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La ausencia de Adela Zamudio

Adela Zamudio (1854-1928) es seguramente la figura literaria femenina más importante de la literatura boliviana. Decimos “figura literaria femenina” y no simplemente “escritora” porque, en su tiempo y con el tiempo, su presencia e impacto en la sociedad boliviana fueron —y son— mucho más amplios que únicamente literarios. A lo largo de este libro detallaremos esa figura, pero, al empezar, unas palabras sobre el título del mismo.

La ausencia de Adela Zamudio alude al último verso (‘Lloradme ausente, pero no perdida’) del poema Mi epitafio. Esta palabra implica un tema muy caro al romanticismo. Entre los románticos —y, doña Adela, por su época, inserta su obra en ese movimiento cultural— la palabra “ausencia” posee muchos sentidos, uno de los cuales, como propone el poema, excluye precisamente lo perdido y, por lo tanto, casi como un oxímoron, supone una esquiva forma de permanencia, es decir, de presencia.

“Ya no aparece”, parece decir esa ausencia, “pero permanece”. “Ya no está, pero, a su manera, sigue” En un extremo de esa “ausencia presente” están la espera y también la esperanza, más posible la primera (“espera”) más esquiva la segunda (“esperanza”), pero, ambas lanzadas hacia hechos o seres que, tarde o temprano, se demostrarán accesibles.

AUSENCIA. En el otro extremo se encuentra “el sol negro” (Nerval) de la melancolía donde la ausencia se funde con la pérdida que está, pese a todo, siempre y dolorosamente presente porque, simplemente, aunque se quiera evitar el sufrimiento; lo perdido no puede desaparecer del todo y ese hecho afecta las pasiones, incomoda el presente que no puede olvidar ni ignorar las ausencias, siempre iluminadas por ese esquivo y fatal “sol negro”. Esta forma extrema de la ausencia (la melancolía) es, sin duda, uno de los rasgos más difundidos y hasta característicos del romanticismo: allí donde priman la nostalgia, la saudade, la añoranza, las golondrinas que escucharon nuestros nombres y que no volverán, ahí, aún hoy en día, solemos reconocer la inevitable pulsión romántica de recuperar, sea como lamento, lo perdido. Desde esta perspectiva, el mito de Orfeo y Eurídice, donde la poesía como canto (de Orfeo) logra recuperar lo perdido (Eurídice), aunque, luego, haya que perderlo nuevamente, podría considerarse no sólo un leitmotiv del romanticismo —Schiller, por ejemplo, tiene un poema al respecto— sino su más arquetípico precursor.

Mal acostumbrados como estamos a suponer que el tiempo siempre avanza hacia adelante —que no es lo mismo que constatar que siempre pasa— se suele asumir que el romanticismo habría sido superado, pasado, en fin, reemplazado por formas posteriores (y “superiores”) de expresión artística y cultural. Como época, como cosmovisión, como manera casi cotidiana de estar en el mundo y las artes, el “romanticismo” propiamente dicho, tiene, sin duda, su lugar propio en la cronología del pasado y proceso históricos. Pero, también, sobre todo, como referencia a los avatares del amor y los ideales imposibles, es ahora parte del sentido común. Una leve mirada al entorno inmediato nos demuestra que, lejos de haberse perdido y superado, la pulsión romántica (amorosa o soñadora) es nomás parte de nuestra vida cotidiana. O sea, pese al paso del tiempo, desde Orfeo y Eurídice, es casi inevitable ser o estar, de una u otra manera, “romántico”.

Aunque esas esquivas formas de presencia (“ausente”) son típicamente románticas y, en su época más intensa —segunda mitad del siglo XVIII y casi todo el siglo XIX— implicaron la posibilidad de recuperar —pese a todo— a los amores, sentidos, momentos, instantes que podrían ser eternos, lugares o tiempos perdidos; también, notablemente, esas “ausencias presentes” permitieron perseguir (o esperar) ideales futuros que aún no se habían encarnado en los presentes inmediatos, notablemente, ideales tales como la libertad, igualdad y solidaridad para los individuos y los pueblos; no en vano, la Revolución Francesa (1789) entornó, motivó y, en cierta forma, fue parte contextual e intelectual de todo el movimiento romántico y sus irradiaciones.

