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Tarántulos Poemas inéditos

/ 13 de mayo de 2012 / 04:00

1.

Un dolor de tarántula me quema el        

pecho

deformando el cuerpo

de la luz.

Quiere surgir ella,

la cazadora

y envolver el mundo

salivando con fervor.

Ignora tal vez los miles        

de tarántulos

que indescifrables

andan por ahí.

4.

Oigo voces en los

corredores de la  noche

cierra, rápido las puertas

quieren que diga lo que no quiero

                      decir.

7.

Las palabras no pueden decirlo           

todo.

El silencio, sí.

Será por eso que el  número uno

es inmutable y mudo.

8.

Seis pares de ojos

mirándome desde el cordón de la

    entraña.

Algo habrá que decir:

Que la vida

    Pájaro.

Que la vida

    Rosa.

Que la vida: ventana, jardín, mar,           

montaña.

Que la vida…

Este cuerpo doliéndome su

    despedida.

10.

No acabo de pensar la forma que me inventa

ni umbral, ni hueso, ni morada, ni

    ceniza.

Sólo esta manera de vestir y desvestir

     el espanto.

12.

Tengo el cuerpo lleno

de ilustraciones célebres

de letras como un libro

parezco una historia literaria

navegando en el aire.

Sólo cuando él me toma de

la mano entonces, sólo entonces,

cuando la caricia sinuosa niebla

el deseo lleva a las cascadas

y la caverna absorbe todo el mar

la tierra humilde

vuelve a mis pies

                sin letras

y húmeda.

14.

Las palabras navegan como

    pequeños sarcófagos

en la corriente de un viento

    malogrado

15.

Hila,

        Tarántula

               hila

que se hunde el mundo.

18.

Atada mi lengua

el oído

se duele del amor.

20.

Bajo el arco azul del invierno

estalla la luz

sobre las fisuras de la montaña.

Aparecen las sombras

que enardecen el alma

las sombras

    las femeninas sombras…

23.

Hila, Tarántula, hila

que ahí viene el miedo

armado hasta los dientes

de lustrosos agujeros

más negros que el charol.

24.

Busca el hilo

la hebra que da línea

traza el círculo

que te acoge

    como casa

    como nido

    como abrigo

en tu nube

suave telaraña.

26.

Te nombro Tarántula

y no sé quién eres

pero tampoco sé quién soy

(tal vez sólo la costumbre de un

    nombre)

pero hay algo entre las dos

algo estrecho

algo que no logro descifrar

algo azul

o será ¿alguien?

POSTLUDIO

Como en una revelación

como en una visión

un día

se alza de la realidad dormida

de la superficie por evidente

volcada a lo invisible:

               la vida

que se vierte en un verbo

como en un vaso

que no vela una verdad.

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El monolito

El 17 de septiembre de 2003, en La Paz se inauguró ‘Surescrituras: Encuentro de escritores y escritoras del Sur’. Blanca Wiethüchter tuvo a su cargo las palabras de bienvenida; lo hizo con esta memorable crónica; más que leerla hay que escucharla

/ 19 de octubre de 2014 / 04:00

Toda reunión, llámese encuentro, congreso, festival o como quieran nombrarlo, de escritores, músicos, artistas plásticos o lo que fuere, y más aún si es internacional, en la medida en la que abre fronteras, siempre tan cerradas al arte, es sin duda alguna un acontecimiento digno de celebrarse, porque festeja la posibilidad de decir, como si fuese por primera vez, “hola, ojalá, tal vez, recuerda o quién sabe, / indistintamente / como si uno se refiriera a él o a ello o a ellos o a ti / desde la luz hacia la luz”.

