no es portadora de la palabra. Por lo tanto, a esta parte –que no es parte de la comunidad– lo único que le queda es disputar el orden que la ha excluido, enfrentándose a la comunidad que la niega. Esta disputa, esta querella de los sin parte, no puede expresarse sino a través del conflicto, cuestionando los roles, las jerarquías, las tareas, las maneras de ver, las maneras de oír y las maneras de decir, para visibilizar su exclusión.
Podríamos decir que se encuentran en desacuerdo las víctimas que reclaman algo que el sistema –sea jurídico o político– no puede conceder, porque este sistema, que también es un sistema de lenguaje, no significa el sufrimiento que padecen, y en consecuencia permite visibilizar que el conflicto es político, porque el supuesto consenso del que nace el Derecho y las instituciones políticas aparentemente modernas, las ha excluido.
Los movimientos feministas son un claro ejemplo de una parte de la sociedad que reclama su invisibilidad respecto de la estructura patriarcal que las enmudece y muchas veces solo tienen como repertorio su condición de movimiento, de conflicto, de revuelta y de denuncia, en tanto su voz no se significa en las instituciones que deberían resolver el conflicto.
Al movilizarse dejan al descubierto la violencia y opacidad del sistema, sea éste jurídico o político, que generalmente van de la mano y se prorrogan, mucho más, cuando estos sistemas toman la decisión de reprimirlos bajo el argumento de mantener el orden, la ley y la paz social.
El movimiento 8-M no solo reúne al movimiento feminista, sino a otras partes de la sociedad, de la comunidad política, que no son parte de la sociedad que ha diseñado las instituciones jurídicas y políticas y que, en su repertorio de lucha y frente a la ceguera y la sordera de los dominantes, decantan por la movilización.
En el movimiento 8-M, podríamos decir que los movimientos explican cosas, solo esperamos que a partir de la movilización se deje ver lo que no podía ser visto, se pueda oír un discurso allí donde solo había ruido.
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