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El hombre que hizo hablar a Rulfo

N o era fácil hacer hablar a Juan Rulfo. Y también resultaba difícil arrancarle palabras a Juan Carlos Onetti. Se sabe también de la alergia que siente Gabriel García Márquez cuando se le acerca un periodista, aunque éste sea de su propia especie. Pues Robert Saladrigas los hizo hablar, hasta por los codos. Fue a principios de los años 70, cuando acababa de fundarse el boom de la literatura latinoamericana y él, que ya era un narrador, hacía de reportero literario para la revista Destino. Muchos años después la editorial Alfabia le pidió a Robert Saladrigas que rescatara aquellas entrevistas.

Por Juan Cruz

/ 1 de julio de 2012 / 04:00

— ¿Cómo consiguió que Rulfo hablara tanto?

— Fue una entrevista absolutamente deliciosa. Hablamos durante una larga tarde, en una de sus etapas de desintoxicación alcohólica durante la cual sólo bebía café y no paraba de fumar. Hubo un instante, mientras hablaba de la muerte en México, en el que yo no supe si lo que me contaba era algo real o se lo estaba inventando. Comparaba el concepto de la muerte en México con el que tienen en Estados Unidos. Él decía que en México se celebraba la muerte y que los yanquis, cuando veían pasar un entierro por la calle, se daban la vuelta, miraban un escaparate y no querían saber nada.

— Usted se fija en las manos, en los gestos. Y al mismo tiempo reproduce lo que le dijeron. ¿Grabó?

— No, pero me fijé mucho. Conocía bien la obra, anotaba sus características físicas y con todo eso componía el retrato.

— Pero también reproduce cómo hablaban, sus acentos…

— Cuando a uno le gusta un autor es importante fijarse en su acento. Soy partidario de conocer la obra de un autor y después sus documentos biográficos. En esas comunicaciones íntimas hay elementos que aclaran mucho más la obra literaria de cada uno… Fue una experiencia que me enseñó mucho en aquel momento de mi vida.

— En todos esos escritores se encuentra una actitud política común, muy prorrevolucionaria… ¿Qué reflexión se hace sobre lo que significaba literariamente aquel momento político?

— Fue el momento de su literatura… Para Europa fue la llegada de los latinoamericanos. Ellos tenían algo que nosotros aprendimos a valorar porque carecíamos de ella. Tenían la selva muy a mano y las historias que contaban a nosotros nos sonaban a mágicas. Para ellos eran reales.

— Comala, por ejemplo, la geografía de Pedro Páramo…

— Cuando Rulfo me cuenta el origen de Comala me dice que aquél era su pueblo, del que se marchó, y que cuando volvió estaba deshabitado y que de aquella calle surgieron fantasmas. Me sonaba a magia. Para él era pura realidad. Descubrimos que nosotros no podríamos hacer lo mismo en Europa por más que quisiéramos… Europa no tiene leyenda, aquí impera el racionalismo, nunca impera la leyenda. Y es que no tenemos selva, tenemos bosques, que es distinto.

— Los junta un momento político, aunque hubiera actitudes distintas. Ahora sería difícil lograr un ramillete así…

— Creo que había muchas divergencias. Imagínate, entre Onetti y Borges, entre Rulfo y Puig… Muchos de ellos tenían como punto en común el exilio, la idea de que entendían mucho mejor a su país desde lejos. Entonces, todo lo que llegaba de Latinoamérica nos impresionaba y seducía, nos fascinaba. Ahora lo que nos llega de América no nos interesa en absoluto…

— Y eso es malo…

— Hemos pasado de un extremo a otro y es muy duro… Había un interés por América y por la literatura iberoamericana. Iba unido; no podías disociar Paradiso, por ejemplo, de Cuba. Paradiso era Cuba. Y Cuba en aquel momento representaba la revolución… Lo que decían de la democracia era tremendo, lo que decía Rulfo, por ejemplo… No confiaban en la salida democrática de América, en absoluto, y además empezaban a estar un poco decepcionados de la revolución cubana, pese a que todavía eso no se decía en voz alta.

— Rulfo decía que aquello no iba a terminar como había empezado. “La Revolución cubana no es ya lo que fue ni lo que prometió ser. En cambio (de Allende, era 1971), Chile está viviendo ahora la experiencia más bonita de Latinoamérica”.

