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El amor como (im)posibilidad

Percy Jiménez, hace tiempo ya de vuelta en La Paz, luego de su estancia en Argentina deja claro que su oficio y profesión es el teatro. Su Textos que migran, ser y hacer del teatro que plantea, ha dado a la luz varias obras que confirman eso de que la continuidad es la clave para buscar y encontrar: variedad, calidad, público.

En esta última temporada, Mayo desde el sótano (por el espacio de representaciones que es precisamente el sótano del Centro Sinfónico), Textos que migran ha repuesto las obras creadas en el último tiempo. Vistas en perspectiva, hay que repetir lo dicho: variedad, calidad, público.

Del conjunto que forman ya Mis muy privados festivales mesiánicos (Felicia Zeller), Los B. Apolíticas consideraciones sobre el nacionalismo Vol. I (dramaturgia de  Jiménez, inspirada en textos de Thomas Mann) y Piezas, vamos a detenernos en ésta última.

Heiner Müller (1929-1995), el autor alemán, inspira este trabajo de dramaturgia de Jiménez, que así echa una mirada a la inasible realidad del amor; ese amor hecho de silencios, de gritos, de caricias, de agresiones, de palabras. 

A la manera de un collage, las situaciones desfilan en panorámica, una posibilidad que el director aprovecha en ese largo espacio del sótano, interrumpido en ciertos puntos estratégicos por los pilares de la estructura. Magnífico recurso narrativo, pero también conceptual, pues dependiendo de dónde está sentado uno, se descubre ese lugar y ese tiempo en el que el trío de personajes deja transcurrir su vida. No hay historia, en verdad. Son retazos caóticos que hay que armar para reparar, súbitamente como el final, más bien racional que emocionalmente, en la imposibilidad del amor.

Para asumir los personajes, anónimos, Jiménez ha recurrido a Pedro Grossman (escritor), Natalia Peña (mujer) y Andrés Rojas (periodista). Son ellos los que deben crear los climas y convencer al espectador de los distintos estados de ánimo por los que pasa una persona en situación de pareja, por llamarla de algún modo. Tarea difícil porque no es algo que se construya, sino que debe surgir casi sin tregua. En general, se logra; pero es evidente, en la comparación, el camino recorrido por Grossman. Los otros dos actores, muy jóvenes, acompañan bien, aunque se nota que la actuación les fluye todavía por el rostro y la voz, aunque resta el trabajo del cuerpo. Se dirá que se hila fino, pero es este conjunto el que hace creíble a un personaje, el que logra que el espectador sienta en su propia piel las emociones.

En todo caso, Piezas logra un contrapunto desafiante entre la dimensión irracional del amor, romántica ella, y la racional, la fría y analítica, pues se anulan entre sí y queda la sensación de que tal sentimiento—al que tantos le han cantado, entre ellos Luigi Tenco, Mi sonno enamorato di te, que se escucha como parte de la música elegida por Alejandro Rivas — quizás, por cómo somos los humanos, no es posible. Y esto, tan duro, sale de la sala con el espectador.