El consulado argentino de Villazón ha tenido tuvo que intervenir centenares de veces desde octubre de 2007, por menores argentinos desaparecidos, o por niñas y niños bolivianos que se esfumaron en la Argentina, revela un reportaje del periódico Clarín.

El tráfico de niños por la frontera entre ambos países es una preocupación en Argentina.  Las dimensiones del problema las da el hecho de que gracias a esas gestiones, en ese lapso, 622 menores están de nuevo con sus familias.

No es fácil determinar un patrón que permita conocer los móviles de quienes los secuestran. Si bien hubo algunos casos de adolescentes que habían sido engañadas, la trata con fines de explotación sexual no parece ser el propósito principal; en parte porque el 46% de las víctimas son varones, y en parte por las edades.

Del total de chicos recuperados, 238  no tenían más de cinco años; pese a ser tan pequeños, muchos de ellos están por encima de las edades buscadas por las parejas que compran bebés para adoptar. Otros 284 tenían entre 10 y 17 años, y en su mayoría eran menores de 13 años. Los 100 restantes tenían entre 6 y 9 años.

Parece tratarse de un problema regional, ya que estos hechos se han producido en Potosí y en la limítrofe provincia de Jujuy.

«Nuestra frontera no tiene control. Hay infinidad de pasos naturales no controlados, donde el cruce es libre», admite Juan José Arévalo Villegas, a cargo de la flamante Oficina de Tráfico y Trata de la Gobernación de Potosí en Villazón.

A sólo 1.200 metros al este del puente internacional, en Ojo de Agua, la única molestia para franquear la frontera es tener que vadear el río La Quiaca, que durante la mayor parte del año se cruza de un salto . A unos 2.400 metros al oeste del puente, la calle quiaqueña Jujuy desemboca en el humilde barrio La Florida, sin ningún cartel de bienvenida a Bolivia.

Adultos y chicos pasan de un lado al otro como si circularan dentro de una misma unidad; si bien no son tan frecuentes, lo mismo sucede con los vehículos. Arévalo Villegas habla de «fallas del sistema, por ser una población flotante, migrante». Algunos de los niños y niñas nacieron en Argentina, cuando sus padres vinieron como trabajadores golondrinas, pero fueron robados en Bolivia, en Villazón y localidades cercanas. Otros residen en La Quiaca. Y muchos otros que son hallados en diferentes lugares de la Argentina -en especial en Jujuy-, fueron raptados en comunidades rurales potosinas tan alejadas, que para llevarlos con su familia hubo que recorrer hasta 27 horas en vehículo.

Mucho menos demoran las camionetas último modelo que las comunidades indígenas ven pasar cerca de sus pueblos. «Hay mucho movimiento ahí», cuenta Aurelio Calisaya, cacique de Orqo Kallpa, cerca de Santa Catalina, el pueblo más al norte de la Argentina.

«En esos coches, los que conducen son varones: no van mujeres, pero siempre llevan a uno o dos niños», desconfía Rolando Parragá Rosales, cacique de Sinsima, en Chagua, a 37 kilómetros de Villazón (ver El contrabando…).

 Varias de las víctimas han sido niños y niñas que, como todos los días, hacían pastar al rebaño de llamas o a la majada de ovejas, a más de 3.600 metros de altura. Desde la Defensoría de la Niñez, «en 2008 hicimos mucha capacitación, pero no llegamos a concientizar a las comunidades. Hay poco apoyo institucional, por razones económicas», se lamenta Elvira Galapiña García, ahora en el Servicio Departamental de Gestión Social.