A 60 años de la Revolución de 1952 —que realizó grandes transformaciones en el país— y en un momento del siglo XXI de nuevos cambios políticos, resulta útil recordar las políticas culturales del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), pues muchas situaciones y experiencias del siglo XX continúan teniendo vigencia.

Analizaré algunos aspectos de la gigantesca trama que significa el 52, articulando las políticas culturales específicas llevadas a cabo por el régimen con las transformaciones culturales producidas como consecuencia de los procesos sociales: la Reforma Agraria, el voto universal, la migración rural urbana, la movilidad social, la educación rural, la marcha al oriente y otros. Estas medidas cambiaron la vida del país, ya que todos estos procesos sociales tienen una profunda vinculación con la cultura en el sentido antropológico.

Temas esenciales de la discusión en el periodo fueron la “cultura nacional”, y la “identidad y conciencia nacional”, nervio del pensamiento de la Revolución de 1952 que pretendía sustituir la construcción colonial oligárquica.

Respecto a la identidad en la Guerra del Chaco, el filósofo Juan José Bautista en Crítica de la razón boliviana (2010) sostiene que sólo con el conflicto armado se dieron las condiciones para crear una nación, para tener una identidad de bolivianos construida sobre la memoria del acontecimiento histórico, a partir del “reconocimiento mutuo de sujetos entre sí, de identidades dispersas hasta entonces”. En la guerra se encontraron diversas clases sociales e indígenas: “se vieron y se sintieron por primera vez como ‘iguales’ delante del enemigo, que estaba en frente… se sintieron como bolivianos y se abrazaron y se hermanaron”. Esta descripción se asemeja al sentido párrafo de Carlos Montenegro en el capítulo final de Nacionalismo y coloniaje (1943): “Volvió el sentimiento bolivianista de su colapso de medio siglo, en el Chaco…”.

Continúa Bautista analizando el proceso: “El movimiento del 52 fue revolucionario porque esa subjetividad egoísta, egocéntrica y solipsista de la rosca criolla oligárquica fue subvertida por otra subjetividad ya no meramente egocéntrica, regionalista y ególatra, sino por primera vez con conciencia nacional. Por primera vez en nuestra historia aparecían en el escenario político, sujetos sociales con pretensión de auténtica nacionalización de las fuerzas políticas sociales, los poderes económicos y la riqueza nacional”.

Nación. Su planteamiento es que “la nacionalización es revolucionaria cuando intenta convertir a la nación toda (no solamente a una región, sector o parte de ella) en el ‘centro’ de todos los esfuerzos económicos, políticos, sociales, educativos y culturales”.

Considerando la posterior frustración del movimiento revolucionario de abril, Bautista afirma que más bien se trataría de una proto-conciencia “nacional” porque giraba en torno de la re-apropiación de los recursos naturales que se encontraban en propiedad de empresas extranjeras y porque no tenía un proyecto para la nación toda. Se dio prioridad a los recursos naturales de Occidente —los minerales— y se descuidó al resto del país y a la población “originaria” que no fue incorporada plenamente al nuevo proyecto de nación. Por esto se afirma que los sujetos de ese proceso carecían de conciencia nacional.

Se constituyeron en una “comunidad humana con historia e identidad propias”, sostiene Bautista, pero guiaron la identificación de la nación boliviana en la tradición latinoamericana y el modelo occidental de origen europeo cuando deberían retornar a “su matriz histórica o sea a su núcleo ético-crítico-racional, a su momento originario”. Éste es el punto actual de discusión: ¿Una patria para todos o para el núcleo “originario”? ¿Cuál, de Oriente o de Occidente?

Los desacuerdos en la élite intelectual del MNR con relación a los derroteros que la revolución seguiría —socialismo o nacionalismo— no se manifestaron en la urgencia de centralizar funciones y crear instituciones que manejaran las principales tareas del mundo de la ciencia y la cultura. Las instituciones culturales creadas por el MNR no llegaron a tener presencia en todo el país, pero sentaron las bases del Estado en lo que era “una tierra de nadie”, y se han mantenido hasta el siglo XXI como pilares de la vida cultural. En otros casos, su existencia ha representado la posterior consolidación de determinadas actividades, como la cinematografía boliviana.

