Hace un tiempo encontré un libro que resultó magnífico. Los muertos están cada día más indóciles (1972) es una novela de Fernando Medina Ferrada. Leí la narración de algunas escenas de la insurrección popular de 1952, que el protagonista atravesaba no sin angustias. Allí estaban la lucha contra el Ejército en un camino que une, y desune, La Paz con El Alto, el liderazgo heroico de obreros que antes habían sido soldados en la Guerra del Chaco, la valentía de los mineros de Milluni y la traición de los dirigentes. Tramos o episodios en una épica que marcó profundamente el destino de Bolivia. La novela me hizo revivir los hechos de abril de 1952, descubrir aspectos de esos tres intensos días de combate, enfrentamiento y gesta heroica en la ciudad de La Paz de los que nunca me había enterado a través de los libros de Historia.

INTERROGANTES. Y ahí empezaron a formarse también algunas interrogantes. ¿Cómo fue el 52? En especial, en aquel año fatal, ¿qué se vivió en esos tres días de enfrentamiento? ¿Dónde se dieron los enfrentamientos? ¿Cuánto duró la contienda? ¿Quiénes eran los protagonistas? ¿Cómo fueron los hechos puntuales de esos tres días de abril? ¿Qué vivieron las personas en sus vidas cotidianas durante los tres días de la insurrección? Si uno intenta saldar estas interrogantes a través de los principales libros de Historia disponibles, se queda con una sensación bastante pobre. En la mayoría de los textos históricos, los hechos que dieron pie al gobierno del MNR se dan por descontado. Los historiadores prefieren saltearse este prólogo, e iniciar el verdadero relato con las medidas y acciones del Gobierno que capitalizó los resultados de la insurrección. Otros textos, que sí ofrecen una narración contextualizada de los tres días de abril, sucumben a una falacia retrospectiva: el relato está ordenado según la hegemonía de los militantes del partido MNR y sus grandes líderes. 

En este acercamiento convencional al 52, queda poco espacio para los héroes del silencio, para la incertidumbre sobre el mañana que marcó esos días, para las acciones espontáneas, épicas, y sorpresivas y sorprendentes que se sucedieron mientras el pueblo se enfrentaba al Ejército y buscaba el derrocamiento de Ballivián.

La historiografía convencional construye un relato totalizador y objetivado. Su relato se sostiene en dos pivotes esenciales. Se basa sobre una postura nacionalista, que ve al 52 como la gran gesta del MNR y reduce el hecho insurreccional a sus líderes mayores y al conjunto de medidas, posibilitadas por el triunfo, que poco a poco se fueron articulando como una unidad de sentido. Por otro lado, estos historiadores procuran mostrar el hecho desde todas sus aristas, como una continuidad completa en sí, pero que se enmarca en un proceso más grande y abarcador. Afán de protagonismo y certidumbre. Dentro de esta lógica, las acciones puntuales de los tres días de abril reciben poca atención y poco espacio.

ALTERNATIVA. Esta forma convencional de (re)crear la historia reclamaba una alternativa narrativa. En un principio, la idea fue narrar la insurrección del 52 desde la lectura de obras de ficción, principalmente Los muertos están cada día más indóciles (1972) de Fernando Medina Ferrada y Los ingenuos (2007) de Verónica Ormachea Gutiérrez. Cuando, en aras de contextualizar la información que pensaba trabajar, entrevisté a algunas personas que habían vivido aquellos hechos, me encontré con una realidad vasta y sugestiva, un cúmulo de información cuyo innegable interés incitaba a considerar la insurrección de abril desde otras voces, otros ámbitos de subjetivación y de memoria.

A partir de entonces, la investigación se dirigió a la insurrección popular de 1952 en busca de los sucesos concretos, los acontecimientos vividos por sujetos determinados, para reconstruir una trama de acciones colectivas a través de sus protagonistas plurales.

Antes que plantear interpretaciones totalizadoras o verdaderas, busqué acercarme a la épica de esta insurrección desde las palabras de un puñado de personas que vivieron los hechos como testigos privilegiados. No menos incitantes fueron algunos materiales ficcionales, que también brindaron su información y un sustrato de imágenes motivadoras.

El libro está integrado por siete capítulos. En el primero se ofrece un esbozo de caracterización crítica de la historiografía convencional que se ha acercado a los sucesos del 52. En el segundo se delinea una caracterización social de las voces que están por detrás de los testimonios que sostienen a este libro. No dejé de buscar los puntos ciegos, las memorias y olvidos que estas páginas contienen o evitan.

El tercero, cuarto, quinto y sexto capítulos reconstruyen narrativamente los principales hechos de abril de 1952 que llevaron a la victoria final de los insurrectos, a partir, en primer lugar, de mis conversaciones con las personas que vivieron aquellos sucesos.

Los hechos están ordenados según un esquema externo de historia militar: las distintas batallas que se libraron en la ciudad de La Paz, en El Alto y en Oruro. La (re)creación de los hechos surge de la narración de las batallas de Miraflores, las laderas paceñas, El Alto y Oruro. El séptimo y último capítulo busca las condiciones que hicieron posible una victoria de los combatientes populares sobre un ejército regular.

Micropolítica de la memoria

“El libro que tenemos entre manos”, dice Silvia Rivera Cusicanqui en el prólogo a esta obra, “es resultado de un largo diálogo del autor en y con la palabra”. “Como cronista de su época”, sigue Rivera, “Mario Murillo partió de su propia escritura, de la lectura de obras de ficción y de la confrontación con la historia oficial, para reclamarles la ausencia de otras voces: de aquellas que surgen de la experiencia vivida, y que a través del relato oral producen otra imagen, otra gestalt del evento, de su épica y de su significado para la región y para el país. El proceso de reconstrucción fue entonces de doble sentido: de la acción a la palabra que la reactualiza y de ésta a aquella, sin importar cuestiones estrictas de temporalidad”.

Así, el libro de Murillo es, al mismo tiempo, una restitución de las voces ausentes en la narración de la Revolución de Abril y una crítica a la historiografía tradicional centrada en los “logros” del proceso. Una micropolítica de la memoria, en suma. 

La bala no mata sino el destino. Una crónica de la insurrección popular de 1952 en Bolivia de Mario Murillo se presentará el viernes 3 de agosto a las 19.00 en el salón Julio de la Vega de la Feria Internacional del Libro. Los cometarios estarán a cargo de Silvia Rivera Cusicanqui.