Enfermedades prevenibles matan a niños chimanes en la Amazonía
Olvidados. Beben agua del río y fallecen por la diarrea, otros por la desnutrición

En la región se manifiestan entre «15 a 20 enfermedades, pero la diarrea mata a los niños antes de que cumplan los cinco años», se lamenta el médico español José Rivera, miembro de la organización no gubernamental Solidaridad Canaria, que junto a Gestión y Calidad en Salud de Usaid (la agencia de cooperación de Estados Unidos ) recorren periódicamente aquellos sectores de la Amazonía para que las comunidades indígenas accedan a la atención médica.
Lo hacen en coordinación con el Servicio Departamental de Salud (Sedes) del Beni y hace dos semanas La Razón fue parte de la travesía.
Para llegar a la comunidad se debe volar, en avioneta, durante una hora de Trinidad a Misión Fátima, donde operan las dos ONG.
Luego, el recorrido demanda navegar al menos tres horas en canoa por el río Maniqui y seguir una a pie.
Allí se halla la pequeña población de Emey donde nueve de cada 10 habitantes sólo hablan chimán y uno sabe además castellano. «Cuéntenles qué necesidades tienen», dice Rivera a los indígenas con la esperanza de que éstos conversen con los visitantes, entre ellos este medio, y segundos después añade resignado: «Así son, nunca hablan, no dicen nada».
Pastor Bieronda, como lo llama la población de unos 150 habitantes, se comunica mediante traductor. «Queremos que nos envíen más remedios, porque nuestros niños se enferman», pide el hombre de unos 45 años, piel canela y ojos semirasgados.
Además de la diarrea, que se puede frenar con el suministro de sales de rehidratación oral, la neumonía, la bronquitis y la desnutrición matan a los más pequeños. «De las 1.600 personas que viven a lo largo del río Maniqui (no sólo Emey, sino en 15 comunidades), 48% sufre desnutrición. Hay por lo menos 115 niños desnutridos», alerta el galeno español.
Por eso el programa de Solidaridad Canaria y Gestión y Calidad en Salud forma a promotores indígenas en salud y les entrega botiquines para salvar la vida de los chimanes.
A dos metros del indígena Pastor, otro levanta la mano tímidamente y habla sin despegar la mirada al piso. «Los comerciantes nos engañan. Antes comprábamos un kilo de azúcar con dos paños de jatata (hojas con las que construyen los techos) y ahora piden seis paños para dos kilos».
En la zona la temperatura promedio es de 30 grados y la mayoría de los niños visten poleras talla 40 como única prenda, pues nada más.
«Hace meses que pedimos a nuestro municipio de San Borja que llegue el desayuno escolar, pero no hay nada. Aquí la gente no conoce el bono Juancito Pinto, el bono Juana Azurduy de Padilla ni la Renta Dignidad», revela Alejo Alameda Sequín, uno de los dos maestros de la escuela, donde 30 niños intentan aprender a leer y escribir en castellano y chimán.
El deseo es que el 2012 haya sexto grado o de lo contrario los niños tendrían que ir a La Cruz, donde hay un internado. El problema es que el sitio está a tres días de viaje de Emey.
Los chimanes temen mucho a la muerte. Si alguien cae al río o sufre un accidente y su vida corre peligro, el grupo se resigna. «Es su hora. Si intentan ayudarlo hay la creencia de que la muerte arrastrará al resto», dice un traductor que trabaja con el proyecto. Pero no es por eso que la gente fallece en este lugar; ellos mueren por enfermedades prevenibles.
Un niño y el sabor de la gaseosa
En Emey, un niño de cinco años nunca tomó Coca-Cola y cuando uno de los promotores le invitó un sorbo suspiró: «¡Puahh!». Otra niña, que jamás vio una cámara, saltó atemorizada cuando le quisieron sacar una fotografía.