En este orden, en 1952 se creó el Instituto Cinematográfico Nacional; en 1954, el Departamento de Folklore y más tarde, el Departamento de Arqueología, Etnografía y Folklore del Ministerio de Educación. En 1957 fue creada la Pinacoteca Nacional y en 1960 el Museo Nacional de Arte. El  Centro de Investigaciones en Tiwanaku data de 1958 y de 1960 la Academia Nacional de Ciencias. En 1961 fue creado el  Museo de Folklore y Artesanías (hoy Museo Nacional de Etnografía y Folklore) y ese mismo año el Mercado Artesanal y la Escuela Nacional de Folklore.

En 1975, como un hito, se creó el Instituto Boliviano de Cultura con cinco institutos especializados: Arqueología, Antropología, Música y Arte Escénico, Patrimonio Artístico y Artes Visuales e Historia y Literatura, más los museos, bibliotecas, elencos e instancias de formación artística como el Ballet Folklórico Nacional y otros.   
Algunas de estas instituciones han sido estudiadas críticamente por diversos autores, especialmente el ámbito de la arqueología y el patrimonio cultural y folklórico. A 60 años de la Revolución Nacional podemos constatar la permanencia de esta base, no así un desarrollo a la par de las necesidades de los últimos 40 años, con excepción de la Fundación Cultural del Banco Central que brinda apoyo a varios repositorios.

LA PAZ. La Alcaldía de La Paz tuvo una labor destacada en este periodo con realizaciones que se han mantenido como pilares de la cultura local. Juan Luis Gutiérrez Granier fue nombrado alcalde de La Paz en 1953. Esta autoridad continuó la tendencia nacionalista del periodo posterior a la Guerra del Chaco en pos de una “auténtica cultura nacional”. Gutiérrez Granier creó el mismo año de su designación el Consejo Departamental de Cultura de la Alcaldía integrado por sobresalientes personalidades.

En su gestión, las medidas promotoras de la cultura se sucedieron: la creación de Khana, Revista Municipal de Arte y Letras, la Radio Municipal, las bibliotecas vecinales, el Teatro al Aire Libre, la Biblioteca Paceña, el importantísimo concurso y exposición anual de artes plásticas “Pedro Domingo Murillo” con premios pecuniarios. Asimismo, se dispuso la organización de la Discoteca Nacional y la grabación de música vernacular.

Entre las revistas publicadas en el periodo movimientista, Khana sobresale como una realización de más de medio siglo con interrupciones debido a cambios políticos.

Entre 1953 y 1959 se publicaron 34 números. En 2009, la Alcaldía de La Paz preparó un número especial dedicado al bicentenario de la gesta libertaria que incluye un índice analítico de los 50 números de Khana y toda la colección digitalizada. 

Khana (luz y claridad), bajo la dirección destacada de Jacobo Liberman, aglutinó a un gran número de jóvenes intelectuales, tanto independientes como del partido en el gobierno, que formó la primera generación de compromiso con la transformación del país en búsqueda de sus propias raíces. Desde los primeros volúmenes de 1953 y 1954, en Khana aparecieron estudios de arqueología, con trabajos de arqueólogos extranjeros (Ibarra Grasso, Metraux y Nordenskiold) y bolivianos (Ponce Sanjinés y Maks Portugal); y de literatura nacional con artículos de Jesús Lara, Augusto Céspedes, Raúl Botelho Gosálvez, Néstor Taboada Terán, los miembros de Gesta Bárbara y muchos otros escritores y poetas que más tarde serán consagrados como Yolanda Bedregal y Alcira Cardona.

En Khana publicaron los esposos José de Mesa y Teresa Gisbert desde artículos sobre la historia del arte en Bolivia hasta sus estudios sobre el barroco mestizo, constituyéndose en especialistas en América Latina y Europa. Las artes pictóricas estuvieron presentes con el crítico de arte Rigoberto Villarroel. El área dedicada al folklore, la música y la danza popular, menospreciada durante décadas, tuvo en la revista Khana un gran espacio para los valiosos trabajos de Antonio Gonzales Bravo, Antonio Paredes Candia y Julia Elena Fortún con su precursor estudio sobre la danza de los diablos. En el campo de la literatura oral, Antonio Paredes Candia, Luis Soria Lens y otros iniciaron una recolección de imprescindible consulta.

