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Casos que parecen de milagro

‘Él (niño) cada momento se dejaba morir’

«Siempre le decía, Diosito mándame un hijo, y me envió un hijo», expresa Laura, que hace casi tres años acogió a un niño que tenía un cáncer terminal y que hoy milagrosamente se recuperó por completo.

El niño fue ingresado a un hospital de La Paz cuando tenía dos años y ocho meses. «Él tenía una desnutrición severa, displasia medular, comía la basura y a raíz de eso se agarró una enfermedad terminal», contó Laura (nombre convencional).

Según lo que se determinó, el niño sólo comía tierra y basura; a esa edad sólo pesaba seis kilos y ochocientos gramos, por lo que en el nosocomio tuvieron que suministrarle la comida poco a poco.

Al principio los médicos diagnosticaron que el caso ya no tenía remedio y «él tampoco parecía querer su recuperación, se le veía caer, cada momento se dejaba morir».

Sin embargo, Laura insistió y fue conociendo poco a poco al niño. A un inicio, «él lloraba y lloraba, no quería a nadie y fue un proceso muy largo para recuperarlo. Le dije eres mi hijo y algo mágico, yo diría Dios, me llevó a luchar por él».

Poco a poco, el niño fue recuperándose, pasó por un ciclo de quimioterapia, y después el cáncer se revirtió y comenzó su recuperación por completo.

Hace un año y medio que el pequeño fue dado de alta y vive con su mamá. Ahora ya tiene cinco años, pesa 32 kilos y va al kínder.

Laura contó que ahora su hijo es un niño que ama la vida; «le gusta ayudar a los demás, es increíble, cuando vamos a la calle dice mamá ayudamos; les invitamos, les damos, incluso le gusta dar su ropa, es muy desprendido».

En un inicio, Laura tuvo la guarda provisional del menor, luego la guarda legal y ahora la adopción está en proceso.

Esta madre planea adoptar a otra niña el próximo año. «Los albergues están llenos y los niños están pidiendo a gritos dame amor», señaló Laura al explicar su decisión.

«Mi hijo siempre me dice mamá te amo y eso me llena el corazón», concluyó entre sollozos.}

Un niño abandonado, hoy es un joven exitoso

Tenía seis años cuando un paro cardiaco terminó con la vida de su madre y su papá decidió dejarlo en un hogar. Hoy, Adhemar está a punto de terminar la carrera de Medicina.

Adhemar es hijo de la Aldea, como se califica a quienes se criaron en la Aldea de Niños «Padre Alfredo». Ingresó a este centro junto a sus otros cuatro hermanos. La mayor de nueve años, otro de cuatro, uno de tres y un cuarto hermanito de apenas cinco meses de edad. 

Los cinco niños, junto a sus padres y sus tres hermanos mayores, vivían en la localidad de Los Negros, zona de los valles cruceños; pero su madre murió de un paro cardiaco y el padre, que se quedó a cargo con ocho hijos, decidió por sugerencia de una tía llevarlos a la Aldea.

«Así llegamos a la Aldea del Padre Alfredo», recordó Adhemar, que se inició como cualquier niño, con la atención de las «tías», que son como las madres de un grupo de al menos ocho niños.

«Me enseñaron a vestirme, a comer, a asearme, y lo que nos inculca la madre suplente es lo mismo que haría una madre de sangre; nos dedican las 24 horas del día».

Este joven, que creció en ese centro, estudió en el colegio también denominado Padre Alfredo. Luego siguió dos carreras técnicas: operador en computadoras y auxiliar contable.

Con la ayuda de sus padrinos de Austria, está a punto de concluir con el último semestre de la carrera de Medicina.

La Aldea de Niños Padre Alfredo se sustenta con la ayuda de socios benefactores y de personas que dejan sus donativos, además de aportes recibidos de Austria y Alemania. También tiene ayuda del Gobierno departamental.

Adhemar ya dejó el centro, alquiló un departamento que paga con la ayuda de sus padrinos y con trabajos que realiza en su tiempo libre. Su hermana mayor también se fue de la Aldea y continúa estudiando. Mientras que sus otros hermanos siguen internos, «pero uno de ellos es un excelente chef (cocinero). Pronto terminará su carrera», comparte con orgullo Adhemar.

Dos casos de abandono conmovieron en Sucre

En el convento, la vida de monasterio se desarrollaba con normalidad. Las religiosas estaban abocadas a sus quehaceres habituales, hasta que una de ellas se encontró con «un milagro», como lo llama.

Ella pasaba cerca de las gradas del convento, cuando un murmullo ajeno al lugar la hizo detenerse. Creyó escuchar un suave llanto, pero lo desestimó por imposible.

Cuando quería retomar su camino, nuevamente escuchó el llamado.

En el tercer escalón, un pedacito de trapo velaba una voz. La monja se acercó y se dio con la sorpresa de que era un bebé que tenía apenas tres días de nacido: todavía estaba con el cordón umbilical.

Pero el «milagro» llegó aparejado por otro. Justo en ese momento, una pareja visitaba el lugar; ellos no podían tener hijos.
La monja en cuestión pensó que esta pareja, quizá, podría darle al bebé abandonado todo el amor que necesitaba.

Las dos personas, que lo que más añoraban era un hijo, se encontraron con aquel pequeño a quien bautizaron con el nombre de Francisco.

El niño crece con la atención y el amor que merece, según contaron en la Defensoría de la Niñez de Sucre.

La madre biológica no apareció y los nuevos padres han iniciado el trámite para la adopción legal del bebé que ya cumplió los seis meses de vida.

Mellizos.  La Plazuela del Reloj, en el barrio Obrero de Sucre, fue testigo de otro caso de abandono. Una madre dejó a su bebé en este lugar; la Defensoría de la Niñez lo rescató y lo llevó al hospital Santa Bárbara. En ese nosocomio se sorprendieron, porque ya habían atendido al menor. Luego de hacer las averiguaciones, descubrieron que a quien habían observado era a su hermano mellizo.

La madre, oriunda de Tarabuco, llevó sólo a uno de sus hijos al hospital, al otro lo abandonó. La Defensoría la encontró, pero ésta se negó a tenerlo, porque dijo que no tenía recursos. Los trámites para darlo en adopción están a punto de concluir.