La vida sobre una sola pierna
Historia. Policarpio Poma Mamani da lecciones de coraje desde hace 30 años
A sus 28 años, en 1981, sintió que una parte de su cuerpo murió, después de que una cortadora de cerámica le cercenara su pierna izquierda. En ese momento, los sueños del exatacante de las selecciones de fútbol de Caranavi, el joven que un día quiso ser militar, el paceño que se ilusionaba con vivir en Guayaramerín para ser ganadero, y el entonces padre de familia de dos hijos, se hicieron añicos.
«Algunas veces me sueño caminando y es como si estuviera sano», confiesa, apoyado en dos muletas de metal que, junto a su esposa Geroma Rencifo, son sus tres compañeras infaltables en su caminar diario por las calles de las ciudades de La Paz y El Alto, dos urbes que conoce como la palma de su mano.
Es la hora del almuerzo y todos los obreros de la empresa A-J Construcciones, donde él también trabaja, hacen una pausa para degustar una humeante sopa de maíz en una de las calles del barrio 6 de Junio, a media hora de Viacha.
SUFRIMIENTO. Policarpio Poma Mamani nació en la provincia Pacajes, en el departamento de La Paz, y su vida estuvo signada por la desgracia desde que llegó al mundo, un verano del año 1953.
«Mi papá murió cuando yo tenía ocho meses y mi madre me abandonó antes de que cumpla los dos años. Mi abuelita y mi tío me criaron hasta que a mis 16 años me fui a trabajar a Caranavi», recuerda.
En esa región de los Yungas paceños alternaba su trabajo en un aserradero de madera con los domingos de fútbol, hasta que fue convocado para jugar por los caranaveños en el Campeonato Interyungueño, donde se proclamó campeón en dos ocasiones.
Antes de cumplir los 20 años se presentó al cuartel y fue enviado a Guayaramerín, Beni. «Fuimos los primeros paceños en ir hasta allá». Eso sucedió aproximadamente en 1975. Al concluir su servicio militar obligatorio, y debido a que no tenía familiares, decidió quedarse un año y ocho meses más en el cuartel con la ilusión de ser algún día cabo.
Las pocas opciones le obligaron a volver a Pacajes, donde conoció a Geroma, con quien después se casó en 1977, a sus 22 años. Para 1981, Poma trabajaba de chofer en el día y luego en una ladrillera por las noches. Sólo así podía mantener a su esposa y sus primeros dos hijos.
Todo marchaba bien, hasta que una noche la cortadora de cerámica de la fábrica donde trabajaba le mutiló la pierna izquierda en un accidente laboral. «Primero no sentía nada, después nomás me he dado cuenta de que la máquina me ha volado la pierna… Ha pasado tanto tiempo y no puedo olvidarlo aún».
Su vida cambió. En principio, la fábrica de ladrillos no quería asumir el pago de la asistencia médica, al final lo hizo, pero sólo a medias. Mientras, Policarpio sufría intensos dolores por la herida que después se infectó.
«Me decía yo mismo que debe ser mi destino sufrir así, que he nacido para sufrir. Mi desgracia será pues vivir así», señala al recordar esas largas noches torturado por un dolor insoportable que no le dejaba dormir.
MANOS. Al igual que las muletas de metal con las que se apoya para caminar, su esposa fue el soporte anímico más importante durante ese trance y por el cual Don Lipo volvió a creer en la vida.
Policarpio se sintió revitalizado y mucho más todavía cuando su padrino de bautizo, del que él sólo guardaba un vago recuerdo de su niñez, enterado del accidente que sufrió su ahijado, lo encontró. Antonio Choque, que en la actualidad está muy anciano y que reside en Coroico, compró un terreno para su ahijado.
Ese fue el apoyo moral más valioso después del accidente para la familia Poma. Ahora poco le importaban las señales de discriminación que sufría a diario por su condición de invalidez. Esta vez estaba seguro de que podía cumplir sus sueños, pese a que le faltaba la pierna izquierda.
«Trabajé de todo. Primero hacía hasta 400 adobes por día, igual que cualquier persona normal». Posteriormente, se empleó en diferentes obras como ayudante hasta convertirse en un especialista en el cavado de zanjas para las conexiones del alcantarillado y el gas domiciliario.
Este trabajo le ha permitido conocer, de punta a punta, la ciudad de La Paz y El Alto. Una semana Policarpio puede estar abriendo zanjas en la avenida Sucre, donde este medio lo encontró por primera vez a fines de mayo, y a la otra semana, estar cavando huecos en la zona 6 de Junio, cerca al municipio de Viacha. Policarpio nunca se rinde y contagia seguridad en cada una de sus palabras. «Me puede faltar una pierna, pero tengo la derecha y además tengo dos manos. ‘Puedo trabajar’, así les decía a mis jefes y les demostraba que puedo hacerlo igual o mejor que cualquier persona normal».
CONFIANZA. Para Policarpio Poma todo se puede conseguir en esta vida. «Todo es cuestión de fe», insiste, y ése es el mensaje que transmite a sus hijos y a quienes lo conocen.
Un testimonio de la tenacidad con la que Don Lipo afronta la vida la da Prudencio Ojoruro, uno de los responsables de la empresa A-J Construcciones. «Cuando me lo presentaron yo dudé de que realmente pueda trabajar, pero después me demostró que puede hacerlo como cualquier persona. Además es un obrero bien cumplido. Es el primero en llegar a la obra, ya antes de la siete de la mañana está en su puesto junto a su esposa, que también trabaja con él», contó a este medio.
A-J Construcciones es una de las empresas a las que Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) contrata para las conexiones de gas domiciliario en las ciudades de La Paz y El Alto.
Policarpio actualmente tiene cinco hijos: Francisca, Margarita, Verónica, Limberg y David. Cuando se le pregunta sobre cuál es su mayor sueño, Poma mira al infinito y menciona a una máquina. «Quisiera comprar una compactadora, así me podría independizar y hasta podría dar empleo a otras personas, pero creo que voy a trabajar un añito más y después me voy a retirar». En unos dos años más cumplirá 60.
Bajo su protección aún viven con él Limberg (17), que hace su servicio militar en Guayaramerín, y David (13). Sus tres hijas ya se casaron y le hicieron abuelo.
«¡Uff! Mis yernos y mis nietos a mí nomás me dicen ‘papá Policarpio’, eso es lo que más felicidad me da ahora: los niños», esboza con una sonrisa de satisfacción. Sin embargo, hay algo que le quita el sueño por estos días. Policarpio quiere visitar otra vez Beni, el lugar donde él hizo su servicio militar en los 70.
«Cuánto daría por viajar a Guayaramerín con mi esposa para estar el 7 de agosto en la jura a la bandera y ver así a mi hijito Limberg en Beni, pero me han dicho que el pasaje aéreo es Bs 1.600, eso es bien harto para mí y el viaje por tierra dura dos días y medio. No sé realmente cómo podría ir». Por su trabajo de excavador, para las conexiones de gas, Poma gana aproximadamente unos Bs 700 como sueldo mensual.
El hombre de estatura mediana se retira. Camina sobre sus muletas de metal, tal como lo hace desde hace 30 años, cuando parecía que sus anhelos se hacían añicos. Hoy disfruta de su empleo y cinco nietos. Recomienda ser perseverante y no dejarse caer ante la adversidad. «Mucha gente me discriminó por mi condición, pero yo les demostré que no hace falta que tengas las dos piernas si la fuerza está en tu corazón y tu familia para salir adelante».