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‘Ne me quitte pas’

Hace más de 50 años, Jacques Brel compuso una de las más hermosas canciones de amor

/ 17 de junio de 2012 / 04:00

En junio de 1959, el imperecedero cantautor belga y uno de los mayores exponentes de la chanson, Jacques Brel, inspirado en la Rapsodia número 2 de Liszt, y en su amante, Suzanne Gabriello, compuso la que es considerada por la crítica como una de las canciones de amor más bellas del siglo XX. Muchos entretelones mentales pudo haber tenido la creación de Ne me quitte pas (No me abandones), si a ella, su canción de amor más desgarradora y delicada, el compositor le destinó años después calificativos tan ásperos como decir que fue “propia de un cobarde y un imbécil”.

Quienes lo conocieron de cerca opinaban que detrás de ese comentario tan despiadado se descubría la atormentada contradicción entre su deseo de libertad y su odio a la prudencia y los convencionalismos, y la férrea educación católica que Brel cargó sobre sus hombros, cuyos severos valores originaban en él un mortificado sentimiento de culpa. Su existencia, como una veleta girando en todas direcciones, se inclinaba a rechazar, no sin miedo y vaga (aunque profunda) rebeldía la forma de vida impuesta desde su infancia, hasta finalmente extraviarse en una condición de esposo infiel y padre imperfecto.

Y entonces, entre las cuatro paredes de una sombría habitación, armado de su guitarra y una copa de vino  escribió, impregnado por el abundante humo del tabaco, Ne me quitte pas, con su corazón hecho un ovillo por el amor furtivo que abandonaba. Una de tantas amantes, de quien, como obstinado enamoradizo, pretendió empaparse hasta de su más menuda molécula de amor, como si en su vida no lo hubiera hallado a raudales, sobre todo en su compañera de vida, Miche, a quien le dio una estocada de desesperanza y profundo duelo de corazón.

Pero gracias a ella, a Suzanne Gabriello, o Zizou, arrojó al mundo, como una lanza con punta sentimental, su más acabada inspiración, que hoy, con nostalgia algo escuchamos como susurro modelado con formas infinitas. Así también pinceló el mundo Paul Gaiguin —a su manera otro sublevado a lo “normal”— cerca de cuya tumba yace Brel en la Polinesia, levantando sospechas de arcano casualismo.

Se dice que su rechazo hacia lo religioso, su rebeldía a lo establecido, su odio a la burguesía, tenían como raíz un horrendo descubrimiento de niño: la relación extramatrimonial de su madre con un párroco.

Si así hubiera sido, ¿habría recibido las dádivas del cielo para expresarse con la belleza de su música y poesía? ¿Habría retratado la delicadeza de los paisajes de Flandes, de su Bélgica soñada, del mar del Norte, y hacer que hasta el propio mar Mediterráneo, acompañado por el cielo gris y la lluvia infinita “se sintieran conmovidos y nostálgicos al escuchar Le plat pays”?  Es posible por su alma desgarrada, observó cierta vez Edith Piaf. Pero aparte de cualquier juicio que uno pueda formarse, Jacques Brel rindió el más perfecto tributo al amor: Ne me quitte pas, himno que hoy lo oímos más fuerte que nunca.

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Las imágenes de Debussy

Nacido hace 150 años, el músico francés, sin estridencias, cambió la música del siglo XX

/ 3 de junio de 2012 / 04:00

Hace poco menos de 150 años (22 de agosto de 1862) nació Claude Debussy, un hombre que a pesar de la pobreza que siempre lo rodeó dio muestras de un gusto delicado por todo lo que estuviera al alcance de sus sentidos. Amaba los tabacos escogidos, los objetos de gran belleza y gustaba incluso de la calidad en la impresión de todo escrito, en especial de las partituras. A propósito de una edición especial de sus Preludios para piano (1909-1913), criticó acremente a su impresor por no haber editado su música en papel de lujo, “como si éste fuera consagrado exclusivamente a la literatura, cuando, en rigor, la música adquiere un aspecto de estampa bien hecha y bella si logra regocijar el corazón y los ojos”.

Pero es en los objetos donde más se expresaba su especial concepción de la belleza. Los percibía como figuras en movimiento o impresiones visuales a través de las cuales podía atrapar todas sus líneas emblemáticas para transformarlas en inspiración pura; de tal suerte que recogía sutilmente todas las cosas posibles como un pintor de imágenes que establecía conexiones entre ellas y las formas melódicas; las mismas que fusionadas en perfecta cadencia alcanzaban total resonancia (no han sido pocos quienes han dicho que tenía una vista que oía, o una oreja visionaria). Así, ligado a esa peculiar alegoría de los objetos, Debussy, a la sazón activo seguidor del “japonismo” poseía en su estudio un biombo de laca  que lo inspiró para componer su pieza para piano Peces de oro. Un claro ejemplo, sin duda, de su simbología.

Todavía joven y pensionado en la Villa Médicis de Roma, frecuentaba anticuarios en busca de objetos japoneses que ejercían en él aquella íntima conversión de la imagen en sonido. A partir de ahí, y del desarrollo de sus visiones sonoras, entró en estrecho contacto con la pintura, cuyo mayor ejemplo de apropiación es el tríptico orquestal El mar, cuyos bocetos Del alba al mediodía en el mar, Juego de olas y Diálogo del mar y del viento no se inspiraron en la tormenta gris y espumosa del óleo Tempestad, costas de Belle-Ille de Claude Monet, como han sugerido los críticos en su propósito de asociar a Debussy con los impresionistas (Monet un ejemplo, o con Cézanne, postimpresionista), sino en los trazos netos y deshidratados de la famosa pintura La gran ola de Kanagawa del pintor japonés Katsushika Hokusai, por quien el músico francés sentía gran admiración. A raíz de ello, de un arte que se reduce a una “música de cosas”, tal vez fría e inhumana, pero exquisitamente refinada y descriptiva, es que ciertos musicólogos opinan que Debussy es el músico del instinto y la disolución de la materia (la transformación del objeto en imagen y luego en sonido).

Y así como Claude Debussy vivió seducido por las líneas puras de Palestrina, compositor emblemático del Renacimiento, del mismo modo prendieron en su corazón aquellas formas, imágenes y simbolismo propios para dar vuelo a un fascinante arte de genial y reservado misterio.

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