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Cuando el tamaño sí importa

El 18 de junio de 1948, Columbia Records comenzó a fabricar el LP de 33 revoluciones por minuto, que en su momento permitía almacenar 23 minutos de música en cada cara. Hasta entonces, el disco de 78 revoluciones por minuto sólo tenía capacidad para unos tres minutos por cara, una limitación con la que todos los artistas de la época aprendieron a convivir. Durante décadas, cientos de músicos gloriosos demostraron que en ese pequeño espacio de tiempo se podía concentrar una obra de arte infinita. Pero entonces, llegó el LP, el soporte más popular y duradero de la historia de la música grabada.

Dominó en el mercado desde finales de los 40 hasta mediados de los 80, cuando fue desplazado drásticamente por el CD. Menos de 30 años después, el reinado de éste ha resultado menos imperecedero de lo que nos prometían, y su hundimiento está irónicamente acompañado de una cierta resurrección del viejo LP.

Sería una ingenuidad creer que el invento en cuestión se creó por motivos artísticos. La posibilidad de meter una docena de canciones en un solo producto era algo fabuloso, en primera instancia, para quienes comercializaban la música. Pero al mismo tiempo, permitió desarrollar a los músicos dos conceptos ante el gran público: la canción, que ganó la posibilidad de extenderse, y el álbum, desde entonces un collage de piezas que, cuidadosamente construido, es la mejor instantánea para la posteridad que un músico puede desear.

Los que aprovecharon desde el principio la libertad de grabación fueron los músicos de jazz. El mundo de la improvisación quedaba muy constreñido en el estudio, y las muestras jazzísticas registradas hasta entonces tenían poco que ver con lo que se tocaba en los bares y en los salones de baile, donde la música iba hasta donde la dejasen ir, en largas veladas e interminables jam sessions. La llegada del LP permitió a los músicos de jazz disfrutar de la libertad presupuesta en su forma de afrontar la música.

Unos pocos años después, la tendencia a alargar las piezas llegó al rock. Y no sólo eso, también germinó la idea de construir todo un bloque de música, un trayecto meditado por donde el artista podía dirigir al oyente a través de sus anhelos, sus filias y sus fobias.

Estoy mitificando un formato, claro, pero parece imposible no hacerlo. Entendámonos, la obra era el fin, pero el LP fue el medio para llevarla a cabo. ¿Qué hubiesen hecho Led Zeppelin, Pink Floyd, The Doors o King Crimson sin la posibilidad de grabar LPs? ¿Cómo hubiese podido registrar Bob Dylan Desolation Row? ¿Cómo hubiésemos conocido el A Love Supreme de John Coltrane? La lista es interminable.

Por todo esto, el cumpleaños de un producto industrial y comercial es tan importante para la música. Porque la vida puede ser una mierda de vez en cuando pero, sea cual sea nuestra situación, siempre hay un disco adecuado para acompañarnos.