Probablemente, es el novelista vivo más importante del mundo. No necesariamente el mejor ni el peor, que eso es opinable, ni el que más nos toca o el que menos, pero sí, el más importante, aquel del que más hablan sus colegas para admirarlo o refutarlo, aquel del que cualquier lector mediano-tirando-a-bueno ha leído dos, tres, cuatro novelas. Es Philip Roth,  flamante Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Tras saberse ganador del premio, Roth ha dicho sentirse “encantado de recibir el Premio y emocionado porque el jurado haya encontrado mi obra merecedora de tal honor”. También ha dicho sentirse especialmente conmovido por el hecho de recibir la noticia “unas semanas después de la muerte de Carlos Fuentes, quien recibió el premio en el año 1994. Carlos fue un querido amigo mío y un colega generoso durante muchas décadas y, por supuesto, uno de los más grandes novelistas en español de nuestra era”.

Philip Roth (Newark, Nueva Jersey, 19 de marzo de 1933) es el autor de cuatro o cinco novelas de las que han marcado la idea que tenemos hoy en día del género: Pastoral americana, quizá por encima de todas ellas; La mancha humana, La conjura contra América, El animal herido… Obras que han abierto puertas en la manera de entender la Historia como asunto literario, las relaciones de las clases sociales, la enfermedad, la política, la crónica como disciplina fronteriza.

Para los lectores importa la sensación de poder reconocer paisajes, temas y personajes “rothianos”. Para empezar, está el escenario de muchas de sus novelas: Newark, el lugar en el que nació. Una ciudad en la que los viajeros despistados que se dirigían a Nueva York en autobús se apeaban, pensando que ya habían llegado a Manhattan (así lo cuenta Roth en Pastoral americana). Después, Newark se arruinó en los años 60; llegó la violencia (básicamente, racial), la huida de las clases medias, la desolación.

Después, aparecen los personajes clásicos “rothianos”, encarnados por el recurrente Nathan Zuckerman: hombres judíos de la generación que se hizo adulta en los años 50, gente de clase media, amable, progresista, bien dispuesta ante la vida pero traqueteados por la historia. Por los años 60, que en la obra de Roth, más que los años de la luz y los sueños, es la década en la que su mundo se desliza hacia la locura.

A partir de ahí, aparecen los temas más reconocibles en su obra. La enfermedad, relatada hasta la última minucia, la obsesión sexual, el reencuentro con la identidad y la memoria (por ejemplo, en Operación Shylock y en La conjura contra América).

Y, empapándolo todo, la personalidad del autor: un “hombre raro”, evasivo, áspero pero, al mismo tiempo, muy dotado para el humor. Su figura, en cualquier caso, aparece hoy como la más destacada de su generación, por encima de novelistas que gozaron de un éxito más temprano como John Updike o E.L. Doctorow y sólo por detrás de Saul Bellow.