Porque doña Adela luchó por la libertad cultural para las mujeres, señalemos al pasar un par de hechos locales a manera de anudar esto último (las libertades individuales y sociales) en y con la literatura boliviana. En América, el contexto libertario del romanticismo fue, obviamente, el de la Guerra de la Independencia, Independencia que estos 2009-2010 cumplió el bicentenario de su Declaración a lo largo y ancho del continente —con el 25 de mayo de 1809 de Charcas-Chuquisaca a la cabeza. Ahí, entre nos, Juan de la Rosa (1899) de Nataniel Aguirre resume muy bien esas circunstancias: por un lado, es una de las joyas de la novela romántica boliviana y, por otro, tematiza la Guerra de la Independencia americana y sus ideales tanto en las enseñanzas de Fray Justo como en la resistencia de las Heroínas de La Coronilla y la batalla de Aroma. Como subrayando ese contexto, no olvidemos que la novela se presenta como las “Memorias del último soldado de la Independencia”. Además, podríamos destacar que ese mismo contexto se tradujo en dos obras maestras de la historiografía boliviana: en el Diario del tambor José Santos Vargas ([1853] 1982) y en Últimos días coloniales en el Alto Perú (1896-1901) de Gabriel René Moreno quien, no en vano, fue también el primer estudioso de la poesía romántica boliviana.

En breve, el romanticismo que entorna la “ausencia presente” de Adela Zamudio también implica directamente la pulsión libertaria que caracteriza a ese movimiento cultural y social.

ZAMUDIO. Adela Zamudio Ribero nació en Cochabamba el 11 de octubre de 1854 y murió el 2 de junio de 1928. Pasó su primera infancia en Corocoro. Más tarde, en 1862, sus padres, Adolfo Zamudio y Modesta Ribero, compran una propiedad en Corani, donde la familia residirá hasta 1878, cuando los Zamudio Ribero se trasladan a una finca en Viloma y, en 1887, se traslada nuevamente, esta vez a una casa en El Pujro, en la campiña de Cala Cala. Los hermanos de Adela son Mauro, el mayor, y, los menores, Arturo, Amalia y Máximo.

Adela Zamudio empieza a publicar aproximadamente a sus 16 años. El periódico El Heraldo de Cochabamba será el primer vehículo de publicación de sus poemas, los que firma bajo el seudónimo de “Soledad,” nombre con el que se la conoce hasta más o menos 1913. En 1887 aparece su primer libro, Ensayos poéticos. Luego vendrán su novela Íntimas (1913), algunas publicaciones sueltas dedicadas al teatro, su segundo libro de poemas Ráfagas (1914) —también conocido como Peregrinando— y, póstumamente, se editarán sus Cuentos y novelas breves (1942). Al final de su vida tuvo varios reconocimientos tanto por su labor literaria como por su labor pedagógica en pro de la educación libre de la mujer. En 1915, por ejemplo, la nombraron “Mantenedora” en los Juegos Florales de La Paz y, en 1926, el presidente de la República, Hernando Siles, la coronó en Cochabamba, motivando, entre otros, una multitudinaria manifestación de admiración y solidaridad en la plaza 14 de Septiembre.

Aunque aún hoy en día se la considera una de las mejores escritoras bolivianas —si no, simplemente, “la mejor”—, Adela Zamudio también ocupa un lugar especial en la memoria social debido a su incansable lucha por los derechos y por la educación de las mujeres. No en vano, durante el gobierno de la presidente Lidia Geiler Tejada, un decreto supremo declaró, en 1979, el 11 de octubre como Día de la Mujer en Bolivia, en honor al día de nacimiento de doña Adela.

La lectura múltiple

La ausencia de Adela Zamudio es la tercera experiencia de libro multimedia que ha emprendido Luis H. Antezana J., esta vez en coautoría con Virginia Ayllón. El libro integra en un disco compacto para ser ‘leído’ en computadora textos, imágenes (fijas y en movimiento), sonido y recursos gráficos para hacer posible una lectura múltiple. Este formato resulta idóneo para tratar la vida y la obra de autores. Así lo hizo anteriormente Antezana con Jaime Saenz, con la inolvidable Gladys Moreno y lo hace ahora con Adela Zamudio.