A Vila-Matas nunca se le ha escapado el reproche tácito de algunos de sus lectores más fieles. Pedían, me parece, el final del ciclo narrativo que había desplegado en un buen número de sus últimas novelas, como Doctor Pasavento o París nunca se acaba, porque el hilo empezaba a enredarse en un manierismo involuntario y autoimitativo, como si la maquinaria de la creación estuviese agotando su capacidad de sorprender y embaucar felizmente a los lectores. Yo creo que lo sabía muy bien, y por eso el experimento que ha ensayado con esta novela tiene otros mimbres y recursos, aunque siga girando en torno a un tema mayor, que es de Vila-Matas, por supuesto, pero es también de la literatura de la modernidad: la gestación del escritor, la identidad de la escritura, el afán de la originalidad, la búsqueda de la voz propia.

Esta novela configura un giro o un cambio de dirección atractivo y lleno de pistas, de anzuelos, de caminos equívocos, de insinuaciones que se cumplen y se desmienten. Pero la clave de todo me parece que consiste en haber pasado de los espejismos del azar y las casualidades, de las ficciones ofrecidas como realidades positivas al juego de espejos, al laberinto que refleja varias identidades para hablar de una sola, como siempre: Enrique Vila-Matas. Y esta perspectiva creo que es la que atrapará sobre todo a quien es ya lector de Vila-Matas y ansía verlo navegar con nueva novela por nuevas rutas. Aire de Dylan es así la más novelesca de sus novelas de los últimos años, con uso y hasta abuso de elementos narrativos y anecdóticos vulgares (quiero decir, extraños al mundo habitual de Vila-Matas), y sin embargo todo está subordinado a la especulación fundamental: la creación literaria.

Pero hay un gesto fuerte nuevo, aunque vaya vestido de ironía y buen humor. La novela contiene una reivindicación frontal de una idea de la literatura que coincide con la que ha desarrollado desde hace más de 30 años, a la que no renuncia y de la que se siente legítimamente orgulloso frente a las rutinas mentales o la miopía de demasiados lectores y escritores atados a formas más convencionales.

El recurso central es eficaz para armar una estructura de novela compleja y divertida como sólo lo son las suyas: la voz de un narrador (crecientemente audible) y que es el propio Vila-Matas conduce el relato dejando espacio para otros narradores y otras historias que son las que constituyen los espejos en los que se va proponiendo una reflexión sobre las condiciones de la literatura. Un escritor muerto que fue un malabar de las identidades múltiples, del extravío y del experimento  pesa en la memoria de un hijo que lucha por superar esa sombra (y es igualito a Bob Dylan) pero es al mismo tiempo militante de la indolencia. Y esa pesada losa es la misma que le hace creyente fiel e inocente en valores tradicionales y, sobre todo, uno: la autenticidad, el ser uno mismo, la identidad estable y firme.

La gracia del invento está por supuesto en que nada queda resuelto y cerrado, excepto por una novedad: la subestructura (¡perdón!) de la novela sigue el patrón de personajes y temas de Hamlet, como si la dispersión digresiva tantas veces común en Vila-Matas hubiese encontrado en esa atadura shakespeareana su límite o su forma de controlarse. Es probable que eso haya forzado a veces los engarces del relato y que algunas de las transiciones sean algo abruptas o sin hilván, pero eso no va estorbar al lector de Vila-Matas porque es parte de su código y su lenguaje narrativo. La trama de asesinatos y amores, y amantes del padre y también del hijo es deliberadamente inverosímil y a menudo festiva; las asociaciones y analogías se establecen con el cine, en algún caso muy brillantemente, y en la novela el autor juega con los lectores como tantas veces se juega en las novelas de Vila-Matas (en el recurso del padre muerto infiltrándose en la memoria del hijo me ha parecido escuchar a John Banville, pero no por la novela que menciona Vila-Matas, sino por Los infinitos)

En apretada síntesis, me parece un meditado bromazo contra aquellos que no han sabido leer en su obra anterior nada más que un juguete posmoderno y de poca consistencia mientras caricaturiza el ansia de cándida autenticidad del hijo. Más en breve aún: una autodefensa de su literatura frente a la abulia resentida de demasiado joven sólo ocurrente y también frente a la narrativa demasiado vulgar y previsible (tanto de jóvenes como de viejos).

Hablan los actores de la historia del Palacio Quemado

La primera edición de este libro de Mariano Baptista Gumucio data de 1984. Es una historia del Palacio de Gobierno o Palacio Quemado como centro emblemático del poder en Bolivia, que abarca un extenso arco cronológico: desde los tiempos coloniales hasta la recuperación de la democracia en 1982 y el gobierno de Siles Zuazo.

Desde entonces, en la vida política boliviana —cuyo epicentro es, precisamente, el edificio—, mucha agua ha corrido bajo el puente.

Esta es la razón por la que el autor ha ampliado esta segunda edición de su libro con tres nuevos capítulos que dan cuenta de los últimos tiempos en la vida del Palacio de Gobierno: “De la democracia pactada al ocaso del neoliberalismo”, “Febrero y octubre negros” y “Facetas del proceso de cambio”. El libro se cierra, precisamente, en el momento en el que el gobierno de Evo Morales Ayma anunció a principios de este año que el actual Palacio de Gobierno pasará a ser un museo del “Estado colonial” y que su gobierno emprenderá la construcción de otro, más acorde, se entiende, al Estado Plurinacional.

Mariano Baptista Gumucio cuenta la historia del Palacio Quemado —que es lo mismo que contar la historia política del país— a partir de la visión de los propios actores, de sus historias y anécdotas.  El libro recoge frecuentemente la voz y las palabras de estos actores—desde presidentes hasta modestos funcionarios—, tomadas de testimonios, libros, folletos, periódicos y cartas. Es una historia, una biografía y también un drama.

Podando las flores del mal en la política

Esta nueva colección de ensayos del filósofo boliviano H.C.F. Mansilla está focalizada en tres realidades sociopolíticas especialmente presentes en los países de América Latina: el autoritarismo, el populismo y el totalitarismo. Estas realidades son analizadas bajo la imagen baudeleriana expresada en el título del volumen:Las flores del mal en la política. 

Los siete ensayos que integran el libro, editado por El País de Santa Cruz, tienen, como advierte el mismo autor, “cuatro temáticas que aparecen constantemente”: 

(1) La religiosidad popular y las tradiciones culturales han jugado un rol peligroso al predisponer a la población a la aceptación de gobiernos y caudillos que piensan y deciden en nombre de los pueblos.

(2) Los ideales igualitaristas y utópicos son muy importantes en el imaginario popular para la conformación de la mentalidad colectiva. Los regímenes populistas los alimentan vigorosamente y, al mismo tiempo, construyen élites muy privilegiadas que monopolizan las decisiones políticas.

(3) Las masas y los inte-lectuales favorables a estos gobiernos piensan en oposi-ciones binarias elementales    (“patria / antipatria”), que simplifican una problemática compleja, lo que facilita la manipulación de la población respectiva de parte de las élites políticas.

(4) Los regímenes populistas y autoritarios se sirven de las ideologías legitimatorias que destacan el carácter único e incomparable de los mismos, cuando en realidad estos modelos significan una marcada regresión en el campo histórico y un claro retroceso en el terreno institucional.

Estas ideas permiten a Mansilla abordar críticamente  diversas facetas de la política y de los gobiernos  de América Latina. Ofrecen, al mismo tiempo, datos y argumentos para una mejor comprensión de los regímenes populistas.