Para los ritos inaugurales se ha decidido que sea el texto escrito al amparo de mi lápiz, Faber HB, el segmento que corresponda al anfitrión. Cosa grave, me dije, a pesar del privilegio que representa esta elección. Y confieso que buscando desesperadamente una salida, decidí, cierto día, con todo entusiasmo, atenerme a las sugerencias de la comisión organizadora del evento y, sin más responsabilidad que la que me otorgaba mi lápiz Faber HB, adoptar uno de los objetivos de los mismos inventores de este Encuentro para abrir un diálogo que permita, así dicen, “una visión menos nacionalista y restringida”. Para cumplir con ello quiero proceder retomando una tradición andina y comenzar, como quien dice, rayando la cancha y redactar nuestra carta de presentación de lo que supongo somos, en una palabra, poner las cartas sobre la mesa. De esa sutil manera, pienso, cada cual deberá adscribirse a Viracocha o a Inti, o quién sabe a Alá. Lo importante es expresarlo para evitar confusiones futuras.

La tradición dicta ejemplarmente el siguiente diálogo:
“Yo soy de los que usan asiento de plata / Tú de los que lo usan de oro / Tú eres de los que adoran a Viracocha, preceptor del mundo/ yo soy de los que adoran al Sol.”

A partir de esta declaratoria de principio, dice el texto, “beberemos y comeremos y conversaremos…”
Testimonio pues, que crea los hilos para hacer nudo y convertir el Encuentro en un poder aceptarse, abrirse y dialogar sin ninguna frontera.

En esta perspectiva, pienso que lo más acertado sería presentarles esta ciudad que los recibe, y que algunos conocen y admiran, y que para otros es su primera vez y que para nosotros es nuestro misterioso pan cotidiano.

*** *** ***

Hace no muchos meses, en la noche del 15 al 16 de marzo, se realizó un evento particularmente importante y emotivo en esta altísima ciudad, bautizada por sus fundadores como Nuestra Señora de La Paz. Tan exaltado fue el acontecimiento que esta Nuestra Señora pareció olvidar el recato y descubrir sus maneras de ser “así”.

No puedo evitar ponerlos en antecedentes.

En 1932 fue encontrado y desenterrado en Tiwanaku —pueblo prehispánico pensado por los aymaras como el taipicala, la piedra del medio, pues consideraban que este pueblo estaba en medio del mundo—, fue encontrado, digo, por un señor Bennet y desenterrado por un señor Posnansky un monolito esculpido en piedra, de siete punto treinta metros de altura, de 20 toneladas de peso y de turbante desconocido. En homenaje al explorador, el ídolo se llamó “Monolito Bennet”, extraviando no solo su nombre aymara, “Pachamama, la diosa de la tierra del Panllevar”, que es muy posible que no fuera el original, sino su naturaleza femenina, esculpida sobre las espaldas por múltiples trenzas al estilo de la casi extinguida comunidad de los chipayas.

En 1933, esta impresionante imagen del Panllevar, labrada en piedra, fue trasladada a La Paz, a la Alameda, hoy día El Prado. Verdad o no, unos dicen que el cielo lloró a mares durante la mudanza y otros, que ingresó triunfalmente en la ciudad parada sobre la plataforma de un tranvía. En 1940 fue transportada a Miraflores, el barrio deportivo de La Paz, y colocada en un templete semisubterráneo, construido a imitación del de Kalasasaya, donde fue hallada, como una promesa de santuario y museo al aire libre. También esa vez, así cuentan, se cayó el cielo al suelo.

Ahí se detuvo Pachamama de Panllevar. Había perdido a sus fieles pero no a sus visitantes. Así, todos estos años, a la intemperie. Los estragos del tiempo no dejaron de manifestarse pronto. La boca malograda despistó el contorno, los dientes, a estas alturas, ya no se perciben, la nariz ensanchada como está, ha desorientado el perfil, pero las lágrimas se están. A su izquierda, quedó también la solidaria acompañante, Pajsimama, la madre luna, siempre según parecer aymara; juntas, quién sabe cuántos años, pues ambas pertenecen a la misma época. De lo que fue una no esbelta pero alta escultura de ocho metros según calculan, queda una cabeza en piedra gris de un metro y 20 centímetros, con el mismo itinerario que Panllevar, pero no destino. A Pajsimama le fue arrancado el cuerpo por medio de explosivos. Es ahora solo cabeza, sin pies ni manos, lo que no impidió transportarla, al igual que a su compañero de ruta. La mutilación de la madre luna se hizo por doble codicia: buscar piezas de oro en el interior de aquel pétreo cuerpo femenino, aduciendo investigar el misterio de la construcción de Tiwanaku, pues nadie pudo resolver nunca —ni los aymaras—, el misterio de quién edificó la ciudad santa, ni de dónde sacaron aquellos impresionantes bloques, no existiendo canteras en kilómetros a la redonda y, en segundo término, no buscar solo oro en las entrañas de esta piedra peinada, sino la técnica secreta de “amasar las piedras”. Pero no encontraron nada.

