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Cargadores suben costo de la ‘carrera’ y se modernizan

Hasta el año pasado dos «carreras» le eran suficientes al cargador Antonio Rojas para pagar un café de Bs 2 y un almuerzo de Bs 5, ahora no le alcanza, por eso los aparapitas decidieron subir la paga por el porteo de carga de Bs 3 a Bs 5.

«Tres bolivianos no sirven ni para una recarga joven, además todo está subiendo», justifica Rojas, un cargador o aparapita (palabra que en aymara significa el que me lo lleva) de 68 años. 

Mientras habla, atiende un llamado a su teléfono móvil. Es María Huanca, una de las decenas de «caseras» que emplean sus servicios, quien le ha contratado para llevar un bulto. En estos tiempos el móvil es  indispensable para estar en contacto con quienes buscan cargadores.

«Son bien requeridos y a la vez un poco creídos. Si nos negamos a pagarles, por ejemplo Bs 5, nos responden: ‘Entonces no te lo voy a sacar tu atado’, así con esa advertencia, les pagamos», reconoce la comerciante Huanca, que vende ropa para niños en inmediaciones de la plaza Juaristi Eguino.

Las Mañaneras, las vendedoras de La Tablada y las del mercado Rodríguez son sus clientes. «Aquí nos cancheamos (fuente laboral), aunque algunos todavía nos quieren pagar Bs 3 nomás», sostiene Pedro Huanca, de 50 años, y que hace una década portea bultos en La Tablada.

Esfuerzo. El importe por este servicio no está cerrado, ya que depende del tamaño de la carga y de la distancia. Llevar una cuadra un bulto que pesa un quintal puede costar de Bs 8 a Bs 10. Por un «atado» que pesa un arroba, el precio por una cuadra es de Bs  5.

¿Si uno quiere que le lleven un bulto desde la Rodríguez hasta la plaza Eguino cuánto cobra? Rojas mira al cliente y responde con otra consulta: «Para esa distancia ¿por qué no contrata un taxi?».

Los ingresos del porteador no son fijos. Hay quienes no tienen casa y se ven obligados a dormir en los mismos puestos de venta, como en la calle Graneros. «A veces hago unos Bs 40 al día, pero no alcanza para nada, ni para la coca y menos para la Astoria (cigarro sin filtro)», confiesa don Alejo, que trabaja por la Rodríguez. Ellos no están sindicalizados.

El aparapita es un personaje de La Paz, y el escritor paceño Jaime Saenz lo presenta como un personaje que gusta del alcohol, la austeridad, siente repugnancia por la comida y le da poca importancia a la sociedad. 

Pero su papel no se reduce a trasladar carga. En inmediaciones de la plaza Eguino, los cargadores alertan de la presencia de los «frutillas» o los guardias municipales. «Ya están viniendo los frutillitas», les avisan cada mañana a las vendedoras para que se apuren en recoger sus mercancías antes de que sean decomisadas.

Para el médico Guillermo Aponte, este sector de trabajadores se expone a desarrollar la hernia de disco o un encorvamiento prematuro de la columna vertebral. No obstante, Rojas no sabe nada de estos riesgos laborales de su oficio. «Tengo 68 años y cargo durante 40 años.

Estoy bien, no tengo nada», afirma con una pícara sonrisa. Su teléfono móvil suena otra vez. Busca en uno de los bolsillos de su vieja y desteñida chamarra y saca el aparato. «Habla Antonio que atadito quiere que se lo lleve doña María, que yo ahorita mismo vengo por su puesto».