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El arte de las tijeras

Cuando uno ingresa a la peluquería Condorito, ubicada en la calle Juan de la Riva, retrocede varios años. Allí se exhiben pósters con modelos de peinados que datan de hace años, además aún se puede ver una radio Panasonic con casetera y una silla para niños. En ese ambiente trabaja, hace 50 años, un peluquero que se precia de «dar un toque de elegancia  a sus clientes».

Se trata de don Mauricio Humérez, quien de joven llegó a La Paz de la provincia Pacajes para vivir con sus tíos y estudiar.

Tras salir bachiller, cumplió con el servicio militar en el cuartel y al licenciarse ya tenía ganas de trabajar. Las opciones de una carrera profesional eran difíciles en esos tiempos y se decidió por una carrera técnica: la peluquería.

Empezó en el oficio, en la calle América, con un señor de apellido Herrera que le dio la posibilidad de hacer sus primeras armas. «De a poco fui aprendiendo. Él me indicaba con mucho cariño. Seguro veía las ganas que tenía de trabajar y no se molestaba en enseñarme el oficio», dice.
Luego de ganar experiencia trabajó en varias peluquerías de la urbe paceña hasta llegar a emplearse en Condorito.

«Esos tiempos eran buenos, se ganaba bien, ya que los clientes, primero eran más exigentes y segundo, como les gustaba andar bien recortados, venían cada 15 días», comenta Humérez.

Según su experiencia, hoy en día los jóvenes «ya no andan tan arreglados», pero de todos modos cuando alguien llega hasta su peluquería lo trata como si fuera un antiguo cliente. «Veo la forma de su cara para recomendarles el mejor corte y que les quede. Ahora son más liberales con el cabello».

Reconoce que no cualquiera entrega su cabellera y que la primera vez que entra un nuevo cliente es un desafío porque de eso dependerá que vuelva pronto y también que recomiende a otros para que soliciten el servicio.

Entre sus anécdotas de trabajo, recuerda que cierto día una señora llegó para preguntarle si podía atender a su niño que estaba muy «melenudo». «Yo le dije que sí, que venga y que con gusto le haríamos el corte. Cuando la señora llegó en la tarde, el niño no era tan niño, tenía 18 años y era rockero y tenía el cuello tapado», relata.

«En ese momento se armó una pelea entre madre e hijo, porque la madre quería hacer desaparecer la melena. Mientras me decía que comience, el joven me miraba callado. Entonces, se levantó de la silla se quitó el cobertor y salió corriendo», cuenta y se ríe.

Según Humérez, los secretos para que el negocio ande bien son básicos. Hay que ser cumplido y entrar a la hora, ya que el cliente busca eso y sabe cuándo llegar incluso para el último corte de la noche.

«Cuando estoy por irme y un cliente conocido llega, tengo la entera voluntad de atenderlo siempre y cuando sea un conocido mío».

Humérez asegura que seguirá cortando hasta que tenga fuerzas. «Prometo que trabajaré hasta que Dios me lo permita porque para esto hemos nacido. Me encanta mi trabajo de todos los días».

Don Desiderio fue su amigo incondicional

Don Desiderio, el dueño de la peluquería, se convirtió en su mejor amigo. Juntos compartieron 15 años de su vida. Debido a una enfermedad, don Desiderio dejó de existir el 2008, pero don Mauricio lo extraña mucho.

«Era un gran amigo. La verdad charlábamos de todo, siempre compartíamos dentro de la que aún es la peluquería de su esposa, quien decidió seguir trabajando conmigo por la confianza adquirida en los años».

Para Humérez, «Desi», como le decían de cariño, era bueno, honesto y trabajador, «le gustaba abrir puntualmente el negocio, tenía muchos amigos y recordaba a quienes no había visto hace tiempo». Hoy, don Mauricio prefiere «trabajar solo».