— Exacto, y hablaba desde México, estaba muy cerca de nosotros… Pero gente como Vargas Llosa, por ejemplo, no decía eso mismo en voz alta. Lo hacía gente como Rulfo, un hombre ya muy mayor que lo veía desde otra perspectiva. Y lo que dice de Chile hay que verlo desde la perspectiva de entonces; desde ahora, claro, se entendería peor.

— En su libro aparecen ya los rasgos dramáticos de Donoso, Sarduy y Puig, seres que reflejaban una angustia que no se compadecía con su espectáculo exterior.

— Muy cierto. Fíjate que, además, en el caso de Donoso hoy es casi inconcebible el éxito de un libro como El obsceno pájaro de la noche. No lo leería nadie. Y en aquel momento nos fascinaba. Pero visto en perspectiva, en efecto, el aspecto de algunos de los que has mencionado resultaba patético, alegres y tan tristes.

— ¿Cómo le fue con Pablo Neruda y con Jorge Luis Borges?

— La entrevista a Neruda la hice en París, cuando él estaba ya enfermo y se abandonó. La de Borges fue en Madrid. Se sentía atacado y quiso explicarse. Le dije que me gustaban más sus relatos que su poesía; eso le hizo gracia, y se abrió… Le pregunté si escribía mucho. Me dijo: “De vez en cuando escribo una paginita”.

— Hizo hablar a Onetti, que era tan búho…

— ¡Búho y buhonero, ja ja! Era un personaje muy de Santa María. Con aquella mirada de ojos saltones, se quedaba en silencio, reflexionaba sobre una respuesta mientras te miraba. Y no sabías qué buscaba en ti. Un tipo apasionante. La expresión de su rostro era la de Buster Keaton.

— El más joven de los que viven es Vargas Llosa. Tenía 34 años. ¿Cómo lo vio entonces?

— Detecté en él un enorme talento literario. El gran intuitivo de la literatura latinoamericana es García Márquez, él tiene instinto para la prosa poética, pero Mario es el gran novelista, el gran narrador de esta generación de escritores latinoamericanos.

— Sólo hay dos mujeres…

— La argentina Luisa Mercedes Levinson, la madre de la narradora Luisa Valenzuela. Levinson era un personaje impresionante, autora de unos relatos realmente muy buenos. Y Nivaria Tejera, cubana, que vive afortunadamente. Una vanguardista desubicada por la revolución y por la propia literatura. Muy buena desde el punto de vista experimental.

— Superó usted la resistencia de varios tímidos. Como Gabo…

— Eso es un mito. Fue muy fácil. Él vivía en un apartamento en Sarrià, escribía El otoño del patriarca con un tablero sobre dos caballetes, con su mono de mecánico. Fue una conversación infinita.

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El arte de conversar

Si eres confianzudo o agresivo en una entrevista, no ganas nada, solo silenciom, retraimiento.

Por Juan Cruz

/ 4 de enero de 2017 / 04:32

Hay un rato en la conversación en que pasa lo que no pasa. Bryce Echenique decía: “Antes de hablar voy a pronunciar unas palabras”. Antes de hablar se dicen las palabras que no van a ningún sitio. Un político me citó para conocerme y cuando ya habíamos acabado con lo llano me preguntó: “¿Y qué concepto se tiene de mí en tu periódico?”. La gente queda con los periodistas, por ejemplo, porque quieren enviar un recado, hacer una advertencia. ¿Quedar por quedar? Eso es en Facebook.

Ahora se habla mucho de lo que se habla en privado, y además se cuenta. Carmen Balcells, una conversadora excepcional, no quería entrevistas, porque lo que a ella le gustaba era hablar antes.

Los periodistas, que debemos ser discretos sobre lo que pasa en ese entretanto, no publicamos jamás esas cosas que nos decía una mujer que pasó a la historia por no contar lo que no se debe contar. Así salvó carreras e hizo innumerables negocios. Si lo hubiera contado todo, hubiera dilapidado un magisterio basado en el silencio. Ella que habló tanto.

Uno de los problemas que tenemos los periodistas a la hora de entrevistar es lo que se dice antes. Si eres confianzudo, o agresivo, no ganas nada, solo silencio, retraimiento. Ahora se ha puesto de moda la entrevista arrojada, o de cercanías. Preguntar es un arte, y también un truco. Hay quienes pasan a la historia por el arte. Otros sobresalen por el rasguño o por el truco.

