Creo que fue Miles Davis, quien alguna vez dijo que todos los músicos de jazz deberían ponerse de rodillas y dar gracias a Duke Ellington. De la misma forma, alguna noche de principios de verano, todos los aficionados al blues están obligados a acudir a un cruce de caminos polvorientos, levantar su vaso y beber un trago largo a la memoria de Robert Johnson.

Muchos creen que el diablo existe. Otros tantos dudan de su existencia. Yo no creo. Quizá usted sí crea en él. Tratemos de acercar las posiciones: si alguien me convenciera de que el diablo existe, apostaría lo que más quiero en este mundo que Robert Johnson lo conoció personalmente. No por lo que cuenta la leyenda, sino por la evidencia de los hechos. La leyenda, conocida por muchos, dice que Robert Johnson vendió su alma al diablo en un cruce de carreteras de Clarksdale, Mississippi, a cambio de convertirse en el mejor guitarrista del mundo. ¿Los hechos? Casi no hay.

Robert Johnson pasó por esta vida como una sombra. Se desconoce su fecha de nacimiento, nadie sabe la causa de su muerte, aunque mucho se habla de un asesinato con veneno, y quienes lo conocieron lo recordaban como alguien fugaz, esquivo, sonriente, carente amigos, un hombre que parecía estar en un continuo viaje. Martin Scorsese, uno de sus devotos, decía de él: “Robert Johnson sólo existió en sus discos, fue pura leyenda”.

Durante muchos años biógrafos y musicólogos han trabajado para desenterrar algunos datos que nos puedan dar más pistas de este hombre. Hijo ilegítimo de Julia Dodds y de Noah Johnson, en su infancia acompañó a su madre en un constante cambio de amantes y domicilios. Carrie, la hermanastra, creía recordar que su madre le había dicho que Robert nació un 8 de mayo de 1911 en Hazlehurst, Mississippi. No tendríamos por qué dudar de Carrie, pero no existen registros.

Dicen que el padre de Robert abandonó a su familia porque un grupo de terratenientes blancos lo perseguían para lincharlo, es posible, pero no hay total certidumbre de ello. Lo que sí se sabe es que en el año 1929, se casó con Virginia Travis, y que Virginia murió al año siguiente mientras paría. Después de ello, Robert se une sentimentalmente a una mujer mucho mayor que él, la primera de una larga serie de amantes que fue incrementando hasta su muerte, causada por la última de ellas… dicen. Sus primeros pasos en el mundo del blues se inician primero con la armónica y luego con la guitarra, gracias al padrinazgo de músicos de la talla de Charlie Patton, Son House o el desconocido Willie Brown, a los que acompañaba en sus giras por garitos y tugurios de la zona cercana a Robinsonville. En palabras del propio House: “Entonces no era más que un chiquillo. Soplaba muy bien la armónica, pero quería ser guitarrista. Cuando salíamos en las noches para tocar en algún baile, él solía escaparse de su casa y se aparecía de repente donde nosotros estábamos. Ni a su madre ni a su padrastro les gustaba que frecuentase aquellos bailes del sábado por la noche, pues allí había tipos realmente muy violentos”.

Son House fue el músico más cercano a Robert Johnson en ese trágico y desgraciado 1929 y lo recordaba como un pésimo guitarrista, carente del mínimo talento.

El músico contaba que durante unos meses, nadie volvió a ver a Robert, simplemente desapareció y que después se presentó convertido en un maestro supremo de la guitarra. Ahí comenzó la leyenda del diablo, de la que el propio Robert habló alguna vez. Decía que, efectivamente, había vendido su alma. Seis de sus canciones hacían referencia a ello, hablaban del diablo. El inexperto guitarrista que había conocido House se había metamorfoseado en un intérprete rotundo que hacía temblar a todos los bluesmen del lugar.

Cantaba con una voz aguda alterada por falsetes increíbles y una forma intuitiva de tocar la guitarra en la que usaba las cuerdas bajas para marcar un walking bass hipnótico mientras que de las primeras cuerdas salían mágicas notas que sonaban como si tuvieran vida propia, arrancando con el slide lamentos como nadie antes lo había hecho.

Investigaciones posteriores indican que Son House no tardó unos meses, sino casi dos años, en reencontrarse con Robert. De cualquier manera, Robert aprendió a tocar, cantar y componer de adulto y lo hizo en muy poco tiempo. Pero —¡atención!— no estamos hablando de niveles normales de cantar y tocar la guitarra.

Hablamos del mejor bluesman de todos los tiempos. Hablamos del compositor de Love in Vain y Cross Road Blues. Hablamos de un hombre que sólo dejó dos sesiones de grabación y hoy es considerado uno de los mejores guitarristas de la historia. Cuando los Rolling Stones hicieron una versión de Love in Vain para el disco Let it bleed, Keith Richards se negó a interpretarla como blues para no incurrir en sacrilegio.

