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El lenguaje espiritual de la naturaleza

Gilka Wara Liberman expone en el Espacio Simón I. Patiño.

/ 15 de julio de 2012 / 04:00

Definir una exposición de arte lograda con los  tonos del color que prodiga la naturaleza, es penetrar en el lenguaje íntimo de Gilka Wara Liberman, quien llegó a crear una treintena de cuadros realizados en la técnica del óleo sobre tela. La muestra denominada Alma astral está, sin duda, inspirada en las “propiedades mágicas” del espacio sideral, acentuándose la pureza lírica de su arte en los trazos, donde el color lo llena todo hasta formar las figuras que dan paso a la imagen total del cuadro.

En su conjunto, la exposición da la impresión de un  fuego artificial de pinceladas, por momentos atenuado por la transparencia del agua, por la delicadeza del velo, como también acentuado en la viva policromía de los insectos, de las flores o de las piedras relucientes, sin dejar de lado ciertos detalles de equilibrio en el tono destinado a  determinados personajes. 

Podría afirmarse que frente a muchas de sus pinturas los colores aturden —en el buen sentido de la palabra— como si se tratara de una construcción plena en sonoridad, en un acercamiento entre pintura y música, analogía muy propia de la crítica de arte. Si fijamos la atención en los detalles de estas creaciones, encontramos una ingenua desnudez al representar a un ser humano en medio de la vegetación, o cercano a insectos de coloridas alas o caparazones encendidos. Enmarcados en espacios de más de un metro cuadrado, ciertas pinceladas no resaltan a primea vista, sino que aparecen en el recorrido visual de quien tiene interés especial en las figuras que observa de frente.

Apreciar la naturaleza, en todo su esplendor, lleva a enfocar la muestra en el Naturalismo del siglo XIX, no obstante de cierta tendencia  cercana al Expresionismo, pues la paleta de Liberman resalta por la contundencia del color, lo cual permite la vertebración de imágenes, o sea el ordenamiento de cada figura incluida en varios de sus cuadros, ya que no se trata de una sola imagen, sino de muchas que dan sentido artístico a su obra.

Los nombres destinados a sus lienzos, sintetizan un vasto contenido, como en Lagarto verde, nominado en singular, no obstante de existir otros saurios que completan la pintura. En Agua marina,  se captan los grandes alcances creativos de Gilka, pues se tiene una doble  percepción que llega a identificar un par de hongos cristalinos, sin excluir la posibilidad de que tales figuras, en realidad sean dos agigantadas gotas de agua, haciendo honor al nombre genérico que le dio la artista, en el entendido de que el agua que rodea las apariencias de primer plano, toma un color oscuro, como un mar en su infinita lejanía. 

CARACOL. Ubicar a un caracol en medio de las flores, es  emplear los colores primarios con aquellos que son resultado de combinaciones técnicas. En ese sentido, Caracol y flores tiene detalles tan interesantes como el blancor de ciertas flores, en una posibilidad de  representación del silencio pictórico, entre los tonos oscuros  del pequeño animal, el tronco de un árbol y el infaltable verde de reino vegetal.

En Quirquincho. la fuerza del color logra impregnar un brillo áureo, intenso  y uniforme, extendido en toda su armadura, cuyas placas logradas con gran acierto por la artista, dan una impresión de joya labrada en oro.

Si del ser humano se trata, asombra aquella Mujer volcán, por tratarse de un “autorretrato” creado, con tal imaginación, que llega a deleitar, sin dejar de sorprender que esa mujer sea la artista volcada de espaldas, con el cabello formando la falda volcánica.  Otra figura igualmente sugestiva es Mujer viento, dada la delicadeza creadora de una nerviosa anatomía causada por la  transparencia, por demás imaginaria, propia de todo viento.

SUPREMO. El recorrido nos lleva a detenernos en lo que puede calificarse de imagen antónima a las mencionadas, porque el principio del ser humano está inmerso en el Ser Supremo; concretamente, en la religión que se profesa. Si hablamos de la creación del universo, resalta que toda la belleza observada en estas pinturas se origina en las manos de Dios.  La pintura pone en primer plano la mano que hizo posible el encantamiento del paisaje planetario, acercamiento al sentido total de la exposición, porque lo astral encuentra, precisamente en lo celestial, galáctico a cósmico,  lo que Dios construyó, es decir, el origen de todo lo maravilloso que encierra el paisaje universal. No queda fuera de catálogo el ícono Madre de madres. Allí está la madre de todos, la Virgen, en una reverencia tan firme, como la mano que traza estas figuras.

