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En La Paz, cerca de 790 niños y adolescentes viven en las calles

“Mi padrastro mucho me pegaba y me escapé de mi casa”, recuerda Carlos, uno de los 790 niños o adolescentes en situación de calle de La Paz, según el Viceministerio de Seguridad Cuidadana. Tiene 14 años y vive en la calle desde los 12.

Lejos de la violencia intrafamiliar, asegura que está mejor sin un hogar, ya que en la calle nadie le dice nada ni le prohíbe hacer cosas.

Como Carlos, quien sobrevive limpiando parabrisas, hay 790 menores de edad en la sede de gobierno y se calcula que en Bolivia llegan a 4.000, de acuerdo con datos proporcionados por el Viceministerio de Seguridad Ciudadana.

En 2006, aproximadamente 2.200 niños, niñas y adolescentes vivían en situación de calle en Bolivia, según un reporte del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), y en 2010 se calculaba que esa cantidad se había reducido a 1.250. Sin embargo, no se realizó un censo.

De hecho, debido al “alto incremento de personas indigentes y que consumen drogas”, el alcalde de La Paz, Luis Revilla, anunció el martes, durante la promulgación del Plan Operativo Anual y el Presupuesto 2016, que la municipalidad ejecutará un programa de atención a la población en situación de calle.  

¿En qué barrios de la urbe paceña se los encuentra? Según Denis López, coordinador de la organización no gubernamental Maya Paya Kimsa, esta población es errante debido a la presión social.

“En cuanto se ubican en alguna plaza o avenida, los vecinos se quejan y la Policía los mueve. Sin embargo, se los puede encontrar en barrios como Tembladerani, en la avenida Buenos Aires, en el Cementerio, la Terminal de Buses, el puente de la Cervecería, en Villa Fátima, en Chasquipampa y  en la calle 1 de Obrajes”, explica.

Los menores de edad en situación de calle son altamente vulnerables a la explotación laboral, el consumo de alcohol y drogas, la delincuencia, la trata y tráfico de personas, y la violencia sexual comercial, entre otras.

López da cuenta, por ejemplo, de que dejaron de lado la clefa por algo nuevo. “Hay dos tipos de inhalantes, a uno lo llaman ‘el alteño’ y al otro, ‘bajeño’. Es una mezcla de gasolina con thinner; consumen cerca de tres botellitas por día, cada una cuesta Bs 10”.

Su consumo provoca somnolencia y puede ocasionar mareos, temblores, alucinaciones visuales y auditivas, entre otros.

El entrevistado cuestiona que  haya gente que provea a los menores de edad este tipo de productos. “Los chicos no tienen la capacidad técnica para realizar este trabajo, hay actores invisibles alrededor, la misma sociedad que se beneficia de la vulnerabilidad de los chicos”, reclama.

 De acuerdo con el diagnóstico, dentro de esta comunidad participan “actores invisibles” (propietarios alojamientos, juegos electrónicos y/o cafés internet, entre otros) que incentivan la pornografía y violencia sexual comercial, vinculándolos con redes organizadas de delincuentes y proveedores de sustancias psicoactivas.

Detrás de cada uno de ellos hay historias de maltrato, desamparo, desamor, abuso sexual, alcoholismo, drogadicción.

“Vivo en las calles hace como cuatro años, me gano la vida cargando las bolsas de las señoras en el mercado o a veces mendigando. Mis padres me dijeron que me fuera porque tenían muchos hijos y que no podían mantenerme”, relata Margarita, de 15 años.

Asegura que duerme “donde le agarra la noche” y que en algunas ocasiones suele descansar en alojamientos, acompañada de violentadores sexuales (clientes).

En diciembre de 2012 el Viceministerio de Seguridad Ciudadana, en coordinación con el Viceministerio de Igualdad de Oportunidades, realizó el II Encuentro Nacional de Niños, Niñas y Adolescentes en Situación de Calle, con el fin de analizar y trazar un plan de acción coordinado e integrado entre los gobiernos nacional, departamental y local.

Ese año se elaboró el Plan Nacional de Seguridad Ciudadana en el marco del Proyecto Poblaciones Vulnerables, que plantea como una tarea desarrollar un Modelo Integral e Intersectorial para la Atención y Prevención.

“Este modelo es una respuesta a la necesidad de integrar sistemáticamente las prácticas que desarrollan instituciones públicas y privadas”, explica María Paula Vargas, oficial de protección del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.

Según el diagnóstico efectuado por técnicos de 16 instituciones que trabajan con esta población, los principales factores para que niños y púberes terminen viviendo en las calles son: el maltrato físico y psicológico ejercido por algún miembro de su familia; problemas económicos al interior de la misma; descuido de los padres; discriminación dentro del hogar; y la búsqueda de sustento económico para cubrir necesidades básicas de su nucleo familiar.

La falta de afecto en el hogar, acompañado de la explotación ejercida por los progenitores; el consumo excesivo de alcohol que desata la violencia intrafamiliar; la separación de los padres; el deseo de experimentar cosas nuevas, y la rebeldía, son otros elementos.

El Código Niña, Niño, Adolescente establece que este grupo etáreo tiene derecho a la vida, en condiciones que les garanticen una existencia digna.

También dispone que el Estado, en todos sus niveles, tiene la obligación de implementar políticas públicas que aseguren condiciones dignas para su desarrollo integral con igualdad y equidad.

“Las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a vivir, desarrollarse y educarse en un ambiente de afecto y seguridad en su familia de origen o excepcionalmente (…) en una familia sustituta” (Art. 35).

Vulnerables. Sin embargo, estos menores de edad mueren acuchillados, de frío, por intoxicación, por enfermedades diarreicas, infecciones respiratorias agudas, tuberculosis y otros.

“Hace unas semanas falleció Celeste, una adolescente de 17 años que era víctima de la dinámica de violencia sexual comercial. Ella se contagió con el VIH (virus de la inmunodeficiencia humana), y por la mala atención y discriminación en los centros de salud decidió no ir más a hacer su tratamiento”, relata Óscar Martínez, educador de la ONG.

Pero no todas las historias tienen un desenlace trágico. Hay quienes lograron vencer la adversidad y romper el vínculo con las calles. Esto le pasó a Ángel, un joven que tras vivir siete años en las calles decidió estudiar para ser técnico en celulares; hoy trabaja como ayudante de un bus que realiza viajes a las provincias.