La conversación periodística necesita, además, de cierta preparación, no es solo cuestionario. Cuando me pidieron que entrevistara a la muy esquiva J. K. Rowling, la creadora de Harry Potter, le pedí consejo a Graciano García, que la había tratado desde la Fundación Príncipe de Asturias, que dirigió y la había premiado. ¿Qué le llevo? “Lee sus libros y llévale un queso de Cabrales”. Se abrió como una ostra.

Ahora se habla mucho de lo que se conversa en privado. En periodismo a mí me ha pasado lo que acabo de contar. En la vida normal (¿o real?) uno va a contar algo y entretiene el principio.

Cuando ya sueltas tu rollo, te pueden decir sí o no; si te dicen sí, no lo cuentas, es un amigo, tenía que ser así, no me iba a fallar. Si te dicen que no, sales enrabietado, te da vergüenza decirles a los tuyos que te dijeron no (No es No), pero aguardas a una oportunidad, alguien te ofrece café con leche, o queso de Cabrales, según la hora, y te revuelcas en tu enfado. “¿Y sabes que el tipo va y me dice que no?”. “¡Y eso que le fuiste a ver!”. Si hubiera salido bien el escándalo habría sido nulo.

Si se tuerce la cosa el otro es un villano. J. K. Rowling abrió el queso allí mismo. La conversación tuvo un olor milagroso y hablamos de todo, menos de su secreto.

* es escritor y periodista, director adjunto de El País.

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Un libro inédito de Cabrera Infante

Se publica ‘Mapa dibujado por un espía’, sobre su despedida de Cuba

Por Juan Cruz

/ 10 de noviembre de 2013 / 05:46

En los primeros años de su exilio en Londres, y en los días más fríos, Guillermo Cabrera Infante se iba despojando de su ropa, de su saco, de los pantalones, de la ropa interior, de los calcetines, hasta que se quedaba completamente desnudo ante su máquina de escribir, una Smith Corona que le acompañó siempre. Así, desnudo, cerca de un mapa de La Habana, escribió La Habana para un infante difunto. Y, aun más, escribió un libro que hasta ahora ha permanecido secreto, Mapa dibujado por un espía, que su mujer Miriam Gómez y su editor Antoni Munné (Galaxia Gutenberg) han decidido dar a la imprenta.

Dar a la imprenta este libro secreto fue una decisión dolorosa. “Pero tenía que salir”, confirma Miriam Gómez. “La materia de la escritura de Guillermo era él mismo. Y este libro es él mismo, en su dimensión humana más descarnada”. Lo que cuenta en Mapa dibujado por un espía le cambió la vida. Ocurrió en 1965, cuando ya había ganado el premio Biblioteca Breve por Tres tristes tigres y era agregado cultural del embajador cubano en Bruselas; fue entonces cuando recibió la noticia de la muerte de su madre, Zoila Infante, y viajó a La Habana para velarla. Lo que ocurrió a partir de entonces fue un conjunto de vejaciones que él relata con la naturalidad asustada de un perseguido. No deja un detalle fuera; es tan minucioso, y tan triste, como el relato de un condenado en un campo de concentración. No oculta la vida doméstica y sus miserias, ni los amores y sus intrigas, y es en todo momento descarnado hasta hacerse sangre, y hasta hacer sangre.

En seguida supo Cabrera Infante que en aquella atmósfera no podía quedarse y decidió que debería regresar a Europa por cualquier medio. Hasta que lo logró. La sensación que tienen Miriam Gómez y Munné es que él escribió ese relato minucioso y terrible al poco de salir de la isla; probablemente era lo que escribía cuando se desnudaba ante la Smith Corona en aquellos amargos, y gélidos, días de Londres después de que lo sometieran los médicos a los electroshocks con los que quisieron aliviarle su crisis nerviosa.

Miriam Gómez conserva en la mesa de su comedor, en el loft en el que convirtieron los dos su casa de siempre en Londres, un mapa de La Habana. Siguiéndolo paso a paso él recuperó su memoria de la ciudad. Y este Mapa dibujado por un espía es también, como dice Antoni Munné, “la cartografía de una despedida”. Nunca volvió a La Habana, pero se la sabía de memoria. Aquí, en este mapa, esa memoria está intensamente herida.

“La Habana era para él un recuerdo”, dice Miriam Gómez, “pero allí se le convirtió en un infierno”. Reconstruyó, en La Habana para un infante difunto, por ejemplo, todo lo que ya se había derruido. Y no tenía nostalgia. Uno no tiene nostalgia del infierno.

