Se podría pensar que queda poco por decir sobre el 16 de julio de 1809. Es ciertamente un ritual que los periódicos publiquen, año tras año, crónicas y artículos sobre esta fecha cívica. En muchos casos encontramos una y otra vez variantes de un mismo esquema (como en las antiguas “horas cívicas” de los colegios). La repetición se convierte así en una modalidad en la construcción de la memoria colectiva. Pero ¿qué hay de nuevo bajo el Sol en términos de contenido?

Contestaremos a esta pregunta refiriéndonos a “lo de siempre”, a “lo que está en debate”, “a lo nuevo” y a “lo último”.

CONTEXTO. En 2009, cuando se conmemoró el Bicentenario, se tuvo una importante ocasión para hablar de 1809 y del 16 de julio, aunque la conmemoración se dio en un contexto profundamente irónico y paradójico. Este contexto estuvo marcado por la reivindicación de las autonomías departamentales, por la realización de la Asamblea Constituyente en Sucre y por discusión sobre la “capitalía” entre Sucre y La Paz.

Para empezar, la conmemoración tuvo un dejo amargo porque a fines de 2007 el país estuvo al borde una amenaza de guerra civil y de secesión (este titular aún se lee en el periódico de La Jornada de México de esas fechas). Por su parte, a lo largo de 2008, los conflictos también fueron intensos (¿cuándo no?).

Por un lado, en la plaza principal de Sucre se había colgado un enorme cartel con las fotos de los “traidores” a la causa de la “capitalía”. En la plaza 25 de Mayo también se vivió uno de los episodios contemporáneos racistas más inverosímiles de nuestro siglo. Por otro lado, se daban continuas presiones del Gobierno contra los prefectos disidentes y opositores utilizando la artillería de la amenaza de movilización social, aunque al mismo tiempo el Gobierno había conformado un selecto grupo de “compatibilización” con los estatutos autonómicos. Sea como fuere, fue uno de los momentos más decisivos para el gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS), aquel en el que podía o no afianzar su poder y legitimidad.

El contexto del Bicentenario fue también paradójico porque Sucre y La Paz volvían a situarse en una posición antagónica. Recordemos que hubo interminables disputas sobre el sentido de los acontecimientos de 1809 durante gran parte de los siglos XIX y XX, las que adquirían particular relevancia a la hora de definir la capital del país que, como sabemos, significó una guerra civil a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX.

LOS DEBATES. ¿Qué es lo que se repite “siempre” en estas fechas? que la Revolución del 16 de julio fue un momento épico de lucha contra la opresión y el inicio del proceso de la independencia. Y ¿cuáles son los debates? Primero, el relacionado al libro La mesa coja de Javier Mendoza y la fabricación o invención de la Proclama del 16 de Julio, que tuvo una amplia repercusión y difusión en la prensa entre los años 1999 y 2000.

Mendoza sostiene en su libro que la Proclama paceña es apócrifa, con lo que gran parte del sentido radical que se le había atribuido al 16 de julio se pone en cuestionamiento. Por esta misma razón, Mendoza afirma, contrariamente a lo que se pensaba, que los “revolucionarios” no buscaron la independencia y que el juicio que se les siguió fue una mera formalidad, de tal manera que fueron los “españoles” los que atribuyeron a los “revolucionarios” lo que éstos querían hacer.

Lo más interesante es la demostración que hizo Mendoza de las alteraciones que se hizo a un documento, la Proclama, a través del tiempo (gran parte del texto sí existía, aunque fue modificado, radicalizándolo y aumentando firmas). José Luis Roca escribió un libro en respuesta y en oposición al de Mendoza, señalando algunos vacíos y debilidades de su argumentación, cuando quiso extender las conclusiones sobre la Proclama apócrifa al conjunto de la Junta de La Paz.

El segundo tema de debate en torno al 16 de julio es el cuestionamiento que proviene de las lecturas indianistas. Estas interpretaciones consideran que ni la guerra de Independencia ni el nuevo país que surgió de ésta significaron ningún cambio para los indígenas. Consideran, además, que los líderes que acaudillaron los acontecimientos 1809 (como Pedro Domingo Murillo) fueron los represores del movimiento de Túpac Katari.

LO NUEVO. En lo nuevo se tiene la gran producción historiográfica sobre las Juntas (como la Junta Tuitiva en La Paz) en España y en América. En esta producción predomina una visión revisionista que considera que tanto la formación de las Juntas entre 1809 y 1810 como todas sus declaraciones se hicieron en nombre del Rey y en contra de la invasión francesa a la península ibérica.

O’Phelan fue quien rompió, posiblemente por primera vez, la visión de “revolución revolucionaria” al recordarnos el lema oficial de la Junta de La Paz: “Por el Rey, la Religión y la Patria”. Por otra parte, tanto el artículo de Irurozqui (2008) o el libro colectivo coordinado por Martínez y Chust (2008) con la participación de Soux constituyen importantes síntesis. La conclusión a la que llega el conjunto de estos estudios para todas las Juntas en América es que éstas no habrían tenido ninguna intención de oponerse a los españoles porque defendían al Rey. Por tanto, la independencia política es considerada como un pensamiento inimaginado aún en ese período. Este objetivo habría sido mucho más tardío y habría surgido, precisamente, de la crisis política desencadenada a partir de 1809.

Curiosamente, la detenida investigación de Just sobre los sucesos de mayo de 1809 en Chuquisaca, y que es muy anterior (1994), es poco conocida, y, ante todo, no logró modificar las visiones predominantes. El desconocimiento de este trabajo o en todo caso el escaso eco que tuvo puede atribuirse, en gran parte, a que sus “interpretaciones” no calzaban con ninguna corriente establecida. 