La polémica sobre la bondad de un retorno al sitio de origen de Pachamama de Panllevar fue larga y minuciosa. Lo cierto es que hace ya rato las gentes no tenían acceso al templete en Miraflores, impedidos como estaban por una altísima reja. La justificación del levantamiento de semejante baluarte se la podría encontrar tal vez, en las inscripciones sobre las murallas antiguas y que los guardianes del templete sospechaban ser recientes: “Marcelo ama a Lorena”.

De manera que después de largas disquisiciones y para que “esta plaza no siga siendo objeto de la indiferencia pública y para que las piezas puedan ser debidamente admiradas y apreciadas” se decidió devolverla a Tiwanaku, previa construcción de un hermoso museo en el pueblo. Decir que el retorno legítimo de Pachamama de Panllevar se justifica, además de lo dicho, porque en Tiwanaku ya casi no existe nada para mostrar, es decir demasiado.

Según malas lenguas hay un mundo por desenterrar y si bien un Chachapuma está en el Museo del Hombre en París, es necesario confesar de inmediato que en Tokio, en Valencia, en Praga, en Berlín y en Washington pernoctan a diario restos invalorables de la cultura tiwanakota. De verdad. Vayan a ver.

*** *** ***

El traslado iba a hacerse efectivo esa noche de marzo. En realidad ya habían comenzado los trabajos de excavación diez días antes, pero para el tramo final se pensó en socializar el acontecimiento. Al Monolito había que decirle civilizadamente adiós.

A las 19.00 del día 15 la plazoleta estaba en rebalse. La Paz estaba impactada. El barrio de Miraflores, lo mismo. “Cómo le van a hacer esto a nuestro barrio” decían. Pero el sagrado ídolo se iba, Nuestra Señora de La Paz perdía a uno de sus custodios.

Se habían reunido las voces de la ciudad. Por un lado señoras, sentadas como montañas, luciendo sus mantas de vicuña, pañuelo o mandil en mano, murmuraba en aymarol, entre voces apenas audibles, la funesta decisión: “Ay qué será de nosotros, Tatito, ahuracito, qué será de nosotros, ay qué será: maldición es, diluvio es, sangre es…”

“Profanación, profanación”, clamaban algunos corazones entre sollozos mal contenidos. En tanto, pronunciados por labios distintos y pintados, se deletreaba en ritmo femenino: Espíritu Santo, sálvanos; protégenos, Santísima Trinidad todas las noches llora el Monolito, ay Jesús, Jesús María, todas las noches se pasea el Monolito.

Palpitaban voces, por todas partes se oían las voces:

— Lo que digo tiene fundamento científico, el Monolito Bennet tiene diseñado en su espalda un calendario agrario. 12 meses con 30 días cada uno, dividido en tres semanas de a 10 días cada uno.

— Quieres decirme ¿que han inventado la pólvora?

— Te aseguro que es un almanaque agrario y tiene que ver con la Puerta del Sol.
Musicalmente interrumpía otra fonética; ay achachilas, abuelos, ayúdennos en este trance… Ay Tomás Huanca, ay Fortunato Condori, ayudadnos con vuestra alma..—. Para continuar en otro de los flancos de la muchedumbre:

— En Tiwanaku hablaban puquina, no aymara, hermanito. Tiwanaku en su origen no tiene nada que ver con los aymaras.

— Sí, pero yo he leído que tiene que ver con los extraterrestres.

