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Las moscas aún son un dolor de cabeza en Alpacoma

Leonardo Serrano pregunta el porqué de la visita de este diario a la urbanización Sequoia mientras espanta las moscas. Vecinos de este barrio, Mallasa y Jupapina aseguran que pese a los trabajos en el relleno sanitario de Alpacoma ese problema persiste.

“Hay mucha mosca en toda esta zona, se entran a mi tienda, tengo que limpiar a cada rato”, protesta Rosmery Yujra, vendedora de abarrotes en Mallasa. “Tuve que fumigar también, mis vecinos no lo hacen, pero igual me invaden”, apunta Honoria Ticona, mientras  ahuyenta a los insectos que se posan de rato en rato en sus plátanos, tunas, peras y demás frutas.

La noche del 15, la macrocelda 4 del relleno sanitario colapsó y liberó 200.000 toneladas de basura y 10 millones de litros de lixiviados. Pasaron 42 días del suceso y, pese a haberse acelerado el cierre de operaciones del vertedero y enterrado la basura, los insectos y el mal olor —por la mañana o la madrugada—, continúan, sostienen los vecinos.

La anterior semana le diagnosticaron infección estomacal al sereno de la urbanización Sequoia. Por ello, optó —cuenta— por matar o espantar a estos dípteros,  cerrar las ventanas de su caseta y recién alimentarse, por supuesto sin descuidar su trabajo.

Mientras La Razón conversa con él, dos se posan en el borde de su taza y otras dos en su caldera eléctrica, tres caminan por su mesa, dos están sobre algunas hojas de papel y dos más vuelan en el reducido ambiente, aparte de las tres que revolotean en la ventana, sin contar las de afuera y la que se queda sobre la grabadora.

La administradora de esa urbanización, Jimena Calvo, asegura que, a diferencia de  los primeros días, tras el colapso de la macrocelda, la cantidad de insectos disminuyó. “Hemos tenido malos olores, más que todo cuando llovió. No es un olor constante, hay días en que es insoportable, hoy (ayer) no hay hedor”. “Estamos inundados de moscas, literalmente”, menciona Marlene Lanza, presidenta de la junta vecinal.

El especialista ambiental Ruddy Cejas explica que en periodos de lluvia y olas de calor se generan vectores, como moscas.

Estos insectos son atraídos porque hay desprendimiento de metano, que es el principal gas de los lixiviados de la basura. “Mientras haya metano, va a haber olor y va a haber vectores. Lo que se está haciendo son paliativos, se están mitigando algunos impactos, (y este problema) va a seguir hasta que no haya un cierre ambiental del botadero. Esto toma bastante tiempo y recursos”.

La administradora de Sequoia rescata que personal de la empresa de Tratamiento Especializado de Residuos Sólidos y Servicios Ambientales S. A. (Tersa) se haga presente para fumigar cuando se lo llama. “Sigue habiendo moscas, no paran, apenas ha bajado un poco. No como, tengo que aguantarme. El mal olor no es tan intenso como antes, me acostumbré”, dice Carlos Ibáñez, de la tranca de Achocalla.

En la Escuela Jupapina, el director Víctor Hugo Jaño, asegura que no ha tenido problemas con estos dípteros, pero sí sus maestros, en especial los que viven en El Alto, ya que el minibús que los transporta, cuando pasa por Achocalla, se llena de insectos.

A pesar del calor, Paul Carlo Siga, del Sindicato Litoral, quien acaba de arribar a su parada, frente al zoológico de Mallasa, no deja las ventanas de su micro abiertas por mucho tiempo, por estos insectos. 

“Temprano, por la mañana, el olor es fuerte y hay muchas moscas. No hay ratones”, apunta Miriam Ponce, quien atiende en un puesto de comida en Mallasa.