Estos especialistas —que además de publicar artículos en Khana difundieron su obra en libros, conferencias, congresos, recitales y otros espacios— formaron el núcleo básico de las nuevas generaciones. Por otro lado, una pléyade de artistas e intelectuales se adhirió a las ideas nacionalistas contribuyendo a la producción de obras fundamentales para la historia del país. Sin embargo, a medida que la burocracia y el partido en el gobierno imponían un modelo autoritario, muchos intelectuales se apartaron. Críticos como Óscar Rivera Rodas sostienen que se generó un vacío literario post 52.

LÍMITES. Es un hecho que la Revolución de abril de 1952 no cumplió con sus objetivos sino en ciertos aspectos, en medio de las contradicciones internas del MNR, las desviaciones ideológicas, la dependencia del gobierno americano y la corrupción. Múltiples y contradictorios efectos han sido estudiados como producto de las medidas del 52 en las características culturales y lingüísticas de la población. Se transformaron los patrones del campo con la formación de nuevos pueblos, ferias, actividades organizativas, recreativas, cambiando el rostro de las comunidades como ha estudiado Xavier Albó.

No hubo la soñada integración. Se impusieron nuevas formas de discriminación a la población de origen indígena aunque algunos sectores migrantes lograron el ascenso social por el camino de la castellanización hasta llegar a las capas medias, manteniéndose una doble cultura en la nueva burguesía aymara citadina.

La apertura fue favorable para el acceso a los instrumentos ideológicos y de formación profesional. Este proceso permitió, décadas más tarde, el surgimiento de una vertiente del movimiento político ideológico indianista, conocido como Katarismo, iniciado en La Paz, en las aulas secundarias y posteriormente universitarias, según estudios de Silvia Rivera. Es decir, el 52 proporcionó las condiciones básicas para que las nuevas generaciones de aymaras pudieran plantear por sí mismos sus reivindicaciones lejos de las relaciones de padrinazgo y clientelaje.

Las radios adquirieron un nuevo papel significativo, revitalizaron los idiomas nativos como canal de comunicación de los migrantes en el mundo urbano, como las numerosas radios mineras que se multiplicaron a partir de 1952, como sostiene Lupe Cajías.

La migración y la “resistencia cultural” lograron la transformación de las ciudades, especialmente de La Paz. Lentamente el mundo aymara penetró la ciudad desde las laderas y los barrios emergentes y más tarde desde El Alto. Las artes literarias y plásticas recibieron una carga de simbolismo que contribuyó a la formación de nuevas estéticas y nuevos mundos literarios: un imaginario urbano diferente. Los mitos, ritos, creencias ancestrales del mundo aymara están presentes en buena parte de la producción pictórica, en el imaginario social urbano revelado por numerosos pintores de fines del siglo XX según el libro de Alicia Szmukler, La ciudad imaginaria (1998).

Las danzas y la música de origen mestizo e indígena, acomodándose a las nuevas condiciones de la modernización y más tarde la globalización, constituyen el siglo XXI, las manifestaciones artísticas más representativas de Bolivia.

RETOS. Antiguos y nuevos retos debe atender el Ministerio de Culturas, creado por este régimen, y otras instancias del Estado: el apoyo a los grupos y elencos y a la formación artística y cultural en los diferentes campos. La aplicación de las leyes de patrimonio que están en preparación. Y muchos otros.

La fiebre de declaratorias de patrimonio cultural de los últimos tiempos no es suficiente. Lo que hace falta son los estudios especializados, antropológicos, históricos, sociológicos y sobre todo musicológicos. Y su difusión. No existe un solo musicólogo en el país dedicado a estudiar científicamente las músicas indígenas y mestizas.

La universidad recién en las dos últimas décadas se ha interesado en estas temáticas.

Los esfuerzos del Estado deben concentrarse en impulsar la labor científica que es la base para la protección y difusión. Así podremos conseguir el “respeto de nuestras danzas y músicas”.

Resumen de la ponencia presentada al Seminario “Homenaje a los intelectuales del 52”, organizado por la Academia Boliviana de la Historia. La Paz, junio de 2012.