Ese manuscrito permanecía entre los papeles secretos que dejó Cabrera Infante cuando murió, en febrero de 2005. “No los toques”, le había dicho a Miriam. Nunca lo abrió. Ella sabía muchas de las historias que contenía el sobre, incluso las más duras para ella, pues ahí su marido contó avatares sentimentales muy íntimos, que a ella la podían dañar. Y dejó a Munné que decidiera sobre lo que había en ese sobre cerrado. Dice el editor: “Lo leí en un par de noche en Londres. Fue una sensación tremenda. Es un testimonio enormemente humano y melancólico de alguien que sufre una enorme decepción. Una decepción que no le viene de nuevo, porque él ya albergaba muchísimas dudas acerca del curso de la Revolución, pero que se le confirma y se le aumenta. Y cuando digo que es enormemente humano me refiero a la peripecia vital: un hombre joven de 36 años que asiste a una pesadilla kafkiana que le hace comprender que va a perder amigos, familiares, país, y que ve cómo se derrumba todo aquello que había vivido; todo eso son síntomas de que eso no tiene vuelta atrás”.

El resultado, para este primer lector, fue “de una profunda tristeza, y esa misma tristeza se ha reproducido en todas las lecturas posteriores”. “Te va a doler”, le dijo a Miriam Gómez. Pero ella aceptó. “Yo le tenía pánico al libro, conocía el romance que cuenta. Pero me daba miedo leerlo. Lo leí, cuando Munné lo había acabado. Fue un golpe terrible para mí. No podía creer lo que estaba leyendo”. ¿Y qué pasó? “Se agrandó mi admiración por él. Él es la materia de su escritura, y aquí está grande, inmenso. Un padre bueno. Un hombre entero, sufriendo, sabiendo que si no se alejaba de aquella monstruosidad, la Cuba de Castro, iba hacia la destrucción. Cuando él vio la realidad se dio cuenta de que no podía ser cómplice de lo que estaba pasando ahí”. La historia de mujeres que hay en el libro es dura, pero no inesperada. “Guillermo era un loco por las mujeres, creía que eran superiores, para él su madre misma era un ser superior. Cada vez que tenía un problema, él se agarraba a las mujeres…”.

“Mapa dibujado por un espía parece escrito de un tirón”, dice Munné, como “un exorcismo necesario, para no olvidar nada”. Pero logra mantener el interés en todas las páginas, como un cronista notarial que no quiere que se le escape ni el menor atisbo de las metáforas, duras o simples, que hay en la vida cotidiana. Es el libro más desgarrador de Cabrera Infante. Su descubrimiento, dice el editor, contribuye a conocerlo mejor. “Constituye un testimonio de uno de los más grandes escritores en lengua española. A la altura de lo que fue el viaje a la URSS de Gide o de la obra de grandes disidentes como Orwell y Koestler”.

Munné revindica su publicación “como algo que el lector tenía derecho a conocer”. Su viuda, Miriam Gómez, piensa lo mismo. “Su escritura era él, él era la materia de sus libros. Cuando lo veía desnudarse ante la máquina de escribir me decía a mi misma: ‘Qué estará escribiendo este hombre’. Se estaba desnudando por fuera y por dentro. Por eso es tan desgarrador leer ahora este tremendo testimonio doloroso”.

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Dar a la imprenta este libro secreto fue una decisión dolorosa. “Pero tenía que salir”, confirma Miriam Gómez. “La materia de la escritura de Guillermo era él mismo. Y este libro es él mismo, en su dimensión humana más descarnada”. Lo que cuenta en Mapa dibujado por un espía le cambió la vida. Ocurrió en 1965, cuando ya había ganado el premio Biblioteca Breve por Tres tristes tigres y era agregado cultural del embajador cubano en Bruselas; fue entonces cuando recibió la noticia de la muerte de su madre, Zoila Infante, y viajó a La Habana para velarla. Lo que ocurrió a partir de entonces fue un conjunto de vejaciones que él relata con la naturalidad asustada de un perseguido. No deja un detalle fuera; es tan minucioso, y tan triste, como el relato de un condenado en un campo de concentración. No oculta la vida doméstica y sus miserias, ni los amores y sus intrigas, y es en todo momento descarnado hasta hacerse sangre, y hasta hacer sangre.

