‘Hasta ahora no hay nada de la ayuda que el Gobierno prometió darme’
Miguel Racua

Recibió cinco disparos de bala durante la Masacre de Pando, el 11 de septiembre de 2008. Los médicos cubanos lo atendieron gratis, aunque aún tiene problemas para mover el lado izquierdo del cuerpo. Relata que fue obligado por su organización para asistir a un supuesto ampliado y luego oyó rumores sobre la toma de la Prefectura pandina. Después que fue herido, le prometieron que no lo dejarían abandonado. A casi dos años de distancia sólo recibió víveres, una cocina y un colchón.
– Lo primero que escucha después de recibir un balazo en la cabeza es que alguien grita: «Han matado a mi amigo, al Miguel Racua, lo han matado». Pierde el sentido.
Vuelve a despertar dentro de un vehículo. Pregunta: «¿Dónde estoy?» Alguien responde: «Amigo, ¿estás bien?, te estamos llevando al Hospital de Cobija». Se desmaya.
Abre los ojos y escucha a una multitud que quiere matarlo. Se da cuenta de que está ingresando al hospital. Pierde la noción del tiempo y desfallece. Cuando despierta está en la cama del nosocomio y mira la televisión. Hay una lista de muertos que él, Miguel Racua Chao, encabeza.
El 11 de septiembre de 2008, en la localidad de Porvenir (Pando), Racua recibió cinco disparos; tres en la cabeza, uno en la mano y otro en el omóplato. Fue una de las víctimas de la denominada «Masacre de Pando».
No puede mover con facilidad el lado izquierdo de su cuerpo. Llegó a la sede de gobierno gracias a una institución privada. Pide la ayuda del Gobierno, o de alguien que se apiade de lo que le pasó a este hombre de 50 años que estuvo en el lugar y el momento equivocado.
– ¿Usted fue parte de una marcha organizada políticamente?
– Hasta la edad que tengo, yo sólo tengo una política que es cuidar la tierra en la que trabajo.
Ahora, analizando lo que me ha pasado, ésa fue la causa que me llevó a esta marcha: defender mi lugar de trabajo. Hubo amenazas de la organización donde yo trabajaba y donde también vivo. Nos decían: «el que no salga en la marcha va a ser expulsado de la comunidad». Esa fue el arma de la OTB para movernos de nuestras casas. No fui por voluntad propia; sino por las amenazas que constantemente nos hacían.
El que no iba a la marcha, iba a perder su lugar de trabajo, iba a ser expulsado de la comunidad. También fui porque informaron que era una marcha pacífica y que sólo íbamos a un ampliado.
Entonces, yo no tenía por qué temer o no tenía que pensar que podía correr todos esos riesgos. A mí me gusta la organización, pero diplomáticamente no con las armas o con violencia.
– ¿Qué recuerda del traslado de su casa hacia la marcha?
– Salí de mi comunidad el domingo 7 de septiembre, fuimos hacia la zona del Chivé porque ahí nos esperaban para llevarnos al ampliado. Nos llevaron el combustible para el deslizador. Adelante, en otro deslizador se fue nuestro dirigente, siempre estaba aparte.
Viajamos por río toda una noche hasta llegar a Chivé. Ahí esperamos una movilidad que nos llevó a Filadelfia donde llegamos casi a la noche del lunes 8. Hasta ese rato yo escuché que estábamos yendo a un ampliado.
Allí, en la noche, había un sinnúmero de gente eran reuniones por un lado y por otro. Las versiones eran diferentes y no se hablaba de ampliado porque se hablaba de enfrentamiento y de atacar a la Prefectura. Yo estaba confundido. Escuché versiones diferentes.
El martes 10 fue peor la cosa. Había más reuniones y vi que instruyeron alistar cohetillos y petardos. El miércoles 11, a partir de las cuatro de la tarde, el alcalde mandó a cortar palos, como bastones, por si nos atacaban.
Empecé a dudar y dije aquí nos están haciendo alguna patraña; los dirigentes paraban encerrados donde el alcalde y nos dijeron «compañeros tengan paciencia». Yo ya pensé que corría peligro.
Hablaban de enfrentamientos. La gente empezó a huir y otras personas se quedaron para luchar. Nosotros con mis compañeros estábamos a favor del diálogo.
Fuimos, pasamos el puente del río Tahuamanu que estaba bloqueado porque había una zanja del Servicio de Caminos. Dijeron ya no hay diálogo y teníamos que llegar a reforzar a los compañeros.
A las 4 de la mañana, del día 12 estaba paseándome fumando mi cigarro en la carretera y vi que se vino una vagoneta o camioneta. A unos 50 metros el auto frenó un poco y hubo disparos. Una bala cayó cerca mío, adelante.
Seguí mi camino en un tractor pensando quedarme por ahí porque el tractor es lento. Aclaró bien el día y ya mirábamos gente posesionada en el camino, en los árboles. Tenía dudas al entrar hacia Porvenir. Escuché unos petardos, el tractor dio la vuelta pero regresó a Porvenir. La gente decía «esto ya no es petardo es bala, es bala».
Vi que me dejaban solo y estaba en medio de las balas y apenas tenía mi bastón. Quise abrirme campo y parecía que me habían golpeado con palo en la frente y luego en la espalda. Escuché: «Han matado a mi amigo, al Miguel Racua, lo han matado».
– ¿Alguien le dio alguna compensación por lo que vivió?
– Cuando salí de la clínica y fui a mi municipio recibí unas dos veces unos kilitos de harina, azúcar, cinco frascos de aceite. Luego, a mí en persona, el alcalde me hizo entrega de unos víveres; me dieron arroz, azúcar, aceite y fideo.
Últimamente, recibí una pequeña dotación que me dio la Prefectura, fue el 12 de octubre y lo tengo anotado, me dieron dos paquetes de arroz, dos de azúcar, dos de aceite. Una Organización No Gubernamental me dio una cocina, un colchón y utensilios. Tengo tazas y vasos desechables.
Ahora no tengo más que dos personas en la comunidad que me abren la mano aunque sea fiándome. No me lo dan gratis y tengo que pagarles luego.
Hay otras personas, como yo, que no reciben nada. Hasta ahora no hay nada de la ayuda que el Gobierno prometió darme.