Así como la religión toma espacio en la muestra pictórica, también la literatura clásica está presente con las imágenes de Don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza. Cerca de ambos aparece Rocinante, el caballo del hombre de la triste figura, como también la cabeza del asno que cargaba al escudero. A todo ello se suman otras figuras humanas que bien pueden representar el contenido de la obra de Cervantes, a lo cual se suman otros detalles susceptibles de ser apreciados, por no decir encontrados, en quien fije su mirada en este cuadro.

Entre la interpretación de cada cuadro y el valor artístico de cada una de las pinturas está el buen sentido de quien observa los óleos de Gilka, puesto que todos en su conjunto dan la opción a un razonamiento muy particular, ajeno a crítica artística o comentarios pluralizados.

El nivel de estas obras artísticas,  ubica a Gilka Wara Liberman en un sitial reservado a nombres consagrados, más aun si es reconocida la trayectoria de la artista, quien radicó por muchos años en México, donde contó con maestros que guiaron su afición por esta disciplina artística.

Esta interesante y atrayente exposición plástica se exhibe en las salas del Espacio Simón I. Patiño (Av. Ecuador 2503, Sopocachi) de lunes a viernes en horario 09.00 a 12.30  y de 15.00 a 20.00

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El sentimiento y la maestría de Rosmery Mamani

Los perfectos trazos de la pintora paceña retratan poéticamente al ser humano, sobre un paisaje sombrío

/ 14 de junio de 2015 / 04:00

Toda exposición de arte plástico que exhibe las obras de Rosmery Mamani, cubierta ya de prestigio internacional por sus creaciones pictóricas plasmadas en el realismo, tiene justificadas razones para un elogio. La crítica y la crónica periodísticas, en particular, como la opinión de expertos, convergen hacia el mismo centro de admiración dirigidas a sus creaciones logradas con sentimiento y maestría.

En una época en que las exigencias son mayores en todo ámbito pendiente de la evolución artística, Rosmery Mamani da la sensación de estar dominada por un inmenso respeto hacia su propia personalidad, lo que queda demostrado en múltiples trabajos consignados al ser humano. Para lograrlo recurre a una pintura alejada del claroscuro y aceptada desde el siglo XIX entre los más connotados pintores; grandioso movimiento de liberación espiritual que se impuso a una enternecida evocación de tendencias, poéticamente llevadas en el tiempo.

Si el fin de todo artista es presentar su obra de acuerdo con la sensibilidad que carga ante el panorama abierto de la naturaleza, Rosmery Mamani basa sus trabajos en una impresión visual motivada en lo espiritual de su mirada. La obra Fruto del deseo es uno de sus cuadros que encajan en esta impresión. Allí está la manzana, tentación llevada al simbolismo de toda debilidad humana con irradiaciones del mundo bíblico, aún no contaminada por la impureza del pecado. Tampoco deja de lado la atmósfera, paisaje o plenitud de ambiente, al trazar una sombra diluida, como perdida en una niebla luminosa. Allí esta la visión de Mamani trasladada con destreza a través del pincel guiado por su sensibilidad creativa, dando un tratamiento especial a la creación del desnudo.

Esa misma inquietud la encontramos en otros cuadros que representan indígenas con la mirada fija, como detenidos en el tiempo, rodeados de un paisaje con cielo sombrío, ligeramente oscurecido entre tonalidades mezcladas de luminosidad y bruma. Son dos corrientes del realismo en dos figuras ancestrales, transmisoras de aquel ayer que no muere porque pervive en medio del silencio, entre las quejas del viento.

No sé qué signo será aquel que ata a los campesinos a su tierra. Allí están hombres y mujeres desplazándose callados por llanuras o áridas planicies; quizá alguna vez por un bosque risueño a la vida. Pero hay una mirada que los acerca hasta nosotros, los que estamos en el otro confín de la Tierra. ¿El prodigio?… es la mirada de la artista que lo puede todo con sus pinceles u otros instrumentos de trabajo, cuando no solamente son los dedos prodigiosos los que hacen posible penetrar en lo hondo del sentir humano, con solo un trazo, como el poeta logra con la pluma cambiar el ritmo de su rima, dando un giro que aleja la honda tristeza que lo agobia, a fin de acercarlo a una sonrisa que lo ensalce y purifique.

