Icono del sitio La Razón

El Papa concluye la reforma de la eternidad

Todo es metáfora. Donde el Credo enseña que los buenos serán premiados con el cielo eterno y los pecadores castigados con un terrible infierno, en realidad no se refiere a lugares físicos entre las nubes o bajo tierra, sino a estados de ánimo.

Vale lo mismo para el purgatorio, que el papa Benedicto XVI acaba de reducir también a un simple «fuego interior». «El purgatorio no es un elemento de las entrañas de la Tierra, no es un fuego exterior, sino interno», señaló el Pontífice en la catequesis del miércoles.

Juan Pablo II sostuvo algo parecido en agosto de 1999 sobre el cielo y el infierno, también meros estados de ánimo. Lo había proclamado mucho antes el filósofo existencialista francés Jean Paul Sartre, con esta frase que hizo época: «El infierno son los otros».

Relaciones. Dijo en 1999 el famoso papa polaco: «El infierno, más que un lugar, es una situación de quien se aparta de modo libre y definitivo de Dios». Y también que «el cielo no es un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con Dios».

Hasta ahora estaba justificado escribir cielo, infierno, purgatorio o limbo en mayúscula porque se consideraban topónimos, «si bien de carácter mítico o imaginario».

Lo establece así la Real Academia Española en la reciente Ortografía de la lengua española. Su argumento es que esos sustantivos «designan específicamente los lugares establecidos por las distintas religiones como destino de las almas tras la muerte».

Después de Galileo era imposible creer en el cielo tal como lo presentaban los eclesiásticos. Pero decirlo ha sido peligroso durante siglos.

Los papas libran ahora a sus fieles católicos de esa escatología apocalíptica, tenebrosa y vengadora. Teólogos tan importantes como Hans Küng o Hans-Urs von Balthasar se les adelantaron 40 años, el primero con grave riesgo de anatematización. Fue perito del Concilio Vaticano II por decisión de Juan XXIII y profesor de teología en Tubinga.