De 33 abuelos que viven en el hogar Quevedo, 29 ya no ven a sus familias
Algunos están tres e incluso 20 años sin recibir ninguna visita de familiares, y esto causa depresión o bien que se aíslen del resto del grupo.
De los 33 adultos mayores que viven en el hogar María Esther Quevedo, en La Paz, 29 ya no tienen contacto con sus familiares y el resto recibe visitas de parientes alguna vez. Estos abuelos están en situación de abandono, que es una forma de maltrato.
“Son apenas unos cuatro adultos mayores (de los 33 cobijados) que reciben a algún familiar”, informó Victoria Alarcón, jefa de la Unidad de Administración, Control y Supervisión de Centros de Acogida, del Servicio Departamental de Gestión Social (Sedeges) La Paz.
El hogar, ubicado en la calle Jaén e Indaburo, acoge a 33 adultos mayores: 19 mujeres y 14 varones. La cantidad poblacional fluctúa porque algunos deciden retirarse y en otros hay fallecimientos, detalló Alarcón.
La Razón conversó con cuatro personas del grupo: Alicia Flores (88), Juan Ordóñez (70), Angélica Mamani (80) y Julian Pinto (85), quienes recordaron su niñez y juventud “como si fuera ayer”.
Alarcón indicó que algunos están tres e incluso 20 años sin recibir ninguna visita de familiares, y esto causa depresión o bien que se aíslen del resto del grupo.
Según Cintya Sánchez, médica del hogar, el hecho de que ellos no tengan hijos, ni otros familiares cerca hace que “poco a poco olviden lo que es el día a día de su vida”.
“Es importante que los hijos visiten a sus padres para darles unos cuántos días más de vida”, apuntó.
Pero otros adultos mayores se dan formas para no caer en la depresión. Por ejemplo, Ordóñez optó por pegar en la pared recortes de sus artistas favoritos de la década de los 70 y 80, pero no tiene ninguna fotografía de sus dos hijos, quienes no lo visitaron, ni lo llamaron en los últimos nueve años. La esposa le pidió alejarse de ellos porque él se dedicó un tiempo al alcohol tras perder su trabajo.
- Ordóñez muestra la única foto que tiene de un familiar, su madre. Fotos: Wara Vargas – La Razón
HISTORIA. “Siento que si vuelvo con mis hijos seré un estorbo. Abandonado sí, pero aquí encontré una familia, me siento feliz”, dijo.
Sánchez resaltó que al final los 33 abuelos están en situación de abandono. “Si bien tienen su familia y a veces son visitados, es una familia que los abandonó”.
El Código de las Familias establece que los hijos deben prestar asistencia a su madre, padre o ambos, cuando se hallen en situación de necesidad y no estén en posibilidades de procurarse los medios propios de subsistencia.
Añade que el hijo, bajo autoridad paternal, debe vivir en compañía de sus padres. Aclara que “no puede, sin su permiso (del hijo), abandonar el hogar, a no ser que el adulto mayor sea objeto de abuso, explotación, maltrato o violencia, o negligencia”.
“No es solo decir: me criaste, me diste educación, me diste todo y ahora te dejo en un asilo y me olvido de ti”, recriminó Sánchez.
Hace días, el hogar Quevedo logró ubicar en Argentina al hijo de uno de los abuelos, ambos se reencontraron luego de 20 años.
Los 33 ancianos reciben su Renta Dignidad, además de un servicio multidisciplinario que va desde insumos de aseo, ropa, zapatos, revisión médica y psicológica.
Le hablé a mi hijo para entrar al asilo
Abigail Flores, de 88 años
Ella no tuvo hijos, pero adoptó a sus tres sobrinos tras la muerte de los padres de ellos. A sus 88 años es una mujer lúcida que incluso recuerda a las personas con las que trabajó desde su adolescencia. Ella quedó viuda a los 50 años y no logró tener una casa propia, ni grandes bienes. Cuando llegó a la tercera edad comenzaron los problemas de artrosis y sus consecuencias en la cadera y rodillas, dolencias que le obligaron a buscar un asilo para no sentirse “una carga” para sus hijos.
El menor la ayudó a trasladarse al Quevedo, donde vive hace cuatro años.
Ésta es mi casa y mi familia
Angélica Mamani, 82 años
Ella nació en Tarija y hace años enterró a su hermano gemelo y a su madre. Al encontrarse sola optó por buscar el asilo Quevedo, donde está 15 años. “Bien me siento, es mi casa, es mi familia”, expresó.
Ella despierta a las 05.00 y limpia su cuarto. Luego se predispone a ayudar en la farmacia del hogar y en la cocina, hasta que llega la hora del almuerzo.
Asegura que no tiene hijos, ni parientes que la visiten. “Mi familia es el personal del hogar”, afirmó. Ella no tiene amigos entre los otros abuelos. “Solo Dios sabe hasta cuándo estaré acá”.
Las visitas me levantan la moral
Julián Pinto, 85 años
Ingresó al hogar Quevedo en agosto de 2011, a sus 79 años. Tuvo un hijo con su primera esposa, quien murió cuando su pequeño tenía ocho años. Hay otros tres hijos con su segunda esposa, pero se abstuvo de hablar de ellos. Trabajó como chofer por 42 años, un oficio que dejó por problemas en el oído y la vista. Por algún tiempo fueron sus amigos los que le dieron dinero para su comida, hasta que llegó al hogar. “Me siento bien. Casi no extraño a mi hijo, ni a la familia porque tengo otras visitas y eso me levanta la moral”. (03/08/2017)