— No hermanito, nada que ver, fueron los sobrevivientes de la Atlántida y como tales eran Atlantes, At-lantes

— Y si fueron atlantes, ¿por qué han desaparecido sin dejar rastro?

— ¿Y para qué querían un almanaque agrario los extraterrestres? Si han llegado aquí ya sabrían pues todo eso, no ve.
Mientras otras bocas, más calmadas, de individuos empaquetados en chamarras de plástico, auguraban para el Monolito Bennet un futuro glamoroso y saludable en su nueva vivienda.

Sí, se oían otras lenguas. Entre ellas el alemán y como siempre el inglés. Nadie podía quedarse callado, como si las palabras, dichas a esta altura pudieran salvar a quienes las pronunciaban de la responsabilidad del traslado. “Yo he dicho que no se lo lleven, yo hey dicho. Ya ven, maldición era”. Pero todos sabían que era inevitable porque ya las autoridades lo habían decidido y las autoridades estaban a punto de llegar. Además, tantos días que los arqueólogos y los ingenieros trabajaban en eso.

— Que acaso no saben, el Monolito esconde otras cosas —decían los chamarreros de cuero. Pero dicen que ya las han sacado los alemanes. Porque, primero, hay que saber que el templete subterráneo éste, no es igual al original, porque en este han metido símbolos nazis. Ellos son los que han ocultado tesoros debajo del Monolito. Dicen que son dos tubos de oro labrados por los mismos germanos y que, escuchen esto: fueron los alemanes (te apuesto que neonazis, porque estos desgraciados se las saben todas) los que financiaron la limpieza del Monolito antes de su traslado para luego sacarlo de aquí. Nadie sabe el contenido de los tubos, pero te apuesto lo que quieras que ya no existen porque ya se los han llevado.

Unos otros del nosotros afirmaban también a viva voz la urgencia absoluta de quedarse, “de no irse para nada, dure lo que dure, tarde lo que tarde,” pues el monolito estaba asegurado en diez millones de dólares y “vaya uno a saber lo que las autoridades son capaces de cometer por diez millones de dólares. ¡Hay que vigilar, hermanito, hay que mirar si pescamos algo! Escucha, la estrategia, dicen, es hacerlo caer, lo quieren dejar caer, destruir, plaf, hermanito, ¿te das cuenta? Qué bestias, ¿no? Qué fácil no… La gente mira: un accidente. Pero yo te juro por lo más santo que los denuncio, carajo, ya me van a conocer a mí. Te lo juro, porque ya basta de jugar con nosotros. No hay que dejarlos. No lo vamos a permitir. Mientras más ojos mejor. No nos van a timar”.

Y aún otros, del mismo nosotros, aseguraban que debajo de Monolito se escondían ciertos mapas que iban a permitir, finalmente, saber la antigüedad de Tiwanaku. ¿No sería ese el contenido de los tubos? Cabría preguntarse. Y todavía otros afirmaban que, dentro de un feto de llama allá abajo, se hallaría uno de los dedos del Inca, el índice para más datos. La cosa hervía.

Para el evento la Alcaldía había contratado a la Jazz Band y a la extraordinaria Luzmila Carpio. Los Mallkus, expresamente invitados y transportados en minibuses desde el altiplano, ahí estaban, emponchados ahora y agrupados en un rincón que habían inventado ellos mismos. Es extra-ño el talento que tienen para inventar rincones, ¿no les parece? Ahí estaban gentes de la prensa, artistas de toda índole y público en general. Los Mallkus murmuraban todo el rato, dice que decían que ya no querían aguantar los abusos. Pero no se oía. Y dice que decían también oraciones, todo el rato, pero no se oía, mascaban coca y tomaban alcohol, y no se oía. Y dice que entre ellos hay un yatiri esperando que lo saquen al Monolito. ¿Qué hará? Lo challará pues. No se sabe… Se habían traído músicos que tocaban sikus de Italaque. Uno de ellos parecía sumamente importante. Se rumoreaba que era primo legítimo del Mallku de los Mallkus Felipe Quispe. No sabemos si Felipe Quispe estaba por ahí. Pero quién sabe. Con ellos nunca se sabe.