LO ÚLTIMO. Desde hace más de un siglo se conoce que existe documentación sobre el 25 de mayo y sobre el 16 de julio de 1809 en el Archivo General de la Nación Argentina en Buenos Aires. De hecho, los documentos publicados por Manuel María Pinto en 1909 y por Ponce Sanginés y García a mediados del siglo XX provienen de esos archivos argentinos. Lo interesante de esta documentación es que no hay un expediente sobre La Paz y otro sobre Chuquisaca de manera absolutamente separada, sino un conjunto documental profundamente entrelazado y estrechamente interrelacionado. Pero, además, el volumen de esta documentación es indudablemente abrumador: ¡alrededor de diez mil folios!

A partir de esta documentación podemos afirmar que cuando se habla de los sucesos del 25 de mayo en La Plata y del 16 de julio de 1809 en La Paz es fundamental dejar de pensar en momentos episódicos puntuales o en rencillas. Es igualmente fundamental dejar de hablar de manera general de Juntas, reconociendo que en un caso estamos frente a la instalación de lo que Just ha llamado una Audiencia Gobernadora y en el otro frente a una Junta. Y que en ambos casos estamos frente a una movilización social absolutamente heterogénea.

El hecho de ser una Audiencia Gobernadora la de La Plata le otorga, además, casi inmediatamente, un área de acción mucho más amplia que el de una Junta —generalmente más localizada y circunscrita a los gobiernos de las ciudades—, así como una pretensión mucho mayor que no se puede pasar por alto y obviamente una situación mucho más difícil para todas las autoridades de las Intendencias, pero también de los dos Virreinatos. La crisis era, indudablemente, mucho más complicada y extendida de lo que pensamos.

El 25 de mayo y el 16 de julio no fueron dos movimientos separados uno de otro, conservador en La Plata, radical en La Paz. Por el contrario, ambos estuvieron relacionados en un ir y venir constante. Pero considerar al 25 de mayo en La Plata y al 16 de julio en La Paz como dos momentos en conexión, como lo sostuvo ya

Estanislau Just, no da cuenta de la magnitud y complejidad de la crisis de 1809 y sus resoluciones en el territorio de la Audiencia de Charcas.

Fue una disputa política entre amplios espacios regionales que interpretaban de manera diferente lo que debía hacerse frente a la crisis en España: crear Juntas y gobiernos relativamente autónomos descabezando a las autoridades de diferentes niveles y ámbitos (de gobierno, militares, religiosos) o mantener el statu-quo.

ALIANZA. En torno a las cabeceras o capitales, los intendentes buscaron ganar a sus causas a otras regiones y territorios.  La ciudad de La Plata y toda la región circundante se alió con la ciudad de La Paz y sus provincias que descabezaron a sus autoridades acusándolas de traidoras.  La Intendencia de Potosí a la cabeza del intendente Francisco de Paula Sanz defendió, en cambio, a las autoridades vigentes, buscando ganar hacia sus perspectivas a las restantes regiones, principalmente, Cochabamba y Oruro. Sanz, que hizo de la villa de Potosí el “centro del reyno”, explicó, cuando se enteró de los sucesos en La Paz, que “felizmente” Cochabamba se había posicionado con ellos —los de Potosí— mientras que los de Oruro habían mantenido una posición cauta, pero que en todo caso no enviaron armas a Chuquisaca como les solicitaron. 

Ni el 25 de mayo ni el 16 de julio  fueron momentos episódicos puntuales de parte de los oidores o una querella entre las élites, sino movimientos heterogéneos que duraron siete meses, tomando ambos acciones muy parecidas.

Es indudable que la Audiencia y los oidores fueron líderes de lo que se ha denominado la Audiencia Gobernadora, pero ello no significa que esa iniciativa se limitó a una élite. Es fundamental reconocer que se trató de un movimiento de varios “cuerpos” (cabildo, universidad) con la participación de grupos sociales heterogéneos —incluyendo la “plebe”, descrita como “los cholos” y cuya presencia fue constante a lo largo de varios meses—. Pero, además, se buscó la participación de los indígenas de manera muy clara.

LOS ACTORES. En La Paz, la participación de una amplia gama de actores fue más clara porque estuvieron involucrados grupos de la élite terrateniente y del Cabildo, comerciantes y grupos urbano-populares, dándose además una modalidad de canalización de demandas a través de “representantes del pueblo”. Este mismo accionar puede evidenciarse en Charcas donde existió una especie de voceros del pueblo. Pero además, en septiembre y octubre de 1809, cuando se dio un período agudo de intentos de alborotos y movimientos populares, en Chuquisaca circuló la noticia de que se quería implantar “la Junta Tuitiva” para el 21 de septiembre.   

En la pugna de 1809, los términos “revolución” e “independencia” fueron parte del vocabulario y de la dinámica política de la época, contrariamente a lo que sostiene la historiografía revisionista a la que nos hemos referido. Ninguno de los dos términos tenía, sin embargo, una connotación positiva, puesto que se los asociaba al descontrol y terror de la Revolución Francesa. Su amplia utilización revela que estas palabras tenían diversos sentidos e interpretaciones, pero que estaban presentes en la época. 

La crisis política de 1809 supuso entonces, como todo momento de esta naturaleza, la existencia de varias posiciones y diferentes posibilidades de expresión, así como el despliegue de múltiples dinámicas incluyendo la búsqueda de alianzas con grupos populares e indígenas en contra de lo que se consideraba el “mal gobierno” y a favor de lo qué significaba para estos grupos el “buen gobierno”.