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El séptimo sentido de Loayza

Marcos Loayza ha concebido un texto de tal lucidez que difícilmente quien se enfrenta a él queda indiferente. Mucho menos si tal texto tiene en Patricia García la encarnación. Una maestra de escuela, que debe enseñar año tras año la materia de Historia, llega al aula, toda vestida de negro. Los alumnos somos los del público. A nosotros va a dirigir la profesora su rabia, su frustración, su impotencia. Porque cuanto ha ido repitiendo clase a clase, año tras año, se nos ha olvidado.    

¿Cuándo cayó el tirano Melgarejo del poder? Ni uno que lo sepa. Y no fue cualquier fecha, pues aquel 15 de enero de 1871 Bolivia se liberó de uno de los peores presidentes que le tocó en suerte: desconfiado en extremo, capaz de hallar enemigos en todo lado, capaz también de eliminarlos por el simple hecho de oponérsele.   

Algo así no debería ser olvidado. Como dirían los historiadores: para que no se repita…

Pero la maestra no va a usar la tiza sólo para registrar fechas, para anotar nombres, sino para enseñar a sus estudiantes el enorme valor de un sentido que no tiene que ver con los cinco que se reconocen a la hora de vincularse con el mundo exterior, ni siquiera con uno sexto, el sentido común que de común nada tiene. Es uno más, el séptimo, el de la Memoria, que no es lo mismo que la capacidad de recordar, de enumerar: es el sentido que integra, el que ordena, el que organiza.

Loayza, mano de guionista, va tejiendo la historia “externa”, la del país, con la íntima de esa maestra tan profundamente amargada. De manera imperceptible, ésta va pasando de la entrega de datos de la Historia a revelar la propia, tan importante finalmente en la medida en que quienes la hacen, la deciden, la cambian, son los individuos. Si pudiésemos aprenderlo y no olvidarlo.

Los libros de Historia, hace ver la profesora, no integran. No están en ellos los actos de mujeres que cambiaron el destino de un pueblo porque susurraron soluciones a sus parejas en el poder, o tomaron decisiones en el momento clave evitando desastres a quienes luego aparecen como los protagonistas, los héroes, los grandes.

La maestra va manchándose de tiza. Ella misma es el pizarrón del que recoge el mensaje. Sólo cabe confiar en que cada alumno/espectador no sea como tantos que pasaron por el aula, se quejará la profe: no captaron nada y resultaron politiqueros, funcionarios mediocres y corruptos.

Por supuesto, las lecturas dan para más. Lo bueno es encontrar en el texto, en la puesta, la plataforma para permitírselas. Y Séptimo sentido la ofrece. Lástima, eso sí, la carga dramática que va en aumento, que no da pausa y que abruma. Las cejas fruncidas de Patricia bien podrían merecer una distensión, pues ya de por sí el texto es duro y el clima melancólico de la guitarra en directo (Gabo Guzmán) lo enfatiza. El humor, lo sabe Loayza, también conmueve e integra.