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La separación

En este mundo monopólicamente globalizado, el cine iraní es, sin lugar a dudas,  tan desconocido y exótico para el público boliviano como a la inversa lo es, con seguridad, el cine boliviano para el público iraní. El nuestro es, por cierto, un caso extremo, puesto que en mercados menos marginales los nombres de Abbas Kiarostami, Mohsen Makhmalbaf, Amira Makhmalbaf y Jafar Panahi han sido oportunamente conocidos y reconocidos entre los de los directores más significativos e interesantes de las últimas décadas.

Anoto esto último puesto que por estas comarcas bien podríamos vernos llevados a presumir que La separación o Una separación —título con el cual ha sido estrenada esta sorprendente película en varios países vecinos— es un trueno en cielo despejado o, peor todavía, el primer largo de aquella procedencia.

No lo es, entonces, como tampoco son casuales su altísima calidad narrativa y el preciso manejo de los resortes dramáticos utilizados por el director Asghar Farhadi en su quinto largometraje. Adicionalmente, vale como demostración reiterativa, pero siempre útil, de la nula relación entre el presupuesto de cualquier producción cinematográfica y el valor del resultado. Esta historia llena de matices y vacía de efectos especiales demandó una inversión de 300 mil dólares, monto asignado en los presupuestos usuales de las producciones que atiborran nuestras pantallas a la compra de las pizzas ingeridas en las pausas por el equipo a cargo.

Echando mano para la puesta en imagen de un clasicismo depurado junto a su ajustado sentido de los ritmos y momentos Farhadi, autor, asimismo, del guion, lo cual le confiere un mérito por doble partida, va densificando poco a poco su trama, que comienza como el relato de la ruptura de una relación matrimonial.

PAREJA. Simin y Nader, pareja de clase media, deciden marcharse de Irán en busca de mejores horizontes, llevando consigo a Termeh, su hija adolescente, a quien tienen la ilusión de ofrecerle nuevas oportunidades en un medio menos sometido a rígidas regulaciones de inspiración religiosa que limitan severamente las oportunidades para las mujeres. Los planes iniciales tropiezan, empero, con el cambio de opinión de Nader, quien decide quedarse al cuidado de su padre afectado por un avanzado Alzheimer. También Termeh resuelve permanecer junto a su padre y abuelo. Irritada, Simin abandona su hogar y regresa a vivir al de su madre, determinada a obtener el divorcio para luego emigrar sola, eventualmente llevando consigo a la niña.

Narrativamente, la película arranca con una tensa secuencia  en la cual los dos protagonistas exponen sus respectivos argumentos frente a un juez. Pero, puesto que la cámara ocupa el lugar del letrado, en realidad es de cara al espectador mismo que tiene lugar la discusión, llevando naturalmente a involucrarnos en una trama despojada en cambio de las artificiosas divisiones dramáticas en buenos y malos.

Sin embargo, hacia la mitad del metraje el relato da un giro radical, pasando a segundo plano el lío de pareja para abrir una segunda línea de tensión a propósito de la demanda interpuesta por la empleada contratada para cuidar al abuelo. Ésta acusa a Nader de haberla agredido hasta provocarle un aborto cuando reaccionó irritado al encontrar a su padre encadenado a la cama por Razieh, la muchacha de clase baja sumida en sus propios problemas, puesto que admitió el trabajo sin informar de su embarazo y sin haber obtenido el permiso de su propio marido, sujeto violento, aferrado a prejuicios religiosos y acosado por deudas que no consigue pagar, pues se encuentra desocupado.

La creciente complejidad del argumento termina encarando a Nader a la eventualidad de pasar en prisión los próximos años si se demuestra que empujó a Razieh por las escaleras a sabiendas de su gravidez, argumento en el cual insiste el esposo de esta última, intuyendo la posibilidad de obtener una indemnización que pudiera sacarlo de sus problemas financieros. 

Sin sobresaltos ni estridencias, el realizador va llevando su película con una claridad expositiva y una calidez emotiva que aparejan su estilo al de las mejores obras del neorrealismo italiano. En el neorrealismo, las tragedias individuales de los personajes eran un pretexto para la descripción de las durezas del entorno social, evitando así la denuncia explícita y recurriendo, por el contrario, a la sugestión a partir de alusiones circunstanciales al entorno en el cual se desenvuelve el conflicto central.

A diferencia del grueso de las anteriores producciones iraníes, cuya mirada se enfocaba en los medios rural y suburbano, ésta es una historia netamente urbana, propicia para dar cuenta de que allí las pugnas entre clases acomodadas y las otras tienen un carácter muy parecido al de otras latitudes. Las referencias a tal alcance de la conflictividad social se encontraban vetadas, y lo siguen estando, por una rígida censura que sólo admite la referencia a los desencuentros de orden religioso. De hecho, el director afrontó problemas al por mayor con los censores, agravados después de los galardones obtenidos por

La separación  en el Festival de Berlín 2011.

GUIÓN. La sólida base de este relato sin fisuras está en el tramado de su guion, que articula con admirable fluidez los dos contenciosos legales, entrecruzados con las múltiples líneas secundarias alusivas a cuestiones de resonancia universal permanente: la dignidad, el compromiso, la honestidad, el respeto a otro y a sus maneras de entender(se) (con) el mundo.

La colocación de las dudas personales de los protagonistas, de sus desconciertos existenciales en medio de los laberintos burocráticos policiales y judiciales; el choque de intereses movidos por el cálculo de posibles beneficios a obtener forzando al antagonista a sentirse culpable de los dilemas de cada quien y, sobre todo, la eterna interrogación sobre los límites entre la verdad y la mentira y acerca de las responsabilidades del individuo al momento de elegir cómo obrar en determinada situación, inscriben en la película una complejidad moral y psicológica, una trascendencia que sin desprenderse de las raíces culturales propias la impregnan de un sentido descifrable sin mayor esfuerzo desde cualquier otra.

Esa dimensión está enriquecida por las convincentes interpretaciones de todo el elenco, pero le debe su potencia emocional y su contundencia narrativa a la sabia sencillez del dispositivo discursivo articulado con una serena elocuencia que el final abierto redondea de manera magistral.

FICHA TÉCNICA

Título original: Jodaeiye Nader az Simin. Dirección: Asghar Farhadi. Guión: Asghar Farhadi. Fotografía: Mahmoud Kalari. Montaje: Hayedeh Safiyari. Diseño: Keyvan Moghaddam. Arte: Mehrdad Mirkiani. Efectos: Hamid Reza Ghorbani. Maquillaje: Reza Arabi. Música: Sattar Oraki. Producción: Negar Eskandarfar y Asghar Farhadi. Intérpretes: Peyman Moadi,  Leila Hatami, Sareh Bayat, Shahab Hosseini, Sarina Farhadi, Merila Zare’i, Ali-Asghar Shahbazi, Babak Karimi, Kimia Hossein, Shirin Yazdanbakhsh, Sahabanu Zolghadr, Mohammadhasan Asghari, Shirin Azimiyannezhad, Hamid Dadju, M.Ebrahimian. Irán/2011.