Desde el palco de los arqueólogos que estaban parados al borde del templete, ahí donde podían mirar desde arriba las manipulaciones del ingeniero y del obrero, con miles de ojos atentos encima, esperando algún milagro.

— ¿Qué milagro? No sé, siempre hacen milagros estos —provenía la voz clara y definida del saber sin susurros.

— Yo soy ateo, Doctor, creo en la ciencia, creo en la tecnología. Lo demás es opio para el pueblo.

— Qué ocurrente, Doctor, pero hay que respetar el sentimiento popular. Es un ídolo y pertenece a su hábitat religioso.

— Está bien, está bien, no trato de ser irrespetuoso.

Un estudiante cercano a los arqueólogos, grabadora en mano, registraba toda la conversación. Decían que estaba haciendo su tesis en Harvard o en Yale, o tal vez en Corneille o dónde sería. Como siempre hermanito sacan materia prima de aquí y nos la devuelven registrada en inglés. Oh yes.

Ya habían pasado muchas horas desde las horas 19 y el Monolito Bennet seguía en manos del que manejaba el martillo hidráulico. Había cantado Luzmila, la Jazz Band le metió durante una hora. Todos los actos programados ya se habían sucedido. Solo los sikus seguían dándole de vez en cuando. Todos sabían que había maleantes rondando y que era mejor tener cuidado con las carteras. Éstos aprovechan precisamente estos ratos…Pero la cosa no avanzaba para nada. Las guaguas lloraban. Algunas madres para divertir a sus chicos les contaban adivinanzas; A ver chicos, a ver si saben esta: Qué cosa es/ qué cosita es/ hay un señor que teniendo pies no anda, teniendo manos, está tieso, teniendo ojos no ve ¿Qué cosa es esto? Los tres chicos adormilados y hartos y estupefactos no atinaban a responder. Qué es pues eso mamita. Nayra qala jaquiwa hijito, El Monolito pues, no ves que lo estamos mirando.

Gran parte de la gente se iba y venían otros o los mismos ya no se sabía. Vendedoras de café y sandwhicheras. Los teléfonos móviles iban y venían ofreciendo llamadas. La tensión iba en aumento. Súbitamente un hombre se saca su sombrero y sin previa inquietud comienza por gritar “hora” tratando de apurar el trance. Su reclamo no cae en saco roto y una parte del público ahora alborotado clama impaciente: “hora, hora”, mientras el restante intenta hacerlos callar. “Silencio, carajo, esto no es un espectáculo”.

Cundió la noticia como pólvora, la hora del Monolito se fijó para el amanecer. Bennet partía con las primeras luces del sol. La gente debía aguantar. Extrañamente comenzaron a aparecer más personas que se acomodaron a codazo limpio. De pronto se hizo un silencio espeluznante. El hombre del martillo hidráulico emergió del templete y simplemente se fue sin decir esta boca es mía. El público estaba estupefacto. Todavía nada estaba listo. Los Mallkus dejaron de mascar, una pareja de gritar, las señoras sacaron sus pañuelos. Después de varios minutos incomprensibles y expectantes para todos llega el desayuno para los arqueólogos: api con llauchas.

Un rumor cada vez más frenético anuncia el desconcierto del abandono del hidráulico. El ingeniero, a la intemperie, se queda con martillo y sin obrero. No sabe qué hacer y nadie sabe qué hacer, y no le dan nada, ni empanadas ni nada. Entonces decide seguir trabajando solo. La salida del sol se hacía inminente. Los arqueólogos comen y luego se ponen todos una chamarra azul. Las chamarras azules de los arqueólogos sugieren cambios. A callar. Llegan gentes de la Alcaldía y fotógrafos que inmediatamente acosan a los arqueólogos con el clic. Un gran rumor de beneplácito recorre al público.