En el Espacio Cultural Mérida–Romero encontramos en estos días las grandes creaciones de Rosmery Mamani, entre las cuales nos detiene un rostro aymara con la mirada fija, quizá en un pasado encajado en los recuerdos, o tal vez en un presente doloroso sin futuro para seguir por la senda elegida. Cuando una pintura conmueve por la expresión de la figura, se puede llegar solo a supuestas conclusiones, tal como ocurre en esta obra, titulada Contemplando sueños. Tiene el sombrero apoyado al pecho y la cabeza algo inclinada hacia abajo, como si el peso de su mirada le obligara a volcarse con tanta reverencia, quizá ante una tumba, o solamente ante la Madre Tierra, en pos de mejores días.

No cabe duda de que la artista, para el logro de esa pintura trabajada en la técnica del pastel, fijó su atención en los recursos más apropiados en pos de alcanzar la perfección de los trazos, el color y lo que encierra las artes plásticas cuando son practicadas con talento. A esa obra se suma El Hombre, síntesis de una vida reflejada en la frente y el peso concentrado en las mejillas.

Para lograr otras imágenes, la pintora paceña acude a distintas técnicas que dejan observar la calidad de trazos al concretar sus ideas a través de óleo, acuarela y pastel, en las cuales sus pinceladas hicieron posible las figuras logradas sobre lienzo, madera, papel o cartón. ¡Cuánta ternura para pintar a los niños! Un bebé dormido le inspiró su obra Reflejos del alma en el prodigio de la creación humana.

Niñas con el típico aire de la inocencia en medio de juegos y alegrías, apreciable en el cuadro Kimberley. Y qué decir de la pintura llamada Cicatrices. Semblante femenino de mujer joven con tinte afro-boliviano, luciendo los rasgos típicos de los labios resaltados en el rostro oscuro. Cerca a ella está otra joven, Zamira, con el perfil intensamente moreno y el torso desnudo marcado por la delicadeza de las formas juveniles, síntesis del candor humano. En estas pinturas vuelve a reflejarse el nivel artístico de Rosmery Mamani al llevar a un primer plano la pureza de su espíritu y no volcar líneas grotescas allí donde todo es divino.

Cabe resaltar, de igual manera, sus creaciones inspiradas en la belleza anatómica de los cuerpos desnudos; referencia dirigida hacia una mente fija en el esplendor del cuerpo femenino. En esos cuadros se puede observar el equilibrio de los miembros de la mujer de acuerdo a formas trazadas artísticamente, como una referencia sujeta al principio de la Divina Proporción, conocida en los anales de la pintura universal. Son pinturas donde la perfección resalta la beldad de imagen.

No queda en segundo plano una original pintura, sobre madera, que resalta por el hecho de tratarse de desperdicios caseros. Un rincón cualquiera apila objetos en desuso, lo que hace de una pocilga una obra de arte.

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El sentimiento y la maestría de Rosmery Mamani

Los perfectos trazos de la pintora paceña retratan poéticamente al ser humano, sobre un paisaje sombrío

/ 14 de junio de 2015 / 04:00

Toda exposición de arte plástico que exhibe las obras de Rosmery Mamani, cubierta ya de prestigio internacional por sus creaciones pictóricas plasmadas en el realismo, tiene justificadas razones para un elogio. La crítica y la crónica periodísticas, en particular, como la opinión de expertos, convergen hacia el mismo centro de admiración dirigidas a sus creaciones logradas con sentimiento y maestría.

En una época en que las exigencias son mayores en todo ámbito pendiente de la evolución artística, Rosmery Mamani da la sensación de estar dominada por un inmenso respeto hacia su propia personalidad, lo que queda demostrado en múltiples trabajos consignados al ser humano. Para lograrlo recurre a una pintura alejada del claroscuro y aceptada desde el siglo XIX entre los más connotados pintores; grandioso movimiento de liberación espiritual que se impuso a una enternecida evocación de tendencias, poéticamente llevadas en el tiempo.