En noviembre de 1936, Robert grabó varias canciones en San Antonio, Texas. Entre ellas, Cross Road Blues (El blues de la encrucijada). Si la escuchan (“Fui a la encrucijada y caí de rodillas, pedí al Señor, ten piedad, salva, por favor, al pobre Bob”) creerán que, en efecto, Robert sufrió una experiencia terrible en un cruce de caminos, porque en su voz se percibe un terror absoluto. Parece verosímil que en una encrucijada hubiera corrido un serio peligro de linchamiento. Al año siguiente, en Dallas, Texas, grabó otro puñado de canciones. Una de ellas era Love in Vain, maravillosa, inmensamente triste.

Para los viejos músicos, la escuela donde tuvo lugar su aprendizaje no era ningún misterio. Tommy Johnson lo cuenta con sus propias palabras “Para aprender a tocar todo lo que quieras y componer tus propias canciones, tienes que llevar tu guitarra a un cruce de caminos, al lugar donde dos caminos se cortan. Ve allí y asegúrate de estar en el sitio preciso antes de la medianoche; entonces, toma tu guitarra y toca algo tuyo. Un hombre grande y negro irá hasta allí, tomará tu guitarra y tocará para ti, hará sonar tu canción y te devolverá la guitarra. De esta forma aprendí todo lo que necesito para tocar”.

MUERTE. Robert Johnson murió un 16 de agosto de 1938 en un cruce de caminos, cerca de Greenwood, Mississippi. Todo hace pensar que fue envenenado. El músico Sonny Boy Williamson, que tocaba la armónica con él, contó que alguien puso estricnina en su whisky por un lío de faldas. Hay tres lápidas en Greenwood dedicadas a Robert, sobre tres supuestas tumbas. No parece que ninguna sea auténtica. Otra historia dice que el guitarrista fue enterrado bajo un árbol, sin lápida ni cruz, al lado del cruce de caminos. En su canción Yo y el diablo, decía: “Entierren mi cuerpo junto a la carretera, para que mi viejo y malvado espíritu pueda subirse a un autobús de la Greyhound y viajar”. El cruce de las carreteras 61 y 49 en Clarksdale, donde se supone que el diablo afinó su guitarra, se ha convertido en lugar de peregrinación.

De Robert Johnson conocemos 29 canciones, dos fotografías y retazos confusos de una biografía que termina en una muerte violenta a los 27 años. Con tan escaso material parece difícil construir un mito; pero pasados más de 74 años de su desaparición, sus 29 canciones se han convertido en clásicos de los que se han hecho versiones hasta la saciedad. Sesudos expertos continúan buscando una supuesta tercera fotografía y el volumen de libros y artículos publicados sobre su figura supera con creces lo que podría pensarse que 27 años pueden dar de sí. El resto es leyenda diabólica.

La Encrucijada / Cross Roads Blues

Mi nombre era Robert Dodds,

ahora me llamo Robert

Johnson.

I went down to the crossroads, fell down on my knees.

Asked the lord above for mercy, save me if you please.

Durante años pensé que mi padre era alguien que

realmente nunca fue.

Ahora sé que mi padre era

alguien que pasaba por allí,

nada más.

Llevo la sangre y el apellido de un desconocido.

I went down to the crossroads, tried to flag a ride.

Nobody seemed to know me, everybody passed me by.

Mi amor murió al dar a luz, con ella también perdí a mi hija.

No podía quedarme en

Robisonnville, debía marchar.

Todos decían que era muy bueno con la armónica

pero que no tenía ni idea

con la guitarra.

Cogí mi vieja Gibson y, sin más,

me fui a buscar la inspiración.

Im going down to rosedale, take my rider by my side.

You can still barrelhouse, baby, on the riverside.

Pero la inspiración tiene un precio,

yo lo pagué en la encrucijada entre la 49 y la 61.

Todos creen que allí hice un pacto con el Diablo,

ésa será mi historia.

Pero realmente, lo único

que pasó,

es que allí me di cuenta que no había vuelta atrás,

que a partir de ese momento sólo viviría para la música,

y que no volvería a pasar por allí hasta que

no tocase mi Gibson como el mismísimo Lucifer.

Ése fue mi pacto:

sólo amaré el blues.

You can run, you can run, tell my friend-boy Willie Brown.

And Im standing at the crossroads, believe Im sinking down.

Cada noche duermo con una mujer diferente,

de la que no recuerdo nada,

pues siempre estoy borracho.

Sólo yo y mi guitarra,

ése fue el pacto,

no dejar de tocar blues

hasta que mi sangre corra por las cuerdas.

Sé que algún día este trato me llevará a la tumba,

no se puede vivir con reglas tan sencillas,

a los demás no les gusta.

No se puede ser un nómada cuando a nadie le gusta los

imprevistos.

No se puede ser diferente cuando todos tienen miedo.

Ése será mi final, y en mi

tumba pondrán:

¡Descanse en el Blues!

(WAMBAS)