Recorrer una exhibición fácilmente puede compararse con un viaje, desde lo introspectivo hasta lo meramente paisajístico. En este caso, Arte Espacio Alemania, la exposición del Instituto para las Relaciones con el Extranjero (IFA), ofrece un pantallazo del trabajo de 13 artistas extranjeros reunidos por el hecho de que migraron a tierras germanas para producir.

La muestra, inaugurada el 6 de julio en el Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef) de La Paz, invita a un recorrido sin costo que puede hacerse, según el interés que cada obra despierte en el espectador, en menos de una hora, con la particularidad de contar con piezas interactivas y con rangos temporales y de formato bastante amplios.

Casi imperceptible, sobre todo en horas de la tarde, queda la primera obra de esta muestra colocada en el centro del primer patio del Musef. Círculo fraccionado (1972), del italiano Giuseppe Spagnulo, muestra un gran aro en acero que está quebrado en dos partes. Muchas interpretaciones pueden surgir en los espectadores, desde la ruptura de los paradigmas hasta una irónica representación del matrimonio fallido.

Una de las obras con mayor fuerza visual está en el patio cubierto, se trata de Flotsam (1997), una escultura de plástico de Tony Cragg. Entre orgánica y lítica en apariencia, la pieza en realidad es muy liviana y emula los materiales que el artista inglés utilizó en sus inicios; en este caso, la piedra. El humor y la mirada diferente a los materiales y objetos cotidianos se pueden apreciar en sus obras, como el puzzle More & More & More (1981), que se contagia del humor del pop art y plantea un quiebre lúdico de tres placas de madera pintada. El resultado, sin embargo, no deja de ser convencional y algo frío.

Introspección. El viaje continúa por paisajes íntimos que van desde el más tradicional expresionismo —como las pinturas en blanco, negro y gris de Armando (Países Bajos), que retratan su vivencia infantil durante el tiempo que el artista pasó en los campos de concentración— hasta la exhibición de los espacios privados convertidos en obras de arte de la artista Marianne Eigenheer (Suiza), que en Your Time, my World / Tu tiempo, mi mundo (1998) recorre fotográficamente su espacio vital. Pese a sus características introspectivas, las obras presentadas por ambos artistas no llegan a detonar en el lado sensible del espectador, tornándose más bien anecdóticas.

Muy distinto es el planteamiento de Magdalena Jetelová  (nacida en la extinta Checoslovaquia), que ha creado la imponente Atlantic Wall / Pared Atlántica (1995) una serie de 11 fotografías en blanco y negro impresas en papel baritado. A partir de un mapa de la costa, la artista va planteando el mapa de una especie de sitio arqueológico de la guerra, donde documenta espacios de enfrentamiento y trata de transmitir a través del texto superpuesto el horror que queda en quienes han vivido esa experiencia. Es una obra lúcida y de gran impacto visual y emotivo.

Mucho más vistoso y con sentido del humor es el trabajo del coreano Nam June Paik. En Candle TV / TV vela (1975), bromea con la figura de la luz que brinda la televisión, esa que atrapa, pero que quizá no es más que un tenue brillo en medio del caos actual. El coreano también juega con un enorme rostro multimedia formado por ojos de pantalla y con cámaras televisivas para adentrarse al fenómeno la red en Internetbewhoner (1997). Si bien el arte no pasa nunca de moda, estas piezas resultan muy poco oportunas para los planteamientos actuales del arte, a no ser que se tenga una inquietud más histórica sobre el tema.

En la parte interactiva están los cubos de Ayse Erkmen Here and There / Aquí y allá (1989), una escultura de 16 partes de acero barnizado que puede ordenarse a gusto del curador y de algún distraído visitante que trató de utilizar la pieza como banca de descanso.

Al cabo del recorrido, el visitante se halla con una invitación que despierta, sí o sí, el entusiasmo. No de otra manera puede responder el anónimo espectador a la posibilidad de ser parte de una obra. Es Volksboutique, de la neoyorquina Christine Hill. La gente posa con un fondo que cada país elige como el más representativo. Un tejido andino, para el caso boliviano. Uno puede hacer la mueca que desee. Mientras se imprime esa imagen, hay que llenar una ficha: nombre, referencias, gustos y una autodefinición. Se pega la foto y se expone en el muro. Tres de ese montón de imágenes se sumarán al que ya debe tener Hill de gente del mundo.   

 La muestra —de este conjunto que se define como arte en un territorio no siempre claro— estará abierta hasta el miércoles en La Paz y continuará su gira por las ciudades de Santa Cruz y Cochabamba.