El piano boliviano de García Meza
Música. Intérprete de Simeón Roncal, Eduardo Caba y otros músicos
Simeón Roncal —autor de cuecas inmortales como Huérfana Virginia y Soledad— fue un gran compositor pero su vida estuvo marcada por la extrema dureza. La mezquindad puso muros ante la belleza de su música. Roncal fue un músico profundo, que lo abarcó todo y llegó hasta las raíces.
En cambio, Miguel Ángel Valda, su discípulo —creador de la no menos célebre cueca Sed de amor (hay que oírla en la voz de doña Gladys Moreno)—, era más liviano. Era un músico típico de Sucre, en sus piezas musicales están la campiña y los paisajes de su ciudad natal.
Así evoca la pianista María Antonieta García Meza de Pacheco a estos compositores bolivianos que en las primeras décadas del siglo XX dieron a la música popular alas para un alto vuelo, y cuya obra ella pacientemente recopiló, estudió y grabó.
Y el potosino José Lavadenz le parece un músico “pícaro”, de mente muy ágil. No en vano es el compositor de piezas con títulos como Gacela, Tus desdenes o Una mata de claveles (ésta última cueca fue recuperada por Nicolás Suárez en su ópera El Compadre, sobre la vida de Carlos Palenque, estrenada en 2011).
En cambio, el quillacolleño Teófilo Vargas —hombre que gozó del reconocimiento público en su época— es, para la pianista, sobre todo un músico descriptivo, que ha sabido traducir al pentagrama los sucesos históricos del país. No en vano es el autor del Himno a Cochabamba y del vals Ecos del Litoral. Pero no es menos cierto que la celebridad de Teófilo Vargas es consecuencia también de sus entrañables bailecitos.
CONCIERTO. Obras de Roncal, Valda, Lavadenz, Vargas y otros compositores bolivianos integraron el programa del concierto que María Antonieta García Meza de Pacheco ofreció el pasado viernes en el Espacio Simón I. Patiño de La Paz. Fue un homenaje a esos músicos y una oportunidad para presentar su más reciente grabación: un disco compacto dedicado a las obras del potosino Humberto Iporre Salinas.
“Desde muy joven —dice María Antonieta García Meza— mi deseo ha sido que nuestros compositores tengan un sitial. Vivíamos bajo la sombra de los compositores universales, los grandes maestros como Mozart Schumann, Schubert o Liszt, pero yo veía que nuestros compositores no eran menos. Lo que sucedía era que nosotros éramos una cultura nueva, éramos hijos de esa cultura pero ya habíamos llegado a una mayoría de edad. Y eso nos demostraron esos hombres con las obras que nos han dejado”.
Esa voluntad de dar un sitial a los compositores bolivianos comenzó a plasmarse hace ya 30 años, cuando en 1982 María Antonieta García Meza grabó su primer disco: una placa con obras de Simeón Roncal (Sucre, 1870–La Paz, 1953) que incluye sus célebres 20 cuecas de salón además de tres khaluyos.
García Meza no oculta su gran admiración por Roncal e insiste en la contradicción entre un músico que fue capaz de crear una obra “completamente competitiva” y una sociedad incapaz de valorarla en su verdadera medida. Roncal nació en Sucre. Fue maestro de capilla de la catedral de esa ciudad. En 1917 se trasladó a Potosí y diez años después, en 1927, a La Paz donde murió “en la extrema pobreza” en 1953.
El segundo disco de la pianista potosina es una selección de las obras de Miguel Ángel Valda (Sucre, 1884–1957), el recatado autor de 36 cuecas chuquisaqueñas y otras piezas que no tuvieron popularidad sino hasta después de su muerte.
LAVADENZ. Más adelante vinieron los dos discos en los que García Meza interpreta obras del prolífico Teófilo Vargas (Quillacollo 1868–Cohabamba 1960). Y, a continuación, la grabación dedicada a José Lavadenz (Chaki, Potosí, 1883–La Paz, 1967), un músico que estudió en el Conservatorio de Música de Buenos Aires, que fue autor de 24 cuecas y bailecitos, que se destacó como eximio intérprete de la mandolina y que, como si fuera poco, integró el trío Lavadenz-Zárate-Solares, más conocido en los salones de Potosí como Los Tres Jinetes del Apocalipsis.
En su serie de compositores bolivianos, el siguiente trabajo que encaró María Antonieta García Meza fue la obra de Eduardo Caba Valsalia (Potosí 1890–1953). Esta grabación incluye los celebrados diez Aires indios además de cuatro preludios que, según la intérprete, nunca antes habían sido escuchados.
A diferencia de otros compositores bolivianos, Caba gozó de reconocimiento internacional. Estudió armonía y contrapunto en Buenos Aires y orquestación en España con Turina, como consigna el Diccionario histórico de Bolivia de Josep Barnadas. A. Salazar lo consagró en su libro Música y músicos de América, en cuyas páginas se lee lo siguiente: “Falla es a España lo que Caba a Bolivia”. En Buenos Aires, donde vivió largos años, sus obras fueron interpretadas por coros del Teatro Colón y de la Universidad de La Plata.
El concierto que García Meza ofreció el viernes en La Paz fue la oportunidad para la presentación de su disco con obras de Humberto Iporre Salinas (Potosí, 1915-1985). El año pasado, el Espacio Simón I. Patiño editó las partituras del maestro potosino transcritas por Willy Pozadas y Javier Parrado. En este libro se basan las interpretaciones de García Meza.
En los últimos 30 años, la intérprete potosina ha hecho de su voluntad de dar “un sitial” a los compositores bolivianos una obra discográfica que permite el conocimiento y la difusión de esa herencia viva y popular.