Si es cierto que “la novela es el reino de la libertad de contenido y de forma”, la narrativa de Los violadores del sueño de Manfredo Kempff puede ser un modelo de la novela-testimonio porque se basa en la sentencia No. 17-2011 del Tribunal Judicial de Santa Cruz, dictada el 29 de agosto de 2011. Como los hechos son reales y recientes están aún en la memoria de la gente debido a la gran publicidad dedicada a los cientos de casos de violación detectados, particularmente en la colonia menonita de Manitoba. Este tipo literario se asemeja en su metodología a la reputada obra de Truman Capote A sangre fría (1967) o a Un millón de muertos (1964) de José María Gironella, con la ventaja que intercala en sus páginas documentos judiciales auténticos que apoyan el vuelo de la imaginación del autor y la vivencia de sus personajes.

La trama cobra mayor gravedad porque los violadores en serie pertenecen a la secta anabautista de los menonitas, o sea los seguidores del viejo Menno Simons (1496-1561) que pregonaba abstinencias totales primero en su nativa Holanda, creencias que luego se propagaron con las migraciones de sus fieles hacia Rusia, Ucrania, Canadá, Argentina y más tarde hacia otros países de Sudamérica, incluyendo Bolivia. Se calcula en 1.480.000 a sus adherentes diseminados en 82 países.

SANTA CRUZ. En Bolivia están asentados unos 100 mil menonitas, principalmente en Santa Cruz. Son comunidades esencialmente agrícolas, cerradas en sus costumbres, que rechazan la modernidad como un peligro de contaminación con el pecador mundo circundante. El culto divino y la lectura de la Biblia como único vehículo cultural son pilares de la vida cotidiana, alejada de la civilización y de las tentaciones de Satanás.

Por ello mismo, lo acontecido en Manitoba y contado en la novela adquiere niveles de escándalo, toda vez que los menonitas reputados como hombres de radical fe religiosa, dedicados al trabajo intenso y a la vida familiar ejemplar, fueron fieramente golpeados por aquellos sucesos tan ingratos como inverosímiles.

Como los violadores del sueño utilizaban en espray un somnífero poderoso capaz de dormir a parentelas enteras para luego violar a las personas de su selección, generalmente muchachas vírgenes púberes y hasta niños adolescentes, sin dejar trazas ni huellas que puedan comprometerlos, los píos moradores de Manitoba seguros estaban que esas fechorías eran obra del demonio. Un castigo divino que había que guardarlo entre los secretos de familia. Hasta aquí los hechos denunciados y evidenciados por la justicia. Pero más adelante, es la fabulación del novelista la que construye los dramas personales de cada uno de los violadores: sus temores, sus complejos, sus sueños, sus aspiraciones y también sus irrefrenables pulsiones.
Son tantas y tantas las violaciones narradas que constituyen un festival o un campeonato de sexo donde abunda la viagra, los condones, el esperma, la sangre, la saliva y todas las secreciones humanas, en tal cantidad que la verosimilitud de los hechos comienza a diluirse.

DIABLO. A esta altura, no creo impertinente observar que el narrador pudo haber sacado mejor provecho de la superchería que atribuía a un diablo superdotado las proezas sexuales que cumplía desvirgando decenas de vaginas pubescentes en una sola noche. Claro que ese intruso emergía del averno, ahíto de viagra, provisto de preservativos y hasta de yumbina (gragea para poner en celo a las vacas), ingredientes con los que implementaba sus incursiones nocturnas.

Aparte de la tediosa vida agrícola de las colonias, cuando  Kempff describe la vida rural del trópico cruceño, lo hace con suprema maestría. Una muestra, el lupanar familiar bajo la férula de doña Severiana Barba, cuyo retrato no puede ser mas explícito: “mujer fuerte, maciza, de carnes duras todavía, alegre, amante de los churrascos y la cerveza helada, vivía con tres jovencitas que decía eran sus sobrinas…”. Difícil imaginar un lenocinio artesanal —a poca distancia de aquel enjambre teocrático— donde un menonita cae irremediablemente enamorado.

CRUDEZA. Las violaciones manifiestas de esos atropellos son descritos con crudeza estremecedora “los cinco sujetos se fueron encima de las chicas de inmediato… las chiquillas sangraban y eran poseídas dos y hasta tres veces…”. Falta en esos episodios el relato más detallado de esos asaltos, el dibujo erótico de la anatomía de las víctimas, para distinguir el cuento de un mero informe forense. Tal sucede infrecuentemente, por ejemplo al escribir la relación incestuosa de Cósima, con su hermano Helmut, “sin decir una sola palabra, se hincó y en un santiamén lo hizo explotar…”

Escenas risueñas ocurren cuando “tanto Marlene como Gerda quedaron embarazadas y las dos al mismo tiempo” de un infiltrado en su dormitorio que más tarde resulta uno de los héroes redimidos de la obra.

Debido a que no pocos matrimonios son destruidos por la avalancha de los diablos anónimos y en algunos casos por supuestos incestos, el obispo menonita justifica que “todo pertenece al padre, hasta el cuerpo de una hija”.

Si se puede dar un toque de humor a las atrocidades cometidas por los canallas, este sería aquel donde se rememora que un fauno “violó a la esposa de su maestro, joven todavía, con un busto enorme y duro, mordiéndole los labios carnosos. Mientras fornicaba le sacaba la lengua a su antiguo profesor…”.

Dice que ese sinvergüenza “no quería ninguna clase de compañía, porque le gustaba retozar solo (durante)… una noche con tres muchachas, una tras otra… las tres vírgenes en este caso. Acabó con el pene llagado pero no le importó. Se llevó de trofeo a su casa tres calzoncitos, uno pringado con sangre menstrual…”.

CÁRCEL. Finalmente, casi todos los violadores del sueño, son sentenciados a duras penas y Kempff nos describe su destino terminal: la cárcel de Palmasola, como una  ciudadela miserable, destartalada y sucia que huele a fango pútrido… ahí los presos comen, duermen y aman.

El trágico recuento tiene desenlace de comedia feliz. Más de una chica que quedó embarazada como efecto de las violaciones fue pedida en matrimonio por algún pródigo menonita de buen corazón que no concebía que la infortunada víctima quede estigmatizada de por vida como madre soltera y, por lo tanto, excluida de aquella sociedad que no tolera la unión nupcial sin un certificado de virginidad para las novias.

Realidad y ficción

El escritor cruceño Manfredo Kempff Suárez es autor, entre otras, de las siguientes novelas: Luna de locos, Margarita Hesse, Sandiablo y El águila herida. Su más reciente obra, Los violadores del sueño, que se reseña aquí, ha sido publicada por la editorial La Hoguera.