Aplausos por las fotos y aplausos por la honorable Alcaldía que ahora reparte galletas y stickers en forma de Monolito. Pero las mujeres lloran porque se va el Monolito. Dicen que el diluvio de febrero lo causó la idea de trasladar el Monolito. Que van a poner una réplica exacta. Pero que eso no es lo mismo. Peor se va a enojar el Monolito. Los Mallkus no dicen nada y siguen bebiendo alcohol. Y nadie los oye. Mientras comen galletas y piden café llegan dos enormes grúas. Los arqueólogos reaccionan calzándose de inmediato gorritas también azules. Los fotógrafos cumplen y más fotos. Las grúas están en posición. Otro silencio mortal. Ha llegado el momento, se lo siente en la atención, en la respiración, en el sudor, en las gorras cuando súbitamente irrumpe el silencio una escandalosa banda de músicos tocando la diablada, bajando por una de las calles que dan a la plaza, acompañados por bailarines disfrazados de mentisanes, cevimines Inti, y los tónico Inti con cuernos de toro. De inmediato reaccionan los financiadores del evento con sus banderines de Tosalcos y ambas empresas entran en polémica. Alcos envía por la Policía que aparece rauda y apresa y carga a mentisanes y cevimines a una camioneta, pues la empresa farmacéutica Inti no había pagado ningún derecho de publicidad en el acontecimiento. En respuesta, la indignada banda responde interpretando Viva Santa Cruz, bella tierra de mi corazón que no tenía nada que ver con los monolitos porque en el trópico, según se sabe, no estuvieron nunca los extraterrestres. Solo en la Isla de Pascua y en el Altiplano boliviano, hablando del Sur.

¡Ay hermano, qué melancolía, qué sol negro de la melancolía me invade…
Pero a todo esto, el Monolito estaba ya en el aire, asido por las dos grúas. Se tambalea. La gente grita. Se balancea. Ulular generalizado. Los Mallkus permanecen acuclillados, susurran en aymara, pero nadie los oye, las señoras se desmayan entre sus pañuelos. Gritos y suspiros. Se oyen todos los idiomas a la vez. Los arqueólogos se abrazan, piden otra fotografía antes de saltar al interior del templete; los periodistas enloquecidos sacan fotografías del Monolito que ahora va a aterrizar con cierta prudencia en la plataforma de un tráiler. Mientras los periodistas se abrazan, un desconocido brazo azul se eleva desde las profundidades del templete mostrando una cabeza de llama. Aplausos y lágrimas. Los Mallkus se levantan, los chamarreros de cuero se levantan, las señoras se levantan, los banderines de Alcos se levantan. Todos corren hacia el Monolito que ahora yace sobre el tráiler a la orilla del templete. Lo tocan, lo challan con alcohol, lo bañan en hojas de coca, le oran, le rezan, las plegarias se escuchan hasta La Florida por las montañas, hasta el lago. No hay lengua trabada. Se elevan los globos de Alcos. El enorme motorizado, hasta ahora impaciente con las manos y las hojas de coca y el alcohol, parte finalmente, para dar una vuelta de popularidad alrededor de la plazuela. Llanto generalizado hasta que el tráiler se orienta rumbo al altiplano. La gente se queda ojaleando.

Ese mismo día lo llevaron por todos los pueblos cercanos al camino que lleva a Tiwanaku para que la gente tenga la oportunidad de despedirse y otras para recibirlo.

Ahora está en el museo del pueblo de Tiwanaku, desde el 23 de marzo, que es nuestro día del mar perdido.

*** *** ***

Hasta aquí nuestra carta de presentación. Confieso que tan solo hablo de una ciudad de este hermoso país. Otra cosa sería si estuviéramos en Santa Cruz, donde las mujeres guaraníes saludan con lágrimas cuando saludan con el corazón.

Pienso que estos días de Encuentro se abrirán ojos y oídos para mirar y para escuchar; manos y brazos para abrazarse y saludar; y en ellos se plasmarán los colores para elegir entre todos los hilos, los que puedan llevarnos a un tejido común, aunque en este tiempo no nos quede sino formar un tejido luminoso que resista el embate de la Sombra, que está a punto de anochecer el mundo entero.

Entonces beberemos, comeremos y conversaremos.

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