En seguida supo Cabrera Infante que en aquella atmósfera no podía quedarse y decidió que debería regresar a Europa por cualquier medio. Hasta que lo logró. La sensación que tienen Miriam Gómez y Munné es que él escribió ese relato minucioso y terrible al poco de salir de la isla; probablemente era lo que escribía cuando se desnudaba ante la Smith Corona en aquellos amargos, y gélidos, días de Londres después de que lo sometieran los médicos a los electroshocks con los que quisieron aliviarle su crisis nerviosa.

Miriam Gómez conserva en la mesa de su comedor, en el loft en el que convirtieron los dos su casa de siempre en Londres, un mapa de La Habana. Siguiéndolo paso a paso él recuperó su memoria de la ciudad. Y este Mapa dibujado por un espía es también, como dice Antoni Munné, “la cartografía de una despedida”. Nunca volvió a La Habana, pero se la sabía de memoria. Aquí, en este mapa, esa memoria está intensamente herida.

“La Habana era para él un recuerdo”, dice Miriam Gómez, “pero allí se le convirtió en un infierno”. Reconstruyó, en La Habana para un infante difunto, por ejemplo, todo lo que ya se había derruido. Y no tenía nostalgia. Uno no tiene nostalgia del infierno.

Ese manuscrito permanecía entre los papeles secretos que dejó Cabrera Infante cuando murió, en febrero de 2005. “No los toques”, le había dicho a Miriam. Nunca lo abrió. Ella sabía muchas de las historias que contenía el sobre, incluso las más duras para ella, pues ahí su marido contó avatares sentimentales muy íntimos, que a ella la podían dañar. Y dejó a Munné que decidiera sobre lo que había en ese sobre cerrado. Dice el editor: “Lo leí en un par de noche en Londres. Fue una sensación tremenda. Es un testimonio enormemente humano y melancólico de alguien que sufre una enorme decepción. Una decepción que no le viene de nuevo, porque él ya albergaba muchísimas dudas acerca del curso de la Revolución, pero que se le confirma y se le aumenta. Y cuando digo que es enormemente humano me refiero a la peripecia vital: un hombre joven de 36 años que asiste a una pesadilla kafkiana que le hace comprender que va a perder amigos, familiares, país, y que ve cómo se derrumba todo aquello que había vivido; todo eso son síntomas de que eso no tiene vuelta atrás”.

El resultado, para este primer lector, fue “de una profunda tristeza, y esa misma tristeza se ha reproducido en todas las lecturas posteriores”. “Te va a doler”, le dijo a Miriam Gómez. Pero ella aceptó. “Yo le tenía pánico al libro, conocía el romance que cuenta. Pero me daba miedo leerlo. Lo leí, cuando Munné lo había acabado. Fue un golpe terrible para mí. No podía creer lo que estaba leyendo”. ¿Y qué pasó? “Se agrandó mi admiración por él. Él es la materia de su escritura, y aquí está grande, inmenso. Un padre bueno. Un hombre entero, sufriendo, sabiendo que si no se alejaba de aquella monstruosidad, la Cuba de Castro, iba hacia la destrucción. Cuando él vio la realidad se dio cuenta de que no podía ser cómplice de lo que estaba pasando ahí”. La historia de mujeres que hay en el libro es dura, pero no inesperada. “Guillermo era un loco por las mujeres, creía que eran superiores, para él su madre misma era un ser superior. Cada vez que tenía un problema, él se agarraba a las mujeres…”.

“Mapa dibujado por un espía parece escrito de un tirón”, dice Munné, como “un exorcismo necesario, para no olvidar nada”. Pero logra mantener el interés en todas las páginas, como un cronista notarial que no quiere que se le escape ni el menor atisbo de las metáforas, duras o simples, que hay en la vida cotidiana. Es el libro más desgarrador de Cabrera Infante. Su descubrimiento, dice el editor, contribuye a conocerlo mejor. “Constituye un testimonio de uno de los más grandes escritores en lengua española. A la altura de lo que fue el viaje a la URSS de Gide o de la obra de grandes disidentes como Orwell y Koestler”.

Munné revindica su publicación “como algo que el lector tenía derecho a conocer”. Su viuda, Miriam Gómez, piensa lo mismo. “Su escritura era él, él era la materia de sus libros. Cuando lo veía desnudarse ante la máquina de escribir me decía a mi misma: ‘Qué estará escribiendo este hombre’. Se estaba desnudando por fuera y por dentro. Por eso es tan desgarrador leer ahora este tremendo testimonio doloroso”.

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