Si el fin de todo artista es presentar su obra de acuerdo con la sensibilidad que carga ante el panorama abierto de la naturaleza, Rosmery Mamani basa sus trabajos en una impresión visual motivada en lo espiritual de su mirada. La obra Fruto del deseo es uno de sus cuadros que encajan en esta impresión. Allí está la manzana, tentación llevada al simbolismo de toda debilidad humana con irradiaciones del mundo bíblico, aún no contaminada por la impureza del pecado. Tampoco deja de lado la atmósfera, paisaje o plenitud de ambiente, al trazar una sombra diluida, como perdida en una niebla luminosa. Allí esta la visión de Mamani trasladada con destreza a través del pincel guiado por su sensibilidad creativa, dando un tratamiento especial a la creación del desnudo.

Esa misma inquietud la encontramos en otros cuadros que representan indígenas con la mirada fija, como detenidos en el tiempo, rodeados de un paisaje con cielo sombrío, ligeramente oscurecido entre tonalidades mezcladas de luminosidad y bruma. Son dos corrientes del realismo en dos figuras ancestrales, transmisoras de aquel ayer que no muere porque pervive en medio del silencio, entre las quejas del viento.

No sé qué signo será aquel que ata a los campesinos a su tierra. Allí están hombres y mujeres desplazándose callados por llanuras o áridas planicies; quizá alguna vez por un bosque risueño a la vida. Pero hay una mirada que los acerca hasta nosotros, los que estamos en el otro confín de la Tierra. ¿El prodigio?… es la mirada de la artista que lo puede todo con sus pinceles u otros instrumentos de trabajo, cuando no solamente son los dedos prodigiosos los que hacen posible penetrar en lo hondo del sentir humano, con solo un trazo, como el poeta logra con la pluma cambiar el ritmo de su rima, dando un giro que aleja la honda tristeza que lo agobia, a fin de acercarlo a una sonrisa que lo ensalce y purifique.

En el Espacio Cultural Mérida–Romero encontramos en estos días las grandes creaciones de Rosmery Mamani, entre las cuales nos detiene un rostro aymara con la mirada fija, quizá en un pasado encajado en los recuerdos, o tal vez en un presente doloroso sin futuro para seguir por la senda elegida. Cuando una pintura conmueve por la expresión de la figura, se puede llegar solo a supuestas conclusiones, tal como ocurre en esta obra, titulada Contemplando sueños. Tiene el sombrero apoyado al pecho y la cabeza algo inclinada hacia abajo, como si el peso de su mirada le obligara a volcarse con tanta reverencia, quizá ante una tumba, o solamente ante la Madre Tierra, en pos de mejores días.

No cabe duda de que la artista, para el logro de esa pintura trabajada en la técnica del pastel, fijó su atención en los recursos más apropiados en pos de alcanzar la perfección de los trazos, el color y lo que encierra las artes plásticas cuando son practicadas con talento. A esa obra se suma El Hombre, síntesis de una vida reflejada en la frente y el peso concentrado en las mejillas.

Para lograr otras imágenes, la pintora paceña acude a distintas técnicas que dejan observar la calidad de trazos al concretar sus ideas a través de óleo, acuarela y pastel, en las cuales sus pinceladas hicieron posible las figuras logradas sobre lienzo, madera, papel o cartón. ¡Cuánta ternura para pintar a los niños! Un bebé dormido le inspiró su obra Reflejos del alma en el prodigio de la creación humana.

Niñas con el típico aire de la inocencia en medio de juegos y alegrías, apreciable en el cuadro Kimberley. Y qué decir de la pintura llamada Cicatrices. Semblante femenino de mujer joven con tinte afro-boliviano, luciendo los rasgos típicos de los labios resaltados en el rostro oscuro. Cerca a ella está otra joven, Zamira, con el perfil intensamente moreno y el torso desnudo marcado por la delicadeza de las formas juveniles, síntesis del candor humano. En estas pinturas vuelve a reflejarse el nivel artístico de Rosmery Mamani al llevar a un primer plano la pureza de su espíritu y no volcar líneas grotescas allí donde todo es divino.

Cabe resaltar, de igual manera, sus creaciones inspiradas en la belleza anatómica de los cuerpos desnudos; referencia dirigida hacia una mente fija en el esplendor del cuerpo femenino. En esos cuadros se puede observar el equilibrio de los miembros de la mujer de acuerdo a formas trazadas artísticamente, como una referencia sujeta al principio de la Divina Proporción, conocida en los anales de la pintura universal. Son pinturas donde la perfección resalta la beldad de imagen.

No queda en segundo plano una original pintura, sobre madera, que resalta por el hecho de tratarse de desperdicios caseros. Un rincón cualquiera apila objetos en desuso, lo que hace de una pocilga una obra de arte.

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